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LA ERA DE LAS CURADURÍAS. MARÍA WILLS Y “LOS CUATRO EVANGELISTAS”

Podríamos tener la impresión de que la palabra curaduría se ha vuelto una palabra de moda. Queramos aceptarlo o no, la escuchamos siempre en galerías, museos, universidades y toda clase de eventos culturales y académicos; sin embargo, desconocemos en gran medida su contexto. El último libro de la curadora e investigadora colombiana María Wills, Los cuatro evangelistas, publicado este año por Editorial Planeta, traza un recorrido por lo que podríamos llamar el “génesis” del ejercicio curatorial en Colombia, que se dio de la mano de cuatro personajes que marcaron, cada uno desde su contexto y a través de una serie de eventos y propuestas, aquellos momentos en los cuales se consolidó la figura del curador y su importancia en las prácticas artísticas a partir de la segunda mitad del siglo XX.

El arte en Colombia a partir de esta época está profundamente ligado a una serie de exposiciones, eventos y proyectos investigativos como las Bienales de Arte de Coltejer (1968, 1970, 1972); muestras colectivas como Once artistas antioqueños (1975), 32 artistas colombianos hoy (1975), 10 años de arte colombiano (1971); y, por supuesto, el Salón Atenas (1975-1984) y el Primer Coloquio que Arte No Objetual y Arte Urbano (1981), entre otros. En este sentido, una justa investigación sobre cuatro personajes claves en el desarrollo artístico del contexto colombiano es el núcleo de este ensayo.

Juan Camilo Uribe, Inauguraciones mayo, junio, julio y agosto, 1980, fotografía e impresión tipográfica sobre papel. Cortesía: María Wills

Miguel González (1950), en Cali, fue por casi treinta años el primer curador del Museo de Arte Moderno La Tertulia, mantuvo una actividad como docente en Historia del Arte en el Instituto Departamental de Bellas Artes, y se caracterizó por promover prácticas mucho más radicales a las técnicas y tendencias tradicionales que seguían imperando en ese momento.

Eduardo Serrano (1939), en Bogotá, quien por invitación de Gloria Zea entró a colaborar en el equipo de trabajo del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO), se convirtió en su primer curador prácticamente por designio propio, pues según relata él mismo en el libro, “(…) en un evento ella me vio, me buscó y me dijo: ‘Eduardo, yo estoy aquí para quedarme y usted también; en lugar de pelear, venga a trabajar conmigo en el museo ¿Qué puesto quiere?’ Y yo le dije que quería ser curador”.

Álvaro Barrios (1945), en Barranquilla, al ver la dificultad de los artistas más jóvenes para expresar sus ideas en un momento donde el arte nacional apenas comenzaba a entender manifestaciones y medios no convencionales, se interesó en impulsar a artistas especialmente del Caribe, una practica que siempre ha llevado de la mano de su trabajo artístico, y que se complementa con su interés en la teoría y la historia del arte.

Y finalmente, Alberto Sierra (1944-2017), en Medellín, no solo fue el galerista más importante de la ciudad al ser el director de la que fuera su primera galería, La Oficina , y uno de los fundadores del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), sino que trabajó del mismo modo por alimentar el campo teórico y académico con el desarrollo de Re-Vista, una publicación periódica especializada en arte y arquitectura que contó con textos de críticos y especialistas como Marta Traba, Juan Acha, Eduardo Serrano, Beatriz González, Luis Fernando Valencia, Álvaro Barrios, y John Stringer, entre otros.

Álvaro Barrios, José Hernán Aguilar, Gloria Zea, Eduardo Serrano, Luis Fernando Valencia, en el MAMBO. Foto cortesía de María Wills

Álvaro Barrios, José Hernán Aguilar, Gloria Zea, Eduardo Serrano, Luis Fernando Valencia, en el MAMBO. Foto cortesía de María Wills

Los cuatro evangelistas, término que proviene de un ámbito teológico, estuvo antecedido por el calificativo de “La Papisa”, con el cual se designó por muchos años a la crítica argentino-colombiana Marta Traba. El libro señala una serie de preguntas que la autora procura responder a medida que seguimos la lectura del texto: “¿Serrano, Sierra, Barrios y González lograron configurar un nuevo dogma en relación con las artes y la manera en que en que este se relacionaba con el público? ¿Qué tanto una exposición artística y su curaduría pueden influenciar la construcción de un discurso histórico de las artes en Colombia? ¿Podría decirse que una de las características de la curaduría en Colombia es que se consolida a partir de la obra de arte concebida como actitud o hecho artístico y no de la obra de arte entendida como objeto?”.

La tesis que propone María Wills indica que el acto curatorial en Colombia se constituyó principalmente como un acto creativo y espontáneo, donde “(…) el concepto de lo curatorial se entiende no como un concepto cerrado y académico; por el contrario, es una práctica forjada a través de ideas que bien podrían ser obras de arte, en sus aproximaciones arriesgadas y experimentales”. En este sentido, estos cuatro personajes consolidaron sus prácticas sin ninguna clase de conocimiento técnico o académico pues se formaron decididamente a partir de un acto empírico, donde la intuición, la agudeza y por supuesto la creatividad fueron los principales motores para transformar, junto con un grupo de nuevas prácticas concebidas por artistas rebeldes a su tiempo, el arte del siglo XX en Colombia.

Además de relatar con detalle los procesos profesionales de González, Serrano, Barrios y Sierra, el libro nos estimula a preguntarnos por aspectos relevantes acerca del ejercicio curatorial en la actualidad, como por ejemplo, hasta qué punto los términos “curador”, “curaduría” o “curatorial” se están banalizando o se están trabajando con responsabilidad, en tanto que, atrapados entre los usos más variados y absurdos atribuidos actualmente y la exigencia de aquellos que sospechan de su popularidad, la curaduría se ha vuelto, en palabras de Michael Baskhar y para muchos críticos, “un desecho del interesado y autocomplaciente mundo del arte que agrega una falsa dignidad a una pléyade de prácticas comunes”.

No obstante, asegura Baskhar que debemos cambiar la forma en que pensamos la curaduría, retar nuestras conjeturas más simplistas que aseguran que la curaduría es poco más que un accesorio hípster pues, bajo la superficie, es mucho más interesante, ya que “se trata de un enfoque que reconoce la forma en que nuestros problemas han evolucionado”.

Juan Acha y Alberto Sierra. Foto: Lourdes Grobet

Juan Acha y Alberto Sierra. Foto: Lourdes Grobet

De este modo, se hace necesario reflexionar sobre cómo la curaduría, además de ser un acto creativo, se establece como una actividad que legitima discursos, obras y modos de hacer, en tanto que -como menciona el texto de María Wills- uno de los roles del curador es el de “crear conjuntos y legitimarlos”; algo que llevado a una práctica sin rigor y ética podría convertirse en un arma de doble filo, en una práctica nociva para el arte si es utilizada con el deshonesto propósito de que cualquier cosa, por razones de conveniencias personales, lograra situarse dentro de un espacio legitimado en el arte; es decir, dentro de un marco institucional.

Podemos leer en el texto: “(…) La curaduría surgió como una herramienta útil para la resignificación de los discursos que acompañan las obras artísticas, discursos a través de los cuales se hila la historia del arte”. Parafraseando a la autora, los cuatro evangelistas (Serrano, Sierra, González y Barrios) fueron cuatro intelectuales que le dieron un soporte teórico a planteamientos artísticos que tal vez sin su respaldo y sin sus textos no habrían trascendido y no hubieran hecho parte del “mundo del arte” o, más precisamente, de ese marco institucional.

Frente a la pregunta de si el discurso curatorial podría considerarse igual o más importante que la misma obra de arte, María Wills responde lo siguiente:

“Creo que los sistemas de valor que tratan de poner una cosa por encima de la otra solo llevan a conflictos. Creo que una buena curaduría puede hacer mucho por una obra de arte, es una plataforma que sin duda además ayuda a comunicar y permite lecturas que tal vez la obra sola no habría podido generar en un determinado público; sin embargo, no creo que sea más importante. Nunca. La curaduría en todo depende de la obra; si los artistas no existieran, la curaduría no tendría sentido. Por encima de la obra y del artista no debería haber nada. Los curadores son mediadores, obviamente con un alto componente creativo y estético, por eso hay veces en que una curaduría puede terminar pareciendo una obra”.

En el capítulo dedicado a Eduardo Serrano, podemos leer en uno de los apartados que “(…) el arte puede ser cualquier cosa, siempre que exista una argumentación que lo justifique». Frente a esto, pregunté a la autora cuál era su posición y cómo creía que eso afectaba (positiva o negativamente) los valores profesionales, éticos y teóricos del arte actualmente.

Responde María Wills:

“Creo que hoy en día el arte se permite cualquier cosa, sobre todo porque rigen demasiados puntos de vista y gustos que están definiendo el arte. Creo además que el arte por el arte se agotó hace rato y los artistas salen a buscar su materia prima en otras disciplinas, como la ciencia, el activismo, la arquitectura. Creo en un arte actual con capacidad de sorprender, sin embargo, también veo tendencias artísticas que superan límites éticos como terapia de choque para una sociedad bastante pasmada… Creo que en algunos casos se justifica. En otros hay demasiado oportunismo… Lo otro que me parece muy problemático es ver, en el medio de artistas jóvenes actuales, esa ansia de originalidad en un mundo en donde ser original ya es casi imposible. Eso lleva a un ‘todo vale’ bastante poco original”.

Cristina Franco, Eduardo Serrano, Geo Ripley, Rafael Echeverri, Sandra Isabel Llano y Jorge Ortiz durante el montaje del IV Salón Atenas, 1978. Foto: O. Monsalve

Cristina Franco, Eduardo Serrano, Geo Ripley, Rafael Echeverri, Sandra Isabel Llano y Jorge Ortiz durante el montaje del IV Salón Atenas, 1978. Foto: O. Monsalve

Actualmente, María Wills se desempeña como curadora de la 16° edición de la Bienal de la Imagen de Montreal, Momenta 2019. Para concluir estas reflexiones, las dos interrogantes anteriores se sintetizaron en una última pregunta que indaga tanto en su perspectiva como investigadora de arte como en su condición de curadora.

¿Crees que el ejercicio de la curaduría ha cambiado en algunos aspectos desde sus inicios en nuestro contexto? Y, por otro lado, ¿cuál sería el componente más importante que debería tener una curaduría en la actualidad?

“Creo que ha cambiado radicalmente. Aunque ellos (Serrano, Sierra, González y Barrios) en sus inicios tuvieron que hacer grandes esfuerzos, creo que había un ambiente de libertad. Hoy en día son demasiadas las restricciones para trabajar con el arte, los seguros, los presupuestos de transporte, de producción. El arte que considero poético por su flexibilidad de pensamiento (sin desmeritar el rigor que hay en el proceso) se vuelve muy rígido y burocrático.

El curador de hoy tiene que ser un facilitador entre dos mundos, el creativo y el práctico. Sin embargo, creo profundamente que lo que nos debe motivar como curadores es construir narrativas coherentes con los artistas y sus obras, privilegiando miradas poéticas/políticas/críticas que por supuesto partan de lo que los artistas quieren proyectar. Es como crear constelaciones, y eso he hecho en mi curaduría seleccionada para la Bienal de la Imagen – Momenta, denominada La vida de las cosas”.

La curaduría, siguiendo las palabras de María Wills, es una herramienta para poder evaluar el estado del arte, y por lo mismo, es prioritario que no desencadene en modas efímeras sino en análisis reales respecto a los procesos artísticos. “La curaduría es otro filtro (…) que irá tamizando las propuestas que logran plasmar no solo señales de genialidad, sino una coherencia que permite enlazar una trama para construir las historias de las artes. Así, en plural”.

Ursula Ochoa

Vive y trabaja en Medellín-Colombia. Magíster en Estética de la Universidad Nacional de Colombia, donde obtuvo la Beca de Facultad. Tiene un pregrado en Artes Plásticas, estudió Periodismo Cultural y Crítica de Arte, Estética y Teoría del Arte del siglo XVIII en la Universidad de Cádiz, y ha estudiado sobre el pensamiento Estético en Friedrich Nietzsche y Aby Warburg en la Universidad Nacional de Colombia. Recibió la Mención Honorífica en el concurso de Ensayo sobre las Bienales de Arte de Medellín organizado por el periódico El Mundo y la Fundación Ángel Gómez en el año 2018, y en el año 2020 recibió el premio al mejor libro de ensayo “Una crítica incipiente”, con la editorial independiente Fallidos Editores.
Fue crítica de arte para la sección Palabra y Obra del periódico El Mundo (2013-2020), y curadora editorial de la revista EXCLAMA durante la realización del libro sobre arte contemporáneo colombiano PUNTO en el año 2019, donde también se desempeña como escritora de manera habitual. Actualmente escribe para la sección de Cultura de El Espectador, y se desempeña como asesora de proyectos de arte, curadora independiente y es cofundadora del proyecto Korai Art, una plataforma para la visibilización y venta de obras realizadas por mujeres artistas en Colombia.

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