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EMPLAZAR LO EXCEPCIONAL. ENTREVISTA A MARTA MINUJÍN

El creador ha llegado a un punto donde decide tomar una posición en torno a la producción de su arte en el espacio público, entendiendo que esto no solamente implica referirse a cómo lo construimos formalmente. Ocupar el espacio implica aceptar la tarea de buscar/observar qué es lo que se nos ofrece dentro del panorama e intentar comprenderlo en perspectiva y plantear maneras de actuación coherentes con el contexto en orden de intervenirlo.

La ciudad contemporánea, por ejemplo, ¿cómo se va reestructurando?, ¿cómo se van produciendo los cambios que ahí tienen lugar?  Si algo permanece, ¿cuáles son las implicancias de ésta permanencia?, ¿bajo qué intereses? En el Santiago del siglo XXI somos testigos de una “pugna” entre aquellos que buscan la preservación de los espacios que se consideran históricos o significativos para nuestra historia, y otros que se convierten en una suerte de dictadores de la planificación, la arquitectura y se apropian del sentido y del contenido de nuestra experiencia ciudadana.

Sin duda, referirnos a las posibilidades del arte emplazado en la esfera pública es secretamente anhelar el erguimiento de un dispositivo que, a través de la experiencia estética, pueda disipar aquellas posiciones urbanísticas extremas, respetar nuestro espacio/tiempo y funcionar coherentemente a la par de las necesidades de la época que corre.

Recientemente (los días 23 y 24 de noviembre del 2017), tuvo lugar en Santiago de Chile el II Encuentro Internacional de Arte Público, gestionado por la Galería Gabriela Mistral y acogido por el Museo Nacional de Bellas Artes. Desde la premisa básica de “democratizar el arte”, el encuentro congregó a un selecto grupo de curadores y artistas, tanto nacionales como extranjeros, con el fin de generar una instancia para la reflexión en torno a aquellas inquietudes y vínculos posibles entre la voluntad del artista, las obras proyectadas para el espacio público, la institucionalidad y la ciudadanía.

La participación de la artista argentina Marta Minujín, quien junto al curador Rodrigo Alonso dieron comienzo a las actividades, le imprimió un rasgo de interés inusual y contundente al evento. Lo efímero versus lo permanente fue el principio que la artista y el curador desarrollaron durante la conferencia. Si consideramos que la casi totalidad de los proyectos públicos de Minujín han sido de carácter efímero, su participación otorgó un contrapunto importante a la percepción que circula con respecto al tema dentro de nuestra realidad cultural (más cercana al monumento y la obra de carácter permanente).

Marta Minujín, Escultura de los Deseos, 2017. Vista de la instalación en la Plaza de la República del Perú, Buenos Aires (del 15 al 23 de diciembre de 2017). Un proyecto auspiciado por Naranja. Cortesía de la artista.

Marta Minujín, Escultura de los Deseos, 2017. Vista de la instalación en la Plaza de la República del Perú, Buenos Aires (del 15 al 23 de diciembre de 2017). Un proyecto auspiciado por Naranja. Cortesía de la artista.

Marta Minujín es considerada un verdadero ícono del arte pop/conceptual. Su carrera internacional se inició a principios de la década de los 60, en medio de un proceso donde los paradigmas clásicos de producción del arte comenzaron a ampliarse a límites hasta entonces impensados. Ya en sus primeras incursiones en el espacio público, Minujín planteaba la alteración del orden social y del objeto estético como se le conocía. A la realidad pasiva que los soportes tradicionales suponían, la artista incorporó acciones y procesos “in situ”, proponiendo una obra donde el proceso ofrece mayores posibilidades de trascendencia que el producto final.

Con obras tales como La Destrucción (1963), un happening donde la artista sistemáticamente recolecta colchones tirados en las afueras de sanatorios de París para posteriormente prenderles fuego en un sitio eriazo, o La Menesunda (1965), en la que junto a otros artistas construye un “ambiente” interactivo de carácter temporal en plena ciudad de Buenos Aires, se instalan nuevas discusiones y posibilidades sobre los paradigmas establecidos en torno al arte público como vehículo de integración social.

Las obras de Minujín no se restringen a ninguna categorización estética y su formato siempre desafía las posibilidades, no solo de los soportes elegidos, sino también de los contextos y audiencias que las reciben. El desborde en las acciones de Minujín, de una manera u otra, juega un rol dinámico en la obra, transformándola, desintegrándola, dándole un sentido particular. Pensemos en el legendario Obelisco de Pan de Dulce, erguido en 1979 en la emblemática Avenida 5 de mayo de Buenos Aires, en plena dictadura militar, en la proximidad del clásico monumento trasandino, y el que al ser inclinado con la asistencia de una grúa suscitaba que hordas de personas se abalanzaran sobre la estructura, tratando de sacar el pan dulce.

Este año, Marta Minujín participó en la Documenta 14 de Kassel, en Alemania, con una nueva versión de su obra El Partenón de los libros prohibidos. Para su realización, la artista recolectó cerca de 100.000 libros prohibidos provenientes de todo el mundo. Fue instalado originalmente en 1983, poco después del término de la dictadura, y en “una semana en que la Argentina no tuvo gobierno”. Emplazado frente al Friedrichsplatz de Kassel, y donde justamente las juventudes nazis quemaron centenares de libros en 1933, el Partenón de Marta Minujín reafirma un símbolo de resistencia a la represión política que siempre amenaza a nuestra sociedad. La forma del Partenón, según la artista, fue escogida porque su modelo simboliza «los ideales estéticos y políticos de la primera democracia del mundo».

Tuve la oportunidad de conversar vía telefónica con Marta Minujín en vísperas de su viaje a Chile. La primera parte de nuestra conversación tuvo lugar entre Chile y su taller, “un espacio sagrado”; la segunda, y por mutuo acuerdo, ocurrió en el aeropuerto, mientras esperaba el vuelo que la traería a nuestro país.

Marta Minujín, Estatua de la Libertad recubierta de hamburguesas, 1979, dibujo/boceto para proyecto no realizado, 80 x 110,5 cm. Colección Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York (a través del Guggenheim UBS MAP Purchase Fund, 2014).

Marta Minujín, Estatua de la Libertad recubierta de hamburguesas, 1979, dibujo/boceto para proyecto no realizado, 80 x 110,5 cm. Colección Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York (a través del Guggenheim UBS MAP Purchase Fund, 2014).

MARTES 22 DE NOVIEMBRE

(Recibo un e-mail de Marta que dice que puede atender mis preguntas ahora mientras está en su taller)

Leonardo Casas: ¿Podrías contarnos algo de esta venida a Chile?

Marta Minujín: Ellos me invitaron a dar esta conferencia, si no, no hubiese podido ir, porque estoy viajando mucho con todas las obras que estoy haciendo en el exterior…

LC: ¿Ya se viene un nuevo proyecto?

MM: Estoy con un proyecto para Nueva York y otro para Buenos Aires; ambos son proyectos públicos. El de Nueva York todavía no sé cuándo va a ser, porque se necesita un recinto bastante grande. Es la Estatua de la Libertad cortada, recubierta de hamburguesas falsas: la gente se lleva las hamburguesas falsas y las cambia por verdaderas. Es toda una alegoría a cómo está caída la libertad y a los americanos que, mientras tanto, comen hamburguesas. Y con el Museo del Barrio voy a hacer una exposición, y estoy tratando de que todos colaboren para que la Estatua de la Libertad se haga… y como me invitaron, ya es más fácil… En Buenos Aires estoy haciendo una escultura inflable de 15 metros de alto, con colores flúor, donde la gente puede pasar de un lado a otro. Este proyecto, la Escultura de los Deseos, va a estar en la Plaza de la República del Perú. Como es inflable, se puede llevar de un lado a otro.

LC: En tu obra hay un factor de determinación e irrupción en los espacios…

MM: Eso lo he hecho muchas veces, sin permiso, como el Obelisco, o el Partenón de los libros prohibidos acá en la Argentina, cuando llegó Alfonsín, y duró 5 días porque lo desarmó la gente. El Obelisco, no se dieron cuenta y lo hice de golpe. Conocía al que tenía la fábrica de pan dulce y me dio todos los panes dulces, y lo hice con él y después llegaron todas las autoridades. Eran tan obtusos que no se dieron cuenta de la simbología del Obelisco de Pan Dulce, que era que la gente se comiera la verticalidad de los militares; por eso acosté al Obelisco.

LC: ¿Cómo se va dando ese contacto con la gente a lo largo de tu trabajo?

MM: A mí me gusta el desborde. Justamente, dirijo mis obras a la gente que no tiene cultura, que tiene una pre-cultura. Trato de que la obra llegue a gente más popular, no a los públicos de élite, que tienen pre-conceptos y son muy snob… eso no me interesa, por eso no me gustan las ferias de arte. Odio las ferias. Son ferias de vanidades y ansiedades, los galeristas te quieren vender, los artistas quieren vender, los coleccionistas te quieren comprar más barato… es toda una entidad. Terrible. Es una cosa nueva esta de las ferias, de hace unos 15 o 20 años. La gente se viste para ir ahí, se compran ropa… es una cosa de locos… En Alemania, la gente tenía la misma pasión por llevarse los libros prohibidos que los que se llevaron el pan dulce.

LC: Un factor que muchos nos preguntamos tiene relación con la circulación de fondos para proyectos con estas características…

MM: Yo ya a los 20 años lo hacía sola, sin que nadie me ayudara, y convencía a alguien de que financiara la obra. Y ahora sigo haciendo lo mismo, es la misma dinámica de mis 20 años… por eso yo creo que no tengo edad. A los 20 años hice una obra increíble en París y otra en Uruguay, otra en Buenos Aires… eran increíbles porque convencí a gente para que las financiaran. Por ejemplo, para la de Uruguay (Suceso Plástico, 1965), conseguí el estadio Peñarol y el Museo de Arte Moderno, y después la echaron a la directora por haber auspiciado eso.

Marta Minujín, El Partenón de los Libros 2017, armazón de acero, libros y envoltura plástica. Friedrichsplatz, Kassel, dOCUMENTA 14. Foto: Roman März

Marta Minujín, El Partenón de los Libros 2017, armazón de acero, libros y envoltura plástica. Friedrichsplatz, Kassel, dOCUMENTA 14. Foto: Roman März

MIÉRCOLES 23 DE NOVIEMBRE

Hoy es 23 de noviembre. Dentro de unas pocas horas, Marta Minujín deberá estar dando inicio a su conferencia en Chile. Son las 11:30 am y hemos quedado en hablar por teléfono. Le pregunto a Marta cómo están las condiciones para seguir con nuestra entrevista: “¡Una locura acá! Cuando entré la gente empezó a gritar ¡Marta! ¡Marta!… y a sacarse fotos, y perdía la valija, perdía todo. Porque me distraía…”

LC: Hablemos de tu reciente participación en la última Documenta de Kassel

MM: Esa obra es la mejor… y fue la que me hizo más feliz, porque sufrí muchísimo en la gestión de conseguir todos esos libros, que eran 100.000, de todos los países del mundo… Y la plata… El gobierno argentino puso 190.000 euros, y luego individuos argentinos, coleccionistas, pusieron 100.000 más, pero esto costó un millón; entonces, como no sabía si ponían o no ponían, por poco me enfermé. Un año estuve buscando plata: llegó gente de afuera, de Estados Unidos, de Alemania, la gestión fue durísima, había que tener mucha seguridad.

Me dieron un lugar en la plaza central, donde había una playa estacionamiento. Ahí había que poner una estructura de un metro y medio, fuertísima, para poner la plataforma del Partenón, que era de 60 x 35 metros y 22 de alto. Se ubicó frente al Friedrichsplatz, que fue donde Hitler quemó un millón y medio de libros. Había muchas cosas de seguridad que hacer, porque la gente se quería subir, pero estaban haciendo la estructura, venían las grúas, bueno… como es igual al Partenón griego, hubo que hacer todas las bases de alzamiento de cemento sobre la plataforma, las 48 columnas que tiene. Después, los libros que iban llegando se seleccionaban, porque la gente daba cualquier libro.

En la Universidad de Kassel había un departamento donde se separaban los libros prohibidos de los no prohibidos, los no prohibidos se donaban a otro lado, y los libros prohibidos, una vez seleccionados, se envasaban al vacío, bien pegados, y se aseguraban con alambre tejido y de plástico a una malla metálica; se colgaron completitos. Costó muchísimo: tres meses. Se terminó todo el último día antes de cerrar, y el último día puse el último libro, y al otro día ya empezaron a desarmar.

Todos los libros se los llevó la gente que venía a Documenta, que era muchísima, y como era día el final, se llevaban de a 10 libros. Primero se los llevaban ellos, así nomás, porque los agarraban. Ya cuando llegas a tres metros de altura, y pensando en los 22 metros que eran las columnas, los bajaban grúas, y ponían 10.000 libros por día en el piso, así ordenados, y entraban 100 personas cada 20 minutos, y volvían a salir; después volvía a entrar otro grupo. La mayoría de los libros se los llevó la gente, pero se donaron 2.000 a la biblioteca de Kassel, y creo que 2.000 a Berlín también, ¡pero había 100.000! Había muchos títulos repetidos.

LC: ¿Algún libro que destacara?

MM: El libro más extraordinario de todos se llamaba Guantánamo, que una editorial imprimió, pero después los gobiernos se enojaron con esa editorial y lo prohibieron. Luego esta editorial agarró y lo edito de vuelta, pero lo tapó, páginas enteras tachadas… una obra de arte ese libro. Tachado todo aquello que no querían que la gente leyera, editado de vuelta por un preso de Guantánamo.

LC: ¿Cómo respondieron los alemanes frente a la obra?

MM: En los diarios de Alemania pusieron, en español: “Gracias Marta Minujín”. Los registros que hice del Partenón para la conferencia fueron media hora de fotos, y media hora de videos que saqué desde Instagram. ¡Se sacaron un millón y medio de fotos!

LC: Hoy las plataformas virtuales son decisivas. Las comunicaciones humanas, en tu obra, han sido un tema presente…

MM: Siempre. Hice una obra en el 66 en Nueva York y en la Argentina, pero yo ya vivía en Nueva York y vine a la Argentina para hacer una obra que se llamaba el Happening de los tres países, donde me comuniqué por radio, por televisión y por Early Bird (el satélite Early Bird), con Allan Kaprow y Wolf Vostell, uno en Alemania y otro en Estados Unidos; nos comunicamos durante 24 horas, contando los happenings que hacíamos, y después invité a 60 personas, las 60 personas más famosas -porque sus caras estaban reproducidas en los medios- a ser filmadas, a ser fotografiadas, y a que se sentaran frente a 60 aparatos de televisión y se vieran a sí mismas. Esa obra la compró el MoMA… bueno, los archivos de la obra. ¡Me adelanté por dos décadas!

Después de cuatro años abandoné la tecnología porque me aburrí y me puse a hacer performances en otros países, y ahora la voy a empezar a usar, para comunicar. Antes la gente se comunicaba conmigo, pero ahora como voy a anunciar una nueva obra acá en Buenos Aires, esta escultura inflable, ahora empiezo a usar Instagram para que la gente me siga… la verdad que vale la pena, todas estas redes, es absurdo no utilizarlas.

Leonardo Casas

Chile, 1974. Es artista visual y profesor del curso "Discursos Artísticos y Formas Políticas en Latinoamérica" en la Escuela de Gobierno de la Universidad de Chile desde el año 2006. Escribe para la revista Artishock y ha curado muestras colectivas en Santiago de Chile y Nueva York. Editor de los fanzines "Estrellita Mia" y "Tiny Star".

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