
ALGUNAS RESISTENCIAS PARTICULARES. LA MITOLOGÍA CURATORIAL
A propósito de la muestra Las resistencias particulares exhibida por estos días en la Galería Edificio Alonso de Santiago, su curador, Pedro Donoso, comenta sobre las suposiciones y mitos que rodean la función del curador. A su juicio, “la necesidad de entender la curaduría pasa por bajarle un poco el volumen a los títulos para escuchar el sonido de cada propuesta artística y entender que una exposición es siempre una duda que se plantea como afirmación”.

Por Pedro Donoso
“El curador/a es el que escribe”. Una definición simple. “El curador/a es el que organiza el sentido de una muestra”. Otra definición parecida. “El curador/a es el editor/a”. Una tercera forma de enunciar más de lo mismo: comparaciones derivadas de la literatura. Podríamos deducir que, en realidad, el curador, la curadora es un lector anticipado y preclaro que sabe conducir lo que, sin sus designios estratégicos, no pasaría de ser un balbuceo informe de energía artística.
El trabajo de curaduría vendría a ser aquel ejercicio de orden necesario que, desplegado a partir de un texto, consagra y promueve una selección de obras para que éstas puedan hallar su lugar en el mundo. En ese gesto, el curador, la curadora eligen entonces aquel discurso propicio para colocar un conjunto de obras en la repisa de la posteridad.
A menudo, la hiperinflación del oficio de curador/a ha supuesto que, en el siglo XXI, su figura aparezca como aquel director escénico sin cuya participación la exposición no terminaría de armarse. Por supuesto, eso es una total exageración, que solo se confirma en el esnobismo de quienes disfrutan de la solemnidad de las jerarquías. Por lo demás, la humilde tarea que le cabe a quien es ungido con el grandilocuente título de “curador/a” es la de colaborar al desarrollo de un conjunto de relaciones posibles, antes que lanzarse a zanjar lecturas y distribuciones de obra en un espacio dado. La necesidad de entender la curaduría pasa por bajarle un poco el volumen a los títulos para escuchar el sonido de cada propuesta artística y entender que una exposición es siempre una duda que se plantea como afirmación.



Todas estas aclaraciones vienen al caso en el desarrollo de una exposición como Las resistencias particulares. Formalmente, el único vínculo que sostiene este conjunto de obras presentadas en la Galería Edificio Alonso por Virginia Guilisasti, Germán Tagle, Vito Márquez, Pedro Tyler, Gonzalo Miralles y Loreto Carmona responde a una coincidencia espacial previa: todos trabajan bajo el mismo techo, una casa compartida cuyas habitaciones les sirven de taller, el Taller El Tamarugo.
La convivencia conforma, por supuesto, una serie de vínculos importantes, aunque eso no significa, en ningún caso, que se consolide una línea de trabajo compartida. La simple necesidad de pagar entre todos y todas para cubrir los gastos entra en el género de la supervivencia, tópico extendido entre los y las artistas en forma mayoritaria. De ahí es posible entender mejor el título asignado a la exposición.
El trabajo de resistencia obedece, por lo general, a una disposición política que se levanta en reacción a los apremios de las convenciones y usos que condenan a la aceptación de lo establecido. El correlato del artista lo muestra como un practicante de la desobediencia, una persona que pone en juego una forma indecisa entre la propuesta y la protesta. El mundo está ahí para imaginarlo de otra manera. Y el artista debe encargarse de hacer aflorar esa resistencia en una praxis articulada en objetos, en videos, en acciones y propuestas de montaje que interrumpen el tráfico de lo habitual. Ese impulso de ir contra la corriente genera, por otra parte, vínculos de cierta fraternidad entre sus practicantes.


En Las resistencias particulares cada integrante da su lucha en forma particular y también se reafirma como parte de un taller que se ha convertido en una trinchera, un refugio, un club, un antro, un burdel; todo al mismo tiempo. Hay manchas en el suelo, habitaciones de un orden muy dudoso, sanitarios con restos de pintura, materiales apilados en el patio. Hablamos de un espacio intervenido por las huellas de la necesidad de encontrar un lugar que permita experimentar de forma particular los planes de construcción y ejecución de una obra. Esos esfuerzos demandan, por supuesto, la paciencia ante las carencias y, también, la gregariedad compartida ante las incertidumbres.
Volvamos de nuevo al papel que le corresponde al curador cuando se encuentra ante un escenario con estas características. Porque lo que Las resistencias particulares despliega no es, en ningún caso, una muestra tipo open studio para sacar excedentes del taller. Por el contrario, responde a una intervención rápida de carácter más teatral y ambiciosa; un esfuerzo colectivo y personal donde cada participante se ha encargado de diseñar y ejecutar su propuesta extendiendo la lógica de convivencia que existe en el taller.
Cada uno, cada una ha corregido su ejercicio en el encierro del taller y ahora plantea una alternativa de apertura dentro de la galería donde las obras se muestran. Este ejemplo de trabajo donde lo colectivo e individual se actualizan en forma coordinada, cae bajo lo que podríamos entender como “camaradería”: literalmente, el resultado de quienes comparten la misma cámara o estancia. Y un grado más, un grado menos, la camaradería es una de las formas de la amistad que brota entre pares, es decir, personas que comparten un lugar, que enfrentan desafíos comunes, que salen adelante de forma grupal.



El papel que le corresponde al curador, como lector ilustrado es, entonces, el de mínima intervención y máxima observación. Más bien, le toca disfrutar de la acogida a una propuesta empujada por la generosidad que se propone en la cohabitación de un grupo de camaradas. Lo que debe notar ese curador es el peso de los afectos implícitos en todo trabajo de resistencia artística, la épica sensible que se olvida siempre al entrar en las explicaciones sobre la sintaxis de las obras. Hablar aún de amistad.
El curador, el que cura, el que cuida. El término latino curare habla de un cuidado que no tiene nada que ver con abordar “la explicación de la exposición”. La curaduría no responde a una necesidad lógica de interpretación, sino más bien, refleja la elaboración posible de una ficción, de un relato que inventa una filiación posible entre obras, entre biografías, entre citas improbables. El cuidado de la curaduría propone, finalmente, un esfuerzo donde la camaradería es deseada como un modo renovado de asegurarse otras formas de atracción en esa constelación de elementos y vidas dispuestas a plantarle cara al mundo.
LAS RESISTENCIAS PARTICULARES
Galería Edificio Alonso, Av Vitacura 3788, Vitacura, Santiago de Chile
Del 10 de marzo a fines de abril de 2021
Participan: Virginia Guilisasti, Germán Tagle, Vito Márquez, Gonzalo Miralles, Pedro Tyler y Loreto Carmona
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