Katya Cazar: in/dividuo

Por Carlos Rojas

Esta muestra de arte objetual de Katya Cazar (Cuenca, Ecuador, 1973) pareciera llevarnos al tema de la dualidad, que mostraría la ruptura de la unidad primigenia en donde todo tiene su origen. La persona que niega su dualidad, la abolición del dividuo, la resistencia a la separación de aquello que pretendidamente somos nosotros: in/dividuos.

Sin embargo, en las diferentes obras ha dejado de percibirse la tensión que debería hacerse presente en los objetos que los vemos duplicados y unidos, en donde se ha perdido cualquier solución de continuidad. Por el contrario, nos vemos conducidos a la normalidad perdida, a la situación que realmente existió al inicio. Y se trata de que el punto de partida siempre es el estado de dividido, de ser una parte entre partes.

Desde que empezamos a existir, comprendemos que somos “… un intelecto habitado por muchos espíritus, nunca es solamente individual, todo comienza en el medio irregular del dividuo”. (Raunig, 2006, pág. 11) Si miro en mi interior, encuentro una turba de espíritus, que vaga libremente hasta que se le impone, desde fuera, la exigencia de la unidad.

El peine doble y unido nos regresa a aquel tiempo en que cada uno fue doble y que, alegremente, peinaba sus dos cabezas tratando de mantener el ritmo, de arriba para abajo. Y luego, sentarse en la mesa y alzar las dos tazas, atadas por un puente, que nos obliga a beber simultáneamente. Y el doble lavabo sobre el que nos inclinamos y nos refrescamos en el agua fría.

A la hora de vestirnos, nos espera la camisa doble, preciosamente doblada, en el rito diario de coordinar nuestros movimientos, de girar con los automatismos aprendidos de aquellos que, al final, hemos comprendido que somos dobles, dividuos. Más aún, dividido me empeño en ser divisor: “Dividido y divisor, este yo comparte su llegar a ser con muchas otras instancias de comienzo …”. (Raunig, 2006, pág. 11)

Espíritus múltiples que quieren marcharse por su propio camino, que se dejan llevar por la discordia. Una cabeza mira a la izquierda y la otra a la derecha, mientras la trenza que las une se tensa, ¿quién sabe hasta dónde?, ¿quién sabe hasta cuándo? Ellas se niegan a mirarse, a reconocerse en una unidad que no existe ni existió; siempre fueron dos, aunque hayan parecido una en algún momento.

¿Cómo aprendemos a reconocer esos seres que existen dentro de nosotros, que halan y que amenazan con despedazarnos, con rompernos en muchos pedazos? ¿Cuándo abandonamos la persecución de la identidad? ¿En qué momento dejamos de decir “yo, mío, a mí, para mí”? ¿En dónde está la paz perdida, aquella que ha renunciado al ego? ¿Acaso la vida no sería más sencilla si supiéramos que somos parte de parte, irreconciliables con el todo? Hasta los dioses en la infinita misericordia por ellos mismos, saben que son muchos dentro de su propia divinidad.