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ROBERTO GIL DE MONTES. SIN MÁSCARAS

Su obra se inscribe en la tradición del arte popular resonando con la imaginería de los retablos y pinturas exvoto mexicanas. Sin embargo, hay algo profundamente contemporáneo en su trabajo, y es que Roberto Gil de Montes trae códigos precolombinos y la mitología de los pueblos originarios al presente. ¿Cómo lo hace? A través de lo onírico. Para él, la imaginación y los sueños funcionan como un portal para entender la realidad. Esta realidad. Nuestra realidad. Postpandémica, trastornada y afectada por el distanciamiento social.

Roberto Gil de Montes, Encuentro, 2020, óleo sobre lino, 58 x 99.5 cm. Cortesía del artista y kurimanzutto, Ciudad de México

Con desconcierto, el pintor Roberto Gil de Montes (Guadalajara, 1950) recibió la noticia de que sería uno de los dos artistas mexicanos que participarán en la recién inaugurada Biennale di Venezia del 2022. A sus 72 años, Gil de Montes asegura que nunca pensó que iba ser parte de un evento de esa magnitud. “Pero también creo que este reconocimiento llegó en el momento oportuno; si una invitación así hubiera llegado antes, quizás no la habría entendido”, dice. Aunque actualmente está en Venecia, el pintor vive y trabaja todo el año en La Peñita de Jaltemba Nayarit, un pueblo pesquero en la Bahía de Jaltemba, en México. Ahí funciona su taller, en el que predominan la luz natural y el silencio.

Gil de Montes es sereno, reflexivo y no se deslumbra fácilmente. Asegura que está en etapa introspectiva en la que lo más importante es la creación. Para la Bienal decidió mostrar cinco pinturas de gran escala que forman parte de la exposición central junto con otros 213 artistas de 58 países. La elección de la curadora Cecilia Alemani no pudo ser más acertada. El título de la 59° Bienal, The Milk of Dreams (La leche del sueño), es una frase prestada de un libro de la pintora surrealista británica-mexicana Leonora Carrington (1917–2011) en la que describe un universo mágico “donde la vida se replantea constantemente a través del prisma de la imaginación”. Y calza perfectamente con el imaginario de la obra de Gil de Montes: un mundo donde todo está quieto, pero potencialmente puede cambiar y transformarse en algo más.

Cuando le pregunto si cree en la magia, no lo duda. Dice sí, que incluso la ha practicado. Y que funciona. Pero agrega que, finalmente, es el arte lo que más se asemeja a la práctica de magia. “El arte no ocurre en un espacio lineal, sino todo lo contrario: se abre, se curva, se expande, va y vuelve. Por eso me interesa tanto lo folk, porque propone otra forma de pensar el tiempo”.

Gil de Montes dice que la pandemia no cambió ni su forma de trabajar ni de vivir, pero sí que le ha recordado otra epidemia que ya le tocó presenciar años antes: la del VIH. “Recuerdo que cuando fuimos a visitar a nuestro primer amigo que contrajo el virus, nos pusieron máscaras y guantes aislantes. Y la verdad es que distanciarte de un ser humano al que quieres, pero al que no puedes tocar, es muy fuerte”, confiesa. Esta resonancia entre las medidas de seguridad del Covid y las que se tomaron cuando se desconocían los peligros de contagio del VIH han inspirado sus últimas pinturas, en las que aparecen hombres retratados frontalmente tras velos bordados. En ellos se abre un espacio personalmente afectivo para el artista, pues su obra propone una vinculación afectiva entre personas que sortean la distancia social, cultural y territorial.

Roberto Gil de Montes, Untitled, 2020, óleo sobre tela, 53.3 x 38.4 cm. Cortesía del artista y kurimanzutto, Ciudad de México
Roberto Gil de Montes, Up, 2021, óleo sobre tela, 116.5 x 85.5 cm. Cortesía del artista y kurimanzutto, Ciudad de México

Siendo un adolescente se mudó junto a su familia a Los Ángeles y ahí cursó una maestría en Artes Plásticas del Otis Art Institute. Ya convertido en un joven artista, formó parte del movimiento artístico chicano y entabló relaciones estrechas con diversos artistas de su generación con los que compartía experiencias, sensibilidades y gustos, como el pionero Carlos Almaraz. Por eso, no fue extraño que en el 2017 Roberto formara parte de Axis Mundo, la muestra del MOCA Pacific Design Center que reunió a importantes exponentes del arte chicano queer en Los Ángeles durante los años ochenta. “Soy mexicano, soy queer y en Estados Unidos fui inmigrante. Así que me representan muchas etiquetas. Y lo cierto es que soy todas esas”, dice. “No reniego de ninguna. No podría. Son experiencias que he vivido y que me han definido”.

Aunque en un principio de su carrera exploró la fotografía, su medio es y ha sido siempre la pintura. Sus lienzos, con motivos a veces naif y otras con escenas sutilmente perturbadoras, vienen de imágenes de sus sueños y que recoge de la mitología. “Siempre me ha llamado la atención el arte folk, y no solamente de la cultura mexicana, sino que también de otras culturas más lejanas como la India. Diría que la artesanía es una de mis mayores influencias”, explica.

Otra de las referencias claves en su imaginario es el paisaje y la historia de la Peñita, el lugar donde vive. “Este pueblo está construido sobre un asentamiento prehistórico y en medio de la naturaleza, eso termina por envolver todo”, explica. La isla que ve desde su casa aparece en muchos de sus cuadros, al igual que los pescadores de la caleta, a los que pinta en escenas que despiertan cierta curiosidad homoerótica.

De hecho, la masculinidad y la sensibilidad son dos temas que aborda constantemente. Una de las enormes pinturas que está mostrando actualmente en Venecia, El Pescador (2020), es un óleo de 196 x 257 cms. que representa a un hombre de torso desnudo sobre una enorme concha que recuerda a la del Nacimiento de Venus (1480) de Boticelli. Pero a diferencia de ese cuerpo femenino erigido, el de este pescador moreno y lampiño está recostado como de la Venus Anadiomena del mural de Pompeya. Esa actitud, reclinada y pasiva no sólo tiene que ver con el trance al mundo de los sueños, sino que también con la forma en que Gil de Montes entiende la masculinidad, el deseo y la relación de los hombres con la naturaleza.

Roberto Gil de Montes, Chivo, 2020, óleo sobre lino montado en tabla, 22.5 x 30 cm. Cortesía del artista y kurimanzutto, Ciudad de México

Los animales también son parte clave de sus pinturas. En sus escenas, los seres humanos, casi siempre hombres, están estableciendo distintas relaciones con peces, tigres y pájaros. Más que una dinámica predadora o extractivista, lo que él retrata es una comunión. Esto tiene que ver con la actitud contemplativa del artista, pero también con su capacidad reflexiva en torno a las relaciones entre el mundo animal y humano. “Mi nahual, por ejemplo, es un pájaro, y no cualquier pájaro. Es un Zanate”, afirma. Ese Quiscalus mexicanus es un ave negra con los ojos amarillos y rojos que comúnmente es confundido con los cuervos, pero no es un cuervo; se trata, como Roberto, de una especie con una tremenda capacidad de adaptación: a lo adverso y a los cambios. “En la tradición chicana existe una relación muy importante con la animalidad y también con las máscaras, ya sea de animales o de seres mitológicos”, dice.

A propósito de esto último, ahora que Roberto dejó los Estados Unidos y se instaló con su pareja desde hace 43 años, Eddie Domínguez, en México, dice que se ha vuelto a plantear una pregunta. La misma pregunta sobre la identidad que siempre le ha dado vueltas. “Pensando en todas las etiquetas que nos ponen y nos ponemos en la vida, al ser artista, al ser migrante, al ser queer, ¿necesito una máscara para presentarme ante el mundo? Creo que ya no”.

Roberto Gil de Montes, Endangered Species, 2021, óleo sobre lino, 148.8 x 149.5 cm. Cortesía del artista y kurimanzutto, Ciudad de México
Roberto Gil de Montes, Huachinangos, 2020, óleo sobre lino, 23 x 31 cm. Cortesía del artista y kurimanzutto, Ciudad de México

Ariel Florencia Richards

Escritora e investigadora de artes visuales. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) y Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Realizó un Magíster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Trabajó como editora cultural de distintos medios impresos, como revista Viernes, revista ED y Paula. Cursa un Doctorado en Artes en la PUC, donde investiga las relaciones entre performance y género.

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