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FELIPE RIVAS SAN MARTÍN: ESTATUTOS DE LA DISIDENCIA

Por Antonio Urrutia Luxoro

A modo de operación retrospectiva, Estatutos de la disdencia se remonta a los inicios del cuerpo de obra del artista y activista sexodisidente Felipe Rivas San Martín, hasta llegar a su producción reciente e incluso inédita, dando cuenta de 13 años de trayectoria caracterizada por la continuidad de un trabajo artístico que refleja el transcurso histórico de un contexto político y social (el chileno), que progresivamente ensaya estrategias de negociación que visibilizan e invisibilizan a sus posibles agentes de desborde y desacato, marcados por el desarrollo evolutivo, transnacional y corporativo de las tecnologías de la información y circulación digital de las imágenes.

En ese panorama retrospectivo, que recorta un intervalo del pasado reciente para pensar críticamente el presente contemporáneo, esta exposición apunta a la reunión de dos conceptos opuestos connotativamente, cuyo aparente ruido y mutua disonancia se ven opacados ante las posibilidades de agenciamiento de un contexto radicalmente hostil, en que las condiciones de subversión a la identidad que en el pasado fueron vanguardia, se vuelven tradición (e incluso academia) en un presente neoliberal que aparentemente agota toda inminencia de insurrección.

De esa manera, Estatutos de la disidencia apunta a dos inflexiones no cifradas del rendimiento autónomo de ambos conceptos en el pasado reciente que Rivas San Martín ha tematizado a lo largo de su circulación pública, transgrediendo la frontera entre los campos del “activismo homosexual” y el arte contemporáneo.

Estatutos de la disidencia opera en la medida de la normalización nominativa de las declinaciones de “lo disidente” en la lengua de la disconformidad social común (desde sus orígenes excéntricos a su actual indistinción conceptual con la “diversidad sexual”), como también en el sentido de la valoración histórica de las imágenes que conforman un archivo conmemorativo y micropolítico de las batallas libradas por el artista, cuyos residuos materiales no necesariamente derivaron en estatutos de obra a la manera de unidades u objetos producidos por y para su contemplación, adquisición y colección.

Vista de la exposición «Estatutos de la Disidencia», de Felipe Rivas San Martín, en Factoría Santa Rosa, Santiago de Chile, 2020. Foto cortesía de la galería

La muestra abre una zona de litigio directa y simbólica en la que el artista se ha desempeñado en los más diversos roles, desde el compromiso militante directo, pasando por la reflexión crítica en el arte y el activismo, hasta cuestiones de orden académico que socavan a la propia academización de la marginalidad a través de estrategias refractarias a la noción neoliberal y homo(hetero)normativa de academia.

No resulta para nada casual (en virtud del pretencioso título de la presente muestra), la formación académica que ha marcado el derrotero de Rivas San Martín en sus 13 años de productor de imágenes y agitador de contextos. Un estudiante de Derecho, que al tercer año renuncia a su primera vocación de resonancias estatutarias, para matricularse (estatutariamente) en la carrera de Artes Plásticas de la institución universitaria más longeva de este país, titulándose como pintor (un oficio disidente en la escala profesional de valores laborales), y posteriormente como Magíster en Artes Visuales (un eslabón académico que contrarrestaría la resistencia disidente, al incorporarla estatutariamente a su programa). Todo esto extra-académicamente (si es que acaso hoy en día puede pensarse un “afuera” de la academia), acompañado por 13 años inclaudicables de persistencia en el activismo sexodisidente.

Al respecto, una breve y significativa anécdota: en el contexto de la apertura institucional (estatutaria) a las crecientes demandas LGBT por su incorporación identitaria a derechos públicos (como el matrimonio o la adopción), la CUDS (sigla nominal de la entonces Coordinadora Universitaria por la Diversidad Sexual), en una operación política y transexual, cambió de nombre a “Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual”, inaugurando así el rendimiento de lo disidente en la lengua del activismo homosexual internacional, en simultáneo a la reafirmación de una política de eterno disenso respecto a la inminente hegemonía de un canon hetero(homo)normativo.

Vista de la exposición «Estatutos de la Disidencia», de Felipe Rivas San Martín, en Factoría Santa Rosa, Santiago de Chile, 2020. Foto cortesía de la galería

Conocido es el leit motiv de Alfredo Jaar sobre su trabajo artístico: No pienses como artista, piensa como un ser humano. Cuando a propósito de la relación entre arte y política, se aproximan las voces de dos de sus agentes constitutivos –artistas y activistas- se llega a un punto ciego que aparentemente confirma la autonomía del contorno entre ambos campos de transformación de lo real.

A esa zona opaca (estatutaria y disidente) se debería la “y” de la contracción conceptual entre Arte y Política. Ya que, pese a los evidentes efectos políticos de la circulación de sus imágenes, los artistas defienden la autonomía de su trinchera como un pretexto político para la reflexión estética. Ya que, pese a los evidentes efectos estéticos de sus imágenes, los activistas defienden la potencia política de su labor artística. Unos a pesar y dentro de todo hacen arte, otros, política. Apocalípticos e integrados; artistas y políticos, estatutarios y disidentes. El problema taxonómico que subyace a la nominación y clasificación del cuerpo de obra de Rivas San Martín, consiste en la ambigüedad (travesti) de su campo de acción: ¿Es arte y/o política? El estatuto disidente, persistente y continuo de la trayectoria artística y activista de Rivas San Martín se ubica en la “y” de aquella contracción. El estatuto artístico y político de Rivas San Martín es la “y” de la relación entre Arte y Política.

La carcasa de una aspiradora inoperativa y descontinuada (¿hay algo menos inspirador que una aspiradora que no aspira?), cuyo valor de uso es extendido a la condición de un pintoresco y retrofuturista macetero, que toda dueña de casa veterana y periférica ya quisiera acumular en su jardín, desentona del conjunto a modo de alegoría sudaca y minoritaria a la resistencia del subdesarrollo ante el imperativo capitalista de la obsolescencia programada (como ya lo anticiparon los icónicos Pegoteados de Francisco Brugnoli, la vida útil del desecho en el territorio sudamericano nunca logra ser del todo residual).

Portadas que nunca fueron, performances que no ocurrieron (acontecieron sin espectadores), residuos indiciales que testifican el pasado de acciones artísticas que tuvieron escasa circulación y visibilidad (incluso en el contexto del mercado), junto a pinturas de dimensiones considerables (estatutarias) que a través del hipervínculo medial y pictórico del código QR le otorgan estatuto material a la disidencia inmaterial del trabajo videográfico publicado por el artista en plataformas virtuales, reflejan una conciencia histórica (e histérica) que se anticipa al olvido (y posiblemente a la censura), ensayando estrategias de supervivencia que acogen la pobreza ontológica de las imágenes. De esa manera, Rivas San Martín articula un archivo autoinmune –a la desaparición, al olvido, a la censura- en torno a su propio cuerpo de obra artístico-activista.

Vista de la exposición «Estatutos de la Disidencia», de Felipe Rivas San Martín, en Factoría Santa Rosa, Santiago de Chile, 2020. Foto cortesía de la galería

Al contrario de una de las lecturas que comentó la reciente publicación de su libro monográfico, tildando de vanidosa y egocéntrica a la operación retrospectiva de sí mismo, Estatutos de la disidencia deja de manifiesto la fragilidad desnuda de un ego autoral promiscuo que transita indistintamente en las fronteras del arte y el activismo. Un ególatra no se molestaría en pensar estrategias tan sofisticadas, enigmáticas y encriptadas para la supervivencia anacrónica de los registros de su existencia en el mundo (el ególatra se basta y valida por sí mismo). Solo una sensibilidad insegura, y crítica de su agenciamiento en el tiempo de la historia, sería capaz de programar la mnemotecnia de sí misma.

Por último, y junto a la impertinencia vegetal de una Tecnología doméstica que interfiere en la regularidad estatutaria de la presente selección de trabajos previos, destaca –a modo de pregunta abierta- la coherencia visual (artística y política), de la última entrega consignada Sin título (2020) por el artista. El registro cenital de una multitud ciudadana sin banderas, sin líderes (masculinos), sin programa ni petitorio (pero con múltiples demandas), yuxtapuesto al desorden destituyente de una decena de consonantes y vocales retroiluminadas que por sí mismas (autónomamente) no significan nada más que su propia voluntad de manifestación, desautoriza toda inminencia estatutaria que pretenda la institucionalización de la disidencia. Rivas San Martín nueva y estratégicamente domina el tablero de antecedentes, significantes y contextos a su antojo; entre líneas, asteriscos y “letras chicas” de abogado malacatoso, con una sola obra desarma las posibles hipótesis de lectura de este ensayo curatorial.

Felipe Rivas San Martín es un artista/activista incurable, incuratoriable, en la medida de que su propia insurrección artístico-política transgrede sus límites taxonómicos de contención crítica: Rivas San Martín se comprueba y se contradice en la medida de que demuestra que no hay estatuto capaz de contener la multiplicidad de desbordes y la pluralidad de enfoques que desautorizan la posibilidad unitaria de la disidencia.

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