JORGE TACLA: SEÑAL DE ABANDONO
Las pinturas de Jorge Tacla representan un espacio de ruptura social. Sus obras se sitúan en las articulaciones de una nueva arquitectura que surge a raíz de la catástrofe, ya sea natural o artificial. Tacla percibe la devastación como una oportunidad para investigar sistemas estructurales que de otro modo no se verían. Para representar mundos tan inestables, usa lenguajes pictóricos que son obsesivos: a veces repite las imágenes, a veces repite el mismo gesto en el mismo espacio muchas veces hasta que el registro visual es análogo al trauma que lo provoca.
Tacla ilumina la variabilidad de la identidad de la víctima y el agresor (un agente que está disociado de su propia identidad) y la complejidad de la evaluación de la culpa. Estas cuestiones críticas, y su situación en la experiencia humana colectiva más amplia, son las investigaciones teóricas definitorias de su trabajo.
Ante esta selección de la obra de Tacla, se podría experimentar la misma fascinación que sobrecoge ante un edificio abandonado, una civilización olvidada, la imagen de lo que estuvo habitado, lleno de vida y ahora es solo Historia. Pero es una Historia desnuda, desprovista ya de la humanidad que la creó. Y de haber algo humano, representa la desolación brutal que sigue al conflicto. Tampoco la belleza de la naturaleza ha vuelto para tomar posesión de la ruina y recuperar el territorio conquistado.
Señal de Abandono parece replicar una radiografía en la que el tiempo ha quedado suspendido en una realidad devastada que deja entrever un pasado, pero no el futuro. Y si hay un futuro que ver, no es muy optimista: cuando el edificio Federal de Oklahoma City sufre un atentado en 1995, pasan por la mente del artista los terremotos de Chile, el bombardeo de La Moneda en Santiago, las guerras de Oriente Medio, la guerra civil libanesa, la ocupación de Beirut, las masacres de Palestina en 1982. “En ese instante también me llegó de inmediato la idea de que esto es el principio, de que es lo que estaremos viendo más y más de aquí en adelante”, augura. Y así fue, quizá no porque Tacla sea adivino, sino porque forma parte de un rincón oscuro de la naturaleza humana y de una Historia que no hace más que repetirse: después vimos caer las Torres Gemelas, atentados en Europa, más desolación en Oriente Medio.
La obra de Tacla encierra el magnetismo de un momento congelado dentro de la Historia. O quizás post-Historia, porque representa los instantes de una civilización recién arrasada. Algo en el interior del espectador juguetea con los sentimientos de la nostalgia y la seducción de lo devastado, de un hechizo de extinción y horror, “lo sublime de las imágenes, sin dejar de ver su horror”.
El artista trae con sus pinturas la misma aflicción que se apoderó de él tras ver los efectos del devastador terremoto de Chile en 1985: “Se siente una especie –¿Cuál es el opuesto a la gravedad?– de vértigo”, explica en una entrevista con Laurence Weschler. No en vano, Tacla ha sido definido como el pintor de la destrucción.
Lo cierto es que, en su obra, observamos los trazos de la propia historia del artista, trazos de la historia de la humanidad. Sus abuelos emigraron desde Palestina y Siria al mismo tiempo que gran cantidad de emigrantes árabes como consecuencia de la caída del Imperio Otomano. La juventud del artista transcurrió también en un momento convulso de la historia de Chile, con el auge del comunismo y el golpe de Estado del general Pinochet. Tacla pudo ver los efectos del bombardeo de La Moneda y su propia carrera sufrió un pequeño desvío al cerrarse el conservatorio donde estudiaba música. Así es como acabó estudiando pintura y también emigrando, a su vez, a Nueva York, y cómo probablemente el artista empezó a formar esas imágenes de devastación, evocando a su vez un recuerdo de sus propias raíces: “Mi historia previa pudo haberme hecho más receptivo a las implicaciones futuras”, explica.
Pero Tacla ve las ruinas, las fachadas derruidas, las estructuras tambaleantes, como un símbolo: “Los edificios en ruinas también contienen, por ejemplo, escenas íntimas, ya que los cuerpos individuales pueden ser destruidos también”. El artista trata de abrir un espacio para la reflexión, de bajar la velocidad y quizás de establecer un diálogo sobre lo inestable del mundo: “Todo se mueve y se destruye constantemente”, aclara. Pero, también, es una crítica y es que el mundo “se siente como si siempre estuviéramos en guerra”, confiesa.
El artista está interesado en representar el exterior, pero también el interior, como podemos ver en Señal de Abandono. Y para ello, nada como los edificios destripados en los que el propio interior sale hacia el exterior.
JORGE TACLA: SEÑAL DE ABANDONO
Del 10 de septiembre al 14 de noviembre de 2020
Sabrina Amrani, calle Sallaberry, 52, Madrid
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