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El Fin del Gran Relato

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Por Henry Eric Hernández

En su ensayo para el catálogo de la exposición colectiva While Cuba Waits: Art from the Nineties, que tuvo lugar en Track 16 Gallery, Los Ángeles, en 1999, el crítico cultural Kevin Power escribía:

El inmenso carisma de [Fidel] Castro podría haber hecho que el gobierno evitara la crisis política y esto hubiera significado un movimiento hacia un estado democrático multipartidista. Cuánto tiempo pueden mantener esta situación es la pregunta del millón. ¿Qué va a suceder cuando muera Castro? ¿Hasta qué punto existe una estructura alternativa eficaz dentro de los componentes y entramados niveles de la burocracia gubernamental que ablandaría las cosas y facilitaría los cambios que probablemente sean la mejor esperanza para una transición pacífica y útil?[1]

Casi veinte años después, puede que se sigan apostando millones para obtener respuestas o explicaciones con respecto a dichas cuestiones; es por ello que al día de hoy vale la pena recontextualizar las mismas: Fidel Castro ha muerto; antes de pasar a otra vida ya había cedido por derecho propio a su hermano Raúl Castro la dirección del país, perpetuando la imposibilidad de cualquier alternativa dentro del aparato gubernamental que no sea la de la militarización de todos los sectores, situación que deja meridianamente claro que no hay “ablandamiento” y mucho menos pluripartidismo en el futuro. Por tanto, aunque el gobierno cubano haya ampliado las reformas económicas establecidas desde 1993 y haya promovido cambios en el ámbito migratorio, la transición hacia la democracia sigue siendo algo indiferente para quienes viven presionados por la precariedad cotidiana, y sigue resultando un costoso anhelo para las organizaciones y partidos ilegales que se oponen al mismo dentro de la isla. Un gobierno que, de más está decirlo, siempre ha considerado tal proceso como una aberración política.

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Por supuesto que este contexto se ha visto complementado por el deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos a partir del 17 de diciembre de 2014. Un momento de revival imaginario en el que la comisión cubana advirtió en más de una ocasión a su homóloga estadounidense que no admitiría en la mesa de negociación discusión alguna en relación con la legalización del pluripartidismo y la violación de los derechos humanos en Cuba. En definitiva, si volvemos sobre la pregunta de Kevin Power y subrayamos los sustantivos eficacia, esperanza y utilidad, no sólo nos damos cuenta de que éstos son esenciales para cualquier gestión política encaminada a construir un mejor porvenir, sino que quedamos convencidos de que los mismos están suspendidos del pensamiento burocrático cubano actual siempre que se trate de fomentar la democracia.

Todo parece indicar que no llegará el fin del gran relato, ese al que nos empujan los políticos y que nos dictan los historiadores, basado en la transmisión mítica del pasado, la obediente construcción del presente y la incorruptible anunciación del futuro. Sin embargo, no podemos dejar de imaginar y vivir su constante construcción, aun cuando desconozcamos su desenlace, aun cuando no podamos, e incluso no queramos, escapar de su trama. Es por ello que la historia, inevitablemente, existe como un texto cuya dimensión se decide sobre la base de su inserción en una constelación imaginaria específica, casi siempre reducida y reductora: inamovible. Y es por ello también que el gran relato nunca fracasa, pues sus imágenes -las imágenes- fracasan únicamente cuando dejamos de encontrar en ellas analogías con aquello que las precede, o cuando dejamos de relacionarlas con el mundo que habitamos, ficcionándolas hasta darles forma de documento para que resguarden nuestras vidas.

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Lo cierto es que más allá de la fe en el porvenir y de lo que podamos ver materializado de éste, hay un ejercicio ciudadano que no podemos perder de vista: el hecho de cepillar la historia a contrapelo; de trastocar el gran relato colocándolo cara a cara con su propio imaginario; de revertir desde el arte toda narración. Tal ejercicio relaciona las obras de esta exposición. Cada uno de los artistas hace gala del pensamiento de Arthur C. Danto, cuando subraya que donde no hay narrador no hay historia; cada una de sus obras es una sentencia narrativa que cepilla a contrapelo un gesto, un evento, una circunstancia, componentes siempre de, aun cuando su origen se deba a lo más íntimo o personal, la imagen del gran relato nacional.

Mucho se viene hablando, dentro y fuera de Cuba, de “apertura” y “cambio”. Esto ha delineado un imaginario en el que, sin haberse definido el sistema cubano como totalitario, se apuesta por la continuidad de su autoritarismo apuntalado esta vez por la economía de libre mercado. Un imaginario en el que, si miramos por ejemplo la parcela del arte y más específicamente su narración crítica más avisada, vemos que ésta aún discute las producciones en torno al concepto de utopía, pero nunca con relación al término totalitarismo. Sirva pues, la exposición El fin del Gran Relato, como pretexto para discutir el contexto cubano desde y hacia los marcos del totalitarismo.

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EL FIN DEL GRAN RELATO

Artistas:
Ángel Delgado / Carlos Garaicoa / Celia-Yunior / Ezequiel O. Suárez / Henry Eric Hernández / Isabel & Laura / Jorge Luis Marrero / José Ángel Toirac / Los Carpinteros / Manuel Alcayde Majendié / Reynier Leyva Novo / Yornel Martínez Elías

Curador:
Henry Eric Hernández

Oficina de Proyectos Culturales, Puerto Vallarta, Jalisco, México

Hasta el 5 de mayo de 2018

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[1] Kevin Power, While Cuba Waits: Art from the Nineties, Smart Art Press, 1999

*Imagen destacada: Manuel Alcayde Majendié, Cuando ya no vuelen las cigüeñas, 1990. Vista de la exposición «El fin del Gran Relato», en Oficina de Proyectos Culturales, Puerto Vallarta, Jalisco, México, 2018

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