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RUCO. PRIMER FESTIVAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE TARAPACÁ

Desde agosto del 2020 comencé a viajar por diferentes lugares de Chile, a pesar de las restricciones impuestas por el irrisorio gobierno de Sebastián Piñera. A partir de aquel transitar por ocho ciudades entre el sur, centro y norte del país, fui testigo del deprimente contexto de las artes visuales a nivel nacional. Peor aún, este desmoralizador panorama confirmó que la institucionalidad cultural del país nunca estuvo a la altura para enfrentar la pandemia, así como tampoco la revolución político-cultural que Chile ha experimentado desde octubre del 2019.

Pero también ha sido muy demoledor constatar que algunas instituciones claves para el fomento de la cultura y las artes, tales como municipios y gobiernos regionales, tampoco estuvieron a la altura de las necesidades tanto para el fomento como para la circulación de una programación cultural que tuvo que suspender sus actividades por varios meses.

A pesar de estos lamentables hechos, hubo un grupo de artistas, gestores y productores que masificaron programas alternativos para sobrevivir y cumplir con los objetivos que sus proyectos se habían impuesto. En Iquique, por ejemplo, apareció en escena RUCO, el primer festival de arte contemporáneo de la región de Tarapacá, que tiene lugar en el Museo Regional de Iquique y en las calles de la ciudad. Un concepto que ha logrado convocar a nuevos públicos y, por sobre todo, corroborar que el arte muchas veces debe enfrentar el panorama crítico que sobresale de las contingencias inherentes de nuestras localidades.

A pesar de los impedimentos propios de la emergencia sanitaria, el formato expositivo, de mediación y actividades en terreno de este festival se viene desarrollando desde diciembre pasado y hasta fines de febrero, sin sobresaltos, instalando nuevos ribetes para el arte local y nacional.

Conversamos con su directora, la gestora cultural y curadora de arte Loreto González Barra, sobre el festival y las arenas de Cavancha, un lugar icónico del verano, hoy convertido en una playa sitiada por policías y efectivos de seguridad producto de la crisis migratoria.  

“Caramucho Rupestre”, acción colectiva en torno a la arqueología, región de Tarapacá, Chile, 2022. Foto: Johan Berna.
“Caramucho Rupestre”, acción colectiva en torno a la arqueología, región de Tarapacá, Chile, 2022. Foto: Johan Berna.

Rodolfo Andaur: Me gustaría comenzar con una pregunta muy simple: ¿Cómo surgió RUCO?

Loreto Gonzalez Barra: RUCO surge debido a diferentes factores. Uno de los principales tiene relación con la inquietud por visibilizar y difundir la escena local de Tarapacá, la cual ante la contingencia actual expande interesantes proyectos de la mano de diversxs artistas que, por ejemplo, vuelven al territorio luego de estudiar artes en el centro de Chile; pero también, aparecen otrxs que van articulando sus propuestas desde la práctica autodidacta. Ante este contexto y como curadora me interesa mostrar este escenario porque son artistas jóvenes, con ideas frescas y que por supuesto suman al pensamiento crítico y divergente del campo de las artes, tanto para el norte como para el área en general.

Otro de los factores para que naciera este festival, fue contribuir a la divulgación de temáticas locales relacionadas a las problemáticas de Tarapacá. En ese sentido, creo que las exposiciones que aborda RUCO son profundas e intensas. Esto permite comprender dónde estamos instaladxs y ver al territorio desde otro punto de vista mucho más analítico e introspectivo en torno al problema medio ambiental, histórico y, por supuesto, cultural.

RA: A partir de estas divergencias que relatas como una de las tantas bases argumentativas de RUCO, ¿cómo te planteas los objetivos de este ambicioso proyecto?

LGB: Me he propuesto este proyecto como una punta de lanza. RUCO persigue una mirada cuestionadora, apuntando hacia ideas que permiten reinterpretar los hechos desde una construcción contemporánea, en tanto colectiva y diversa. En esa dirección tengo un planteamiento insistente y agitador, que busca entretener pero también tensionar. Creo que a partir de esos objetivos hemos podido construir (y suplir un espacio idóneo para el goce de las artes visuales en Tarapacá) una plataforma reflexiva para toda la región, lo cual nos invita a seguir cruzando a las artes hacia la comunidad, con un lenguaje democrático y participativo, “donde la gente eche mano”, es decir, tenga injerencia y se apropie. Desde ese lugar me parece fundamental accionar más en un momento político tan potente como este, donde es necesario plantearnos nuevos métodos o rutas que permitan acortar las brechas de la información y, por supuesto, del conocimiento.

Rosa Valdivia, Lengua Pescadora (2021), video instalación. Foto: Johan Berna

RA: Tú, yo y muchos otros sabemos que muchas veces los objetivos de un proyecto de artes visuales no son visibles en la implementación del mismo. En este sentido, ¿cómo la organización de RUCO logra que tanto los objetivos como la fundamentación del proyecto puedan mutar ante los requerimientos de un público que reside y vivencia una pandemia y una crisis migratoria sin precedentes?

LGB: Esto ocurre, en primera instancia, gracias a la confianza y a las decisiones por lo no común. Esto porque sabemos que los temas y los lenguajes que proponemos no son convencionales, por lo tanto, siempre se piensa el espacio de construcción desde una dinámica abierta y mutable ante las crisis, muchas veces hasta adversa debido a la sistemática extracción económica-cultural que ha sufrido la zona.

Con esta dimensión, los objetivos de este festival enrostran lo feo, lo no habitual, lo desgarrador de la historia oficial y sus cotidianidades. Por lo tanto, todo aquello que pareciera ajeno lo hacemos carne, lo resignificamos, lo apropiamos y lo devolvemos mediante la conversación y la conmemoración. Hacemos de ello el encuentro entre contradicciones y nos envolvemos en relatos ignorados y en otras rutinas orientadas hacia nuevas dignidades, alejadas de los sentimientos de ambición y poder junto con las ilusiones y toda la parafernalia que presume este territorio.

RUCO es un espacio de alto impacto que busca remover con preguntas, inquietudes y apuestas para deformar lo establecido. Venimos a desordenar un poco lo instituido, y eso nos regala, o devuelve, permanentemente incomodidad y transformación.

Fernando Ossandón, Última Frontera (2021), fotograma video. Cortesía del artista

RA: Esa no habitualidad que recalcas, es un interesante prefacio para entender esta dirección artística desde lo local. No obstante, tengo dudas si efectivamente RUCO también fomenta una revisión a los dilemas del arte fuera de Santiago…

LGB: Estoy segura que sí. Todxs quienes trabajamos en esto sabemos que las disyuntivas «oficiales» de la disciplina se centran en la capital. Lamentablemente, limitarse a ello es tener un radio de acción y de pensamiento muy pobre. Pareciera que los dilemas se ofician sólo a partir de la ocupación de espacios para exhibir piezas para el circuito. Pero hay cuestiones que se escapan a solo esa posibilidad de “espacio”. Algo concreto sobre ello tiene que ver con las modalidades de investigación y creación que contienen los distintos territorios a lo largo del país. Entonces, la cuestión del espacio finalmente queda chico ante las reales problemáticas que sufren las regiones, asociadas no sólo a lo físico, sino también a lo simbólico, a lo cultural. Sobre esto me parece imprescindible abordar el dilema del espacio desde la dimensión territorial, incluyendo una revisión de aquello fuera del magnetismo del centralismo y su capacidad de idear desde «el centro y la periferia», y arrimarnos a otras consideraciones intelectuales desde un sur global. Para ello, es urgente problematizar y reconceptualizar sobre cuestiones paradigmáticas en torno a la educación, la ética, las materialidades, procedimientos, epistemologías, métodos, pesquisas, etc.

Necesitamos vincularnos a los tiempos y realidades de cada lugar, seguramente, encontrándonos con relatos y saberes mucho más desbordados estéticamente de lo que podría ofrecer la academia o una perspectiva meramente occidental. Nos urge cambiar esas modalidades para poder reconocer y valorar lo que existe y, asimismo, repensar los espacios en tanto puntos de encuentro e intercambio, proponiendo una apertura mucho más radical que sólo concebir la exhibición y la contemplación.

Jois Ann, Capas de Olvido (2021), instalación. Cortesía de la artista.

RA: Comprendo las expectativas de RUCO para anudar la masa crítica y la excesiva carga centralista de este país. No obstante, ¿cómo podemos generar reflexiones más autónomas sobre la relación entre el centro y el deslímite tarapaqueño ante una institucionalidad cultural y un espacio de subvención privada que ha promovido un centralismo abominable principalmente en los últimos años?

LGB: RUCO ya fomentó esa revisión a las dificultades del arte fuera de Santiago. Dificultades que se desnudaron durante el último gobierno de Piñera a través de las ausencias de la ministra y Seremi regional. No hay duda que en el arte existen privilegios, y más allá del agobiante monopolio geoeconómico que se lleva el centro, también existe un desvergonzante provecho del poder para con sus familias y amistades. El escenario del nepotismo y sus afines es una realidad concreta en el arte, lo cual no deja de ser un centralismo de igual manera en términos de desarrollo. Todo queda sujeto al mismo círculo de poder y eso es intolerable.

Este refugio alejado del centro pretende mover la rueda hacia una autonomía del discurso a pesar de las complejidades que conlleva la postulación a los fondos concursables. Como colectivo de pensadores, ha sido fundamental que ante la adversidad hayamos podido desarrollar ejercicios de diálogo en torno a nuestros territorios, y hemos encontrado distintas maneras de abordar la empleabilidad para/con nuestros artistas/gestores y hemos relevado la educación como un fuerte desde donde defendemos la desobediencia, porque programamos acciones y actividades con énfasis en las comunidades, desde metodologías de trabajo que implican salir del control y situarnos en procesos más bien nómadas, ligados a cuestiones históricas y simbólicas de la región.

Todos estos ejercicios implican una permanente exploración de nuestros propios problemas, los cuales son un desafío y una disyuntiva con los grandes centros. Esta situación nos invita a seguir operando desde los bordes y con ello habitar el problema como una posibilidad de acción ligada a la carencia, pero al mismo tiempo riqueza, de habitar en el desierto.

De todas formas, me parece importante mencionar que RUCO ha tenido problemas de financiamiento a nivel local. Este 2022 no nos adjudicamos Fondart y es lamentable porque podríamos pensar que dejamos a compañerxs sin trabajo y a un público sin programación. Sin embargo, creo que lo más lastimoso es que la evaluación pública para encuentros como RUCO se debe a que no hay entidades profesionales -en esta y en muchas regiones- que se acerquen a un lenguaje y entendimiento del arte actual. Es tremendo ese vacío, pero lo precario en este caso no es la autonomía del pensamiento de las regiones, como muchos piensan, sino la selección de proyectos con estos alcances.

Por último, sumo a esta discusión la importancia de abastecer a la institucionalidad cultural de educación. Para poder cambiar los límites de sus decisiones fijadas en el centro-capital, es fundamental que puedan amplificar sus categorías de acción en tanto educativas como archivísticas, por ejemplo. Las regiones requerimos de este tipo de lugares para intercambiar voces y aprender haciendo e investigando. Creo que RUCO se ha transformando en una pequeña escuela donde hemos ido aprendiendo en conjunto, tanto los equipos de trabajo como el público, con una necesaria relación recíproca, amable, que nos ha enseñado a todxs cómo seguir.

Tutu Espinoza, TEA (Tratando de Extraer Agua) [2021], instalación. Foto: Johan Berna

RA: Como lo has comentado, no hay dudas que RUCO ha provocado que observemos con otros ojos las problemáticas de la gestión en materia de artes visuales. ¿De qué manera esta curaduría aparece como una herramienta que valida la gestión?

LGB: A primeras, levantando un discurso. Una mirada (otra) acerca de los hechos que abundan en este territorio y que siempre han sido leídos desde un lugar hegemónico. En ese sentido, este trabajo presenta un proceso metodológico bastante complejo y con ello resistente, pues a partir de un transcurso dialéctico con el espacio territorial, después de mucho tiempo de abordar la práctica artística en este lugar en particular para entender sus ritmos y ligarlos al contexto, me he atrevido a levantar una reflexión conceptual sobre el habitar en Tarapacá y el desierto. Desde luego, el cruce con otras disciplinas ha sido exquisito y de gran apoyo para exponer estos temas, lo cual es sumamente importante para tener distintas interpretaciones acerca de la idea de “refugio”, el cual se cruza con nociones sobre los vestigios y/o ruinas del norte.

Cabe destacar que RUCO se ha instalado en las dependencias del Museo Regional de Iquique, con la intención de entrelazar conocimientos desde el arte y la arqueología. Desde estas lógicas, he podido proyectar una curaduría que recolecta piezas y las dispone. Se trata de algo orgánico, contaminado y conjunto, en donde se trabaja en fusión con otros componentes a fin de entregar una mirada políticamente provocadora. Revolviendo estas herramientas, he podido concretar fuentes de gestión relacionadas a exposiciones, residencias, conversatorios, radios abiertas, talleres, mediaciones, vinculaciones con otros organismos, publicaciones y equipos de trabajos relativamente nuevos en el área y más. Por lo tanto, esta forma de comprender y hacer curaduría creo que sí valida la gestión con la labor, pero más aún considero que son maniobras que llegan para instalarse en el campo de las artes visuales. Son labores enfocadas en la recepción de la comunidad en primera instancia, para luego ser revisadas por la disciplina en sí misma. Sin duda, esa gestión es la que me impulsa a seguir trabajando la curaduría desde una línea pedagógica y militante de una educación popular, la que integra múltiples voces para nuevos pensamientos y realidades.

Sofo Valenzuela, Monumento a la Mujer Tarapaqueña del Capitaloceno (Maqueta nº 1) [2021], instalación. Foto: Johan Berna.

Rodolfo Andaur

Curador de arte contemporáneo. Su trabajo de campo se ha enfocado entre la contingencia política y los conceptos que rodean la antropología latinoamericana. Además ha organizado una serie de seminarios y talleres que reflexionan en torno al arte contemporáneo y la práctica de la curaduría.

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