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ENRIQUE RAMÍREZ: MUNDIAL

Por Eva Prouteau

Enrique Ramírez aprecia las historias dentro de historias, las ficciones solapando países y épocas, el espejismo entre el sueño y la realidad. Este artista chileno, que vive y trabaja entre Chile y Francia, a menudo utiliza la imagen y el sonido para construir una profusión de intrigas y ocupar el equilibrio entre lo poético y lo político. Sus mundos imaginarios están unidos a un elemento obsesivo: su pensamiento comienza con el mar, un espacio para la memoria en perpetuo movimiento, un espacio para proyecciones narrativas donde el destino de Chile se cruza con grandes narraciones de viaje, conquista y flujos migratorios. Sus imágenes líquidas hablan del resplandor de una verdad en vuelo permanente, el retroceso de la historia, siempre repitiéndose y nunca el mismo.

A través del mar, trae también la figura de su padre: un padre constructor de veleros durante la dictadura de Pinochet, un hombre que es una metáfora de todas las fantasías del viaje duplicadas con una existencia políticamente limitada. Las investigaciones de Enrique Ramírez frecuentemente vibran con resonancias biográficas.

Para evitar la trampa de una visión unívoca, el artista escoge deliberadamente el camino seguido por ciertos novelistas o cineastas latinoamericanos, como Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges o Raúl Ruiz: la inserción de elementos mágicos y motivos sobrenaturales en situaciones vinculadas a un marco histórico, cultural y geográfico reconocible.

Vista de la exposición «Mundial», de Enrique Ramírez, en Le Grand Café, Saint-Nazaire, Francia, 2017. Foto: Marc Domage

Invitado por Le Grand Café, un centro de arte contemporáneo ubicado en Saint-Nazaire, Francia,  Enrique Ramírez ha ideado una exposición tipo palimpsesto, con capas sobre capas de múltiples referencias geográficas e históricas. Con el título de Mundial, está plagada de distorsiones espacio-temporales, aunque el placer del artista en abrir espacios para afinidades intelectuales u oníricas genera, sin embargo, una profunda coherencia reflexiva. Sin ser discordante, el contexto marítimo de Saint-Nazaire y la isla de Ushant se encuentra con la Guerra Fría o el suicidio de Salvador Allende, y la historia personal (el barco de vela del padre del artista) se convierte en un receptáculo de historias anónimas y olvidadas.

En esta profusión de ecos y relaciones que se establecen, Enrique Ramírez abre un camino de pensamiento crítico que nunca es dogmático. Al igual que el filósofo Georges Didi-Huberman y la visión del arte que defiende en su obra Survivance des lucioles, el artista observa más bien la luz en las lagunas, descubre las «parcelas de humanidad» y desplaza la mirada… para frustrar mejor el poder?.

La exposición en el centro de arte acoge una producción completamente nueva de Enrique Ramírez, filmada en la isla de Ushant y en Chile. Con el título Dos brillos blancos agrupados y giratorios, este video presenta el faro de Créac’h (Francia). En este trabajo crepuscular, el mar parece tranquilo o turbulento: efusiones de espuma destacan contra la materia oscura, el haz de luz perfora mecánicamente el cielo nocturno, y múltiples voces acompañan a esta coreografía elemental.

Una voz nos invita a descubrir las creencias de ciertas tribus nativas americanas, que sentían que las marcas blancas en el cielo (las estrellas) eran agujeros por donde entraba la luz del universo, donde la oscuridad no existía. Otras voces famosas reviven grandes momentos de la historia política, palabras ardientes que han guiado a la humanidad, o evocaciones de trágicos acontecimientos que la han dejado angustiada. Esto confirma la dimensión existencial y genérica del universo de Enrique Ramírez, profundamente estructurado por el motivo del ciclo, la revolución y los eternos comienzos. No hay moralismo en este enfoque meditativo: el artista sugiere más bien el desarrollo clandestino del pensamiento y la experiencia de inmersión en el ruido del mundo.

Vista de la exposición «Mundial», de Enrique Ramírez, en Le Grand Café, Saint-Nazaire, Francia, 2017. Foto: Marc Domage

Frente a esta proyección, Enrique Ramírez ha instalado un barco volcado, con su mástil perforando el techo del espacio expositivo. Su vela parece desafiar las leyes de la gravedad. Roja y blanca, esta bandera naval se refiere, en su situación invertida, a un dibujo del pintor uruguayo Joaquín Torres García: América Invertida (1943). Inclinando este continente, poniendo las cartas boca abajo, el artista reposicionó las perspectivas y puntos de vista de la historia en las proporciones Norte / Sur.

La exposición presenta varios viajes relacionados con acontecimientos históricos específicos (el golpe de Estado chileno del 11 de septiembre de 1973, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos) y las actuales aventuras de los «pueblos sin tierra», a los cuales se les dedicará una moneda de cobre especialmente acuñada para la exposición. Una vez más, Ramírez invita a una mirada empática e imbricada de su historia personal, familiar en la gran historia que aquí revisita.

Si el tratamiento de las obras de Enrique Ramírez es poético, su trasfondo no es menos político y muy cercano a las palabras de Aimé Césaire en su Discurso sobre el colonialismo, donde asimila la colonización a un «principio de ruina», o escribe: “Colonización = cosificación». Cuando Enrique Ramírez reactiva estas grandes cuestiones ideológicas del siglo XX (colonización, migración forzada) que hoy todavía atormentan toda la psique humana, apunta precisamente a lo que está contenido en el título de su exposición: Mundial , o cómo el arte puede aprovechar de vuelta este vasto lugar común, literal y figurativo, que es el mundo.

Vista de la exposición «Mundial», de Enrique Ramírez, en Le Grand Café, Saint-Nazaire, Francia, 2017. Foto: Marc Domage

ENRIQUE RAMÍREZ: MUNDIAL

Le Grand Café, Saint-Nazaire, Francia

Hasta el 16 de abril de 2017

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