(NO) LUGARES PARA LA CREACIÓN EN VENEZUELA
¿Qué necesidad deviene en la creación y aparición de espacios y lugares de encuentro regidos por políticas distintas a las de las galerías y los grandes museos? ¿Son estas plataformas de visibilidad un síntoma de nuestro tiempo o un despliegue que parece manifestarse donde su contexto artístico lo amerita?
En Venezuela el circuito de galerías, nuevos centros culturales y también las librerías han asumido la responsabilidad de propiciar espacios de diálogo, formación y creación ante las evanescentes instituciones públicas que otrora cumplían con el quehacer de la legitimización del arte y la cultura. El escenario artístico venezolano se encuentra desde hace una década enmarcado en un contexto gubernamental que ha arrinconado los discursos y ha disminuido los espacios físicos de acción que funcionaban como plataformas para materializar enunciados e ideas artísticas. Los espacios referenciales luchan por mantener sus dinámicas en la crisis económica a la vez que asociaciones privadas se encargan de proveer el sustento de espacios dedicados a la cultura.
Pensar en espacios “alternativos”, “autónomos” o “auto-gestionados” en este ámbito cultural restringido parece natural, e incluso necesario. En los últimos años hemos visto como han surgido y se han insertado en el panorama discursivo de Venezuela espacios de autogestión como Oficina #1 y El Apartaco, en Caracas; Bella Vista Arte Contemporáneo en Pampatar, Estado Nueva Esparta; Esteespacionoesmio en Valencia, Estado Carabobo; y Al Borde en la ciudad de Maracaibo, Estado Zulia. Todos ellos espacios auto-gestionados por artistas que desde el trabajo colaborativo establecieron modelos de gestión que permitieron hacer visibles discursos y posturas artísticas deslindadas de la validación institucional y del mercado del arte. Sin embargo, en Colombia, Argentina, México, Bolivia, España y otras latitudes con contextos políticos, económicos y socioculturales disímiles, también se configuran espacios de autogestión con propuestas al margen de la institucionalidad, por lo que atribuir su existencia a una situación específica de la sociedad venezolana sería ignorar que la aparición de estos espacios se inserta dentro de una sensibilidad común en otros territorios.
La característica que podría atribuírsele a las plataformas autodeterminadas que han surgido en Venezuela es quizás su promesa de independencia y libertad ante el orden establecido, el mercado del arte, las prácticas de legitimización, los juegos de poder y el sistema hegemónico. Hoy día percibimos que algo importante ocurre en los espacios de contingencia y hemos presenciado el reposicionamiento del poder dentro de los ordenes de la jerarquía al ver cómo los discursos emergentes con estrategias que parecen privilegiar el trabajo en comunidad al mismo tiempo que reclaman la libertad y la autodeterminación se convierten en lugares referenciales para el surgimiento de nuevas experiencias y energías renovadoras.
Los espacios y agentes que tienen el poder y la voz para legitimar y visibilizar propuestas artísticas actúan con frecuencia como formas hegemónicas con posibilidades de capitalizar uno u otro dispositivo de enunciación o representación sensible. El artista o actor siente entonces la necesidad de intervenir en estas estrategias de circulación configurando un espacio propio con posibilidades de autodefinición, interviniendo en las formas de visibilidad del arte y creando un espacio para la reflexión y el hacer. Frecuentemente esta decisión se conjuga con una imposibilidad económica que activa la invención de soluciones alternativas ante las necesidades específicas de este nuevo espacio. Las limitaciones aparentes se convierten en el motor de la experimentación que desemboca en algunos casos en propuestas novedosas e innovadoras. El (los) fundador (es), en cooperación con amigos y colegas intelectuales dispuestos a involucrarse en el proyecto, asume(n) activamente los roles de museógrafo, curador, diseñador, gestor, coordinador y promotor, desafiando la diversificación y especialización del oficio y abrazando la posibilidad del “hazlo tú mismo”.
La configuración de un espacio auto-gestionado a través de la creación de una iniciativa propia al margen de la institucionalidad, aparece como una necesidad/estrategia para controlar la circulación y difusión de propuestas artísticas propias o intelectualmente afines, y crear oportunidades de exposición, representación y contacto con el público sin necesidad de intermediarios o terceros. En definitiva, una nueva distribución de los roles de los sujetos y una intervención en los mecanismos de visibilidad.
La intervención sucede en insospechados espacios híbridos que funcionan en algunos casos como residencia, taller y espacio de posibilidades múltiples como ocurre en el caso de Bella Vista Arte Contemporáneo en la isla de Margarita, dirigido por Luis Mata, lugar que también funciona como su taller personal, o El Apartaco, que funcionó desde el 2010 al 2012 como residencia de Edson Caiceda y Arnoll Cardales, sus fundadores, al mismo tiempo que servía de espacio para sus actividades y que actualmente es la casa/taller de Arnoll y uno de los centro de operaciones de El Apartaco. Las exposiciones y actividades que se organizan surgen de una afinidad conceptual y sensible que no necesariamente responde a una intuición económica de rentabilidad, exposiciones que no tienen lugar dentro del coleccionismo y que en ocasiones van acompañadas de actividades paralelas para recuperar lo invertido. Estos proyectos mantienen –al menos en una primera etapa- su independencia del sistema de comercialización con eventos sin fines de lucro -monetario pero si intelectual- que recogen un intercambio de discursos, reflexiones, significados y vínculos. La solidaridad y el beneficio común en contraposición con el individualismo y el egocentrismo.
Alcanzado cierto éxito las plataformas auto-determinadas que funcionan como un laboratorio de ideas refrescantes y reflexiones emancipadoras se convierten eventualmente en referentes dentro de la esfera del arte. Llegado este punto algunos espacios se han trasladado del margen del circuito artístico al centro del mismo y han sido arropados por las dinámicas comerciales y del reconocimiento público. Declarar el no estar subordinado a un sistema en este caso se convierte en una afirmación transitoria. Su ambición de autonomía es también su participación en las esferas del poder que tienen la capacidad y la posibilidad de absorber estas miradas y reubicaciones hasta lograr una cierta neutralización de la novedad.
Algunos afirman que equiparar la gestión de un espacio auto-determinado a un acto épico es una sensación cada vez más distante debido a su rápida inserción en el circuito artístico, definiéndolos como lugares más o menos convencionales en donde se trata de equilibrar las tensiones entre los componentes de la fórmula “menos dinero + poca burocracia = más libertad discursiva”, o “más dinero + más burocracia = menos libertad discursiva, pero quizás más libertad museográfica”.
Simplificar la existencia e incorporación al circuito artístico de los espacios auto-gestionados en diferentes países, a una simple brisa pasajera que ya ha sido neutralizada o absorbida por el circuito artístico, es pasar inadvertido un acontecimiento importante de nuestra contemporaneidad. Debemos valorar y proyectar estas dinámicas transformadoras como lugares necesarios para la dinamización de la oferta cultural, la apertura del sistema y la visibilidad de nuevos actores.
Se trata de plataformas de intercambio, generadoras de pensamiento crítico y reflexión que conviven en torno al circuito institucional y participan junto a él de un proceso necesario de retroalimentación voluntaria y recíproca para la dinamización y proliferación de la cultura. Aparecen como la contraparte necesaria para mantener las tensiones y el equilibrio dentro de un sensorium del arte que, como señala Jacques Rancière, es siempre un sentido común paradójico, un sentido común disensual, hecho de acercamientos y de distancia. Su existencia y sus procesos aparecen ligados a la naturaleza plural, espontánea y efímera del arte contemporáneo, tomando estas características como factores estimulantes en un ambiente artístico que trata de incorporar la maleabilidad en su sistema de producción y difusión.
Si bien a lo largo y ancho de Venezuela estas iniciativas aún no son abundantes y algunas han tenido un recorrido breve, espero que los artistas y gestores no se detengan en la búsqueda de propuestas honestas y sensibles, así como en la creación de procesos de vínculo, diálogos participativos y plataformas de inserción y circulación donde se pueda seguir reflexionando sobre nuestra idiosincrasia y trastocando las jerarquías.
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