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Comunidad y Juego:la Serie “espectros” de Hugo Rivera-scott y Otros

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“La realidad compartida es mucho más rica que lo imaginado en forma individual, obliga a la audacia”.

Esta inscripción del maestro y pintor viñamarino Camilo Carrizo se nos aparece en la entrada de la exposición Ancla 637. Con Hugo Rivera-Scott y otros, actualmente en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende. La cita es orientadora respecto de los modos cómo los curadores, Daniela Berger y el propio artista Hugo Rivera-Scott (1943), conciben la exposición. Se trata de un ejercicio de memoria y revisión de la trayectoria de un artista chileno, que rompe con las expectativas de la retrospectiva y al contrario de esa fórmula tradicional, funciona como una invitación al espectador a recorrer un territorio colectivo y deslocalizado del arte, vinculante de lugares, referencias literarias y artísticas, y cooperaciones históricas que se van montando en esta producción desde los años sesenta en Viña del Mar.

La comprensión del arte que aporta Rivera-Scott, quien es pintor, grabador y dibujante y, también, docente desde 1965, consiste en un acto que nunca es solitario. Lo que hoy conocemos como serie Espectros comprende específicamente un conjunto de obras realizadas entre los años 1973 y 1975, en Viña del Mar, de mano de Rivera-Scott en colaboración con la artista chilena de origen judío alemán Lilo Salberg, y el artista Álvaro Donoso. Los nombres de estos artistas, además de otros como Camilo Carrizo, Carlos Hermosilla, Edgardo Catalán y Hans Soyka, identifican a estos “otros” a los que alude el título de la muestra. De esta forma, no es posible transitar por la trayectoria de Rivera-Scott sin tropezar con el influjo de terceros.

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La serie Espectros, del mismo modo, no consiste solo en un conjunto de obras colaborativas, sino sobre todo puede ser entendida como un tipo de repositorio histórico de diálogos, referentes, lecturas, voces y fantasmas que se nos manifiestan hoy, a más de 40 años de su realización, interrogando los valores tradicionales del arte y las formas como los afectos y la amistad potencian los cuerpos, cuidan el estado de ánimo y afectan las producciones individuales.

Espectros es realizada cuando Hugo vive la clandestinidad entre 1973 y 1975. La cronología es relevante puesto que contradice el silenciamiento traumático post-golpe de Estado en Chile y el llamado apagón cultural. Al contrario de estas expectativas, el conjunto evidencia dinámicas de juego, alegría y participación, en una ciudad que en ese momento ha sido asediada por la Armada. De hecho, el título de la muestra, Ancla 637, remite al proceso del Consejo de Guerra que la Armada de Chile abrió en contra del artista cuando este fue detenido en Viña del Mar en 1975. Espectros es, así, el último rastro de la producción artística de Rivera-Scott en Chile, puesto que luego de lograr la libertad, él se exilia en Cuba hasta fines de la década del 80. Espectros es también la marca de alegría y auto-cuidado del estado anímico personal y colectivo con que se resiste al episodio trágico del 73. Así también, la guarida de Viña del Mar donde se confeccionan estos trabajos pasa a convertirse en una pequeña y difusa cápsula de vida grupal que amenaza el orden exterior.

Las más de una decena de obras que componen la serie montan las técnicas del dibujo con grafito, la aerografía y el colage –en español, como prefiere llamarlas Rivera-Scott. Estos trabajos utilizan el papel vegetal, las hojas de un block y el cartón corrugado: se trata de soportes domésticos y de pequeña escala que se reciclan y están al alcance de la mano. El juego comienza cuando los artistas intervienen las revistas internacionales Life, DU o Paris Match, que aportan con una gráfica llamativa para imaginar desde la amistad un futuro posible por medio de fragmentos. Hasta el año 1975, Hugo es asiduo al Instituto Chileno Norteamericano en Valparaíso, y es allí donde consigue estos ejemplares que luego lleva a casa de las amistades que le dan albergue.

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La referencia a Juan Emar es relevante porque da el título de espectros a toda esta serie y a la primera obra que realizan Hugo y Álvaro en conjunto: Los espectros no vacilaron (1973). Este título es una cita del cuento de la “Papusa”, incluido en el libro Diez, publicado en 1937. Los artistas tienen este libro sobre la mesa de la guarida y juegan a abrirlo azarosamente en cualquier página y señalar con el dedo un párrafo. Como resultado, dicho párrafo se incorpora en la citada obra con letra manuscrita color blanco en la parte inferior: “Solo los espectros no vacilaron. Quedaron esbeltos junto a su Amo y Señor y clavaron al frente sus órbitas huecas sobre el cortinaje de armiño bordado de topacios y carbunclos”. En este ejercicio de transcripción de cita, el placer que proporciona el perderse en las dinámicas del juego con amigos rige como el principio ordenador de las acciones y elecciones.

Luego de más de treinta años de la publicación de Diez, el fantasma de Juan Emar, escritor pionero quizás más lúdico y heterodoxo de la vanguardia chilena, se hace presente en la guarida Viña del Mar para fijar la metodología de juego adoptada por los artistas. Pero este era un “juego serio”, me aclara Hugo, no se trató nunca de algo espontáneo, todas las iniciativas se programaban matemáticamente. Se sabe que era uno de los artistas –ya sea Hugo, Álvaro o Lilo- quien tomaba un material recortado y comenzaba haciendo algo, que luego era complementado o contrastado por el participante siguiente a modo de un desafío. Así continuaban uno a uno agregando un elemento sucesivamente, hasta que ponían fin, dado la saturación de la pieza. En colectivo se decidía que la pieza estaba finalizada. En estos trabajos no había improvisación ni se actuaba a ciegas, y para aclararlo, en el texto de exposición los curadores lo contraponen al ejercicio del cadáver exquisito surrealista.

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Un elemento más de estos collages son los títulos que los encabezan. Llama la atención por supuesto su carácter narrativo; parecieran relatar acciones o, al menos, fragmentos de ellas. “Por eso los hombres no repiten, no prolongan nada”; “Israel. There I washed my face in the cold waters of compassion”; “Silencio. Se oye el pulso del mundo como nunca pálido”; “Serán entonces la obsesión de cada instante”; “La noche de un viernes”. Estos textos también citan referentes y operan como homenajes a los grandes maestros de Hugo, a Marcel Duchamp, a El Lissitzky. Escritos y transcritos como citas o apropiaciones, los títulos por supuesto intencionan una mirada en el espectador quien posiblemente se extraviará buscado relaciones con las imágenes que se presentan. Pues estos textos operan abriendo realidades virtuales paralelas y complementarias y nunca ilustrativas o descriptivas de los que se imagina, o lo que es lo mismo, aquello que se dispone en imagen. En este sentido, no sabemos qué va primero y pareciera que esa pregunta aquí no importa. Lo cierto es que los registros visuales y textuales no se subordinan entre sí y, por ello, la serie Espectros puede comprenderse también como un ejercicio literario o un espacio en donde la literatura exhibe otra dimensión más en su campo expandido.

 


Imagen destacada: Casi-Proun. Medio homenaje a El Lissitzky. Hugo Rivera-Scott, Álvaro Donoso 1973. Dibujo y colage sobre papel

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Francisca García

Nace en Chile en 1980. Es autora e investigadora. Estudió Literatura en la Universidad Católica de Chile y es doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Potsdam. Ha escrito sobre memorias y archivos de la diáspora artística chilena y relaciones literatura-visualidad en el arte contemporáneo. Residió por largos periodos en Valparaíso y Berlín. Actualmente es profesora asociada del Departamento de Artes Visuales de la UMCE en Santiago.

https://www.franciscagarcia.net/

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