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ANDAR EN EL COLOR

“Pero entonces, ¿de donde proviene el color? ¿Cuál es el principio físico de su extremada compacidad? ¿Cuánto pesa su masa? ¿De qué pigmento está hecha su textura? Y si no hay pigmento, ¿cuál es entonces la sustancia que permite, que genera ese color?

El caminante quedará algún tiempo inmovilizado con la pregunta, incapaz de comprender por qué el rojo opaco se le presenta adelante como un color casi mineral, el cual, sin embargo, sería un obstáculo que ha incorporado la increíble potencia de ser iluminante, o de dejar pasar la luz”.

Georges Didi-Huberman, El hombre que andaba en el color[1]

La exposición Rojo en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA) de Chile, curadora por Caroll Yasky, coordinadora de la colección, y Daniela Berger, coordinadora de programación de esa institución, presenta una selección de más de 100 obras, entre las que se encuentran esculturas, pinturas y obras gráficas realizadas desde los 60 hasta la actualidad, que fueron donadas por diferentes artistas de todo el mundo e integran hoy su acervo de arte moderno y contemporáneo, uno de los más grandes de Latinoamérica.

La muestra invita a explorar las obras desde el prisma del color rojo, las que se reúnen en tres ejes que las curadoras han diferenciado como `constelaciones temáticas´: campos de color, ideología y cuerpo. Bajo estos conceptos, el color rojo es pensado tanto desde una perspectiva de significación política relacionada a los idearios de izquierda, como desde las interacciones sensoriales y experienciales que se reelaboran constantemente en cada espectador, y en cuanto a la relación simbólica y cultural entre el color rojo y el cuerpo.

Estos núcleos otorgan nuevas lecturas a partir de narrativas que trascienden las convencionales interpretaciones cronológicas e historiográficas de las exposiciones, desmarcándose del relato lineal que destaca grandes ´hitos` para más bien conectar y superponer micro-relatos, a través de obras que –incluso– no habían sido expuestas anteriormente.

“El color rojo permite canalizar una exploración transversal del público por la colección, facilitando una aproximación distinta a las obras y sus contenidos desde un prisma multifocal y sensorial que, sin embargo, no se distancia del compromiso político y solidario que caracteriza la historia del MSSA y su inquieto quehacer actual”, señalan las curadoras.

La exposición, que se despliega a través de todo el edificio del MSSA, presenta obras que provocan y evocan desde la activación de sensaciones ópticas hasta la reconstrucción de la memoria histórica -que se revitalizan y dialogan con lo contingente-, encarnando desde sus narrativas individuales el sentir colectivo del presente, que pese a estar ya interiorizado como malestar e incertidumbre, se reelabora permanentemente.

La propuesta museográfica invita al espectador a activar sus sentidos mediante un recorrido que incorpora espacios coloreados, muros teñidos de rojo, sonidos, aromas y una ´sala de experiencias` desarrollada en conjunto con el área de Programas Públicos, en la cual se integran, en una relación dialógica, las obras de Kjartan Slettemark y de Victor Vasarely al espacio de interacción educativo.

La propuesta se extiende también hacia la comunidad sorda como parte de un plan piloto para el cual el equipo del MSSA recibió una capacitación específica que enriqueció sus formas de dialogar con sus visitantes. Este despliegue busca establecer una sintonía entre la bullente contingencia social de nuestro presente y el espíritu de solidaridad y de compromiso social y político que dio origen a este museo en Chile. Como indican las curadoras: “Rojo inspira y renueva este ejercicio resistente, político y diverso, que hoy se ve fuertemente interpelado por el estallido social en Chile”.

En un recorrido en el cual se nos invitó a un grupo de mujeres –entre las que se encontraban artistas, diseñadoras, curadoras e investigadoras– a re-pensar y nutrir las obras expuestas desde perspectivas diversas y multifocales, entablamos un diálogo con Caroll Yasky y Daniela Berger que nos permitió ingresar a esta muestra y a sus posibles cruces/lecturas desde sus propias voces.

Ritch Miller, Diálogo (1969), óleo sobre tela. Crédito fotográfico: gentileza Museo de la Solidaridad Salvador Allende

Marcela Ilabaca: Se podría considerar –a primera vista– que una exposición basada en reunir obras en torno a un color, en este caso el color rojo, es un punto de partida que exige a las obras una condición formal en la cual este color se encuentre presente. En este sentido, ¿cómo abordaron este concepto desde una perspectiva curatorial amplia que alcanzara un rendimiento expandido y transversal, y cómo esto se elaboró con más de 100 obras cuyos orígenes culturales son tan diversos? Pienso, por ejemplo, en las diferencias culturales entre el “rojo Kapoor” y el “rojo Calder”, que surgen de intereses muy diferentes ¿Cómo llevaron a la muestra la heterogeneidad y particularidad de esta colección?

Caroll Yasky y Daniela Berger: Una de las cualidades más destacadas de esta colección es su diversidad. La colección del MSSA cuenta con obras de artistas de países europeos, latinoamericanos y también asiáticos; muchos de ellos y ellas son nombres consagrados internacionalmente. Hay obras de origen popular e indígena, obras modernas y contemporáneas, figurativas y abstractas, en fin, es un universo artístico diverso que confluye en nuestro museo gracias a la acción solidaria de su donación por parte de los artistas. Esta pluralidad y polifonía está presente en la exposición y su guión museográfico.

El color rojo nos permite generar un acercamiento a la colección por parte del público mucho más exploratorio, abierto, personal y sensorial… ese es su valor. Por supuesto que la selección de este color surge en parte por su asociación a la identidad de este museo atípico, fundado en base a la solidaridad artística en un contexto político muy particular de nuestra historia. El proyecto utópico de la Unidad Popular, sus alianzas sociales, culturales y afectivas, junto al devenir histórico que ha tenido el museo desde entonces hasta ahora, permiten este enlace. Pero también, y es así cómo se originó la idea de la exposición, es una exploración que pretende vincularse con las obras desde la perspectiva de un elemento tan primordial para el arte como es el color, y ahondar en la profundidad de sus alcances más allá de las asociaciones históricas que desde luego surgen en base a nuestra conformación como museo.

Cuando realizamos la selección de obras revisamos más de 2.800 piezas bajo el prisma del rojo y nos dimos cuenta que algunas de ellas eran rojas sin tener color. Ahí surgieron preguntas interesantes como “¿qué tiene una obra para que podamos decir que es roja?, ¿Qué es esa cualidad de lo rojo?”

Constatamos que el simbolismo del rojo es tan fuerte en nuestra cultura occidental que traspasa estas distinciones formales; es indudable su poder. También vimos cómo cambia su significado en otras latitudes y momentos históricos, en Oriente Medio, en Asia. A pesar de las diferencias, es transversal su importancia. Esto nos llevó a investigar distintas fuentes bibliográficas y a despertar en nosotras no solo un diálogo activo respecto al color y sus distintos alcances, sino también una sorpresa y respeto creciente. Nos encontramos con mucha investigación al respecto. Es así como fuimos ampliando nuestras lecturas desde los fundamentales Newton, Goethe, Albers, hacia Wittgenstein, Kristeva, Heller, el novelista turco Orhan Pamuk, el divulgador científico británico Phillip Ball, el antropólogo chileno Pedro Mege, que aborda el color en la cultura mapuche, y los artistas Derek Jarman y David Batchelor, que han sido fundamentales en nuestra lectura, sobre todo éste último, al detectar la potencia cultural del color y a su vez dar cuenta del rechazo que ha tenido históricamente, entendido como opuesto a la racionalidad. También hemos podido examinar prácticas de artistas nacionales que ahondan desde diversas miradas el estudio del color.

ROJO, vista de sala 2. Grabados soviéticos que se exhiben junto a la pintura Diálogo de Ritch Miller. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA

M.I: En línea con lo anterior, ¿de qué forma conviven o dialogan en esta muestra obras de una innegable energía poética en las que el rojo se presenta intensamente, actuando como un catalizador de experiencias y percepciones, con obras en las que la ausencia de este color, su mínima presencia, su desgaste, su vestigio o sus diferentes variaciones tonales abren preguntas sobre las convenciones culturales del color rojo y sus diferentes formas de apropiación? Por ejemplo, en la sala 2 se articula un conjunto de obras soviéticas prácticamente monocromas en contraste con la intensidad roja de la obra de Ritch Miller, o en la primera sala, obras abstractas y cinéticas de Julio Le Parc, Carlos Cruz-Diez y Jesús Soto apelan al juego y al movimiento como punto de encuentro, contraponiéndose a la violencia del momento histórico que retratan las obras de Joan Miró y Nemesio Antúnez en la sala 3.

C.Y: La polifonía de la colección que mencionamos anteriormente se relaciona directamente con tu pregunta y está asociada también a las distintas maneras de entender y sentir el rojo. Si bien hay convenciones de significado en torno a este color, esta exposición permite al público una cercanía distinta a las obras porque el rojo está presente en la biografía de cada uno de nosotros de manera diferente, lo que genera singulares lecturas y relaciones entre ellas, enriqueciendo la experiencia de su recorrido. 

La exposición ha sido pensada desde la perspectiva del público, apela a éste directamente a través de los textos museográficos, y es provocativa en su museografía: queremos que su recorrido sea una experiencia que despierte sentidos y preguntas que sólo el rojo puede activar. Esto tiene que ver con la cualidad energética de este color que se asocia al cambio, a la transformación, muy en sintonía con nuestro contexto actual, nacional e internacional.

D.B: Hemos propiciado estos contrastes de obras en base precisamente a los tres ejes que las constelan en un sentido Benjaminiano, si se quiere, como retículas de sentido entre elementos diversos: cuerpo, ideología y campos de color, pero dando también lugar a otras posibles lecturas y conexiones. Entonces, la desolación y falta de diálogo que puede leerse entre los inquietantes cuerpos de la obra de Miller, contrasta y conecta con el cuerpo social y activo de los trabajadores de las fábricas en los grabados rusos, rindiendo homenaje a Lenin bajo los versos del poema de Mayakosvki en que se inspiran, o con lo poética y abstracta de las imágenes que dan cuenta de la fundamental carrera espacial en la Guerra Fría. A su vez, las energías de contracción y expansión, presentes en el cosmos como nos presenta la obra de Leif Bolter, han marcado también la articulación de esa sala, donde se expanden en rojos vibrantes las obras de Juan José Gil o María Chana, que resuenan con los colores y vibraciones de Le Parc, Soto y Cruz-Diez cuando nos reciben en el hall. Por otra parte, la energía de contracción, o muerte, esta presente en los oscuros momentos de nuestra historia a los que aluden Miró y Antúnez. Allí es una energía de duelo que hace sentido en la compleja contigencia. La idea es precisamente que los públicos puedan recorrer de manera activa cada uno de los espacios y sus intervenciones museográficas, dedicadamente pensadas, entendiendo la muestra como un todo que toma sentido en una experiencia orgánica, reflexiva y sensorial.

ROJO, vista de sala 3. Primer plano Röd Hyllning [Homenaje rojo] (1969-1978), escultura cinética motorizada del artista sueco Leif Bolter. Segundo plano, de izquierda a derecha: María Chana, Frans Krajcberg, Pedro Manterola, Joan José Gil, Leif Bolter y Nemesio Antúnez. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA
ROJO. Piso 2. De izq. a der: Alberto Carol, Timo Aalto, Leonel Góngora, Gastón Orellana, Gottfried Honegger y Prunella Clough. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA

M.I: Respecto a la relación del color rojo con las ideas de cambio y transformación, es interesante la sintonía que establece esta muestra con el contexto local y global al que hemos asistido como sociedad, tanto con el estallido social en Chile de 2019 como con la pandemia global de 2020. En este sentido, ¿cómo se fue nutriendo la exposición en su elaboración curatorial a partir de estos acontecimientos?

D.B y C.Y: Empezamos a trabajar en esta exposición en el 2018, antes del estallido social y la pandemia del Covid-19. Desde entonces hasta ahora las relaciones sociales han cambiado completamente, el lenguaje ha cambiado, la expresión y distanciamiento de nuestros cuerpos también, hemos tenido que restringir nuestra movilidad, modificamos nuestra forma de comunicarnos y cambiaron las formas de acceder al arte y la cultura. 

D:B: Han sido tiempos complejos y eso sin duda ha influido en nuestro enfoque curatorial. Antes de que comenzara la pandemia, vivimos en carne propia la fuerza y la esperanza de la protesta colectiva, las demandas sociales que todo un país exigía y que nos llevaron al plebiscito para cambiar la Constitución, que será paritaria, lo cual es histórico.Eso desde luego impactó en nuestra reflexión, porque el rojo que podíamos percibir como símbolo de las luchas sociales de décadas pasadas, ligadas a la fundación de este museo, se renovaban en un ejercicio colectivo, actual, que cambió nuestra manera de pensar un posible país. Pienso en un sinnúmero de acciones performáticas como el teñir las aguas de las fuentes de rojo, o el icónico momento en que el monumento de la Plaza Dignidad se tiñe de rojo por los caídos. Todo ese momentum que vivimos como país sin duda cobraba fuerza cuando revisábamos piezas realizadas desde los 60 en adelante, evocando una similar energía social renovadora; propiciamos ciertos gestos en algunos conjuntos que apelan a ello.

C.Y: El estallido del 2019 fue paralelo al cierre de la escritura de los textos museográficos y  determinó ciertos ajustes de precisión en su contenido. También influyó en la ubicación de algunas obras -como la escultura de Osvaldo Peña en la entrada del museo- y nos motivó a incoporar un muro rojo en el exterior del museo con el fin de invitar a quienes transitan por la calle a expresarse en él, a formar parte de esta exposición. Decidimos también restar guiños museográficos en sala que aludían a la sangre, considerando la violencia presente en las calles, como también las muertes y el sufrimiento que además ha ocasionando la pandemia, entre ellas el triste fallecimiento de nuestro querido compañero de trabajo, Ramón Meza.

Creo que las obras presentes en esta exposición, sus narrativas individuales y su metarelato colectivo en torno al valor de la solidaridad, propician una reflexión crítica y enriquecedora para el público en sintonía con estos tiempos de incertidumbre.

Valentina Cruz, Pieles de mujeres fieles a ser examinadas por el doctor de turno (1966), látex, pintura, acrílico y madera. Foto cortesía del MSSA.
Valentina Cruz, Pieles de mujeres fieles a ser examinadas por el doctor de turno (1966), látex, pintura, acrílico y madera. Foto cortesía del MSSA.

M.I: En el piso 2 nos encontramos con obras diversas. Algunas que refieren a cuerpos violentados, al aislamiento, a la representación objetualizada del cuerpo femenino como en el caso de la obra de Valentina Cruz, así como al significado de Kelü -rojo en mapudungún. También están presentes el Pop, el kitsch y la abstracción. ¿Desde qué perspectiva se articulan y se presentan al espectador estas propuestas? y ¿cómo se revitaliza la historia de estas obras, sus discursos originales, con la contingencia y las problemáticas de nuestro presente?

D.B y C.Y: El segundo piso presenta un conjunto denso y muy variado de obras donde el eje del cuerpo está mucho más presente. Es quizá ese el tema que hace resonar más claramente la diversidad de piezas que hemos escogido. Tanto la museografía como las obras se activan con y para el cuerpo, y no solo la vista.

Los cuerpos violentados son, lamentablemente, una temática que debemos enfrentar día a día, es una realidad de luchas sociales anteriores, globales, y también actuales. Por otra parte,  dimos cabida a obras que utilizan la abstracción como una fuerza expansiva de energía y vibración, ya sea a través de la geometría como también desde un orden más metafísico. Y siempre está presente la temática de la lucha social, y en particular cómo los roles de las mujeres han sido fundamentales en la liberación del cuerpo y el ejercicio del poder. Cabe destacar también ciertas asociaciones que son por cierto muy interesantes, como el rojo que evoca los ciclos de la vida y de la muerte. 

Sala de experiencias ROJO, con las obras Bojklottra Juntan! Stoppa matchen! (1975) de Kjartan Slettemark y Dess (1964) de Victor Vasarely. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA

M.I: La mayor parte de las obras que se presentan en la exposición son bidimensionales, en su mayoría pinturas y obras gráficas. Sin embargo, se advierte una intención por articular relaciones entre obras escultóricas como entre la obra Bandera, de Antonio Dias, y la escultura de Osvaldo Peña. Ambas piezas rojas inauguran la muestra en el frontis del museo. ¿Se podrían referir tanto a la presencia como a la ausencia de esculturas en la muestra?     

D.B y C.Y: Hay una gran cantidad de obras bidimensionales, y ello tiene relación con su proporción en la colección, pero tomamos una intencionada decisión de mostrar varias esculturas fundamentales, más de lo que normalmente exhibimos.

Destacamos el caso de las obras nórdicas, como la del artista noruego-sueco Kjartan Slettemark, el finlandés Seppo Manninen, titulada, casi como vaticinio, Cuarentena, ola maravillosa Tres adoradores del sol del también finlandés Olavi Lanu, que hemos situado precisamente recibiendo simbólicamente el sol de la mañana en una de las salas del segundo piso. Además, está una de las piezas centrales de la exposición, Homenaje rojo, del sueco Leif Bolter, que sólo ha sido exhibida en Chile en 1991, y que hemos restaurado investigando su origen y materiales con el artista directamente.

También cabe mencionar obras cinéticas e interactivas de artistas fundamentales como Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez y Sérvulo Esmeraldo, que invitan al público a interactuar con ellas; como también los sobrerelieves del polaco Frans Krajcberg, el chileno Carlos Vásquez y el méxicano Hersua.

Como parte de la muestra hemos contemplado también la realización de sesiones de activación de dos esculturas de la colección, que no podemos mantener en exhibición permamente por distintas razones: el móvil de Alexander Calder, por su delicado estado de conservación, y la escultura cinética motorizada del finlandés Osmo Valtonen, por requerimientos específicos de iluminación.

Para finalizar, mencionar dos piezas chilenas que nos parecen muy relevantes, la de Osvaldo Peña, cuyo grafitti rojo sale a recibir a los públicos y se conecta con la realidad de la calle como medio de expresión, y la de Valentina Cruz, una tremenda artista que nos parece fundamental relevar por su temprana crítica de género y uso experimental del material.

ROJO. Piso 2. De izq. a der.: Enrique Trullenque, José Luis Fajardo y Albert Coma Estrella. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA
ROJO. Piso 2. La violación de los Derechos Humanos y la resistencia social frente al abuso de poder están representados en este conjunto de obras. De izq a der: Leonilda González, Leszek Sobocki, Pedro Uhart, Ewert Karlsson, Carlos Vásquez y Olof Sandahl. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA

M.I: La muestra se plantea desde una intencionalidad que busca conectar participativamente al público con las obras. Esto se ve expresado no solo desde el punto de vista de la reflexión curatorial, los textos museográficos o la sala de experiencias, sino que también mediante las diferentes vinculaciones que han establecido con el público vía remota. Pienso en la creación del Playlist, en las provocaciones culinarias o en el proyecto arte-correo, como estrategias que han permitido reactivar el sentido de comunidad en tiempos de pandemia. ¿Se podrían referir a estas instancias y cómo buscan conectar con el público?

D.B y C.Y: El color permite comunicarnos sin palabras, reestablecer lazos colectivos, acceder democráticamente al arte ya que, como escribió Orhan Pamuk en su novela Me llamo rojo, “no hay que olvidar que los colores no se conocen, se sienten”.

En Chile somos uno de los pocos museos que se ha resistido a generar visitas virtuales para dar continuidad a nuestra labor durante los periodos de cuarentena porque creemos que es fundamental la experiencia presencial de interacción con las obras. Por ello, a lo largo del año pasado, fuimos generando una serie de activaciones de sentido en torno a la pregunta por el rojo a través de nuestras plataformas digitales y redes sociales hasta poder abrir la exposición.

Estas estrategias –el filtro de colores para navegar por la colección en la web, la generación de una lista de canciones rojas en Spotify, que sigue recibiendo aportes, entre otras– nos permiten una conexión con los públicos desde una dimensión afectiva y curiosa complementaria, pero honestamente estamos felices de poder recibirlos presencialmente en el museo y que recorran la muestra.

Esas experiencias, junto al Recetario Rojo, ponen énfasis en realzar otros sentidos, en activar con la comunidad los principios tras la muestra, complementando efectivamente las ideas que dan origen a nuestra propuesta, pero en ningún modo la reemplazan. Podemos constatar, al recorrer la exposición con diversos visitantes que han llegado, que el contacto y diálogo presencial es importante, tanto para con las obras como entre nosotros; surgen siempre nuevas preguntas y apreciaciones, y eso es un aporte fundamental a nuestra labor.

La escultura Tres adoradores del sol (1974) del artista finlandés Olavi Lanu, recibe los rayos del sol en una de las salas de ROJO. A su izquierda la obra Pizarra roja (1976) de Jonasz Stern. Foto: Benjamín Matte. Cortesía: MSSA

M.I: ¿Cómo se visualiza el MSSA hacia el futuro? ¿Cómo seguirá construyendo memoria y tejido social?

D.B: y C.Y: Es sin duda un desafío seguir conectando y construyendo más comunidad, sabemos que ya no solo será presencialmente, pero aprendimos que lo digital no puede reemplazar totalmente el encuentro humano. Nuestra intención es seguir trabajando para que el museo sea conocido y apreciado por todas y todos, porque su colección pertenece al pueblo de Chile, y nuestra meta es que cada vez más gente, no solo los públicos especializados, puedan conocerlo, dialogar, hacerlo propio, enseñarnos y aprender, en la línea que sus creadores lo pensaron en 1971, como un museo abierto, público y experimental.

El próximo año cumplimos 50 años y la pregunta por el futuro está sin duda presente en nuestro quehacer diario. El futuro se construye con las acciones del presente y desde esta experiencia y convicción es que trabajamos muy mancomunadamente en equipo aplicando metodologías cada vez más transversales, creativas y experimentales que se forjan desde el arte y la museología crítica, en diálogo con y para los públicos. La pregunta por quién es el pueblo de Chile hoy nos enfrenta a un desafío permanente, porque los públicos son diversos, no hay una sola respuesta.

La solidaridad es el motor que dio luz a este museo y lo mantuvo en funcionamiento durante periodos oscuros de nuestra historia, hasta resituarse nuevamente en un Chile que recientemente se ha remecido a sí mismo y ha anunciado su despertar al mundo. Esperamos estar a la altura de estos tiempos de transformación y ser eco de ellos.


[1] Tanto la cita como el título de este artículo son tomados del libro de Georges Didi-Huberman, El hombre que andaba en el color. Madrid, Abada Editores, 2014.

Marcela Ilabaca Zamorano

Nace en Santiago de Chile, en 1978. Es escultora e investigadora independiente. Magíster en Artes con mención en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile y Licenciada en Educación por la Universidad Alberto Hurtado. Su trabajo busca interrogar las tensiones entre escultura y contexto, y explorar los diálogos entre modernidad y arte latinoamericano. Autora del ensayo “Las políticas de emplazamiento en la obra de Carlos Ortúzar” (CeDoc y LOM Ediciones, 2014). Desde el año 2014 forma parte del equipo permanente de Artishock, aportando a la reflexión sobre la experiencia de la escultura en el mundo contemporáneo. Actualmente, está a cargo del proyecto de investigación “Catálogo Razonado de Esculturas de la Colección MSSA. Etapa 1: Periodo Solidaridad (1971-1973)”, financiado por Fondart 2019.

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