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Edgar Orlaineta:hacemos lo Que Sabemos Antes de Saber lo Que Hacemos

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Edgar Orlaineta (Ciudad de México, 1972) presenta en Proyectos Monclova la exposición Hacemos lo que sabemos antes de saber lo que hacemos, título que parte de una frase de Charles Olson, y que de alguna manera sugiere reconocer el actuar inteligente y creativo de las manos. De hecho, el conjunto inédito de obras que conforman la muestra son resultado de su exploración constante con el oficio manual y lo artesanal. El artista se centra aquí en la conciencia del cuerpo pensante, de la mano inteligente. “Las esculturas de Orlaineta no tienen otra funcionalidad que poner en jaque la idea misma de función, liberando a los objetos de la tiranía del sentido para ofrecerlas, infinitas, en su suavidad como potencia”, escribe el ensayista mexicano Rafael Toriz (Xalapa, 1983) en el texto que reproducimos a continuación.

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EL TACTO Y LA SOMBRA

Por Rafael Toriz

Ofrecidas a la vista como extraños animales, nada sabemos de la vida interna de las manos, salvo que late en ellas un terror antiguo, que es otra forma de nombrar al pensamiento: pulpos instalados en el extremo de los brazos, modelan entre sueños al lenguaje, dando forma inacabada a nuestro paso por la tierra.

Su lugar como creadoras de la especie las emplaza en un lugar impreciso entre utensilios en sí mismas, forjadoras de objetos y su desdoble al instante en que el tacto deviene caricia: capto la seña de una mano y veo que hay una libertad en mi deseo, escribió Jorge Cuesta, y uno intuye que el sentido pleno se revela cuando somos reconocidos por el espesor de la materia.

Esta muestra de Edgar Orlaineta, uno de los contados artistas contemporáneos con un lenguaje íntimo reconocible y por ello universal –algo que recuerda los albores de la especie en el momento de la aurora, vestigios de civilizaciones paralelas que semejan arquetipos orientales, venus rotundas, escrituras del ritmo y la cadencia: aquellas primeras trazas volumétricas de cuando las palabras se cargaban con los brazos– es singular por varios flancos, no el menor de ellos que haya vuelto a la pintura luego de años, hasta décadas ensayando con las formas modernistas, reconocibles y biomorfas que le han provisto de sus huellas digitales por las que transitamos los páramos de su obra, desplegada menos como un cuerpo y más como galaxia: las esculturas de Orlaineta no tienen otra funcionalidad que poner en jaque la idea misma de función, liberando a los objetos de la tiranía del sentido para ofrecerlas, infinitas, en su suavidad como potencia.

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Heredero sintomático de la Escuela de La Bauhaus, su obra pone en entredicho los límites entre el artesano y el artista, donde lo que se palpa son los procesos de pensamiento encarnados en el diseño, que incide en el entramado del mundo y las interacciones sociales. Maestro de las transfiguraciones, los elementos que articula inciden en la manera en que percibimos y pensamos el ambiente, puesto que la pared en que leemos, la ropa que vestimos y todo el mundo que habitamos es un diálogo –aunque a veces una guerra y casi siempre una imposibilidad– con la ineluctable modalidad de lo visible.

Las piezas que aquí acontecen –sonrientes como caritas totonacas, zoomorfas como murciélagos papaloteando un cuadro, fosilizados como relieves ictiológicos que se fugaron del océano– develan un conocimiento pero sobre todo un contacto íntimo con los oficios manuales, donde prima sobre la forma y el fondo, la materia sensible que transforma la intuición en una lengua: los límites de su mundo, entre la levedad y la gracia, son los elementos de una sintaxis que se resuelve en el reconocimiento con los otros: materialista y consciencia actuante, Orlaineta nos recuerda con sus arquetipos mestizos que la especie piensa porque tiene manos.

Nutrida y variada como es la muestra, acaso sea en el resplandor de la madera donde mejor se exprese la condición dúctil y flexible de su maniobra (tallada, quebrada o retorcida, nada como la madera ante la servidumbre de la mano). Consciente de la fuerza primitiva con la que se hicieron las primeras efigies, morteros, superficies y pistilos, más que un profeta de una civilización venidera o un gramático remoto en soliloquio con su oficio, sus composiciones sintonizan con el oriente y el silencio a la manera de Tanizaki en su Elogio de la sombra, pero también con extraños retablos paganos contemporáneos: con las cajas como elegías de Joseph Cornell y los collages en madera de Luis Wells, señalando que no hay nada descartable ni un afuera para una obra que es movimiento, interioridad y sugerencia.

A la manera de las manos que hablan sin precisar de boca, las creaturas de Orlaineta y su lenguaje aparecen como la sombra delicada de un sonido.

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Hacemos lo que sabemos antes de saber lo que hacemos, de Edgar Orlaineta, se puede visitar entre el 23 de enero y el 7 de marzo de 2020 en Proyectos Monclova (Colima 55, Roma Norte, Cuauhtémoc, Ciudad de México).

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