ROSELL MESSEGUER Y FABIANO KUEVA: QUEMAR LA TIERRA
La existencia está poblada de momentos que insistentemente tratamos de evocar, pretendiendo generar un archivo nostálgico del habitar nuestra memoria, como quien revisa una y otra vez los registros de nuestro imaginario, en medio de una imparable velocidad que deja atrás todo en el espejo retrovisor de nuestros recuerdos.
El acto de quemar, de grabar, de fotografiar, de dejar una impronta es señal de lo caminado, es una suerte de obsesión del ser que se aferra en su tránsito, es una de las cuestiones estéticas que convocan a los artistas o quizá el gesto para no olvidarnos de nosotros mismos.
Guardamos imágenes y, al hacerlo, generamos un acto performático para que la huella sea más profunda; fotografiar, grabar, quemar, es un guiño simbólico de lo que somos, de lo que hemos sido. Así, el ojo del artista hace un doble backing en nuestro ser: mira la imagen y la registra desde lo óptico, lo corpóreo; luego, ojo e intuición son una cámara.
Atrapar imágenes en su velocidad, capturar visualmente sucesos dados en la inmediatez es un deseo impulsivo por abrazar lo efímero, por cazar momentos fugaces, como quien atrapa una presa valiosa.
Las obras de Fabiano Kueva y Rosell Meseguer fusionan miradas de actos performáticos del “guardar y atrapar”.
Messeguer propone una arqueología metafórica, busca rastros en la huella milenaria de las capas minerales, narrativas de una historia subterránea de lo acontecido en la tierra y en las cenizas. Salpetre Mine y Flora Minerale sonobras en las que lo que ha trascendido en la naturaleza soterrada es relatado desde un ángulo crítico al extractivismo y, a la vez, la artista propone excavar en los espacios abandonados, en una suerte de postal desértica provocada por el hombre, paisaje de las búsquedas de la ansiada riqueza, de tesoros ocultos a la superficie.
Meseguer, con su trabajo, nos enfrenta a una realidad que no solo nos habla de elementos científicos, sino de su uso intangible; sus objetos afirman el conocimiento que proviene de la geología, pero también de su ritualidad. Esta puesta en escena nos deja ver los rastros en la tierra que han sido cruzados por nuestros pasos, la breve permanencia guardada en el transcurrir de nuestro minúsculo devenir frente la inmensidad de la naturaleza.
Su obra, como la de Kueva, presenta el tránsito, el viaje, el caminar del volátil viajero instrumentado en la tecnología, susurra un relato, una narración, un camino para entender la brevedad de nuestra presencia y la eternidad de nuestras preguntas.
Hay quienes queman la tierra para provocar daño y hay otros que queman tierra para sembrar. Hay volcanes cuyas erupciones queman todo a su paso, pero también congelan el instante de lo que sucede durante la explosión. Su obra remite todo eso, destruye y construye; el emisor performático provoca, en el acto mismo de crear, más de una lectura. No escribe, ni dibuja… quema, y al hacerlo, archiva en la memoria visual la palabra que viene a tocarnos de distintas maneras.
El fuego es desde siempre la vida, con su potente energía tan constante como efímera. El fuego crea y destruye, hace y deshace, abriga y quema; el fuego es un acto de impresión profunda, es el hogar y la guerra y —en muchas ocasiones históricas— ha sido el gran protagonista.
En un gesto poético y político, Kueva recurre a quemar un escrito y a dejar una impronta, una huella. El artista deconstruye la primera capa del texto y su lingüística, la deja caer y elabora una marca que denota otra semiótica de lo que fue y nos conduce a un nuevo texto que emula el mensaje de “alimentar el fuego” en un tono de protesta ante aquello que requiere de una postura rebelde para hacerse sentir.
Antes de concluir, es importante destacar que las obras en video no son tan solo un registro de la idea, sino el canal estético que imprime un carácter cinematográfico a las capturas que provienen de la realidad revisada por los artistas, bajo un guion particular de la imagen en desplazamiento.
Estos queridos y maravillosos artistas y colegas, con su práctica, nos conducen a una temporalidad cambiante; son la crónica de un momento que no necesariamente sucede en la realidad, sino que se construye desde su óptica propositiva.
El arte es el arranque primigenio del comienzo de algo que no necesariamente se dibuja en lo blanco del vacío (sin memoria), sino que parte de la elaboración de historias, de lo que ya tiene presencia real. El arte construye sobre los vestigios y en las ruinas de lo anterior. El arte imprime el no-olvido, como gesto permanente de protesta.
Quemar la tierra se presentó en +Arte Galería, Quito, del 28 de septiembre al 21 de octubre de 2022.
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