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UNA TELARAÑA, UN MOAI Y UNA MISMA LENGUA: LAS PRESENCIAS AUSENTES DE ROSA VELASCO

Rosa Velasco reconoce que el origen de sus obras está anclado en un concepto. En el caso de su actual muestra en el MAVI, la idea matriz es la de una presencia ausente. Aquello que está pero no está, como los recuerdos que habitan en el inconsciente. A través del molde de un moai que fue arrebatado, una tela de araña de 15 kilos, dos libros de más de dos mil páginas y tres pinturas galácticas, la reconocida artista chilena alude a ausencias que han estado presentes en su autobiografía y en la historia del mundo.


Una telaraña sin su tejedora y una madre distante, un molde que ha sido testigo de la ausencia de un Moai, dos libros y tres pinturas con lenguajes, uno cósmico, uno técnico y otro caótico. A grandes rasgos, son pocas las obras que conforman la muestra La Presencia Ausente de Rosa Velasco (Chile, 1951), abierta hasta el 17 de septiembre en el Museo de Artes Visuales.

Aun así, la disposición espacial de estos trabajos ha sido tan cuidadosamente pensada que no se percibe ningún vacío. Aquí las ausencias no son necesariamente físicas, sino que poseen un significado simbólico que se relaciona con el título de la exposición. En estas obras, la idea de una presencia ausente es coherente con la experiencia vital de la artista, atravesada por la paciencia, la resiliencia y la observación.

— ¿Cuándo comenzaste a pensar en ser artista?

— Me costó bastante asumirme como artista, sobre todo por el peso que tenía mi exmarido en el arte acá en Chile, y claro, es como «ah, quiere competirle». Las típicas cosas de lo mujer, digo yo, de ser mujer. Además, cuando no te ha validado la familia es complicado sentirte segura como para que te validen otros. O sea, de ahí también es mi enganche, cuando uno empieza a solucionar los problemas y empieza a pararse por sí misma. Cuando uno empieza a creérsela y asegurarse a sí misma, ahí puedes. Antes de eso, era difícil.

Vista de la exposición “La Presencia Ausente”, de Rosa Velasco, en el Museo de Artes Visuales (MAVI), Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Rosa no fue a la universidad porque su madre no se lo permitió, así que comenzó a trabajar para apoyar a su padre. Posteriormente, cuando se independizó, tuvo que seguir trabajando, esta vez para mantener a su nueva familia. Su marido era artista y le era difícil vender sus obras, por lo que el apoyo de Rosa era indispensable. Trabajó en fotografía publicitaria, una labor que, si bien no se podría catalogar de arte, le sirvió para agudizar la mirada.

— No existía Photoshop. No existía nada, así que tenías que ser muy rigurosa. Si te equivocabas un pelo en la foto, había que hacer todo de nuevo. Yo siempre decía: esto es una escuela.

Finalmente, en 1980, luego de casarse por segunda vez y tras haber adquirido una mayor estabilidad económica, Rosa se armó su propia escuela a través de clases particulares con Vilches, Dittborn y Gazitúa. Hoy en día, después de haber pasado años postergando el hacer arte, Rosa Velasco es internacionalmente reconocida como una artista. Ha expuesto en más de 25 ocasiones, tanto en América como en Europa. En 1997 participó en la primera Bienal del Mercosur y en 2005 en la quinta. En 2021 ganó una mención honrosa en el Premio Artista Mujer (PAM) y el primer lugar en el Premio Ankaria al Libro de Artista, en Madrid.

Además, es Fundadora y directora ejecutiva de Centro ARC, un programa de residencias de artistas en el Desierto de Atacama. Fue fundadora -junto a Carlos Altamirano- y directora ejecutiva del primer intento de la Trienal de Santiago, y cofundadora y directora ejecutiva de Fundación Los Choros para el Arte, Ciencia y Patrimonio.

Vista de la exposición “La Presencia Ausente”, de Rosa Velasco, en el Museo de Artes Visuales (MAVI), Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Un testigo de la ausencia

No había ningún artista en su familia, pero su padre era anticuario. Venía de una familia de coleccionistas, por lo que tenía un aprecio muy grande por los objetos. Él no tenía alma de comerciante y se le hacía muy difícil vender sus tesoros. Decía que para saber si las cosas eran buenas había que tocarlas, porque los objetos hablaban. A pesar de su pasión por las cosas, llevar a cabo las transacciones era parte de su labor de anticuario; mediante estas lograba sustentar a su familia. La situación de estabilidad alcanzada hasta el momento cambió cuando Rosa tenía 18, un año después de haberse ido a vivir a Argentina, cuando un estadounidense le pagó con un cheque sin fondos el valor de un Moai y su Pukao (sombrero) y se llevó su fraudulenta adquisición a Bruselas.

— Se inició un juicio en Buenos Aires, y los jueces obligaron a que trajeran el Moai, que se quedó diez años en la aduana argentina. Esta hace un remate cada diez años y en una de esas subastas lo compró un bioquímico que vivía en la calle Chile, en Buenos Aires. Meses después, yo fui y se lo compré a él. Después pensé ¿dónde lo pongo?, y decidí dejarlo en la casa de una amiga, y ahí pasó 20 años.

En 2005 Rosa Velasco decidió que devolvería el Moai a la isla. Desde ese momento pensó tal retorno como una acción de arte. Devolvería el Moai, pero ella se quedaría con una matriz que diera cuenta de su ausencia.

— El molde es el testigo de que el Moai existió, que vino y que fue. La prueba de todo el cuento que relato.

Aunque Rosa hizo todo lo posible por devolver el Moai, no recibió mucho apoyo de terceros.

— Llamaba al departamento de Oceanía, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y me decían «ay, pero qué maravilla vas a devolver el moai». Sin embargo, nunca más me contestaron el teléfono. Me demoré cuatro años en encontrar a la persona que pudiera hacer el lobby para lograr el traslado.

Vista de la exposición “La Presencia Ausente”, de Rosa Velasco, en el Museo de Artes Visuales (MAVI), Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Pero las cosas nunca fluyeron, ni siquiera a partir de ese momento. El día que iban a bajar el Moai a la isla comenzaron unas marejadas tan fuertes que obligó a dejarlo en el barco en el que lo trasladaron durante siete días, desde Valparaíso a Isla de Pascua. Durante ese tiempo, Rosa supo que había planes para dejar al Moai dentro de un hotel en la isla, una idea a la que ella se opuso firmemente.

— Sobre mi cadáver, les dije, y de ahí no me invitaron a ninguna reunión más. Fui completamente excluida. Pero bueno, está bien, yo solo esperé que se fueran todas las comitivas para bajar el Moai y se lo entregué a los pascuenses.

El Moai que dio origen a toda esta acción de arte quedó en la plaza frente a la Gobernación de la isla, con una placa conmemorativa que recuerda la acción llevada a cabo por la artista.

— ¿Lloraste?

— Sí, lloré mucho, porque era todo un momento de mi vida que se resolvía. Que le daba como un marco final.

Hoy, el molde se encuentra en una de las esquinas del tercer piso del MAVI, al lado de una pantalla que proyecta un video de 18 minutos que da cuenta de la crónica del Moai. No obstante, al no tener suficientes imágenes del suceso, Rosa debió entrelazar otra historia. Así, entre los textos e imágenes que relatan las ventas y los traslados de la escultura se tejen narraciones en las que la artista explica sus razones para devolverla.

A través de una voz en off, Rosa habla de su relación con su madre, una mujer hermosa que no la dejaba jugar con sus muñecas. Una madre que siempre parecía estaba en la casa pero cuya presencia nunca sentía. A raíz de eso, la artista se pregunta si es peor una ausencia real o una presencia ausente.

– ¿Alguna vez le dijiste que la sentías ausente? ¿O tuvieron una conversación en torno a eso?

— Sí, pero poco a poco, después de muchos años de análisis, uno se empieza a dar cuenta de que uno no puede hablar de estas cosas con una persona de las características de ella, porque inmediatamente se defienden con la negación. Entonces llega un momento en que uno empieza a soltar esas amarras. Empieza a salirse de la trampa, porque el enredo lo tiene uno, uno no es responsable de ella. La que queda entrampada es una.

Vista de la exposición “La Presencia Ausente”, de Rosa Velasco, en el Museo de Artes Visuales (MAVI), Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Desarticular la trampa

Era 2020, el Covid llevaba pocos meses en expansión y todo Chile debían permanecer en sus casas por las cuarentenas. El año anterior Rosa había comprado varios metros de hilos de pescar, encargó a China piedras de cuarzo y se puso a tejer. Después de ocho años encontró el momento indicado para hacer realidad una maqueta con la que había competido en un concurso.

Se trataba de un proyecto site specific en un lugar llamado Tenuta Dello Scompiglio, en Lucca, Italia. Rosa fue una de las 150 personas que participó en la convocatoria y llegó a ser elegida como una de las diez finalistas. Sin embargo, la telaraña imaginada por la artista no se materializó. En 2019, después del estallido social y de la muerte de su madre, encerrada en su taller, comenzó a realizar Tejiendo sentido.

— Yo siento que las telarañas están muy ligadas, por los mitos, a la madre.

Frente a una enorme telaraña resulta casi imposible no pensar en una tejedora monumental. Si bien un poco más grande, Mamá, la escultura arácnida de 10 metros de altura que Louise Bourgeois realizó como una oda a su madre, podría bien ser un referente.

— Mientras tejía mi telaraña de alguna manera, conceptualmente, deconstruía la telaraña. Supe cuál era el mecanismo, cómo la urden, que es impresionante. Las arañas parten por el medio, y hacen esta rosca desde la cual tiran líneas que posteriormente van uniendo.

— ¿Cuánto te demoraste en hacer esto?

— Como un año. Te juro que fue… o sea, pasar cuentas todo el rato.

— ¿Y mientras tanto escuchabas radio, música o en silencio?

— No, escuchaba música. Escuché mucho a la famosa cantante de ópera María Callas.

Vista de la exposición “La Presencia Ausente”, de Rosa Velasco, en el Museo de Artes Visuales (MAVI), Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Me llama la atención que tu mamá estuvo viviendo acá contigo. O sea, tú sentiste que ella estuvo ausente, pero tú nunca estuviste ausente para ella.

— No, yo creo que hasta el final de mi vida esperé que me reconociera y no lo hizo.

— O sea, nunca hicieron las paces, por así decirlo.

— Las paces sí, porque no había pelea. Era la ausencia nomás.

— Y tu papá ¿qué rol jugaba en ese momento?

— Mi papá era un personaje muy, muy encantador, tenía una cosa muy de piel. Le encantaban las obras de arte y las plantas. A él le gusta la naturaleza, a mi madre no.

— Eran como opuestos entonces…

— Sí. (Silencio). Mira qué bonito. Acabo de entender una cosa. Cuando me preguntaste qué escuchaba mientras hacía la telaraña, escuchaba María Callas. Y mi madre tenía una voz excepcional de mezzosoprano que nunca desarrolló. Yo creo que porque mi padre, de alguna manera, no se lo permitió, y ella tampoco tuvo la fuerza. Pero tenía una voz impresionante de linda. Seguramente por eso escuchaba a María Callas. Acabo de hacer el link.

En 2019, mientras hacía la telaraña, Rosa comenzó a pintar con lo que tenía: telas y pintura acrílica, blancas y negras. Hizo ocho obras con simbología cósmica. Para la exposición en el MAVI las llevó todas y comenzó a probar cuáles se veían mejor en el espacio. Seleccionó tres pinturas. Universos infinitos con simbología ancestral, citas de varios filósofos y lenguaje binario.

– Interpretándolas después, pienso que estaba tan encerrada y sola, que me imaginé un mundo espacial. O sea, estaba más allá. Me salté de lo cotidiano, de la vida del planeta y me fui a buscar imágenes que contaran algo más estelar, más del cosmos, y ahí salieron. En ellas hay mucha cosa que mirar, porque hay frases. Hay una que me encanta, de Nietzsche, que dice «en el fondo no hay fondo».

Vista de la exposición “La Presencia Ausente”, de Rosa Velasco, en el Museo de Artes Visuales (MAVI), Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Ayudando a los dioses

La filosofía es otra de las grandes pasiones de la artista. Tiene varios libros en su living. Junto a ellos, hay textos de materias como historia. El conocimiento es una fuente de inspiración para hacer arte. Una de las obras del MAVI, Babel, tiene mucho que ver con la historia de los babilonios.

– Ellos invadieron el reino de Israel y se llevaron a los prominentes intelectuales judíos, que adaptaron las creencias babilónicas en el antiguo testamento. Toman el tema del diluvio universal y plantean la destrucción de la torre de Babel, que se divide como un castigo de Dios, porque los hombres se creían omnipotentes y quisieron llegar hasta el cielo. Sin embargo, la verdad es que los babilonios construían esas torres para ponerle un apoyo a los Dioses cuando bajaban del cielo. Que es exactamente lo contrario a la omnipotencia.

La obra Babel se compone de cinco ediciones de pequeños libros articulados. Están hechos con tacos de notas que, apilados, simulan la torre de Babel. Cada uno tiene 2.400 páginas compuestas por imágenes realizadas por la misma artista en Photoshop. La base inicial es la icónica pintura de Pieter Brueghel el Viejo, una imagen que es intervenida por Rosa de manera de formar distintos escenarios.

— ¿Qué fue lo último que pusiste en el libro? ¿Te acuerdas de cuál fue la última imagen?

— No, porque tenía muchas imágenes. En un principio traté de agruparlas por colorido, pero después dije no, porque en la historia común, dijéramos, esto es la confusión de las lenguas, la confusión de colores, es la confusión. Por lo tanto, da lo mismo.

Victoria Abaroa

Licenciada en Comunicación Social por la Universidad del Desarrollo (UDD - Chile), donde se desempeñó como ayudante de Periodismo Interpretativo. Cuenta con una especialización en Social Marketing de Northwestern University, y ha realizado múltiples cursos sobre comunicaciones en el campo de las artes visuales dictados por Node Center for Curatorial Studies (Berlín). Sus textos han sido publicados en Artishock y en la Revista Ya.

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