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HERBERT MULANOVICH: QUILTRO

Quiltro, en Galería Metropolitana, es un proyecto fotográfico y sonoro de Herbert Mulanovich (Lima, 1979) que apunta a activar una doble reflexión. Por un lado, nos invita a mirar el lugar y el papel que ocupan los perros (el mundo animal) en nuestras vidas, donde lo animal camina de manera emparentada y horizontal a lo humano, tanto dentro del orden doméstico, como en la calle, lugar donde aparecen en escena los tan simbólicos perros callejeros, popularmente llamados quiltros o chuscos. En una segunda instancia, esta figura híbrida y fronteriza le permite al artista recordarnos el perfil de nuestra identidad (la chilena, la peruana, la latinoamericana), subalternizada procedente del impacto colonial, identidad mestiza que nos define a la vez que nos permite resistir a los discursos que pregonan nuevamente la pureza racial.

Quiltro es una exposición que incluye fotografías y un video de perros quiltros (registrados en Perú y Chile), un archivo sonoro como un palimpsesto de voces múltiples y un texto que actúa como correlato de la obra. Quiltro, finalmente, nos invita a (re)mirarnos y olfatearnos desde esta mixtura que nos define y posiciona como comunidad.

Compartimos el texto escrito por Rodrigo Quijano, investigador y curador independiente peruano.

Herbert Mulanovich, Quiltro, fotografía, 2021. Cortesía del artista y Galería Metropolitana

Aprender a caminar de una manera sencilla, como lo hacen los ómnibus por la Vía Expresa, como lo hacen los perros.
Josemari Recalde (1973-2000)

1. El mundo animal, según la frase de un célebre antropólogo europeo, es bueno para pensar; aun así, en ambas vertientes del Atlántico se ha pensado históricamente cosas muy distintas al respecto. Para la racionalidad europea colonial, el mundo animal -en el cual fueron rápidamente subsumidas las sociedades conquistadas y por conquistar- es parte de un pasado ancestral o primitivo superado por lo humano, como una huida hacia adelante del remoto origen mutuo entre humanos y animales.

Como sabemos, colonialmente esa deshumanización tuvo un objetivo instrumental, un objetivo en la crueldad disciplinaria sobre ese otro ancestral y un objetivo en el orden de la acumulación y producción. Pero para otras perspectivas desafortunadamente no hegemónicas del mundo (la Amazónica, por ejemplo), lo animal camina de manera emparentada y horizontal a lo humano, sugiriendo una experiencia y posibilidad distintas de la realidad humana, que no solo no toman distancia lineal de su mítico origen, si no que no corren a contrapelo de otro orden de lo natural, ni mucho menos lo enajenan. Y, sin embargo, en medio de todo eso es curioso el lugar que ocupan los perros, mitad artificio, mitad parásito co-dependiente: el obvio producto surgido de una domesticidad y convivencia híbrida y manipulada, excesivamente cercana a una frontera que es a menudo tan deseada como borrosa.

Herbert Mulanovich, Quiltro, video, 2021. Registro de sala por Alejandra Arcuch. Cortesía del artista y Galería Metropolitana

2. A esa frontera se refiere aquí parte de la obra de Herbert Mulanovich, y aquello que es bueno para pensar –para retomar la frase de Levi-Strauss mencionada al principio- produce entonces una reflexión múltiple. A veces coral, como en esos audios instalados en los que las voces se sobreponen heterogénea y multigeneracionalmente, o se contradicen, se tapan, se chocan e incluso se autocensuran, poniéndose el bozal del perro con el que se enmudeció al esclavo afro, o una máscara cualquiera para esquivar la primera asociación sobre el poder y el abanico de modificaciones genéticas que se vengan a la mente. Y a veces también, bajo la mirada de un extravío del sentido, como en los retratos en los que, acaso en parte también como una metáfora del tiempo detenido de la fotografía, los perros reposan apoyados sobre un telón escenográfico que no solo los abstrae del tiempo sino además del lugar. Perros de la calle momentáneamente sin calle (y sin esquina, como sugirió otro crítico). ¿Pero, a dónde se dirige esa reflexión muda como perro sin amo?

Herbert Mulanovich, Quiltro, 2021, fotografía. Registro de fachada de Galería Metropolitana por Alejandra Arcuch. Cortesía del artista y Galería Metropolitana

3. Aludida de manera persistente en la obra de Mulanovich, la genética y el pedigree caninos son también una alusión histórica y social, o lo parecen. Su periplo cita, sin citar, la inevitable jerarquía que incluye la mirada subalternizada y racializada sobre la moderna realidad humana. No en vano, en nuestra historia local, el uso de la palabra ancestral centroamericana cholo, impuesta violentamente en medio de los Andes, procede de un linaje genético producto de la dominación, la segregación y el desprecio por el sujeto a ser explotado. Porque cholo significa perro. Porque cholo designa, con claro énfasis colonial, el producto “racial” mestizo (originalmente de indix y negrx) por fuera del control de la dominación y su “pureza”. Porque, quizás, de un modo parecido, el extravío de la identidad indígena, capturada colonialmente y semi fundida en la categoría de lo cholo actual del ciudadano urbano mestizo en el Perú, no sea precisamente por falta de amos, si no, como es quizás obvio, por la abundancia de ellos.

Más de veinte mil años de modificaciones en la genética y el fenotipo del perro han tenido como resultado “razas”. Primero puras, luego descastadas como perros mestizos sin amor: el chusco, el quiltro, el individuo mestizo que vemos a menudo vagar fantasmalmente por las calles. Modificaciones que son parte del deseo humano por el control, pero que escapan constantemente a su control, pues son de y pertenecen a la calle: son figuras hechizas que vagan extendidas y expulsadas sin rumbo, por ejemplo, a los mapas de la genética y a los mapas de la vida urbana nacional.

Herbert Mulanovich, Quiltro, fotografía, 2021. Registro de sala por Alejandra Arcuch. Cortesía del artista y Galería Metropolitana

4. O será que quizás es comunitariamente distinto con los perros de Chile, que otro autor llamó con legitimidad románticos, como los que posan pacientemente en la comuna de Pedro Aguirre Cerda para esta muestra, o como los inteligentes guerreros que, bandana al cuello, acompañan al levantamiento popular en las calles defendiendo a sus individuos de la represión policial. Será que son las diferencias o las deficientes comparaciones, que van de los lánguidos y desnutridos perros amarillos de construcción del desordenado crecimiento urbano de las ciudades de la costa desértica del Perú, a los, por ejemplo, gordos perros lanudos que toman el sol regalonamente al lado de los kioskos en el centro de Santiago.

Uno se interroga si el video que coreografía a un grupo de quiltros en el distrito popular de Chorrillos, en Lima, es también un esfuerzo de reacomodo a la calle, al calor, al frío, al abandono sin techo, al vacío; o si la entrega a la comunidad expulsada y descastada es el trauma de no pertenecer a nada, al lenguaje de nadie. O si acaso son sus indolentes reacomodos los que representan, de manera igualmente coreográfica y coral, el anhelo de una comunidad en donde nadie carezca de territorio, de espacio y de ubicación. O quizás más sencillamente, tal y como se les ve agitarse mientras se movilizan llenos de su propia precariedad y en el abandono terminal de sí mismos, como si algo se hubiera ancestralmente echado a perder. Como perros sin amo y acaso por eso sin lenguaje, y sin que se sepa bien qué y en qué momento de su historia y de su raza sucedió la pérdida y el extravío. Porque mientras distraídamente buscan una ubicación en el encuadre de Mulanovich, y bajo la escasa sombra del aguado sol costeño del Perú, el ojo amarillo de los perros chuscos parece interpelar a la cámara, como interrogando acerca de un tiempo que no termina de llegar.

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