
MOBILIARIOS INGRÁVIDOS. SOBRE UNA EXPOSICIÓN DE RYAN BROWN
En los últimos años, algunos artistas de diferentes lugares del planeta han vuelto la vista a prácticas de viejas tradiciones artísticas. En consonancia con un espíritu renovador, la energía del origen —paradójicamente— puede regresar en este tiempo presente, de pronto, como la vigencia fugaz de un momento del pasado. O, por el contrario, como la anticipación presente de un instante del futuro.
Ryan Brown (Pensilvania, Estados Unidos, 1977) en la exposición Pan, Pulso, Poder de la galería Impakto, en Lima, recurre al still life, antiguo género occidental de la pintura asociado a las mesas y superficies llenas de vegetales y otros objetos en espacios ambiguos. Pero, más específicamente en el caso de Ryan, se trata de la vanitas, término en latín usado para describir simultáneamente la soberbia y cierta actitud ante la muerte. Al parecer, Ryan la convierte en una estrategia y, a su vez, en una táctica para lidiar con el presente. Con ello, el artista reta a quien entre a su recinto a asociar aquello que se percibe no solo con el actual contexto, dado por la pandemia en este complejo y trágico año 2020, sino también a relacionarlo con una constelación de pensamientos y emociones que nos llevan desde la «idea» al terreno de las «narrativas dramáticas» y, de estas, a cierto efecto de «distanciamiento».
Pero, ¿cuál es la «idea»? Suele concebirse la «idea» como una cuestión abstracta y hasta cierto punto filosófica. En cambio, aquí la «idea» queda referida a un buen número de piezas que cierran su sentido estando próximas y juntas en un recinto. Desde un punto de vista cotidiano, dicho recinto, cuando uno ingresa de manera despreocupada, se presenta como un lugar que ha invertido sus coordenadas espaciales de referencia. Como en alguna película de ciencia ficción, de pronto, quien entra a la exposición —y nosotros lo acompañamos en este proceso—, lo hace como un cuerpo que, ingrávido, flota en torno a todos estos objetos. Frente al mobiliario de toda esta existencia suspendida en el tiempo. Una existencia que amenaza con caer sobre nuestra cabeza si, de pronto, se rompiera la magia.



La «idea», el mobiliario, se despliega en cinco complejos de objetos: Blow Harder, Wish upon a star, 38-40, Veritas nunquam perit (12 partes) yLet sleeping dogs lie. En este despliegue, cada complejo funciona como una voz distinta, por así decir. Los tres primeros, pinturas que existencialmente se alimentan de la estética del collage, exhiben, sin embargo, una zona de colores que aparece cubierta, obliterada, por otros materiales. Crucial y neurálgica, dicha zona de color encubierta apunta hacia un señalamiento —silenciado y suspendido— acerca del canon de la pintura geométrica. Lo hace a través de una suerte de desplazamiento, movimiento que termina asociado a otras situaciones.
Estas tres primeras voces, entonces, son voces ilustradas y, a la vez, cotidianas. Pero son voces con interferencias. Si fueran consideradas pinturas hiperrealistas que simulan un collage, este efecto de distanciamiento, a saber, de «parecer lo que no es», podría presionar sobre la misma identidad de la pintura occidental para producir un extrañamiento buscado en quien las observa.



El cuarto complejo, Veritas nunquam perit (12 partes) —voz en latín que se traduce «la verdad nunca expira»— oscila entre la imagen de una biblioteca infinita, por un lado, y, de nuevo, las combinaciones de zonas de color, bajo algún encuadre acaso suspendido en el tiempo, que bien podría ser el comentario a pinturas Hard Edge de la década de 1960.
Por último, el quinto complejo, Let sleeping dogs lie, colocado en una esquina del recinto, cambia de signo a todo lo anterior; aquí esta voz exhibe una escala escultórica que define un realismo eficaz. Es la punta del iceberg, se entiende, de otros objetos cotidianos que aparecen, como por ejemplo una banca, velas, dados, naipes, entre otros.
Resulta significativo saber que este quinto complejo, en el que se representa a dos perros amarrados por una soga, se encuentre a la entrada de la exposición, estableciendo, mediante el realismo de sus gestos y apariencia de tranquilidad (están descansando), una suerte de pacto estético con el espectador que ingresa al recinto, tanto sobre la escala natural como sobre alguna que otra «narrativa dramática», quizá sobre el sentido de los perros callejeros en Lima, o sobre elementos del juego con las cartas del Tarot y otras tantas. Formas en las que el azar se introduce en los destinos de los entes, determinando, a veces, su fortuna; esto es, si seguirán viviendo o si, por el contrario, la muerte vendrá a recogerlos.

En el Perú, entre los siglos XVI y XIX, el Barroco, asociado al encuadre de la vanitas en tanto alegoría de cómo responden las entidades en la cercanía de la muerte, más aún el ser humano, ha sido representado en distintas oportunidades en las pinturas del virreinato. Su estética, en la tradición andino-criolla, a diferencia de cómo se suele recurrir a esta en las estrategias alegóricas del arte contemporáneo, o incluso en la publicidad globalizada, suele sintonizar con algún sentido popular de la profusión de elementos de la estética chicha1 local. Por el contrario, en los procedimientos alegóricos de Ryan, el vacío y no la profusión de elementos, el realismo y no el coleccionismo de símbolos, son los que, mediante tácticas de extrañamiento, producen ingravidez y al mismo tiempo distanciamiento frente a una constelación de estéticas que el modernismo, en su momento, atesoró a manera de fuga hacia el futuro. Con ello, hizo suya un haz de utopías que, como la fe en el progreso y el desarrollo, hoy por hoy, la pandemia del Covid-19 han puesto en tela de juicio. Las voces de Ryan y su complejo mobiliario, por el contrario, abre el sentido hacia una mirada reflexiva y al mismo tiempo emotiva, al dejar que el posible participante encuentre una voz propia para entrar en este coro cuyo equilibrio inestable resulta apenas sugerido.
[1] La estética chicha está referida a procesos culturales en el Perú, asociados a la migración del campo a la ciudad. Su acabado como producto, en una imagen, suele estar sobrecargado de elementos visuales.
Pan, Pulso, Poder, de Ryan Brown, permanecerá abierta en Galería Impakto, Lima, del 26 de agosto al 30 de septiembre de 2020
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