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Natalia Babarovic:encandilados

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Un día supuse que las entrevistas a modo de conversación eran el modo perfecto para imbuirse en el mundo de los artistas, sobre todo visitando sus talleres. Pero hay algunos que se escapan en el intento por coordinar, se escabullen, siendo a veces previsible según la lógica de su hacer. Una visita fallida y un diálogo por cartas que no consiguieron respuesta, me llevaron a husmear un poco más en los catálogos y textos sobre Natalia Babarovic. Encontré en su obra un sentido literario y me fui sumiendo en esa marcada relación que tiene con la escritura, tanto la suya como la que convoca en torno a su pintura, y que se concreta en sucesivas publicaciones que ha ido haciendo con amigos, críticos y escritores.

En Lucinda, la pista que falta + Paisajes y pantallazos (Hueders, 2014), libro que armó junto a Bruno Cuneo, él dice que Natalia Babarovic siguió pintando cuando nadie más lo hacía. A mí me parece que siempre hubo pintores, entremedio de todas las escenas, pero que la singularidad de lo suyo es ser una pintora que se sostiene más desde la figura del artista que la del pintor. Quizás por querer buscarle un esqueleto conceptual a su obra, tal vez por cómo la presenta, por exponer los marcos de producción, el origen de las tomas en que se basa, o hablar del autor de ellas…

Pero hay cuadros en sus últimas exposiciones que me recuerdan la descripción sobre sus primeras pinturas que hizo Roberto Merino en esa publicación que se llamó Novela de Aprendizaje: “Eran óleos sobre cartón”, decía, y los pintaba “en la privacidad de una buhardilla de la calle Lyon”. Ahora han pasado décadas y somos testigos de toda una vida que siguió su cauce dentro del oficio del arte. Y hay algo que se repite en esos soportes de materiales precarios. Ella ha dicho que viene del impulso por pintar con lo que tenga a mano, pero creo que también expresa un contrapunto entre lo suelto y lo sujeto en su pintura, y en su carácter. Dentro del silencio y el tono oscuro, sombrío, que acecha en sus pinturas, hay algo claustrofóbico, a pesar de los paisajes, a pesar de las grandes naturalezas abandonadas; existe algo de ese intimismo escondido del que hablaba Merino.

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Así es como la imagino trabajar, un poco abstraída, ordenando esas imágenes suyas en series pictóricas que hablan de recuerdos personales y sensaciones sin embargo universales: la desolación, lo remotas que se tornan a ratos las escenas de la vida. La imagino buscando darles un sentido en la expresividad de su obra. Pero ahí, donde deja ver el pulso del pincel, prefiere no descansar en ello, sino que remitir a escenas muy específicas, a explicitar esos pantallazos mentales y reales que le suceden, y tomar la fotografía y el cine como posibilidades análogas de pensamiento y de extensión.

Guillermo Machuca ha escrito sobre Babarovic enfatizando esa relación con la fotografía, diciendo que ésta es más cercana a la pintura de lo que se pensó en algún momento y que hay algo nostálgico que conecta a las fotografías análogas con las pinturas, que dialogan con un espíritu cargado de melancolía. Natalia heredó fotografías de su abuelo, “demasiado pretéritas para el lector común, acostumbrado a la velocidad de un tiempo cada vez más comprimido. Babarovic sabe que dicho tiempo es nocivo para la lentitud necesaria en la pintura. El arte es lento (…) lo medular reside en la velocidad, en una consciente manera de concebir lo desprolijo y descuidado como aciertos propios de la pintura”.

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En el trajín de los pasillos de la última feria Ch.ACO me topé de golpe con un cuadro grande que entre toda la mixtura de obras varias afectaba el espacio por su peso y solidez. Era de Babarovic. Ella da la impresión de exteriorizar en su pintura una compostura que se le escapa a la personalidad, no exenta de simpática distracción. La figuro lidiando con las formalidades y los tiempos. Hace unos días, por ejemplo, en el muro de Facebook corregía una errata imaginaria sobre el inminente día de su inauguración, convocando a la comunidad al evento un día esquivo, equívoco.

De todas maneras llegamos, y en la exposición de Galería XS, titulada Encandilados, nos encontramos con la pintura de siempre, particular, reconocible. “La artista relaciona la palabra encandilar con las candilejas, los candiles, los escenarios”, se indica en el comunicado. “Le interesa lo que debe indicarse en el teatro, como la iluminación, las salidas y entradas –lo que no es evidente y no se ve–, también el problema del cuarto muro, de la pared transparente hacia el espectador. ‘Estos cuadros quisieran funcionar como indicaciones de escena, o como acotaciones dramáticas, o melodramáticas’, explica. Gente que se mira, gente vista.”

Es su pintura, pero esta vez suelta en formatos, estilos y géneros, acatándose a nada más que una idea o un problema abierto sobre la luz. Ocupando el espacio de la galería como un pequeño museo, ella lo anota, casi como un muestrario de lo que podrían ser sus últimas divagaciones. He ahí su relajo, simpleza y holgura. En obras pequeñas y medianas que componen rítmicamente el espacio, usando telas encartonadas, con esa planicie y cualidad de estudio, como módulos para cuadros compuestos asemejando azulejos antiguos o pedazos de frescos bizantinos sobre los muros. Y así, en soportes levemente mixtos, desarrolla la pintura dejando la sensación de que es un tanto en juego, un tanto cándida, con una madurez que atrapa en su variación.

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Antonia Taulis

Nace en Santiago de Chile, en 1989. Es crítica de arte y artista visual. Licenciada en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile, actualmente es Asistente de Dirección de Galería Madhaus, y redactora en las revistas Artishock y Joia Magazine. Ha escrito para decenas de exposiciones y catálogos y trabaja para otros proyectos independientes.

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