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GAUDÍ Y SU REGALO PARA CHILE

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El arquitecto catalán Antoni Gaudí (1852-1926) viajó poco, muy poco; de hecho, casi no salió de Barcelona. Sin embargo, su obra ha trascendido el espacio-tiempo como pocos lo han logrado, y le ha dado a la capital de Cataluña un sello único, casi indisoluble, entre lo que hoy reconocemos como la marca Barcelona y la obra gaudiniana. Curiosamente, el legado de su trabajo se extendió hasta nuestras tierras latinoamericanas, cuando en 1922 hizo -en vida- un regalo para Chile. Esa propuesta, que en su proyecto de adaptación está titulada Centro Cultural y Espiritual Gaudí, está en proceso de adjudicación para comenzar obras en el 2018.

En medio de mis estudios de Magíster, residí en Barcelona durante tres meses para desarrollar una investigación sobre las siete obras de Gaudí declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1984 y 2005. Sin embargo, a la semana de mi llegada a dicha ciudad, y por sugerencia de la Dra. Mireia Freixa (experta en Modernisme Catalán de la Universidad de Barcelona), quien apoyó mi investigación, tuve que replantear profundamente mi cometido, simplemente porque caí en la cuenta que cada obra de Gaudí es un universo en sí mismo: complejo, creativo, con un lenguaje único. En síntesis, sería imposible realizar -en el tiempo disponible- un análisis teórico-visual de calidad para esas siete obras. Ante dicho contexto, finalmente escogí La Casa Milà -o La Pedrera- como lugar para mi investigación académica, y –debido a las circunstancias- tuve el privilegio de vivir al lado de La Sagrada Familia y estar inmersa en el espíritu gaudiniano a través de esas dos propuestas arquitectónicas. Y fue entonces cuando conocí parte del proyecto para Chile.

En 1909, el padre Angélico Aranda (1870-1961, Chile) conoce a Antoni Gaudí en Barcelona al final de un viaje por Europa, donde realizó estudios de perfeccionamiento en pintura en la Academia Española de Roma. A ellos los conecta una auténtica amistad basada en el catolicismo y la austeridad, por parte del padre Aranda desde su Orden Franciscana y en Gaudí por su estilo de vida. Así también, los une una profunda valoración por el arte y la arquitectura. Trece años después, el padre Aranda vuelva a contactar a Gaudí en forma epistolar para pedirle el diseño de una capilla para Rancagua, su diócesis en aquel entonces, en homenaje a Nuestra Sra. de los Ángeles. Allí expresa su solicitud “prometiéndole corresponderle con (…) oraciones”. El padre Aranda envía esta carta el día 15 de agosto de 1922, fecha significativa para el mundo católico porque celebra la Asunción de la Virgen.

Por su parte, Gaudí le responde que está plenamente abocado a la realización de La Sagrada Familia, lo cual efectivamente ocurrió así desde 1912 al dar por terminada la Casa Milà. Sin embargo, toma su tiempo en dar respuesta y, producto de aquello, se percata que el dorso de la carta de Aranda contiene también las medidas de la capilla solicitada, las cuales calzaban perfectamente con la Capilla de la Asunción que él tenía previamente proyectada para La Sagrada Familia. Gaudí decide finalmente enviar los planos para que adaptasen esa propuesta al terreno de Rancagua en cuestión. Además, menciona que “el estudio podría aprovecharse mucho antes de su ejecución en Barcelona y sería una prueba de la confraternidad espiritual entre España y América”. Curiosamente, la carta es enviada el mismo Día de la Raza, es decir, el 12 de octubre de 1922, efeméride que actualmente conocemos como el Encuentro de dos mundos. Resulta interesante la mención explícita del día de envío de la carta con la conmemoración del Día de la Raza, como si estuviese de por medio la intención de Gaudí de que este proyecto concediera un espacio para estrechar lazos no sólo entre Chile y España, sino entre todo el continente y su país.

El origen de la solicitud del padre Aranda se centra en la idea de una porciúncula para Rancagua, una sencilla capilla como la de Asís, donde San Francisco comenzó su orden religiosa en 1209. Un templo ubicado en un bosque de robles, restaurado con sus propias manos, en extrema sencillez. Alrededor de 1211 este edículo fue otorgado oficialmente a la nueva orden y tuvo como sentido esencial el perdón de los pecados, es decir, la redención de errores cometidos. El padre Aranda solicita esta obra a Gaudí desde esta misma sencillez, y como lo expresa en su carta promete pagarle con oraciones, gesto de inocencia y fe prácticamente ciegas. Así es como Gaudí nos lega su proyecto de una capilla inspirada en la escultura Litera de la Madre de Dios, instalada en la catedral de Santa María de Gerona, también Girona, en Cataluña. Una obra del escultor Luis Bonifacio Massó (1730-1786) que interpreta la Asunción de la Virgen a través de los mantos de su falda levantados por ángeles en las cuatro esquinas.

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Esta capilla es efectivamente parte del plano de la basílica de La Sagrada Familia y será colindante al ábside de la planta mayor, es decir, -vista desde arriba- irá en la cabecera del altar. Dicha capilla aún no se construye en Barcelona, y por acuerdos bilaterales se esperaría que se edifique primero en Rancagua, así como Gaudí lo hubiese querido. Esto, porque se proyecta que el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia sea terminado para 2026, en conmemoración del centenario del fallecimiento de Gaudí.

En el contexto actual de la construcción del Centro Cultural y Espiritual Gaudí tuve la oportunidad de entrevistar a dos personas fundamentales en el desarrollo de este proyecto: Christian Matzner (Chile, 1963) arquitecto jefe del proyecto, y Roberto Soto (Chile, 1979) director regional de la dirección de arquitectura O’Higgins del Ministerio de Obras Públicas (MOP) de Rancagua. Cada uno de ellos aportó su visión acerca de cómo este proyecto se está desarrollando actualmente, y comentaron también acerca de la historia de la obra y su proyección hacia el futuro.

“El proyecto de Gaudí para Chile ha sido un continuo desde hace veintidós años, y por eso mismo, esta cadena ha tenido muchos eslabones, entre quienes destacan el Sr. Nicolás Díaz (Chile, 1929) y la Sra. Elisabet Juanola (España, 1968). Sin embargo, los participantes entusiastas y generosos de aportar -trabajo y creatividad- a lo largo de estos años han sido muchos, casi centenas”, comenta Matzner.

Proveniente de una familia con ascendencia alemana -cuyo abuelo fundó la empresa Artel y posteriormente la Librería Nacional-, Matzner estudió en el Instituto Nacional, luego se tituló como arquitecto en la Universidad de Chile y realizó sus estudios de máster en la Universidad Politécnica de Madrid (1993-1994). Y es allí donde todo comienza, en 1995, al finalizar sus estudios en España, donde residió junto a su familia, primero un año en Madrid y luego un año en Barcelona. Luego de realizar estudios vinculados a la restauración arquitectónica, Matzner viajó a Barcelona, ya que en ese momento él se encontraba muy interesado en la obra del arquitecto Luciano Kulczewski (Chile, 1896-1972) descendiente de familia polaca, quien realizó en Chile una propuesta muy ligada al renacimiento del estilo Gótico y al Art Nouveau. A través de la investigación de Kulczewski, se conecta y estudia en la “Cátedra Gaudí” de la Universidad Politécnica de Cataluña (1994-1995) con Joan Bassegoda i Nonell (España, 1930-2012), con quien inicia una larga y significativa amistad. De hecho, es “el profesor Bassegoda” (como le dice de cariño) quien lo invita a desclasificar los archivos diocesanos donde se hallarían finalmente las cartas entre Aranda y Gaudí. Luego, en su vuelta a Chile y con todo esto en la cabeza, se preguntaba ya desde el avión cómo volvería a nuestro país. Por ello, visualiza prontamente la importancia de “formalizar este proyecto desde lo urbano, lo religioso, lo político y también lo técnico”, por lo que decide aunar toda la información recopilada y convocar a actores que pudiesen colaborar y comprometerse con la gestión que se venía por delante. Así, en 1996 se crea la Corporación Gaudí de Triana, entidad sin fines de lucro que gestionó este proyecto por dieciocho años, “para llevarlo a cabo desde tres aristas: construir la capilla (1), convocar la participación ciudadana en torno al proyecto para potenciar un espacio de soledad y silencio y así estimular la espiritualidad desde diversas perspectivas religiosas (2), y por último, para estudiar y difundir la obra de Antonio Gaudí (3)”.

Para Matzner este proyecto fue una suerte de regalo o encomienda que la vida le fue asignando con el tiempo, y que se transformaría, sin duda, en el proyecto más importante de su carrera. De hecho, afirma que “es en Chile donde realmente conocería la genialidad de Gaudí”, ya que este cometido le permitió estudiarlo y conocerlo en mayor profundidad. Por tanto, a pesar del estímulo e insistencia de Bassegoda para que él realizara un PhD. en el tema, Matzner sentía que claramente no lo necesitaba, porque todo esto lo estaba siendo en sí mismo. Tener la labor de concretar una obra de Gaudí fuera de España no era una tarea cualquiera, más aún si ninguno de sus protagonistas estaba con vida.

Sin embargo, la concreción del proyecto no ha sido tarea fácil. De alguna manera, y podríamos decir que, al estilo gaudiniano plenamente, las cosas se fueron haciendo sin una ruta predefinida y por tanto, la experiencia no estuvo exenta de errores, desvíos y dificultades. Matzner recuerda como un amigo alguna vez le comentó de forma lúcida: “Tienes un hijo con Gaudí, pero sin carnet de identidad”, lo que movilizó su búsqueda para darle un corpus real y legal a todo esto en términos fácticos, “porque pudo quedar fácilmente en un ideal romántico sin nunca ser aterrizado” y había que darle “viabilidad e incorporarlo en los mecanismos de postulación del Estado”.

Sin ir más lejos, Gaudí diseñó sólo tres proyectos fuera de España: el Hotel Attraction para Nueva York; las Misiones Católicas Franciscanas para Tánger, Marruecos; y la obra para Chile, de los cuales este último es el único que se está logrando concretar.

Así fue como “este proyecto empezó a desarrollarse en cuatro ámbitos: la difusión, la gestión, el proyecto arquitectónico mismo y la obtención de un terreno que permitiera viabilizar su concreción a través del Gobierno Comunal”. En síntesis, este proyecto se ha hecho a pulso y sin mandante por veintidós años.

Sin embargo, un punto de inflexión en la gestión del proyecto ocurrió el año 2014, cuando se obtuvo una audiencia con el Ministro del Interior de la época, el Sr. Rodrigo Peñailillo, quien entregó la información a la Presidenta de la República, la Sra. Michelle Bachelet y, con ello, se le otorgó finalmente prioridad presidencial. Esto fue una suerte de “sueño hecho realidad” que daría efectivamente inicio a un nuevo y también largo proceso, el de comenzar a tomar decisiones aún más concretas y definitivas para que ese regalo -que en octubre del año 1922 fuese soñado para Chile y América- comenzara su aterrizaje, con la posible inauguración casi un siglo después. Como lección de vida, Matzner comprende “la importancia de perseverar por lo que uno cree, más allá de las dificultades”.

En ese sentido, parece que no pudo haber sido otra persona la indicada para llevar a cabo este proyecto, ya que Matzner se desempeñó por dieciséis años en el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), y en su último periodo estuvo encargado del Área de Patrimonio Mundial e Internacional. Este vínculo entre arquitectura y patrimonio le confiere la experiencia profesional precisa para haber realizado el proyecto arquitectónico en sí y -al mismo tiempo- responder a los requerimientos de una obra proveniente de La Sagrada Familia, declarada patrimonio universal por la UNESCO en 2005.

Matzner afirma con decisión que éste es el momento de la ejecución de la propuesta, realizada por encargo del MOP y diseñada por el equipo de trabajo liderado por él (junto a Elena Corbalán, Álvaro Guerra y María Eugenia Moreno) en el año 2009. “Visto en el contexto del tiempo, el diseño de la propuesta ha sido uno de los pasos más importante de este proyecto porque nos permitió saber de qué estábamos hablando” en términos de visualidad, materiales y costos.

Actualmente, el proyecto cuenta con la participación de diversas instituciones: en Chile, la Corporación Gaudí de Triana y el MOP, y en España La Sagrada Familia, por medio de su director Jordi Faulí y la revista Temple.

Heredar este proyecto para Chile es un privilegio no sólo desde lo simbólico, sino también desde lo arquitectónico propiamente, ya que a pesar del pequeño tamaño de la capilla, ésta cuenta con una “conjunción de superficies regladas de doble curvatura, trabajada en forma muy armónica (…) que llega a emocionar”. En otra palabras, la superficie posee simultáneamente la presencia de formas icónicas de la arquitectura gaudiniana, ya que contiene la hiperboloide, el paraboloide, el helicoide y el conoide todo reunido y condensado en un volumen de 10 x 10 m y 30 m de altura, lo que sin duda le da atributos únicos a este regalo.

En términos de las proyecciones futuras para el Centro Cultural y Espiritual Gaudí, Matzner las imagina desde varias aristas. En lo religioso y humano, espera que este centro espiritual “ojalá llegue a ser una semilla sencilla de transformación social acorde a los tiempos”. Matzner anhela que este centro logre ser un espacio religioso abierto a todos, sin distinción de credo porque le importa de sobremanera no perder el sentido ecuménico del proyecto original, para unir y no dividir. Es decir, reforzar “la línea de la confraternidad entre Rancagua y Barcelona” que Gaudí trazó. En términos culturales y citadinos, espera que sea un espacio que efectivamente enriquezca la cultura local y también regional. Y por último, en términos universitarios y académicos espera que el centro cultural fomente distintos niveles de investigación para el desarrollo arquitectónico (técnico y profesional) de Chile.

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Desde la dirección de arquitectura del MOP de Rancagua, Roberto Soto explica que el enfoque para el Centro Cultural y Espiritual Gaudí es “dotar a la región de O´Higgins de una infraestructura pública” que permita provocar un giro en la percepción de Rancagua y, con ello, en toda la región.

Soto, de profesión arquitecto, formado en la Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación (UNIACC), y también estudioso de Kulczewski, ha hecho carrera en el servicio público por más de diez años, habiéndose dedicado anteriormente a un proyecto de desarrollo de cárceles para menores de edad con el Ministerio de Justicia. Hijo de funcionarios públicos, Soto entiende su presencia en el Estado como un servicio de alto impacto en términos sociales, lo que es consistente con su práctica budista.

Respecto a su labor actual, Soto afirma que “la dirección de arquitectura brinda la rentabilidad social que permite acceder a recursos públicos para la (construcción) y restauración de obras de carácter patrimonial de la región”, ya que la dirección es -a su vez- la unidad técnica del CMN. Por tanto, el área de liderazgo de Soto promueve y protege permanentemente la relación entre arquitectura y patrimonio. Por eso, está consciente de que “la virtud de este proyecto se centra en que el regalo de Gaudí es una excelente síntesis de su obra en general y de todo el sistema de geometría reglada. Por lo tanto, tenemos un regalo arquitectónico de valor patrimonial en construcción. Este proyecto va a tener una capilla, pero no necesariamente allí se van a celebrar misas. El enfoque que le damos como dirección de arquitectura es generar una imagen para Rancagua que sea capaz de brindarle un elemento identitario, tanto a nivel nacional como internacional, es decir, nosotros no estamos construyendo una capilla de 30 m de alto (y de 10 x 10 m en planta), nosotros estamos construyendo para Rancagua lo equivalente a la Torre Eiffel para París, al Obelisco para Buenos Aires, al Cristo Redentor para Río… en definitiva, estamos construyendo una imagen, un sello para la región. Esa es la ambición”.

Describiendo parte del proceso histórico de este proyecto, Soto relata que “el proyecto en sí es algo muy romántico” y está cargado de simbolismo. Un ejemplo de ello es la orientación que se le dará a la capilla en Rancagua, ya que estará mirando hacia Barcelona, para generar expresamente ese eje de confraternidad planteado por Gaudí. Sin embargo, “como Estado nosotros no podíamos construir solamente una capilla, por lo que fue el centro cultural lo que le dio la rentabilidad al proyecto”, por el aporte significativo que le brindará a la región.

Ahora bien, en términos de diseño, el proyecto fue financiado por el MOP, entre los años 2009 y 2010, y “ya en el segundo gobierno de la presidenta Bachelet es que se consiguen los recursos y se inicia el proceso de licitación” para su construcción. Luego, en la licitación hubo que reformular el proyecto porque tenía aspectos técnicos “que el Estado no podía financiar”. Soto detalla que “el proyecto tenía consideraciones que no se ajustaban a los criterios de evaluación técnica a los que se tienen que someter los fondos públicos” porque en su génesis “el proyecto no estaba considerado para que fuese financiado por el Estado”. Inicialmente se buscó financiamiento privado, y con ello la idea era adscribir el proyecto a la Ley de Donaciones Culturales. No obstante, ante el nuevo contexto de financiamiento estatal, se hicieron los ajustes de materiales y costos necesarios para la factibilidad técnica y financiera del proyecto. Un ejemplo de ese cambio fue “escoger la dumortierita en vez de lapislázuli (para la cúpula de la capilla), disminuyendo significativamente los costos” y manteniendo la apariencia inicialmente proyectada. Con ese tipo de ajustes y otros de índole administrativos (el cambio del uso de suelo, el permiso de edificación, la garantía de accesibilidad universal, la actualización de la norma sísmica y la modificación del comodato del Parque Cataluña por 99 años) se realizó la licitación estatal a través del portal Chile Compra. De esta forma, es posible apreciar que este proyecto ha involucrado en pleno al aparato estatal y ha recibido el apoyo de la Municipalidad de Rancagua. Sin embargo, el interés por llevar adelante esta obra va más allá del ámbito político, ya que permitirá aunar intereses sociales, espirituales y culturales para el beneficio de la región.

En las proyecciones del Centro Cultural y Espiritual Gaudí, Soto ve una tremenda oportunidad para reforzar la identidad y renovación de la región. En lo concreto, visualiza que en el Liceo de la USACH ubicado en el Parque Cataluña se realice una escuela de artes y oficios, para seguir desarrollando talleres de trabajo como los que ha realizado hasta ahora la Corporación Gaudí de Triana. También proyecta seguir trabajando y estrechando lazos con la recientemente creada Universidad de O´Higgins (de carácter estatal) para incorporar la investigación académica de la región a este proyecto. Finalmente, Soto espera que a través de este centro cultural se propague el lenguaje de Gaudí y Rancagua se impregne de este espíritu de confraternidad.

También Matzner, desde el punto de vista técnico, visualiza a este lugar con “una escuela de artes y oficios que preste servicios al país”, un lugar donde se desarrollen ciertas técnicas constructivas que generen escuela, y propicie un conocimiento específico que atraiga un interés desde distintos rincones del mundo.

En conclusión, el regalo de Gaudí para Chile será sin duda un nuevo activo económico para la región de O´Higgins por su atractivo turístico. Una vez construido, el Centro Cultural y Espiritual Gaudí será la única obra gaudiniana fuera de España, por lo que traerá visitantes no sólo de nuestro país, sino -probablemente- de muchas latitudes del mundo. Sin embargo, en términos culturales y simbólicos, este proyecto representa mucho más que beneficios económicos exclusivamente.

Este proyecto muestra como un simple anhelo puede tomar cuerpo y realidad a través del tiempo y el trabajo colectivo. El padre Aranda, seguramente, nunca pensó que la capilla para su diócesis finalmente tomaría forma e involucraría a tantas personas, instituciones e incluso relaciones bilaterales entre Chile y España. Por esto, el Centro Cultural y Espiritual Gaudí, proyectado para el año 2021, será la manifestación material de un espacio soñado e imaginado -casi un siglo atrás- por un arquitecto catalán y un sencillo sacerdote franciscano.

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Alejandra Rojas Contreras

Nace en Santiago de Chile, en 1981. Es artista visual por la Universidad Católica de Chile y titulada en educación en la misma casa de estudios. MA Fine Art, Middlesex University Londres, donde estudió con Sonia Boyce y Keith Piper (British Black Arts movement). En el contexto de su MA, realizó una investigación acerca de Antoni Gaudí y sus siete obras de patrimonio mundial en la Universidad de Barcelona. Su trabajo visual, vinculado a la investigación cromática, ha sido expuesto tanto en Chile como en el extranjero (www.alejandrarojascontreras.cl). Actualmente es estudiante de la carrera de Psicología en la Universidad Católica de Chile para complementar su experiencia en el arte y educación, y entrecruzar estas disciplinas a futuro.

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