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ALEJANDRA ORTIZ DE ZEVALLOS: CARRIZO 〜 GESTAR LA VIDA

Por Lisa Blackmore | entre—ríos

Al crear la atmósfera y dotarla de oxígeno, el filósofo botánico Emanuele Coccia nos recuerda que son las plantas quienes habilitan la respiración y, con ella, la vida. “No tienen manos con las cuales moldear al mundo», escribe, «pero sería difícil encontrar agentes más hábiles en la construcción de formas», pues son los «artesanos más sutiles de nuestro cosmos».[1]

Plantas, respiración, manos, formas, vida. Estos son los ingredientes esenciales de la colaboración que la artista peruana Alejandra Ortiz de Zevallos ha cultivado durante los últimos cinco años con Phragmatis australis, la planta acuática que está en el centro de su reciente exposición Carrizo 〜 gestar la vida, presentada durante julio en el Museo Amano en Lima, Perú.

Presente en los cinco continentes, el carrizo es una planta sumamente común que indica la presencia de cuerpos de agua. En el mejor de los casos, su ubicuidad significa que pasa desapercibida. De lo contrario, su habilidad para reproducirse y migrar hace que se considere una especie «invasora» que desafía los intentos humanos por ordenar los territorios.

Phragmatis australis es, sin duda, mundana, pero es una especie inteligente, que teje mundos, presta servicios ecosistémicos, como la bioremediación de contaminantes que atrapa en sus fibras. Generosa y gregaria, se junta y se reproduce para sembrar agua, señalar su presencia e incluso filtrarla. Resiliente y duradera, desde hace milenios ha sido usada en diferentes continentes en la construcción de viviendas, canastas para la pesca, sosteniendo así los ciclos vitales de comunidades a lo largo de generaciones.

Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Vista de la exposición en el Museo Amano, mLima, 2024. Foto cortesía de la artista.
Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Vista de la exposición en el Museo Amano, mLima, 2024. Foto cortesía de la artista.

Carrizo 〜 gestar la vida congregó obras textiles y dibujos nacidos del íntimo diálogo que la artista mantiene con la planta. Esta relación comenzó durante su tesis de pregrado en la Especialidad de Escultura en la Facultad de Arte y Diseño de la Pontificia Universidad Católica de Lima. Ahí empezó a trazar el crecimiento de la planta en el contexto urbano del Canal de Surco, uno de los sistemas de riego que los pueblos indígenas crearon y mantuvieron para habitar el desértico Valle de Lima antes de su colonización.

Debido a su capacidad para llevar el agua que sostiene la vida, no es sorprendente que los canales de Lima se consideran el «cordón umbilical» de la ciudad.[2] Aún persisten memorias tangibles de los canales, y el carrizo ayuda a identificar su permanencia en el paisaje urbano, aunque hoy ambos viven en el olvido en una ciudad cada vez más sedienta y cubierta de concreto.

Al inicio de su investigación con el carrizo, Ortiz de Zevallos desarrolló prácticas participativas audiovisuales y ejercicios pedagógicos de escucha con comunidades que habitan las riberas del canal. Esa fase del proyecto exploró el carrizo como una suerte de antena hídrica que indica la presencia de agua y une a comunidades marginalizadas.

Carrizo gestar la vida marcó una nueva fase de ese proceso, formando parte de su proyecto final de grado en la Maestría en Artes Plásticas del programa Confluence de la Universidad de Nuevo México. A través de la cosecha, el lavado, y el trenzado de sus hojas, la artista ha ido reflexionando acerca de los ecosistemas como tejidos vitales en los cuales es posible gestar relaciones recíprocas entre humanos, plantas, tierra, aire, y agua.

La muestra comprendió un grupo de obras textiles recientes creadas al tejer hojas de carrizo con la técnica altoandina de la q’eswa. Además, la sala acogió obras creadas con yute, gasa, algodón y lana en cordonería andina, crochet, bordado y trenzado. Finalmente, contempló una serie de dibujos en tempera guache y lápiz, una cesta de junco y carrizo de la Costa sur del Perú, fechada entre siglo VII-X D.C., y un carrizo vivo.

Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Vista de la exposición en el Museo Amano, mLima, 2024. Foto cortesía de la artista.
Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Vista de la exposición en el Museo Amano, mLima, 2024. Foto cortesía de la artista.

Tejiendo mundos

Al centro de la sala de exposición colgaba un conjunto de cinco esculturas creadas usando la técnica altoandino del q‘eswa, en la que se entrelazan fibras vegetales para crear sogas que luego pueden ser tejidas en otras formas. A lo largo de 2023 y 2024, Ortiz de Zevallos fue creando volúmenes de formas orgánicas no predefinidas: nacían y se gestaban en la sutil coreografía de ir enredando una hoja con otra, con otra, con otra

Estos pesados pero maleables cuerpos vegetales recuerdan trompas, óvulos y otros tejidos que forman la anatomía de la reproductividad y que sostienen la vida. En esta similitud, las esculturas planteaban interrogantes sobre las continuidades entre cuerpos humanos y vegetales, las cualidades de las relaciones íntimas que se dan entre sociedades y ecosistemas, y el necesario cuidado que debe intermediar esas coexistencias para que la vida pueda gestarse, emerger, prosperar.

Las obras son fruto de prácticas de colaboración con el carrizo, con un grupo de mujeres tejedores, y de procesos de reflexión urdidos en la intimidad del hacer de la artista, quien describe su proceso como una «conversación entre interior y exterior», en la que las piezas llevan «la memoria del útero, el río y la gestación de la vida en sí.»[3] 

Esta conversación y exploración de la gestación de la vida toman cuerpo en los gestos articulados en el tejido, la lectura y la meditación, en los cuales la técnica se expresa en la inteligencia (literalmente) manual y la fina atención corporal en el hacer. Así, los modos en los que palmas y dedos se sincronizan y se adaptan a las exigencias de la planta demuestran que el tejer es una práctica que constituye en sí misma una forma de pensar, un «pensar en el acto», para tomar prestada la frase que Brian Massumi y Erin Manning usan para hablar de la danza como práctica ecológica-filosófica.[4]

La colaboración con el carrizo que propone Ortiz de Zevallos es una danza de co-composición, donde la forma escultórica emerge del medio relacional entre hojas, hilos y manos, creando desde ese micro-medio entre humano y planta un «modo de atención ambiental» que nos invita a pensar las escalas más macro, ecosistémicas, en las que se tejen las relaciones de convivencia y sobrevivencia.

En el contexto del Valle de Lima, donde la demanda por el agua coexiste con el cambio climático, el derretimiento de los glaciares y la eliminación de los humedales y canales prehispánicos para darle paso a la expansión urbana, la pregunta por cómo convivir en ciclos de agua más sostenibles es pertinente, por no decir urgente.

Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Vista de la exposición en el Museo Amano, mLima, 2024. Foto cortesía de la artista.
Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Vista de la exposición en el Museo Amano, mLima, 2024. Foto cortesía de la artista.

Diálogos de saberes

Al igual que las esculturas en carrizo, los dibujos y obras en tela presentados en la muestra siguen este hilo de reflexión sobre la interdependencia de la vida en sus múltiples escalas y especies, y también evocan su fragilidad. Tanto las formas fluidas y orgánicas de los dibujos como las mallas deshilachadas de las telas recuerdan los procesos biológicos en los cuales se gesta la vida a nivel celular en las porosidades, los movimientos de gases y líquidos, y el crecimiento. De esta manera, los dibujos sugieren similitudes entre los tejidos humanos y vegetales.

Sin embargo, no son ilustraciones; evitan referentes figurativos y también esquivan cualquier evocación literal de temas ecológicos. Por el contrario, toman un camino más oblicuo para invitar a la reflexión sobre los tejidos que mantienen la vida en común. Así lo describe Ortiz de Zevallos al aclarar cómo en estas obras «los procesos internos del cuerpo se hacen visibles para recordarnos nuestra co-identificación con otros seres vivos, y así poder reconocer que vivimos en un estado constante e ininterrumpido de gestación y múltiples posibilidades.»[5]

Ese terreno de interdependencias entre humanos y otras formas de vida, y las preguntas que sugieren modos de habitar sostenibles, se fueron abonando además desde diálogos de saberes entre arte, artesanía y biología, los cuales informaron la investigación-creación y el programa público de la exposición.

Ortiz de Zevallos llegó a la técnica del q‘eswa gracias al maestro Santiago Pillco, artesano de la comunidad de Kackllaraccay en Cusco, quien le enseñó en 2020 cómo trenzar sogas con otra fibra vegetal, el ichu. En el Museo Amano, Santiago impartió un taller de tejido con ichu y carrizo a 40 jóvenes artesanas de la iniciativa Artesanos Don Bosco de Lima, urdiendo un puente de saberes entre la sierra y la costa, y entre diferentes generaciones de creadores.

Otro acompañante del proyecto fue el profesor y biólogo Raúl Loayza-Muro, quien asesoró a la artista desde su experticia con las plantas acuáticas, su rol dentro del ciclo de agua y su potencial como bioremediadores de suelos y aguas contaminados. Con él, se realizó un taller de «cosecha» en dibujo en el que lxs participantes fueron registrando en papel los aprendizajes y las reflexiones que detonó la charla de Raúl.

Finalmente, el proyecto se sitúa dentro del lazo de colaboración duradero que mantenemos con la artista desde entre—ríos, una red de proyectos curatoriales, editoriales y pedagógicos que busca estimular reconexiones con los cuerpos de agua en América Latina.

Taller con Raúl Loayza-Muro durante la exposición de Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Museo Amano, Lima, 2024. Foto cortesía de entre-ríos.
Taller de tejido con Santiago Pillco durante la exposición de Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo 〜 gestar la vida. Museo Amano, Lima, 2024. Foto cortesía de entre-ríos.

Fortaleza y fragilidad

En este tejido de saberes hay fortaleza y vida, pues une a diferentes comunidades en una reflexión sobre cómo el arte puede cultivar sensibilidades frente a los modos de habitar territorios y ciclos hídricos que viven bajo diferentes tipos de estrés. En este sentido, vale recordar de dónde salieron las hojas de carrizo que se tejieron para la exposición.

Éstas fueron cosechadas por la artista junto a colaboradores y amigos en Santa Rosa de Chontay, Cieneguilla, a dos horas de Lima, en la Sierra Central. En esa cuenca —una de las tres que surte de agua a la capital— los artesanos locales utilizan el carrizo para hacer las trampas para pescar camarones del río y para uso doméstico.

Pese a haberse reconocido como un patrimonio cultural, esta tradición está casi extinta pues los pobladores han migrado a otros campos laborales por necesidad económica. La excepción a esta tendencia es Sabina Chumpitaz, la única artesana en la zona que todavía practica la cestería, creando canastas de diferentes fibras, incluyendo junco, sacuara y carrizo, por encargo y para la venta desde su humilde hogar, ubicado casi en las riberas del río. La memoria viva está en sus manos y en la transmisión de un saber que ella aprendió de su padre y que ahora comparte con sus hijas.

Es en esa fuerza y fragilidad de saberes vitales encerradas en los gestos de cuidar, cosechar, lavar y tejer las fibras vegetales que las obras de Alejandra y esta exposición tienen su centro, pues asumen una posición desantropocentrizada para preguntar ¿qué podemos aprender de una planta? ¿Cuáles valores, éticas y formas de reciprocidad podemos re-aprender desde ese encuentro?

El compromiso con abrir espacios de encuentro para estas interrogantes e ir encontrando respuestas a ellas es lo que motiva el proceso creativo de Ortiz de Zevallos, y lo sostendrá en el tiempo, pues, como ella misma afirma en una carta dedicada al carrizo, la planta tiene mucho que enseñarnos:

Espero que a través de tus susurros puedas seguir ayudándolos a comprender que necesitamos urgentemente restablecer nuestro vínculo con la naturaleza, lo cual sólo puede suceder entrenándonos en la escucha sutil y profunda; necesitamos recuperar la conciencia de ser parte del todo. Por favor, difunde el mensaje de la mano de los artesanos y de todos aquellos que se acercan a ti necesitando respuestas. Hazles saber que toda acción tiene consecuencias; nada es superfluo, porque cada cuerpo es un recipiente inteligente en este viaje infinito sin principio ni fin.[6]


[1] Emanuele Coccia, The Life of Plants: A Methaphysics of Mixture (Cambridge: Polity, 2019), p. 12.

[2] Javier Lizarzaburu, Canales Surco y Huatica: 2000 años regando vida (Lima: Limaq Publishing, 2018), p. 112.

[3] Statement de la artista, 2024.

[4] Ver Brian Massumi y Erin Manning, Thought in the Act (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2014).

[5] Alejandra Ortiz de Zevallos, Carrizo ~ gestar la vida. Catálogo de tesis de la Maestría en Artes Plásticas, University of New Mexico, Department of Art, 2024, p. 4. Disponible en: https://entre-rios.net/carrizo-gestar-la-vida/

[6] Ortiz de Zevallos, Carrizo ~ gestar la vida, p. 18.

Lisa Blackmore

Directora, curadora y docente de entre—ríos. Cuerpo de agua en movimiento constante. Profesora Asociada de Historia de Arte y Estudios Interdisciplinarios, University of Essex. PhD en Estudios Culturales Latinoamericanos. Combina la escritura sobre las artes y la ecología con proyectos curatoriales y audiovisuales.

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