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MATERNAR. ENTRE EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO Y LOS ACTOS DE PRODUCCIÓN

UNA CONVERSACIÓN CON HELENA CHÁVEZ MAC GREGOR Y ALEJANDRA LABASTIDA

A través de una convocatoria que reúne a artistas de diversos territorios y generaciones, la exposición MaternarEntre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción, que se presenta hasta el 3 de julio en el MUAC, es una invitación a reflexionar sobre afectos y silencios, luchas pasadas, presentes y futuras, y la paradoja de la tremenda belleza y violencia de la maternidad en nuestro contexto actual.

Durante los últimos años hemos sido testigas de cómo los feminismos han logrado cuestionar y transformar el funcionamiento de una sociedad creada para hombres, y que relega a la mujer a la casa, lo doméstico, lo reproductivo, lo tierno y subyugado. Como todo proceso histórico, es un camino hecho de continuidades y rupturas, en el cual una multiplicidad de mujeres participa, cada cual desde sus posiciones, saberes y posibilidades.

En ese contexto, las curadoras Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida han sumado sus voces a este diálogo, empleando las herramientas y metodologías de las artes y la curaduría para representar un tema que aún requiere muchas luchas, tanto políticas, como económicas y simbólicas: la maternidad. Tuve la oportunidad de conversar con ellas sobre la exposición, el momento histórico que estamos cruzando, y nuestras propias vivencias personales de maternar.

Vista de la exposición “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, MUAC, Ciudad de México, 2022. Foto: Oliver Santana

Victoria Guzmán: Quería comenzar preguntándoles por este concepto que guía la exposición y que me pareció muy agudo, el de la maternidad como Síndrome de Estocolmo, en el que las víctimas de violencia terminan generando un vínculo afectivo e incluso positivo con sus victimarios. Como madre nueva, con un hijo de 6 meses, tengo quizás demasiado presente aún ese túnel (como lo llama una amiga artista) de los primeros días y semanas y esa sensación a ratos de desesperanza, de encierro. Sensaciones de las que se habla poco. Las representaciones maternales convencionales suelen ser de madres abnegadas, hermosas, romantizadas. Incluso amigas cercanas no cuentan lo duro que puede ser el maternar. Por eso esta idea del Síndrome de Estocolmo me resonó mucho, y sé que a ratos me sentí secuestrada por mi maternidad. Sentí rabia, sentí miedo de que ese encierro nunca se iba a terminar, que nunca iba a recuperar mi vida, mi cuerpo. Y de a poco fui llegando a la conclusión de que el problema no es mi hijo; es la sociedad en la que estamos insertas y que nos pone en estas situaciones durísimas. Por dar sólo un ejemplo, en Chile el postnatal de los padres es de sólo cinco días. Entonces, la rabia no era contra mi hijo, sino que contra esa situación en que me ponía el postnatal exclusivamente maternal: la carga de trabajo día a día, la soledad, el corte con el resto de la sociedad.

Alejandra Labastida: Hay gente que se ha ofendido muchísimo con ese título. Pero es así tal cual lo cuentas. Cuando nació mi hijo me dio esa sensación de “estoy enamorada de este ser… pero estoy completamente jodida, secuestrada, no paro de llorar”. Esa soledad de la que hablas es muy específica de esos primeros meses de maternidad. Ahora estoy embarazada, y me pregunto cómo va a ser esta vez ese túnel, al no estar tan sola pues estaré acompañada de mi otro hijo. Y, que quede claro, yo antes podía estar sola perfectamente, sin ningún problema. Pero estar sola con un bebé implica algo muy diferente que tampoco es fácil de describir. Es como que te neutraliza; me lo imagino como un insomnio. Todos los demás dormidos y tú ahí, despierta, sin participar de ese mundo… Es un poco así. Todos los demás están afuera, viviendo, y tú estás en ese limbo.

Esa fue de las primeras cosas que hablé con Helena. Es un Síndrome de Estocolmo porque al mismo tiempo que estoy enamorada de él, que muero de amor, que lo toco, lo beso, lo miro, tengo miedo de que le vaya a pasar algo. Entonces, por un lado, preguntarse cómo algo que te hace sentir tan grande, es también el peor miedo. Porque yo no podría sobrevivir a que le pasara algo. Y, por otro lado, cómo esto que me hace sentir así, al mismo tiempo me tiene en una situación de pesadilla. ¿Cómo es que pegan esas dos cosas tan distintas, al mismo tiempo, dentro de mí? Es una cosa muy esquizofrénica. Nos tardamos mucho en empezar a escribir porque antes estuvimos leyendo una serie de textos muy importantes para nuestra investigación, un proceso muy académico pero también de conversaciones junto a Helena. Y en una tercera o cuarta lectura nos dimos cuenta que en un texto estaba citada esa situación del Síndrome de Estocolmo. Mariarosa Dalla Costa habla de ese fenómeno y lo conecta a nivel civilizatorio.

Y bueno, esa fue la conclusión: está esa situación de secuestro, pero el secuestrador no es el bebé, sino que el sistema.

Maruch Méndez, Smoton jk’ajvaltik (Regalo de Dios), 2020, narración de la vida de sus seis hijos adoptivos. Cortesía de la artista
Irene Lusztig, Archivos de maternidad, 2013. Fotograma. Cortesía de la artista

Queríamos invitar a pensar que, si desde esa posición de privilegio maternar es tan fuerte, desde un lugar de precarización -que es desde donde opera la mayoría mujeres- es muchísimo más duro.


Helena Chávez Mac Gregor: Así es. Empezamos platicando y claro, recuerdo que cuando tuve a mi hija dije “¿pero por qué no me contaste esto?”. ¡Me contaste la mitad! Entonces la sensación no es solo un Síndrome de Estocolmo, sino que también hablamos de un pacto secreto, un pacto donde incluso entre amigas, en familia, en situaciones de intimidad y confianza, nos omitimos un montón de cosas. Por no espantar, no decir de más, pensando que las experiencias son distintas… Y cuando aparece esa sensación de que existía un pacto de silencio, nos empezamos a preguntar pues dónde están esas voces críticas a la maternidad. Lo más impresionante fue considerarlo desde nuestra propia situación, como parte de una clase media llena de privilegios, y que aun siendo así esas voces no estaban tan presentes, tan a mano. Y cuando empezamos a investigar, a leer, un libro llevó a otro libro, a otro libro, que llevó a otro libro, y a otro… Textos como The Mother Reader de Moyra Davey, los libros de Maggie Nelson, de Claire Fontaine… Fue muy interesante ver que sí estaban esas voces, que había muchísimas voces críticas observando este tema de la maternidad, pero que simplemente habían estado fuera de nuestro alcance.

Por eso con Alejandra decimos que nuestro trabajo fue vincular esas voces para terminar con el pacto de silencio. Esa era nuestra tarea: una propuesta de investigación, dentro de nuestro campo, para ver qué están pensando las mujeres, que están pensando las artistas, qué están realizando. Y cómo lo están haciendo. Buscar quién está produciendo, qué está produciendo, cómo lo hacen. Fue un trabajo muy bonito revisar los textos, para luego contactar a nuestras amigas curadoras para escuchar que decían ellas, un trabajo que fue muy generoso pues nos compartieron referencias, archivos, artistas, trabajos, contactos. Se fue generando una cadena; por ejemplo, cada artista nos conectaba con otra artista, y así.

Por eso para nosotras todo esto tiene que ver con la necesidad de romper ese pacto de silencio desde nuestro radio de trabajo, con nuestras herramientas. Y fue durante ese trabajo que nos dimos cuenta de que la condición civilizatoria tiene que ver con las dinámicas, las visiones del trabajo, del cuidado, de las diferencias de género, de repartir el tiempo, de la estructura de la familia contemporánea… todas esas condiciones actuales que hacen que el maternar para muchas de nosotras sea tan complejo, tan solitario, tan difícil, tan emocionalmente duro. Ahora una de mis mejores amigas tiene una bebé y claro, ella tuvo tres meses de baja de maternidad, pero incluso teniendo eso y una estructura económica sólida, viniendo desde el privilegio, estaba obligada a regresar al trabajo con un bebé de tres meses. Y no podía, para ella era una cosa imposible. Entonces también queríamos invitar a pensar que, si desde esa posición de privilegio maternar es tan fuerte, desde un lugar de precarización -que es desde donde opera la mayoría mujeres- es muchísimo más duro.

Hay muchos lados desde donde verlo. Y gran parte de nuestro trabajo fue entender que sí hay textos, existe un montón de voces, de cientos de miles de mujeres que han estado ahí antes que nosotras, en procesos mucho más radicales y violentos. Todos nos ayudan a acompañar, y a unir esos puntos, para tejer esas voces en torno al maternar, en este caso desde el arte.

VG: Para mí una de las voces que rompió ese pacto fue efectivamente The Mother Reader, que me lo topé por una de esas casualidades que más bien son encuentros, en el Museo Thyssen. Ahí tuve la oportunidad de leer las reflexiones de Toni Morrison, Margaret Atwood, Adrienne Rich, Ursula Le Guin… mujeres creadoras que cruzaron la maternidad. Y bueno, fue fuertísimo, porque me lo topé estando yo de 7 meses. Pero la verdad es que lo agradezco, porque esas voces del pasado me contaron generosamente su experiencia, lo bueno y lo malo. Por ejemplo, mis primeros meses posparto los pasé en Inglaterra, lejos de mi hogar, en medio de un invierno durísimo y donde se oscurecía a las 3pm. Me sentí muy encerrada y muy sola, y lo atribuí a eso. Pero cuando lo hablé con amigas de Chile me dijeron que no; que a ellas les pasó lo mismo, en su país, en verano, en familia, la soledad y el encierro eran los mismos.

Me gustó mucho la imagen de Ai Kasegawa, Quiero dar a luz a un delfín (2013), en que una mujer flota en el agua, con un delfín que sale, entre sangre, de su vientre. Me recordó una reflexión que se me apareció de forma muy insistente durante este último año, y que es la idea del parto como una muerte. El parto como transformación física, con un antes y un después para el cuerpo. Pero también como umbral transformador, que tras cruzarlo emergemos convertidas en otra cosa. Siento que hay una Victoria de antes y una Victoria después del parto. Que de cierta forma morimos y nacemos también con nuestros hijos.

AL: Eso lo he leído mucho. Maggie Nelson también habla del parto como dejarse deshacer por dentro, en que te tienes que dejar ahí, dejarte caer en pedazos para que pueda nacer tu bebé. Lo leí, pero yo no lo viví así. Para mí el parto fue muy fácil, muy lindo, sin dolor. Lo que vino después fue muy duro, pero el parto en sí fue una experiencia de encuentro muy linda. El desencuentro conmigo vino después.

HC: Pero, aun así, Alejandra, tú me has hablado del embarazo con esa idea de la radicalidad del momento del embarazo. Porque hay una cosa muy rara en que mientras estás embarazada tienes dos corazones, cuatro ojos, quizás genitales masculinos en tu cuerpo siendo mujer. Hay una radicalidad en esa corporalidad que para muchas va más allá de la sola experiencia del parto. Una condición de que tu cuerpo está mutando para dar vida a otro. Para mí, creo que el tema de la muerte tiene que ver con eso que cuando aparece la vida, y pares, te da terror morirte. Ya no es solo la muerte tuya, en términos biológicos, sino que también cómo impactaría eso a tu hijo. Recuerdo que hablamos que una vez que tienes hijos, tienes consciencia de que ya no te puedes morir. La conexión entre vida y muerte tiene que ver también en cómo influye tu muerte en tu hijo.

Pienso en la pieza de Amelia Hernández de una partera tsotsil, donde se exploran otras maneras de maternar, más comunitarias. Y pienso en esa conexión entre la vida y la muerte, pues la gente se muere; se mueren los bebés, se mueren los niños, y es parte de un ciclo que va más allá de nosotras mismas. Creo que físicamente es importante esa sensación de muerte de la que hablas, porque hay una muerte en el parto; pero también hay una angustia por la muerte de tu hijo. Los humanos somos tan indefensos al nacer, somos animales extraños en el sentido de que llegamos a la vida muy vulnerables. Y hay una precariedad de la vida humana recién nacida que necesita estructuras, necesita cuidados. Entonces no es solo sentir como te partes en mil, sino que también aparece la angustia de morir. Y no sólo es la muerte sino qué pasa con tu hija o hijo si eso pasa.

Regina José Galindo, Prisión familiar de Estados Unidos, 2008. Fotograma. Cortesía de la artista
Paloma Calle, Gravedad, ejercicio 1, 2020. Fotograma. Cortesía de la artista

Me dio esta cosa de que tengo que sobrevivir yo, pero sobre todo una tremenda angustia de que algo le pudiera pasar a él. Una cosa terrible, con pensamientos obsesivos, y que finalmente solo pude resolver con la idea del suicidio. Entender que yo no podría vivir algo así, y que tenía esa opción, de no sobrevivir. En ningún momento de mi vida había tenido la necesidad de eso, y quizás no entendía cómo uno podía llegar a ese momento. Pero recién parida dije, claro.


AL: Recuerdo cuando estaba embarazada que me di cuenta que algún día iba a tener que explicarle de la muerte a mi hijo. Que yo algún día iba a morir, y que él también un día iba a morir. Y pensaba que lo necesitaba resolver; no tenía una narrativa de muerte, no tenía cómo explicarla. Entonces, escribí un cuento y le pedí a un amigo que lo ilustrara, un libro para hablarle de la muerte. Y es una de las responsabilidades más fuertes de ser madre. Decirle que lo traje a la vida, pero que me voy a morir yo, y que también se va a morir él. Y por otro lado me dio esta cosa de que tengo que sobrevivir yo, pero sobre todo una tremenda angustia de que algo le pudiera pasar a él. Una cosa terrible, con pensamientos obsesivos, y que finalmente solo pude resolver con la idea del suicidio. Entender que yo no podría vivir algo así, y que tenía esa opción, de no sobrevivir. En ningún momento de mi vida había tenido la necesidad de eso, y quizás no entendía cómo uno podía llegar a ese momento. Pero recién parida dije, claro. Es una salida, y una que deberíamos tener todos, y fue lo único que paró esos terrores. Si me pasa lo peor que le puede pasar a alguien (perder a un hije) tengo una salida. Pero, siempre con la condición de no tener otro hijo. Porque ahí aparece la paradoja: solo sirve si no tienes otro hijo. Si tienes otro hijo, sí tienes que sobrevivir. Entonces como dice Helena, aparece la muerte porque empiezas a negociar con ella de una manera distinta.

VG: Qué interesante poder conversar las maneras tan distintas de parir, o de hacer esa negociación muerte-vida en relación al embarazo y al parto. Para mí el parto-como-muerte es muy psicológico, además de simbólico; la idea de que hay una Victoria que quedó ahí, que hoy soy otra. Que ser madre me ha cambiado la forma en que me relaciono con mi pareja, mis amigas, con el mundo, con mis investigaciones. Con otras mujeres. De una manera indescriptible. Yo siento que hay una Victoria que murió. Y que incluso mi cuerpo hoy es otro. Mi cuerpo es distinto, mi ropa es distinta, estoy redescubriendo como vestirme para este nuevo cuerpo, ahora que no tengo que vestirme en razón de mi embarazo. Es una sensación muy extraña, emerger del túnel.

AL: Con mi primer hijo sentí el túnel muy fuerte porque no sabía que venía; en cambio ahora sé que viene. Y se me aparece como durísimo. Y claro, te hace pensar si es así, cuando es un embarazo deseado, en condiciones privilegiadas, imagínate uno no deseado, en condiciones precarias, o cuando es producto de una violación. Es inimaginable. Para mi este embarazo fue una sorpresa, yo ya había cerrado ese proceso, pero como ya sabía lo que venía, sentí el túnel desde el principio. Pero no solo un túnel del terror, sino una cosa biológica-hormonal de una visión de túnel, de irse para adentro. Mis amigas, mi mamá, me dicen que no logran conectar conmigo del todo. Me preguntan qué te pasa, qué tienes. Porque estoy para adentro. Mi madre me dice: tú no te das cuenta, pero estás y no estás. Es cierto. Y aunque estoy haciendo muchísimas cosas, estoy haciendo esta exposición, es como si estuviera en otro plano. Incluso desde ahora no me conecto con las cosas de la misma forma; hay una cosa de que el cuerpo entra en este proceso. Hay todo un lado ahí científico, hormonal, del poder de las hormonas, que te hablan, te cambian, sabemos que te pasan cosas, que transforman cómo te sientes, cómo te relacionas, cómo piensas. Finalmente, esa radicalidad del cuerpo. En el embarazo creamos a alguien más. Creo que hay algo ahí de lo que hablar, de ese proceso químico que pasa adentro, de un metabolismo potente y radical.

Hablamos mucho también Helena y yo de esos primeros años en que vives la intensidad del cuidado, en que tienes toda la responsabilidad, esa soledad de que hablábamos ¿no? Y luego cuando comienzas a recuperar espacios, autonomía, tu cuerpo, rápidamente vas olvidando. Tengo un texto que escribí en esos momentos de maternar, que me da un poco de pudor, de vergüenza, porque pasan los años y ya no estoy ni tan segura de que sea importante. Pero en un momento me dije no, voy a publicarlo como un ejercicio de lealtad con esa persona que fui, con esa Alejandra de los primeros años de crianza. Y ahora, siete años después, lo leo y veo como fui cambiando.

Entonces, después de ese primer momento hay que hacer un esfuerzo para no olvidar y para comunicar lo que significa; y ahora que estoy en esto de nuevo, me llegan los recuerdos mezclados con este proceso de investigación que he tenido con Helena. A veces me pongo de lado, me acuesto en la cama y me llega una patada y digo “pero qué haces, bebé”. Es realmente radical, el cuerpo, su bioquímica, y te lleva a un despertar desde otro lugar. Es todo un tema también por la depresión postparto, y por todos los efectos de salud mental durísimos, que ni siquiera están del todo claros hoy. Hay algo ahí que hay que desentrañar todavía. Por ejemplo, yo dejé de soñar. No me refiero a soñar en las noches, sino que durante el día, como el “daydreaming”. Yo era una persona que siempre estaba haciendo eso. Y lo había empezado a recuperar hace poco, porque es algo muy mío, una relación conmigo misma, que la perdí. La perdí por años.

Vista de la exposición “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, MUAC, Ciudad de México, 2022. Foto: Oliver Santana
Vista de la exposición “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, MUAC, Ciudad de México, 2022. Foto: Oliver Santana

Pasa que una se embaraza, pero luego una está obligada a vivir el mandato. Lugares donde cualquier persona que ayude a abortar, el taxista, el médico, puede ser condenada. Entonces lo que expone la exhibición de manera muy brutal es la violencia que ejerce ese mandato. El mandato de la maternidad, pero también los de familia, los de género. 


HC: Yo creo que es muy importante en todos estos testimonios que hay ahora en relación a esos momentos del embarazo. Decir “es real que esto es lo que pasa”. Pero también hay que buscar cómo situarlo críticamente. Me parece que vivimos un momento en que tenemos que darle ese giro radical que tiene. Sobretodo políticamente. Libros como el de Jazmina Barrera, donde hay una cosa muy fragmentaria, porque así termina siendo para todas la maternidad, sobre todo esos meses. Entonces pienso cómo reivindicar eso, compartirlo. Y también de que hay que tener ojo con tanta transparencia, porque hay algo de misterio que es bueno mantenerlo, también.

Si te fijas es muy interesante cuando una está leyendo a Jazmina que ella va citando y nombrando a toda una serie de mujeres, darse cuenta que estábamos leyendo las mismas cosas, hay una suerte de cadena. Hay autoras que están repetidas y eso está bueno, son reflexiones potentes y que hay que hacer resonar en momentos de críticas. Momentos donde se está prohibiendo el aborto, por ejemplo, en muchísimos lugares de Estados Unidos. ¿Qué pasa con todas estas mujeres que están embarazadas? Porque pasa que una se embaraza, pero luego una está obligada a vivir el mandato. Lugares donde cualquier persona que ayude a abortar, el taxista, el médico, puede ser condenada. Entonces lo que expone la exhibición de manera muy brutal es la violencia que ejerce ese mandato. El mandato de la maternidad, pero también los de familia, los de género. Porque es una verdadera batalla de géneros la que se está viviendo hoy por hoy en el mundo. Y hay un montón de trabajo por hacer aquí en México, por ejemplo, para poder ir más allá de las clasificaciones sexo-genéricas. Es muy fuerte ver la violencia en la que estamos, la estructura de la familia como está hoy en día. Emanciparnos más allá de la familia tradicional, buscar cómo generar estructuras que nos permitan salir, que nos emancipe a todas de los mandatos sociales, políticos y económicos, a las niñas, los niños, los niñes, las madres, los padres.

VG: Justamente quería hablar del libro de Jazmina, que en un momento habla de que tenemos que tomarnos la maternidad en serio; de que debiera haber un canon de libros de maternidad, y también un contra canon, debiera haber todo un cuerpo de literatura dedicado a ella. Porque, aunque hoy en día se habla más del tema, sigue siendo un tema tabú, sigue existiendo ese pacto de silencio respecto de la maternidad, el parto, la lactancia, los trabajos domésticos y la necesidad de remunerarlos… En ese sentido, la exposición se suma a este canon, a esas voces tanto contemporáneas como del pasado. Y necesitamos seguir copando los espacios: a los hombres se les ha dado permiso para hablar de lo que quieran, todo vale. Hablan de las grandes preguntas de la existencia, de los grandes temas, la vida, la muerte, la guerra… pero dejan por fuera a la maternidad, la que da la vida misma, es su fuente. Pero todavía hay que pedir perdón y permiso para ponerlo en la mesa, para hablarlo, todavía seguimos autocensurándonos. Pero hay que seguir sumando voces, perspectivas: las madres obreras, las madres sin pareja, las parejas homosexuales, las que quieren ser madres pero no pueden… Porque además cada perspectiva trae a la luz otras desigualdades, que a veces olvidamos y se pierden bajo la “gran” desigualdad de la maternidad.

Ana Gallardo, Manifiesto escéptico 1, 1998-2021, herramientas domésticas utilizadas para practicar abortos clandestinos. Cortesía de la artista
Daniela Ortiz, Jus Sanguinis, 2016. Dibujo. Cortesía de la artista
Frida Orupabo, Sin título, 2018, collage. Cortesía de la artista y Galerie Nordenhake, Estocolmo

Me parece importante pensar quién escribe sobre el tema. La gran mayoría de las artistas de la exposición, aunque no todas, han pasado por la experiencia de la maternidad. Pienso que todavía es muy difícil encontrar a alguien que no lo ha vivido que sienta la urgencia de hablar al respecto y creo que eso es muy sintomático.


AL: En México hay una especie de boom de producción literaria sobre el tema. Bueno, como dices, un boom relativo porque tampoco es tanto, pero sorprende el lugar y la importancia que se le está dando ahora en ciertos círculos. Incluso pudimos encontrar apoyos económicos para la expo, algo muy difícil para un proyecto temático crítico. Pero me parece importante pensar quién escribe sobre el tema. La gran mayoría de las artistas de la exposición, aunque no todas, han pasado por la experiencia de la maternidad. Pienso que todavía es muy difícil encontrar a alguien que no lo ha vivido que sienta la urgencia de hablar al respecto y creo que eso es muy sintomático. Y eso no pasa con otros temas, por ejemplo, Helena y yo también hicimos otra expo sobre racismo y los artistas que lo trabajan no necesariamente son víctimas de ese tipo de violencia específica. Pero me ha dado mucho gusto ver cómo otras generaciones más jóvenes están yendo a la exposición, personas que por algún u otro motivo no quieren tener hijos, pero que han estado muy interesadas por las discusiones que se abren ahí.

HC: Es un momento importante y hay que subirnos a la ola. Ya que están todas estas voces saliendo a la luz. Hay quienes dicen que ya se ha escrito mucho sobre la maternidad, que es una moda, ¿pero qué salió este año sobre el tema? ¿10 libros?. Si pensamos en lo vasto de otros temas, en literatura no es mucho y justo tiene que ser mucho, y múltiple y desde diferentes archivos. Hay que seguir realizando este trabajo. Hay que subirnos, y tenemos que subir a todas. Seguir sumando trabajos con otras.

VG: Estoy de acuerdo, que algo esté de moda no significa que sea suficiente. Aún hay mucho por publicar, por leer, por compartir. Y que no sean solo mujeres leyendo mujeres, sino que hombres los lean, también. Es importante contribuir a armar ese canon. Y hablando de voces diversas, me parece muy importante conversar de la valoración que se le da a esos trabajos domésticos. Porque antes los hombres traspasaban esa carga a las mujeres; pero sucede hoy que las mujeres que podemos le traspasamos la carga a otras mujeres. Y esos son trabajos que generalmente no están bien remunerados, que no tienen reconocimiento social, político. Hay que tener cuidado con cómo nosotras mismas valoramos el tema; si le damos el reconocimiento, si lo pagamos como corresponde, si le damos la dignidad que merecen a esos trabajos de crianza y cuidado.

Es un trabajo que mal se ha llamado, para mí, reproductivo. Porque la verdad es que para mí no hay nada más productivo que ser madre. Literalmente produzco un hijo, produzco leche, produzco hormonas. Nunca lo había visto tan claro como cuando fui madre. Entonces también hay que desarticular ciertos “sentidos comunes” de que las labores que hacemos son “reproductivas”. Tener hijos es pura producción. Y una producción riquísima, que hay que poner en valor: en la crianza, en el parto, en la lactancia.

Obras de Claire Fontaine y Carmen Winant en “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, MUAC, Ciudad de México, 2022. Foto: Oliver Santana
Carmen Winant, ¿Por qué estas son nuestras únicas alternativas y qué tipo de lucha nos llevará más allá de ellas?, 2021, intervención de dibujos de los hijos de la artista sobre copias del archivo de Silvia Federici (detalle). Obra comisionada por el MUAC (DiGAV-UNAM)

Los actos de producción son para nosotras una manera de salir de la dicotomía producción/reproducción. También una idea que ha sido significativa para nosotras, que viene del texto de Claire Fontaine Raising the Uprising, es la de la huelga humana. Una posibilidad para generar espacios y momentos de ruptura con la subjetivación y generar momentos de recarga para las energías que no son renovables.


HC: Lo que parece crucial es poner en cuestión ambos términos. Ellos son parte de categorías que intentaron describir la dinámica del trabajo bajo las formas del capitalismo, donde el trabajo asalariado era importante porque era el que podía irse a huelga y permitía, en términos marxistas, la conciencia y la lucha de clase. Obviamente la crítica a estas dinámicas la realizó de manera muy puntual el feminismo de la primera y segunda ola, sobre todo el italiano que se movilizó bajo la idea del salario del trabajo doméstico. Como señala Kathie Weeks, este movimiento era una crítica, una demanda y perspectiva que permitía poner en juego todo el trabajo considerado reproductivo que se sostenía económicamente en el relato del amor desinteresado. Las cosas también han cambiado: se trata, me parece, de hacer una crítica profunda al trabajo, tanto productivo como reproductivo. De ahí viene también parte del título de la exposición que retoma a Maggie Nelson al final de Los Argonautas: “No produzcas ni reproduzcas, dijo mi amigo. Pero en realidad no existe la reproducción, sólo actos de producción”. Los actos de producción son para nosotras una manera de salir de la dicotomía producción/reproducción. También una idea que ha sido significativa para nosotras, que viene del texto de Claire Fontaine Raising the Uprising, es la de la huelga humana. Una posibilidad para generar espacios y momentos de ruptura con la subjetivación y generar momentos de recarga para las energías que no son renovables.

AL: Más allá de la discusión teórica sobre los términos tocas un punto muy delicado sobretodo en Latinoamérica, en donde la tercerización del trabajo “reproductivo” es tan accesible. Tenemos una pieza en la exposición de Natalia Iguiñiz sobre el tema, con retratos de parejas de empleadoras y empleadas, y es muy dura. Natalia ha trabajado mucho esa tensión ética y afectiva de aprovechar esas infraestructuras para poder seguir con tu carrera y un mínimo de atención a tu asunto vital propio, y cómo se puede caer en lógicas extractivistas con otres cuerpes, con todas las violencias racistas que habitan esas relaciones.

VG: Hay tantos temas que podríamos seguir hablando, pero para ir cerrando quería referirme al ámbito ecológico: cómo el producir-producir-producir nos ha llevado a esta crisis sistémica, crisis medioambiental, que necesitamos resolver ya. Porque vivimos en un sistema en que se elige lo más espectacular -lo nuevo, lo brillante- por sobre cuidar, reparar, tareas que podríamos llamar domésticas. Pienso en el video que mencionabas, Helena, de Amelia Hernández, donde la partera habla sobre la tierra como madre, la madre tierra sobre la que caminamos, que nos nutre, nos abraza. Me parece que sólo visiones de mundo que pongan el maternar y los cuidados al centro son las que podrán detener los sistemas extractivistas y necropolíticos que nos dirigen hoy.

Natalia Iguiñiz, La otra [Chunniqwasi], 2001, retratos de empleadoras y trabajadoras del hogar. Vista de la exposición “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, MUAC, Ciudad de México, 2022. Foto: Oliver Santana
#UnaMaternidadEnPandemiaEs, 2021, instalación participativa de Mónica Mayer en “Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción”, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, MUAC, Ciudad de México, 2022. Foto: Oliver Santana

Si das a luz un animal, ¿es tu hije, tu mascota o tu comida? El lado perverso de esa perspectiva ecofeminista es que otra vez podrían usar nuestros cuerpos para producir alimento o repoblar lo que el extractivismo y consumismo ha destruido… es un punto de fuga que nos lanza hacia un futuro tal vez no tan lejano, y a discusiones sobre ética planetaria y nuevas formas de parentesco que pienso que están operando desde ahora.


AL: Pienso que uno de los grandes logros del montaje de la exposición es terminar con la pieza de Ai Hasegawa, el video que comentamos antes, en donde una mujer da a luz a un delfín de una especie que está a punto de desaparecer, y presenta un infograma con varias alternativas para plantearte si tiene sentido engendrar más humanos o si engendrar animales sería mejor. Pero, si das a luz un animal, ¿es tu hije, tu mascota o tu comida? El lado perverso de esa perspectiva ecofeminista es que otra vez podrían usar nuestros cuerpos para producir alimento o repoblar lo que el extractivismo y consumismo ha destruido… es un punto de fuga que nos lanza hacia un futuro tal vez no tan lejano, y a discusiones sobre ética planetaria y nuevas formas de parentesco que pienso que están operando desde ahora.

VG: Una última pregunta: cuando nos convertimos en madre, algo que creo que todas compartimos es que empezamos a dejar proyectos en carpeta, las horas del día simplemente ya no dan. Hay que empezar a priorizar, muchas veces dejando de lado cosas que nos gustaría hacer. Pensando en los Unrealized projects, de Hans Ulrich Obrist, me gustaría saber qué proyectos han quedado en sus carpetas, darles un espacio acá.

AL: Muchos o ninguno. Pienso sobretodo en viajes perdidos y en movilidad detenida, pero como ahora mismo me preparo para el apocalipsis zombi de la llegada de esta nueva bebé, prefiero no entrarle a esa economía de lo perdido y lo ganado. Lo que vendrá no se acumulará y hay que reconciliarse con ese otro tiempo que trae un nuevo ser.

HC: Vinculándolo con mi respuesta anterior, fue ese proyecto de pareja. Esa estructura de maternar heteronormativa.


Artistas: Helen Benigson, Paloma Calle, Chto Delat, Claire Fontaine, Lenka Clayton, Colectivo NoSinMiPermiso, Moyra Davey, Flinn Works, Raquel Friera, Regina José Galindo, Ana Gallardo, Zanna Gilbert y Maru Calva, Núria Güell, Ai Hasegawa, Amelia Hernández, Natalia Iguiñiz y Sixto Seguil Dorregaray, Pesin Kate, Paulina León, Cristina Llanos, María Llopis, Irene Lusztig, Mónica Mayer, Maruch Méndez y Mariano Santiz Gómez, Marge Monko, Daniela Ortiz, Frida Orupabo, Irma Poma Canchumani, RJRM, Adriana de la Rosa, María Ruido, Canan Şenol, Diego Teo, Carmen Winant.

María Victoria Guzmán

Investigadora especializada en memoria cultural, identidad y representación. Es abogada con estudios de posgrado en Filosofía y Estética, y un MA en Industrias Culturales y Creativas de King’s College de Londres, Reino Unido, en el cual fue reconocida con el premio a la mejor tesis de su generación. Actualmente se dedica a la investigación, la crítica cultural y la academia. Es fundadora del blog El Gocerío, dedicado a la crítica de arte en Santiago

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