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ROSARIO MONTERO: “EL PAISAJE ES LA EXPERIENCIA EN UN LUGAR DETERMINADO”

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Paisajes Privados, de la artista chilena Rosario Montero, es un proyecto que profundiza sobre las relaciones que se establecen con el paisaje en Chile. Trabajando en la intersección entre arte y antropología, enfocándose en las ciudades de Puerto Varas e Iquique, la artista realizó entre los años 2014 y 2018 una investigación sobre el paisaje en Chile, que es la base para este proyecto y que fue desarrollada en el marco del Doctorado en Estudios Culturales, en Goldsmiths, University of London (Londres). Centrándose en el jardín, entendido como espacio cotidiano y privado de representación, la artista observa las relaciones que los habitantes establecen con aquel espacio que es, a su vez, un lugar en constante negociación.

Paisajes Privados sigue una línea de trabajo y un cuerpo de obras que la artista ha desarrollado durante los últimos años, que se caracteriza por una exploración e investigación crítica de la fotografía, técnica que constantemente extiende y cuestiona. El proyecto, cuenta con financiamiento de Fondart 2018, y contempla en su programa exposiciones en las ciudades de Puerto Varas –hasta el 8 de septiembre en Galería de Arte Bosque Nativo–, Iquique y Santiago, contando para ello con la colaboración de la curadora Ximena Moreno; junto a una publicación, un foto-libro diseñado por Pamela Ipinza, y una versión web de Paisajes Privados.

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Joselyne Contreras: ¿A qué refiere, desde dónde y por qué, Paisajes Privados?

Rosario Montero: Paisajes Privados surge desde la experiencia del paisaje en Chile. Desde la incomodidad que provoca en Chile lo que nos enseñan (la imagen del paisaje contemplado) y la experiencia del paisaje sísmico, volcánico y extremo. En este sentido, las nociones de paisaje se ven influenciadas no sólo por las características del territorio, sino que también por nuestra constitución histórica y social, que se ve reflejada en los distintos ámbitos donde aparece, desde las asociaciones publicitarias a aquellos discursos oficiales ofrecidos por instituciones gubernamentales, en donde el paisaje se percibe como un espacio despoblado, un lugar estático y separado de la intervención humana. En consecuencia, el paisaje se eleva como una paradoja: lo que supone ser un sentimiento compartido de pertenencia, surge a través de los distintos canales de representación como un lugar ideal en donde se niega la presencia humana.

Así aparece la necesidad de cuestionar desde la fotografía la representación del paisaje. Y como estrategia de producción surge el jardín, como un espacio cotidiano de negociación de las nociones de paisaje. Al situarnos en el espacio-jardín establecemos una metáfora de las relaciones que la comunidad forma con el paisaje.

El nombre del proyecto surge desde esta idea de paisaje domesticado, el espacio privado que, entre fisuras, devela nuestra relación con el entorno. Paisajes Privados pretende generar una nueva narrativa que surja desde los espacios y objetos fotografiados, pero también desde las imágenes comunes que han enmarcado la percepción y creación de esos lugares, haciendo uso de las descripciones y metadatos relacionados a los problemas hallados sobre la identidad y el paisaje. Por tanto, pretende crear un espacio de reflexión que no sólo problematiza los problemas del discurso y percepción del paisaje, sino también las agencias que operan en la creación de su imagen.

J.C: La relación entre la noción de paisaje y las condiciones históricas y sociales resulta fundamental al pensar tu producción de obra de los últimos años. ¿Podrías ahondar en esta vinculación que observas, en este proyecto, en el paisaje de dos ciudades de Chile, Puerto Varas e Iquique, y que es parte de la investigación que desarrollaste entre los años 2014 y 2018 en el marco del Doctorado en Estudios Culturales en Goldsmiths, Londres?

R.M: Para responder tu pregunta tengo que partir de ciertas generalidades, como establecer que la representación visual del paisaje en Chile tiene una larga historia de imposiciones de poder, construida a partir de los territorios que crean un imaginario de soledad y vacío, creando las condiciones para la explotación. Desde los primeros años de la independencia, las imágenes del paisaje ya reproducían rutinariamente una visión del mundo desde una perspectiva colonial.  En este sentido, el contexto histórico es muy relevante, ya que las imágenes de los territorios en Chile han sido enmarcadas por la visión de aquellos viajeros europeos que llegaron por primera vez al país para describirlo. Su percepción de la tierra estaba constantemente referenciada a lo que sabían anteriormente, el paisaje europeo.

Es así como la elección de ambas localidades se hizo relevante, no sólo como un vértice de orientación geográfica norte/sur, sino como eje crítico, como una materialización simbólica de una visión política de la tierra. La condición colonial en Chile creó un imaginario donde se miraba hacia el sur, que se reconocía valorado por sus similitudes en esos puntos de vista distantes (Puerto Varas como la Suiza de Sudamérica), pero también configuró la percepción del desierto como un lugar vacío e inhóspito no apto para la vivienda humana. Son percepciones que se mantienen hasta hoy.

Por ejemplo, uno de los temas clave en la construcción de la noción de paisaje en Chile fue dictado por una omisión, la ausencia de pinturas o fotografías del desierto en las publicaciones nacionales de turismo, las cuales permitieron la proliferación de ideas que consideraban el desierto como inhóspito y el sur como el paisaje apropiado e inspirador. Hasta 1943 las imágenes del norte estaban casi ausentes en los anuncios turísticos. Los verdes paisajes del sur del país, que podrían traer un imaginario de paisajes europeos distantes, fueron los apreciados. La Región de los Lagos, donde se encuentra Puerto Varas, fue uno de los destinos favoritos promovidos por el gobierno en el momento en que los trenes comenzaron a funcionar. No fue sino hasta la década del 40, con el surgimiento del movimiento obrero relacionado con la industria minera de salitre en el norte, que el desierto comenzó a ser visto como un paisaje simbólico y digno de ser apreciado. El imaginario del desierto surgió de los discursos centrados en las personas que lo habitaban: aquellos que permitieron la materialización de ideas sobre el hombre conquistando la naturaleza. El desierto comenzó a ser visto como un espacio históricamente cargado de lucha social.

Luego, las condiciones sociales se hacen relevantes para entender el estado actual, cómo afectan en el habitar estas nociones aprendidas, partiendo desde mi incomodidad personal, sistematizada en una pregunta más amplia, en el cómo afecta esa historia nuestra relación (o construcción) del paisaje en un entorno cotidiano.

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J.C: Sobre el estado actual del paisaje en Puerto Varas e Iquique, ¿qué nos puedes decir. Y, en este mismo punto, ¿desde qué posición y lugar te sitúas como investigadora/artista?

R.M: Es difícil definir un estado de las cosas, sobre todo porque las relaciones con el paisaje son una constante negociación que está en constante cambio. Mi investigación es más bien una detención y análisis de un instante de esas relaciones, una especie de fotografía análoga (evento congelado) del estado de las relaciones de paisajes en ambas ciudades.

Dicho lo anterior, durante mi investigación pude observar que Puerto Varas es visto a través de los ojos de Europa, el paisaje alemán traído por el imaginario, pretendido por los primeros colonos como «la Suiza de América del Sur», viendo la naturaleza desde una contemplación a distancia, una fuerza pasiva que necesita ser explotada. Los jardines en Puerto Varas son manejados y cuidados en relación a esos otros paisajes a distancia.

En Iquique, en cambio, el proceso de chilenización ha influido fuertemente en la forma en que las personas se relacionan con su territorio. Tienen la sensación constante de que no viven en un entorno adecuado: las imágenes del paisaje del sur fluyen constantemente a través de los medios de comunicación y del imaginario cotidiano de cómo debe ser el jardín. Los habitantes de esta ciudad tienen la constante contradicción entre su experiencia de lugar y esa visión de tener y hacer crecer un espacio verde que pueda ser comparado con aquellos que son reproducidos por los medios.

En consecuencia, se podría argumentar que en ambos lugares los jardines están dando valor en relación a cuán similares son a algún otro lugar de distancia. Por lo tanto, para comprender y dar valor a la cultura local, existe una necesidad urgente de reflexionar sobre cómo el paisaje es la experiencia en un lugar determinado. En ese sentido es que se hace urgente pensar la representación del paisaje y el cómo nosotros, artistas-productores de imágenes, reproducimos estas agendas coloniales (internas o externas) que hacen muchas veces no valoremos las características propias de nuestro entorno.

Sobre la segunda parte de tu pregunta, me gustaría decir que me sitúo en la intersección, que en este texto toma la forma de un “/”, que no es del todo artista ni tampoco investigadora, sino que ambos. Me interesa mucho el producir obras un tanto camaleónicas, que logren adaptarse y ser leídas en distintos contextos. Al situarme en la intersección, lo que me interesa es cuestionar ciertas categorías (comenzando por arte/antropología, pero también naturaleza/cultura, nativo/foráneo, entre otros), tratando en el proceso de levantar preguntas en las que se cuestione la condición de esas categorías, entendiéndolas como herencia de la matriz colonial, en términos de Dussel, esa estructura de poder que establece las relaciones y posibilidades con el territorio.

En este sentido, mi posición es desde la sospecha: la duda por el estado de las cosas, queriendo dirigir mi práctica como parte de la opción decolonial, la que busca repensar esas estructuras de poder.

J.C: La exposición que estás presentando en Puerto Varas, en la que trabajaste con Ximena Moreno en la curaduría, se compone de imágenes fotográficas principalmente, que son el elemento práctico de tu investigación de doctorado. ¿Nos podrías hablar sobre el lugar de la práctica y técnica fotográfica en tu trabajo?

R.M: La fotografía en su condición digital (o computacional) surge como elemento clave para preguntarse sobre las categorías y condiciones de la técnica. Esto desde las nociones de Flusser sobre el aparato tecnológico, donde la acción de fotografiar no es un acto definitivo sino un proceso de creación continua. En consecuencia, esta investigación busca cuestionar y observar la práctica misma, tomando en cuenta la formulación de pensar y hacer de Mignolo, buscando proponer (o al menos intentar) una mirada decolonial del paisaje, volcándose hacia una práctica fotográfica que incorpora no sólo lo visual, sino también lo extra-visual (los datos recolectados durante el trabajo de campo).

Como estrategia de producción para abordar las distintas preguntas que fueron surgiendo en esta relación con la técnica, la práctica y la teoría (en cuanto a la representación del paisaje), me involucré con una serie de experimentos visuales. Estos experimentos buscaban, principalmente, crear una forma alternativa de representar los paisajes chilenos mientras reelaboraban su forma, contenido y circulación a través de un compromiso (o al menos una intención) con una teoría y práctica decolonial.

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J.C: Una de las características de tu producción de obra es el diseño y puesta en acción de metodologías que involucran elementos de la antropología y el arte. ¿Qué te interesa y cómo llegas al trabajo interdisciplinario?

R.M: El proyecto, como varios de los proyectos anteriores que he realizado, se instala metodológicamente en la intersección entre arte y antropología. Me interesa, como mencioné anteriormente, crear proyectos que puedan ser leídos desde distintas áreas del conocimiento, así como utilizar herramientas que me ayudan a comprender los contextos con los que me gusta trabajar. Quizás salir un poco de la representación bidimensional y agregar otros niveles de comprensión y sentido. Es por esto que trabajo con herramientas de investigación propias de la antropología (etnografías, observación participante), adoptando, en el cruce hacia lo antropológico, una mirada analítica a partir del individuo, y desplaza la obra a un campo de especulación estética en la que el material recolectado (entrevistas y fotografías) es transformado en un proyecto de arte. De esta manera, la fotografía aparece no sólo como herramienta de documentación sino como mediador en este cruce metodológico. Con esto pretendo problematizar aquello planteado por Flusser en donde expone que la fotografía ya no es sólo un acto, sino una secuencia de decisiones que configuran un imaginario.

J.C: Como ya mencionamos, esta investigación es uno de los productos de tu investigación de doctorado en estudios culturales. También lanzaste una publicación, un libro de artista, en español e inglés que compartirá el conocimiento generado. ¿En qué proyectos de obra e investigación tienes pensado trabajar próximamente?

R.M: El proyecto Paisajes Privados surge como parte de una investigación de doctorado que produjo una tesis (teoría) y un cuerpo de obra (práctica), que se enmarca en un grado académico para una institución inglesa (con todo lo problemático que esto implica en relación a la opción decolonial). Su nueva iteración, que está siendo expuesta hoy en Puerto Varas y luego irá a Iquique y Santiago, es una relectura de ese trabajo. Para ello, trabajé con la curadora Ximena Moreno. El proyecto comprende además un foto-libro, diseñado por Pamela Ipinza, y una versión web de Paisajes Privados. Así que tenemos aún un buen trabajo por delante, que espera poder adaptarse y entender las distintas instituciones/ciudades donde será montada la muestra. Por otra parte, seguiré trabajando para dar a conocer toda la información recolectada durante la investigación de doctorado y así ir armando nuevos proyectos (como los desarrollados junto al colectivo Agencia de Borde) que promuevan una mirada crítica sobre cómo se ha representado el paisaje en Chile.

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Imagen destacada: «¿Por qué se pone un vaso para cortar tortas? ¿Cuál es beneficio?», fotografía de Rosario Montero, parte de su proyecto Paisajes Privados. Foto: cortesía de la artista.

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Joselyne Contreras

Madre, curadora e investigadora en arte contemporáneo. PhD (c) en Curatorial Knowledge y Diploma de Posgrado en Educación Universitaria, Goldsmiths, Universidad de Londres; Magíster y Licenciada en Artes Visuales, Universidad de Chile. Es Miembro de la Academia Superior de Educación (Higher Academy Education) de Reino Unido.

Actualmente trabaja como Curadora Asociada del Museo de Arte Contemporáneo, Chile; Profesora Asociada de la Universidad Diego Portales y de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y como Curadora en proyectos independientes.

Trabaja en la intersección entre investigación y práctica, entendiéndolas como herramientas relacionadas para desarrollar intervenciones culturales y políticas. Su trabajo se ha centrado en las prácticas y pensamiento curatorial; conocimiento corporeizado; arte y política; arte socialmente comprometido; los estudios de museos, galerías y exposiciones; arte contemporáneo latinoamericano e internacional; y prácticas anti/decoloniales, con enfoque en América del Sur.

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