LA ROSA Y NUESTRA ILUSIÓN DE LA HISTORIA
El círculo de la rosa fue el performance de un autor que huye de las formas tradicionales de abordar el archivo, para la presentación de un libro que también huye deliberadamente de esas formas. El archivo se construye con pretensiones de erigir un discurso monumental en relación con el arte, una tarea especialmente contradictoria en un contexto histórico problemático y difícil de reconstruir como el venezolano, sobre todo cuando elabora narrativas compensatorias y hasta amnésicas como estrategia para revisitar el pasado. En su lugar, Torrivilla prefirió “erigir una ofrenda como una forma vertiginosa de hacer hablar la herida”.
Nací y viví en Maracaibo, una ciudad petrolera de Venezuela donde Roberto Obregón vivió durante su infancia. Aunque investigo sobre cine venezolano desde los Estudios Culturales-Visuales y me interesa el arte, no conocía la obra de Obregón. Investigar sobre el país, desde la distancia, también me enfrenta a las ausencias y vacíos que hacen de una reconstrucción un proceso cuesta arriba. ¿Qué dice eso sobre la manera en que contamos nuestra historia del arte, del lugar que ocupa en el entendimiento de un nosotros? Esa pregunta la responde Torrivilla con otra: ¿qué tanto habla de nosotros mismos, como venezolanos, la vida y obra de un artista como Roberto Obregón?
Hablar solo de la obra de Obregón al “recuperar” la historia deja por fuera la naturaleza frágil de la memoria y la dificultad de reconstruir una narrativa coherente a partir de fragmentos del pasado que aparentemente ofrece el archivo. En palabras de Torrivilla, “lo principal no es lo recuperado sino aquello perdido para la historia”. Los desafíos de reconstruir la historia de Obregón y el significado de su obra en el contexto de la historia del arte venezolano hace que El círculo de la rosa se vea también como un reflejo de la vida del artista y un comentario sobre el panorama cultural y político más amplio de su tiempo, de nuestro tiempo.
La presentación de El círculo de la rosa ocurrió a las puertas de la Sala Educativa del Museo Tamayo de la Ciudad de México, en el contexto de los encuentros editoriales Sala Pública organizados por la plataforma Materia Abierta. Torrivilla es un gran provocador e hizo de sí mismo un monumento a lo efímero, convirtiéndose en una especie de estaca al que le iban clavando ramas secas y rosas rojas, que a su vez se cargaban de diferentes capas discursivas de su voz acompañada por efectos de sonidos.
Esta estrategia traduce las distintas líneas narrativas y temporales que se entrelazan críticamente en el ejercicio de montaje propuesto en el libro. En un momento del audio se escucha una carcajada distorsionada. La carcajada, esa mueca fantasmagórica que a veces vemos en muchos críticos, ese momento en particular del performance de Torrivilla, sirvió para señalar cómo intenta enfrentar el olvido y cómo evade la monumentalización del arte. “El resultado ha sido este archivo-collage salvaje recorrido por las derivas de la imaginación”.
En la introducción del libro, Torrivilla describe La rosa enferma, una instalación mural a gran escala hecha por Roberto Obregón en 1993. En esas páginas cuenta cómo, después de detener su mirada en el mural cubierto de pétalos blancos carcomidos, empezó a escuchar en su imaginación cómo esos pétalos crujían hasta los huesos.
Dicho mural se exhibió en la Sala Mendoza de Caracas a propósito de la muestra El elocuente silencio de las formas y, desde entonces, quiso escribir sobre el secreto que encarnan: “El círculo de la rosa me descubrió una forma de habitar la historia del arte (venezolano) como duelo, en un montaje de voces, imágenes y tiempos”.
Un mural como La rosa enferma contrasta con otras representaciones artísticas venezolanas más tradicionales vistas en museos y universidades, autopistas y aeropuertos, que ahora están en ruinas. Las ruinas no son solo recordatorios de la destrucción y la decadencia, también son restos de diferentes épocas —por ejemplo, las construcciones monumentales edificadas durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez—, que integran las configuraciones afectivas y sociales del presente.
Obregón es una figura misteriosa, con rumores y especulaciones en torno a su vida y obra. Los esfuerzos de Torrivilla por escribir sobre Obregón se toparon con obstáculos, incluido el secretismo del propio artista y la inaccesibilidad de su obra. La escritura del libro sigue las pistas que el mismo artista dejó como su participación en un grupo llamado Accrochage, artistas activos desde la década de 1970 conocidos por su postura crítica contra el establishment cultural. A pesar de que el grupo nunca se conformó de manera oficial, Torrivilla encuentra acciones comunes de estos artistas: alejarse de las convenciones, evitar la curaduría tradicional y los textos críticos en favor de una presentación más directa y provocativa.
Por eso, Torrivilla también habitó a Obregón. El círculo de la rosa ilustra un proceso de investigación que enfrenta los desafíos de la subjetividad, la memoria falible y la naturaleza fragmentaria de las fuentes. Torrivilla reconoce la necesidad de imaginación para recrear escenas y voces del pasado en la búsqueda de la “verdad”. De ahí la importancia de la intersubjetividad en la creación de conocimiento, ya que depende de las conversaciones con otros artistas y amigos de Obregón para comprender mejor su vida y obra.
Además, el uso de imágenes distorsionadas y la renuncia a las leyendas explicativas en el material de archivo presentado reflejan una postura que cuestiona la transparencia y objetividad del conocimiento. Torrivilla propone reconocer la multiplicidad de perspectivas y la imposibilidad de acceder a una verdad absoluta. En lugar de eso, se centra en la creación de un “archivo salvaje” que es honesto intelectualmente y que acepta la fragmentación y la incertidumbre como parte inherente del proceso de conocer la vida y obra de un artista.
El texto ofrece un retrato rico, aunque fragmentado, de Roberto Obregón como artista y persona, destacando sus contribuciones únicas al arte venezolano y el misterio perdurable que rodea su vida y obra. A través de cuatro grandes actos, hace un ejercicio de desmontaje-montaje al reunir información de diversas fuentes, incluidos recuerdos personales, entrevistas y material de archivo, para construir una narrativa alrededor de la vida y obra de Obregón. En la construcción de un «archivo salvaje», el autor enfatiza la naturaleza no lineal y a menudo caótica de la investigación, convirtiendo el proceso en una potente lectura de cada uno de nosotros frente a nuestra ilusión de la historia.
Más allá de destacar la importancia de un artista como Roberto Obregón para el arte del siglo XX en Venezuela y América Latina, me interesa la capacidad de Torrivilla para percibir la singularidad de una persona a través del valor autobiográfico en su trabajo, que es posible gracias a una sensibilidad muy inusual en la academia. El alcance del libro El círculo de la rosa se extiende a través de varias dimensiones que abarcan la investigación, la memoria, la historia del arte y la naturaleza de la verdad en la reconstrucción de la vida y obra de un artista.
Frente a nuestra “ilusión” de la historia —del arte venezolano en este caso—, Torrivilla propone una visión alternativa que reconoce la naturaleza fragmentaria y subjetiva de la memoria. En lugar de erigir un monumento que pretende ofrecer una verdad absoluta e inamovible, Torrivilla ofrece una “ofrenda” que es dinámica y abierta a la multiplicidad de perspectivas que rompen precisamente con la tendencia a buscar narrativas coherentes y monumentales que den sentido al pasado. La crítica al trabajo que suele hacerse desde una historia del arte sedimentada en unas operaciones casi sistemáticas con relación al archivo se transforma en una intervención atravesada por ideas que motivaron al propio Obregón, es decir, la fragilidad de la vida humana, la vida en general y la belleza efímera.
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