
HACER PEDAZOS. ICONOCLASIA CONTEMPORÁNEA Y UNA MINIATURA DE PAN, DE GERARDO PULIDO
El título Hacer pedazos encierra una ambivalencia reveladora. Esa frase contiene casi la forma de un oxímoron, en el que conviven lo productivo y lo destructivo. Cuando se “hace pedazos” algo, al mismo tiempo se lo deshace y, si hay una actividad cuyo oficio consiste en “hacer pedazos”, podría parecer que esta no puede sino ser iconoclasta. Sin embargo, la frase podría entenderse también en otro sentido, como un “hacer a partir de pedazos” y, por lo tanto, crear desde lo fragmentario. Desde esta perspectiva ambivalente se comprende también el subtítulo, Iconoclasia contemporánea y una miniatura de pan: mientras la primera –Iconoclasia contemporánea– implica el ejercicio destructor, la segunda –una miniatura de pan– supone la producción desde el pedazo, en este caso, de pan.
Al comienzo del libro (Orjikh editores, 2022), Gerardo Pulido relaciona dos términos que provienen de una misma matriz histórica: iconoclasia y encarnación. La encarnación es la creencia cristiana según la cual el dios único se vuelve hombre. El Mesías esperado por la tradición judía es un ser humano y, a su vez, una persona divina. Esta creencia es la que sirve de argumento a los defensores de las imágenes contra los iconoclastas: puesto que Dios ha querido hacerse hombre y, por lo tanto, tener una imagen humana, no puede Dios no querer que tal imagen humana sea representada. La encarnación es la prueba de que la imagen de Dios es no solo permitida sino deseada. Los partidarios de la imagen consideran que la representación de Dios no es, por supuesto, Dios, sino sólo su imagen.
Sin embargo, el veneno ya está sembrado: como Jean Baudrillard describe, los iconoclastas perciben que reproducir esa imagen es duplicar lo divino, y que venerar la imagen conlleva el peligro de olvidar su prototipo. Puesto que puedo tocar y besar mi imagen de la Virgen, esa imagen es la Virgen y la mujer santa que le sirvió de modelo tiende a desaparecer en esta veneración. De esta manera, los iconoclastas perciben que toda imagen tiene una vocación homicida: porque su carácter concreto, cercano y sensible hace olvidar fácilmente su contraparte espiritual e invisible. El modelo se convierte en un mero pretexto para la veneración de las réplicas que, a fin de cuentas, no son más que ídolos.
El espíritu iconoclasta es, entonces, un espíritu nostálgico y purista. El iconoclasta quiere volver a un origen, quiere limpiar el mundo de imágenes (al menos de ciertas imágenes), su deseo es volver al relato original, al texto primigenio, a la pureza de un mundo mejor, sin engaños, sin sensibilidad, un mundo comprensible y sin ambigüedades. Las prácticas iconoclastas contemporáneas quieren no solo suprimir la copia sino también el modelo. Estas tendencias de la iconoclasia son las que el autor se esfuerza por comprender y analizar desde distintas perspectivas. El iconoclasta de la estatuaria pública y del mobiliario urbano intenta destruir el cuerpo visible del Estado en su afán de restaurar la pureza de una convivencia social no mediada ni por la historia ni por los símbolos republicanos.
Gerardo Pulido explica en la introducción que este libro surgió como una conversación, durante el encierro pandémico, con amigos vía correo electrónico. La cadencia y la reiteración del texto, que vuelve una y otra vez a los mismos temas desde otras miradas y otras lecturas, refleja estos inicios epistolares y la libre reflexión sin estrictos parámetros académicos, lo que se agradece.
Este libro reflexiona sobre las relaciones entre arte y política, sobre la noción de patrimonio, sobre la ideología y sus desmanes, sobre lo privado (la cocina) y lo público (la vitrina), sobre la violencia, sobre la virtualidad y sus vicios, sobre las trampas del consumismo y las luchas contra el patriarcado. Cada uno de estos motivos que atraviesan el libro constituyen un universo aparte y no pretendo detenerme en las interesantes sugerencias que Gerardo formula acerca de cada uno de sus tópicos. Valga indicar solamente que todas estas reflexiones van nutridas de lecturas diversas que informan de manera libre y espontánea el texto desde la filosofía, la sociología, la historia y la teoría del arte. Todo ello se perfila sobre un doble fondo: por una parte, el inédito ambiente generado tanto por la crisis política de octubre del 2019 como por el posterior confinamiento sanitario y, por otra, la obra Sin título. Serie La conquista del pan, aquella miniatura que Gerardo produjo en el año 2000 en pan moldeado y pintado, y que parece un diorama del museo diminuto y futurista dedicado a la historia de la ciudad de Santiago.
Esta obra –que retrata la Plaza Italia o, más específicamente, el conjunto de edificios Turri tras la estatua ecuestre de Baquedano– vuelve una y otra vez en el texto para ejemplificar distintos aspectos del discurso. Otros artistas se ocuparon en su momento del bronce del militar: Enrique Matthey, Pilar Quinteros, Andrés Durán o Bernardo Oyarzún. Gerardo recrea, en miniatura, un espacio urbano bisagra de la ciudad que vendría a ser, 18 años más tarde, el centro de una serie de protestas y de la furia iconoclasta dirigida, sobre todo, a la estatua del General Baquedano de Virginio Arias.
La paradoja de La conquista del pan consiste en la prolijidad de la técnica de la miniatura combinada con la humildad y precariedad del material utilizado, miga de pan. La base de la canasta alimenticia transformada primero en desecho, después en material creativo, más tarde en miniatura. La imitación prodigiosa fue fotografiada y amplificada, dando una visión agreste del paisaje urbano.


Volviendo a la idea de miniatura (y a la de la paradoja de cómo una miniatura lleva al autor a pensar un libro entero), lo mínimo es el lugar de los afectos: en otros tiempos, la imagen en miniatura colgada al pecho podía ser una medalla con una representación religiosa o una mínima cajita con pelo o fotos en su interior. Los objetos que se guardaban en un fanal –esas lámparas de vidrio sobre una base que albergaban un Niño Dios en su interior– eran también miniaturas preciosas o bagatelas, asociadas a recuerdos, deseos y afectos. Una suerte de cajita feliz. Todo lo pequeño es reflejo del mundo y es también refugio del mundo. Los niños viven en un mundo reducido y, como adultos, volvemos a buscar esas miniaturas.
Esta primera paradoja de la preciosidad del objeto mínimo realizado en un material innoble le sirve al autor para trabajar muchas paradojas en su libro. Para reflexionar, por ejemplo, en un arte (y en la teoría que lo apoya) que aboga por un arte inmaterial centrado solo en lo textual y que desprecia lo material, lo sensorial, lo propio de lo doméstico, de la cocina y del taller. Esta tendencia purista por el texto y por la idea Gerardo Pulido la detecta también en variados fenómenos: en las ideologías radicales; en la inflación simbólica refundacional y en la iconoclasia ambiente, que es enemiga de la cosa y está obsesionada con la interpretación y con la recuperación de un mundo originario, frente a un arte que podría llamarse cálido e íntimo, como una miniatura.
Gerardo reflexiona también sobre otros fenómenos, por ejemplo, sobre la violencia, expresada en variadas formas, desde el maltrato al público por parte de los artistas hasta la violencia de la destrucción en la calle de objetos que estábamos acostumbrados a pensar como patrimonio. Habla sobre la guerra, sobre nuestro irreparable deseo de destrucción y sobre ese malestar que palpita en la convivencia social. Puesto que se habla de destrucción, la noción de patrimonio urbano es también cuestión en este libro, en un intento no por zanjar, pero sí por discutir qué nos importa, por qué nos importa o por qué debería no importarnos nada. Se habla aquí de cómo la estatuaria pública se transforma en un vehículo del poder, en un símbolo de lo que se odia por elitista, por raro, por anticuado, y que se destruye olvidando su ser cosa y su ser creación, olvidando al artista, al artesano, detrás de su elaboración.
Este es un libro sobre la política, sus límites, su relación con la ideología, su amistad o enemistad con la ética, sus negociaciones con el arte y la estética. Es un libro sobre cómo el arte abarca, resume, implica, produce política o cómo responde a o reacciona frente a ella. Es un libro que pasa revista a muchas cosas y critica muchas cosas, siempre con humor, un rasgo que para Gerardo resulta fundamental para enfrentar la vida como la auto-ironía lo es para crear algo nuevo.
El libro va recorriendo un camino sinuoso y, a su paso, deja al descubierto lo que esconden algunas de las tendencias contemporáneas: la violencia totalitaria tras el afán por hacer de todo un gesto político; el miedo a la muerte en la exaltación a la juventud; la aparente independencia del sistema cuando se está atado al celular. Y yo agregaría: los sueños de igualdad y fraternidad mientras se escruta el color de la piel, la imposibilidad de lo mestizo, de lo neutro, de la duda, de la pausa, de la ambigüedad y del matiz. En este puritanismo ambiente ya no hay lugar para las medias tintas en nada, y el eslogan y el panfleto tienen carácter de dogma.
En este libro se expresa un enorme cansancio, pero también la sorpresa, el estupor y el optimismo. Es un libro sin euforias, un libro audaz en su moderación, valiente en su prudencia, un libro que llama al sentido común. Es, además, una crítica desencantada a la ilusión de libertad frente al consumismo ambiente. Una crítica también a la ceguera frente a la contradicción de un espíritu anarquista que, sin embargo, se exhibe encadenado al poder en el escenario psicológico de esa selfie que calma su sed de aceptación en las redes.
Gerardo ha escrito, primero durante una revolución y después durante un encierro, un texto creativo, sincero, especulativo y nutrido de numerosas lecturas. Es un libro que, en definitiva, toma a contrapié el eslogan maximalista que detonó su escritura: “Nada de migajas, vamos por todo”.
* Texto leído por Josefina Schenke en la presentación del libro homónimo realizada en la Feria Tinta Arte Impreso en el Centro de Extensión Campus Oriente UC, el sábado 3 de diciembre de 2022 en Santiago de Chile.
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