
HIDROSCOPIA / MAPOCHO DE CLAUDIA GONZÁLEZ
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Desde los inicios artísticos de Claudia González, el río Mapocho ha jugado un papel significativo en su vida. Cuando en 2008 se convierte en co-fundadora de Chimbalab (en la rivera norte del río, barrio Independencia, Santiago de Chile), la toponimia que daba nombre a aquel laboratorio de arte y tecnología jugaba un papel de señalización, no sólo geográfica, sino también simbólica, pues respondía a la posición ideológica con la que en adelante Claudia González abordaría su lugar como artista: la elección de recursos tecnológicos de bajo costo, la autoconstrucción de dispositivos como rescate de la manualidad de la artesanía, el ingenio del bricoleur, la enseñanza como un engranaje más dentro de su producción artística, serán algunas de las constantes que acompañarán sus proyectos. Producciones en donde, además, la reflexión por el territorio y sus determinaciones culturales, económicas y políticas, se harán cada vez más elocuentes desde distintas estrategias tecnológicas y poéticas.
En Hidroscopia / Mapocho, en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) hasta el 30 de octubre, el trabajo de González se materializa en una investigación sobre la dimensión material y orgánica del río Mapocho. Río que vuelve a ser abordado, pero ya no como frontera o linde que disecta a Santiago, sino intentando conocer en profundidad los elementos que constituyen este hilo hídrico que divide a la ciudad. Pues si bien el río Mapocho marca una presencia contundente en nuestro imaginario capitalino, y su representación visual ha sido profusa e intensa (desde la postal romántica, la instantánea periodística documentando su desborde, o el documento histórico que lo delata como lecho de muerte en dictadura), poco sabemos realmente sobre sus características. Desconocemos sus meandros, sus accidentes; no tenemos la certeza del lugar en el que desemboca su nombre, y sólo sospechamos sus niveles de contaminación y supuesta peligrosidad, razones por las cuales observamos sus turbias aguas con distancia y recelo.
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El trabajo de Claudia González no se ha detenido en la descripción impresionista ni alegórica del río, como tampoco ha intentado remedar la práctica científica moderna. Su trabajo ha consistido en incursionar sus orillas, advirtiendo las interrupciones y bloqueos que los imperativos urbanísticos han diseñado, así como en la toma de muestras de agua para la observación de sus partículas microscópicas. Pero sobre todo, su propuesta ha recuperado la hidroscopia del inventario de saberes populares, actualmente denostados como pseudociencia, y por lo mismo, marginados de los paradigmas racionalistas contemporáneos.
La hidroscopia era un antiguo método, similar a la radiestesia y la rabdomancia, los cuales servían para buscar (mediante varillas o un péndulo) fuentes de agua, minerales u objetos ocultos; para ello era fundamental el conocimiento de una técnica, pero también las facultades de la adivinación e intuición y un reconocimiento afectivo del habitar un entorno. En una fórmula cuasi mágica, la función de la hidroscopia era el “arte del alumbramiento de las aguas ocultas”. A partir de este enfoque hidroscópico, Claudia González indaga sobre las correspondencias entre el campo macro y microscópico, haciendo visibles o perceptibles los distintos agentes, humanos y no humanos, que participan constituyendo un Mapocho como entidad vital.
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En este ejercicio hidroscópico, González ha intentado revelar el río como ente que dibuja, marca, divide, separa, recorre, graba, compone, conduce, contamina, huele, suena, filtra… Su trabajo artístico ha sido el de capturar instantes de la dimensión dinámica de sus flujos materiales y simbólicos, los cuales no se reducen a la superficie de sus comportamientos o apariencia externa, sino que además registran la complejidad de las transformaciones de la capital en términos urbanos, ecológicos, sociales y materiales.
Para ello convierte el lugar de la exposición en una interfaz para visualizar y escuchar el Mapocho, dando a conocer de manera holística y sistémica los distintos componentes que constituyen el río, que en su opaco torrente arrastra una historia material y cultural de Santiago. En ese afán, la artista emplea una serie de procedimientos gráficos, constructivos, analíticos, sonoros, soportados sobre andamios, desde los cuales es posible condensar poéticamente un acercamiento donde la ciencia, la estética y la subjetividad de la propia artista convergen.
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