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SOBRE GEOMETRÍA, SUEÑOS Y GATOS

Un filósofo al llegar a una tierra desconocida adivinó que estaba habitada al ver una figura geométrica sobre la arena. “Este es un paso de hombre”, dijo. Sus compañeros lo creyeron loco porque las líneas que él mostraba no parecían la huella de un pie.

Una de las teorías que existen para explicar el origen del círculo como símbolo del número cero dice que los griegos usaban pequeñas piedras redondeadas como elementos para contar y sacar cálculos. Poniendo estas piedras sobre la arena podían ordenar cantidades, sumar, restar y ejecutar otras operaciones más complejas. El cero entonces habría sido simbolizado con el dibujo de la huella cóncava que deja una piedra al ser retirada de la arena.

 

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Cuando tenía unos diez u once años me gustaba pensar que dibujar un círculo perfecto, sin ayuda de ningún instrumento, era posible (y maravilloso). La experiencia me demostró una y otra vez que hacerlo de un solo trazo resultaba imposible, pero tenía una confianza ciega en que si realmente me lo propusiera, lo lograría: bastaba con hacer muchos trazos muy cortos uno a continuación del otro, cada uno de los cuales fuera una pequeñísima línea recta y así, dando pasos más y más cortos si fuera necesario, y haciéndolo muy pero muy lentamente, borrando y volviendo a dibujar cada vez que me desviara del curso, podría llegar a construir la curvatura perfecta de un círculo. Estaba tan segura de mi teoría, que nunca necesité llevarla a la práctica.

Hagop Sandaldjian fue un músico armenio nacido en Egipto en 1931. Además de ser un eximio intérprete del violín, estuvo dedicado durante muchos años a diseñar una nueva forma de tocar los instrumentos musicales, basada en principios ergonómicos que consideraran las formas y movimientos naturales del cuerpo como punto de partida. Sandaldjian es también el autor de un conjunto de micro miniaturas, o esculturas tan increíblemente pequeñas que caben –holgadamente- dentro del ojo de una aguja de coser. Trabajando bajo el microscopio y usando herramientas que él mismo fabricaba con agujas pequeñísimas y polvo de diamantes, Sandaldjian creaba imágenes perfectas de figuras como Napoleón o personajes de Disney, las que además pintaba con todos sus detalles, desde los ojos hasta los botones de la ropa, usando como pincel un solo pelo con la punta afilada. Cada figura, fruto de una devoción obsesiva, podía tomar hasta catorce meses en ser terminada. No sólo era éste un trabajo arduo y delicado, sino que bastaba una exhalación o un leve temblor de la mano para hacerlo desaparecer, al extremo que al trabajar Sandaldjian aprendió a mover sus manos sólo entre latido y latido de su corazón. “Trabajar bajo el microscopio no sólo requiere control de la mano y la respiración, sino de todo el sistema nervioso”, afirmaba. Algunas personas que lo vieron trabajando aseguran que sus manos no se movían perceptiblemente.

 

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De manera similar a la tarea de tocar a la perfección un instrumento musical, o dibujar un círculo perfecto, estas micro miniaturas implican un grado extraordinario de compromiso, pasión y extravagancia canalizados en un movimiento controlado y preciso. Como se ha escrito sobre ellas, “estas figuras de dimensiones imposibles habitan los márgenes entre los sueños y la realidad, parecen al mismo tiempo banales y elusivas, meticulosamente trabajadas y soñadoramente insustanciales, levitando entre su precaria existencia en el plano material y la lúcida e inconmensurable realidad de una imagen mental”.

Este espacio intermedio, entre el plano material y la imagen mental, es donde se sitúan también ciertos dibujos que hizo Galileo Galilei en el año 1610. En ese año, Galilei publicó un pequeño libro llamado Sidereus Nuncio (Mensajero sideral), en el que difundía las observaciones que había realizado de las estrellas y de las distintas fases de la luna con un telescopio de su propia invención. Aparecían allí cinco dibujos en los que registró cuidadosamente y con todos sus detalles la superficie lunar tal como la observó. En ellos, por primera vez, la gente pudo ver el aspecto real de la luna, con sus cráteres y su superficie rocosa, irregular y opaca. Estos cinco dibujos pusieron en crisis la noción que hasta ese entonces se tenía de la luna como un cuerpo celeste blanco y luminoso, completamente liso y esférico, y contradijeron abiertamente la cosmología aristotélica que concebía a los cuerpos celestes como esferas lisas y perfectas, imágenes ideales de la perfección del cosmos.

 

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Hoy, como casi todos los días, trabajo en mi taller (que está en mi casa; recuerdo algo que leí hace tiempo haciendo notar que hay algunos artistas que trabajan “en casa”. No tiene que ver con que trabajen físicamente en su casa ni con que su trabajo sea doméstico o tematice la casa, sino con cómo se enfrenta el trabajo del arte. Por ejemplo, Richard Serra o Matthew Barney no son de los que trabajan en casa, pero Marcel Duchamp sí lo era) moviendo cosas de un lado para otro. Mi gato se pasea entre mis piernas, sube a la mesa, camina sobre los papeles que tengo encima y se acerca a la ventana para mirar lo que pasa por la calle. Suena la radio. Es un programa de conversación y uno de los invitados, un crítico de arte, intenta definir su visión del arte con una analogía. Imaginen, dice, dos mascotas: un perro y un gato. Pedirle a un perro que haga algo es una experiencia extraordinaria: si lo llamas con un silbido te mira, viene hacia ti, pone la cabeza en tus piernas y mueve la cola. Te habrás comunicado efectivamente con otra especie, compartiendo un lenguaje común y literal. Por otra parte, si llamas de la misma manera al gato, mira hacia otro lado, camina lentamente hacia una mesa, se frota contra una pata, se echa y te mira. No hay nada directo en todo eso. Sin embargo, algo enorme y muy parecido al arte habrá ocurrido. El gato ha puesto un tercer objeto entre tú y él. Para comprender al gato será necesario que puedas aprehender esta comunicación no lineal, indirecta, holística, circunvalatoria. En resumen, el arte es un gato.

Termina el programa y anuncian la canción “Dreams come true”, de Willie Nelson. Me pregunto por qué será que hay tantas canciones en inglés que repiten esta misma frase y por qué las canciones en castellano no la usan nunca.

 

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Magdalena Atria

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