MATÍAS SOLAR: BOMBA DE HUMO
Por César E. Vargas
I
¿Por qué insistir en la pintura?
Sobre las sucesivas declaraciones de muerte de este género vive todavía una fuerza, una variación, un pliegue que no deja de aparecer en el curso del tiempo. Una fuerza de captura que la actualiza y la pone nuevamente en circulación. Ningún otro género vive tan intensamente de su propio ciclo mortuorio como la pintura. Extraer de ella, esa variación, ese pliegue, puede ser un desafío con el cual intentar medir las pinturas de Matías Solar. Pensar, desde ellas, el encuentro entre la disolución de la historia y la aceleración tecnológica de los medios, la programación y el control en el cuerpo de una nueva superficie pictórica.
Las pinturas, más que representar, operan acá como planos de captura; mallas de absorción que hacen visible, a través de sus pliegues, la síntesis de una vida entendida desde el territorio, la geografía y la historia de ciertas técnicas de representación. Se conjugan lógicas extremas para dar sentido a una transformación de lo pictórico: modelos térmicos de traspaso de información del paisaje y los recursos socialmente precarizados de los soportes. Así, se han disuelto las temáticas objetuales de la representación en un proceso de traducción que hace emerger un lenguaje de abstracción y automatismo. Toda la fuerza expresiva de las pinturas acontece en la descodificación de la información, se vuelven irreconocibles porque asumen otra piel, otra capa, otra forma de concebir lo pictórico por fuera del cuerpo disciplinado de la representación.
Las telas y cuadros de gran formato no sólo ya no representan algo, sino que son el proceso material de alteración — incluso destrucción— de los códigos habituales con los cuales medimos la pintura. Por eso, el pliegue es lo único que queda en pie en la pintura, es ya su proceso maquinal y automático de sobrevivencia, el lugar de cita con la referencia histórica de la pintura, pero también su reverso y conexión con las nuevas técnicas de producción visual.
II
En toda pintura contemporánea hay una lucha microfísica dentro del espacio pictórico; una lucha que ha ido desterrando el corpus metafísico que animaba el relato y organizaba los cuerpos humanos dentro de ella. Consecuente a ese proceso, las obras de Matías han desestructurado el relato y el cuerpo, introduciéndolos en la materia de un flujo que da como resultado una imagen-pantalla.
Como si todas las cosas que componen el mundo material volviesen a su estado orgánico y previo a cualquier representación. Previo a las formas, la identificación y reconocimiento, estas piezas seducen porque captan la intensidad de un acontecimiento matérico en los volúmenes y el estampado. Hacen vivir burbujas y cuerdas en la propia planitud de la superficie. El alto contraste cromático produce la vibración de las ondas, otorgándoles a los paños un movimiento ya no narrativo, sino químico y físico.
Los procedimientos de construcción se instalan entre los límites del grabado y la pintura. El efecto de alta tecnología es causado por un cuidadoso sistema cromático que inunda la extensión en cada recorte de tela de satín. Acá despunta la exhibición, sin reserva, de la economía precaria de los materiales y las técnicas ad-hoc de un sistema en el cual la corporalidad del artista es requerida orgánicamente y de modo performático. El uso de las telas de bajo costo y las latas de spray, o sea, la genealogía de los recursos, acusa ya el sentido político de la producción: su aspecto popular y regional. Infiltran el cuerpo sacro de la pintura y la vuelven otra cosa, esto es, le otorgan otro cuerpo que ya no cabe en los patrones de sus viejas definiciones.
III
¿Qué tipo de cuerpo asedia en estas pinturas?
Ya no hay carne ni cuerpo, sólo flujo y cifra tecnológica. Estas pinturas han sido tramadas desde un mundo desplegado por las tecnologías de la información y lecturas de un paisaje que ya no reconoce la escala humana, sino la infra y macro de los sistemas de producción de imágenes. Sus modelos de construcción visual ya no siguen el patrón anatómico de nada parecido o reconocible. El efecto cromático es la propia encarnación de las tramas y cifras que describen un mundo subsumido en procesos infinitos de información circulante. Ese cuerpo que asedia es la propia subjetividad tramada por los sistemas de control e identificación. La morfología de una nueva figuración que ya no puede ignorar la pantalla expandida en que se mueve el mundo de la visualidad.
Esa intensidad de la trama subjetiva es la que se expande, pliegue por pliegue, en las obras de Matías. Sacarle a la pintura una nueva forma de expresión para hacerla fluir fuera de los marcos de reconocimiento y, fundamentalmente, para sacar a la pintura de la hibernación crítica que la ha separado de la experimentación. Se insiste por alteración de los lenguajes para dejar en escena el testimonio de nuevos movimientos al interior de la superficie: deshacer lo visible y lo legible. La gravedad física del control y la fluidez de los medios de control —suspendidos— en una imagen no reconocible de la experiencia pictórica.
Bomba de humo, de Matías Solar, se podrá ver del 3 de octubre al 11 de diciembre de 2021 en Relaciones Públicas Fine Art, Praga 35, Col. Juárez, Ciudad de México.
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