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MIENTRAS MIS SUEÑOS SANGRAN

Por Joaquín Barrera | Curador, Director Artístico de Fundación El Mirador

No podría precisar desde cuando tengo consciencia efectiva de mi existencia terrenal. Es como una nube porosa que se diluye en mis pensamientos y atraviesa toda mi infancia, hasta llegar a bien entrada la adolescencia. Quizás antes que recuerdos, tengamos sueños. O quizás aún soñemos con líquido amniótico, jugo precioso que es el refugio secreto al que siempre volver cuando no sabemos bien a donde ir. Es probable que esa primera memoria -que nos dio todo lo que sabemos sobre olores, sensaciones, colores, ritmo y dolor inmaterial- esté mezclada con el imaginario onírico que desarrollamos en la infancia. Un poquito cerebral, pero lleno de azúcar y de fantasía.

Hace tiempo que deberíamos haber saltado el río de un mundo que nos agobia y que a veces es pesadamente verdadero. Estoy seguro que hay otra dimensión posible pero no sé dónde queda. Es que cuando abrimos los ojos, después de correr maratónicas sesiones de horas de trabajos interminables, de acumulación de capital económico y simbólico, de fiebre y toxicidades industriales, lo que nos devuelve la realidad es puro gris y cemento, tristeza y soledad, mandatos y automatismo. Alguna vez hubo un lugar mejor. Quizás solo haga falta soñar caminando, o hundir la cabeza en el fondo de la tierra para oír mejor el canto silencioso de unas lombrices bailarinas.

Obra de Ornella Pocetti en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería
Obra de Ornella Pocetti en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería

Cruzar la puerta de esta exhibición y adentrarse en este umbral cuasi mágico es un ticket gratuito a viajar en un tren fantasma sin conductor que nos pasea por un mundo de algodones y de lágrimas perladas, de cuerpos que regurgitan y se multiplican sin parar, de olores escupidos, de ojos que no dejan de sangrar agua salada, de manos que te tocan sin tocarte, de palabras vomitadas, de ingenierías domésticas fallidas, de alimentos en descomposición permanente y de cyborgs humanoides hechos de fósiles de plantas de las que ya no brotan hojas verdes.

El portal que hoy se abre propone un viaje en etapas, que comienza con una primera instancia más cercana al estado de duermevela, ese ensueño dulce y sedoso, perfumado y de sutil elegancia. Es que hay un humo blanco y suave que nos toma de los pies mientras dormimos y nos lleva de paseo con el viento hacia un surrealismo pink, más cercano a los dibujos animados y al terror soft de cuentos de hadas que a la intensidad kafkiana de un submundo más sinuoso y denso. Hay en el ambiente una sensación parecida a la que tendríamos si pudiéramos flotar, o aunque sea de nadar de regreso a la panza de una madre. Pero igual hay algo que nos llama, que nos reclama, que nos pide continuar ese camino: es una luz que no para de titilar y que nos grita que descendamos.

Cuando era chico soñé muchas veces que me caía por un ascensor y sentía todo el vértigo del vacío que me hacía cosquillas desde la pelvis a los pies. ¿Será que la ansiedad también la transmitimos estando dormidos? ¿Alguna vez podremos liberarnos completamente de la mente? ¿Seremos capaces algún día de atravesar ese flasheo intermitente que no para de fingir un falso estado de alerta?

Arriba, lo eterno. Abajo, lo volátil. Arriba, lo que pretende prometer estabilidad. Abajo, lo que convulsiona. En el medio, lo que transiciona.

Obra de Trinidad Metz Brea en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería
Julia Padilla, Undergo, 2019. Cortesía: Fundación El Mirador
Obra de Jimena Travaglio en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería

Recorrer la última estación de este proceso de ensoñación profunda es zambullirnos a una ficción química, acuosa y orgánica o, mejor aún, a un lugar más parecido a los subterfugios donde naufraga todo lo residual, lo que se desvanece y se pudre, lo que no tiene tiempo, lo denso, la basura emocional, los descartes vivos de lo terrenal. Ahí, donde acumulamos sedimentos de fantasías rotas, es que todo termina de perder sentido, el terror se vuelve carnalidad ensoñada y un espiral de ahogo nos empuja de nuevo a la salida. Es hora de volver, aunque seguimos sin saber a dónde.

Esta exhibición se propone ser un vehículo, un modo de experimentar, una forma de ver o simplemente la posibilidad abierta de acercarnos a las distintas etapas de los sueños que aparecen en la producción de los artistas presentados en sala. Quizás también es el intento de construir un mapa inventado, hecho con miguitas de pan, para arrimarnos tímidamente a esas pequeñas alteraciones sensibles que experimentamos en los sueños pero que habitan también en todos los estados de consciencia cotidianos que aún no hemos despertado, por seguir mirando lo que la vorágine de un mundo híper apurado nos obliga a ver en nuestro trajinar diario. Ojalá, además de continuar en la ardua tarea de reeducarnos sentimentalmente, podamos aprender a activar nuevos mecanismos sensitivos ilusorios que modifiquen la realidad objetiva de un universo que hace tiempo ya no nos pertenece.

Aún nos queda un poco de tiempo para caminar entre las nubes, para volar a otros firmamentos, para bailar un vals con los árboles, para salir a jugar con el viento. Aún tenemos la inmensidad del mar y tiene mucha agua. Son lágrimas acumuladas. O los sueños rotos que aún sangran. Espero que la sal cure las heridas, para que por nuestras venas sigan corriendo ríos caudalosos de fantasía ensoñada.

Al fondo, esculturas de Facundo Belén en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería
Mariana Bersten en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería
Chongo Futbolista en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería
Pinturas de Marco Pimentel en «Mientras mis sueños sangran», Fundación El Mirador, Buenos Aires, 2020. Foto cortesía de la galería

Mientras mis sueños sangran es una exhibición colectiva de Chongo Futbolista, Cecilia Catalin, Facundo Belén, Jimena Travaglio, Julia Padilla, Marco Pimentel, Mariana Bersten, Ornella Pocetti y Trinidad Metz Brea, con curaduría de Joaquín Barrera. Del 23 de noviembre al 19 de diciembre del año en que se pudrió todo.

Fundación El Mirador, Av. Brasil 301 –esq Balcarce–, San Telmo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Jueves y sábados de 15 a 19hs.

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