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UN ALMA NOBLE CON ESPÍRITU JUSTICIERO. “LA OFICINA DE LA NADA: POÉTICAS NEGATIVAS CONTEMPORÁNEAS”, DE FELIPE CUSSEN

Hace diez años, Felipe me invitó a tomar un café cerca de su casa. Tenía una propuesta que hacerme. Quería postular un proyecto de investigación a un fondo concursable y necesitaba a una ayudante. No iba a ser fácil ganar, me confesó. El tema era poco convencional: le interesaba establecer relaciones entre música electrónica y poesía, especialmente poesía sonora. Cuando me contó, yo misma –que tenía (y todavía tengo) un especial interés en estudiar a poetas y escritores raros– pensé que su idea era un poco extravagante. A pesar de eso, acepté el desafío.

En una de las primeras sesiones de trabajo, me reveló que estaba temeroso de que los evaluadores no entendieran la propuesta o que derechamente pensaran que les estaba tomando el pelo. En ese momento, entendí y compartí su preocupación. Le dije: «Es verdad. Muchos poetas y académicos tienen prejuicios con la poesía experimental, sobre todo sonora. Piensan que son puros ruiditos sin sentido, un hobby de burgueses aburridos. Para qué hablar de estudiar la música electrónica en relación con la poesía…».

Como yo ya había trabajado en la formulación de otros proyectos, con mucha delicadeza le propuse que fuéramos estratégicos: para superar esos prejuicios, teníamos que demostrar que lo que queríamos investigar formaba parte de una rica e interesante tradición. Era fundamental, además, explicar todo con peras y manzanas para evitar cualquier malentendido. El proceso de formulación fue arduo. Fuimos muy minuciosos, precavidos y convincentes. Tanto, que terminamos por ganar el concurso y, a los pocos meses, comenzamos a trabajar juntos oficialmente. Desde entonces, no hemos dejado de hacerlo.  El proyecto se llamó «Samples y loops en la poesía contemporánea».

Sé que partir un texto con una anécdota es un cliché, pero creo que puede ayudarnos a entender a Felipe, o al menos comprender sus gustos, cómo se desenvuelve como investigador e introducirnos en La oficina de la nada.

A partir de este recuerdo, y de la lectura del libro La oficina de la nada: poéticas negativas contemporáneas, hice una pequeña lista. Partamos por lo más evidente.

1. Felipe no tiene pudor en reconocer que muchos de los temas que lo apasionan son de escaso o nulo interés para otras personas.

Como contaba recién, en «Samples y loops» tuvo que enfrentar una serie de prejuicios que sufre su adorada poesía sonora. Es de conocimiento público, tanto en sus redes sociales como en contextos diversos e insólitos, que proclama e insiste en su condición de poeta. Esto, cuando sabemos que la poesía está cada día más de capa caída en sociedades como la nuestra.

Con bastante autonconsciencia, en la introducción a La oficina de la nada reconoce «que el horizonte de expectativas actual es bastante adverso o poco empático con [el] tipo de creaciones» que decidió estudiar y comentar. Para ejemplificar esta resistencia, alude a autores y críticos como Mario Vargas Llosa y Avelina Lésper, quienes han declarado en más de una ocasión que el arte contemporáneo es completamente frívolo y está plagado de farsas. Felipe reconoce cuán imperantes son este tipo de posturas, para luego, al igual que en sus viralizadas Cartas al director, despachar a sus contrincantes con acidez y acierto. En la página 37, escribe: «No se puede negar que, en el campo cultural, y en especial en las artes visuales, muchas veces campean el esnobismo, el sensacionalismo y la especulación financiera. Pero sí critico que estos reproches suelen basarse en la ignorancia o, al menos, en la falta de curiosidad ante ciertas manifestaciones que merecen un análisis más serio».

Lo que hace en La oficina de la nada es, precisamente, ofrecer un análisis detallado y riguroso de una gran cantidad de obras literarias, artísticas e incluso musicales y cinematográficas que no solo le causan curiosidad, sino que lo conmueven y lo provocan a pensar más allá de límites disciplinares y epocales. Consciente de su extravagancia, emprende la tarea con compromiso y nunca olvida la importancia de situar las obras en relación con distintas tradiciones de la historia del arte, de la literatura, la filosofía y la teología.

2. Felipe tampoco tiene pudor en reconocer que hay muchas cosas que no entiende.

Cuando trabajamos en la formulación de «Samples y loops», me pidió que por favor me hiciera cargo de una serie de lecturas de teoría literaria que le parecían demasiado enredadas pero que, para que no lo tildaran de ignorante, había que incluir en el proyecto. Algo similar ocurrió cuando, hace un par de años, se compró un sofisticado escritorio de madera que era necesario armar. Apenas le llegó a su casa, lo primero que hizo fue pedirme ayuda; el manual de instrucciones le parecía un desafío hermético imposible de resolver. Hice caso a su llamado de emergencia y acudí con mi caja de herramientas.

Con la misma honestidad, en la introducción a La oficina de la nada, advierte que, de manera consciente, les hizo el quite a algunas discusiones del ámbito de los estudios culturales o el pensamiento contemporáneo que, en sus propias palabras, «para ser sincero, no entiendo demasiado bien» (33). Siempre he admirado la franqueza y la seguridad con la cual Felipe despacha a autores, teorías o discusiones que le cuesta comprender o que derechamente no le interesan. Sospecho que esa soltura responde a que está muy seguro de que su habilidad y destreza está en otro lugar. En términos domésticos, no tengo claro cuáles son esas habilidades y dudo que sean muchas. En el caso de este libro, brilla por su gran capacidad de analizar las obras con mucho detalle y precisión y, sobre todo, en hacer panoramas muy exhaustivos de motivos, soportes y estrategias, tarea que emprende con la obsesión que lo caracteriza.

Pedro Torres, Distancia, 2014-2018. Instalación con proyectores antiguos de diapositivas. Dimensiones variables. Cortesía del artista

3. Felipe no entiende muy bien el límite entre vida privada, vida pública y vida académica.

Así como suele subir videos y fotografías en redes sociales vestido con piyama y con la almohada todavía marcada en la cara, la vida privada del autor traspasa fronteras y ocupa parte significativa de La oficina de la nada.  En casi todos los capítulos, su propia experiencia como lector y observador es una valiosa fuente para sus análisis. En uno de los capítulos, por ejemplo, nos presenta a The Invisible Book de Elisabeth Tonnard a partir de su propia experiencia como lector y comprador. En ocasiones, este aire de crónica adquiere un tono melancólico, como cuando recuerda que, cuando niño, no sabía la diferencia entre «página» y «hoja». En otras, recurre a anécdotas divertidas y conmovedoras, como cuando a Inés, de cuatro años, le preguntaron qué era la nada y ella respondió: «La nada… ¡es algo!»

Este cruce con la crónica no es solo una cuestión estilística, tampoco (al menos no exclusivamente) un capricho autoral. Me parece, de hecho, que es parte fundamental de la metodología que Felipe llevó a cabo en su investigación. De ese modo nos conduce –paso a paso– a cuestiones que muchas veces pasan desapercibidas y que sin duda tienen gran importancia a la hora de interpretar las obras que forman parte de su libro, como asuntos mediales, paratextuales o económicos. A su vez, nos ofrece una manera más suelta y cercana para aproximarnos al esquivo y complejo problema de la nada.

4. A pesar de su afición por la cultura digital y las redes sociales, Felipe siempre tiene la mirada puesta en la tradición.

Parto con un ejemplo pedestre. En entrevistas, columnas, cartas al director y posts de instagram ha establecido sugerentes conexiones entre la poética de Javiera Mena y la cultura medieval, especialmente en relación con el amor cortés y el ciclo artúrico. Todo esto, con total seriedad y compromiso por poner en valor la carrera musical de la artista más allá de los límites de lo contemporáneo.En el caso de la poesía experimental –que lleva años estudiando con pasión– Felipe siempre está preocupado de advertir que muchos de los procedimientos que hoy en día se usan con profusión, en realidad vienen de la antigüedad grecolatina o de períodos tan ricos en juegos lingüísticos como el Barroco.

En La oficina de la nada, esta labor arqueológica y erudita se manifiesta a destajo. Sin vacilar, el autor traza puentes entre la obra de artistas contemporáneos como Robert Barry o Andy Warhol con la teología negativa; entre una borradura de la década de los setenta con un concierto de Handel; o entre un papel en blanco y el Budismo Zen. En uno de mis capítulos favoritos, dedicados a libros en blanco, transita con soltura por ejemplos de Jean Cocteau, Yves Klein, John Cage y Bob Esponja.

Miriam Elia, We Go to the Gallery, 2014, editado por Dung Beetle

5. Felipe es capaz de transitar y hacernos transitar –en brevísimo tiempo– entre referencias y estados anímicos antagónicos.

Creo que con este punto he dado con una de las claves para comprender la complejidad y el encanto de nuestro autor. Con sencillez y generosidad, Felipe despliega y comparte con nosotros sus hallazgos y reflexiones, y lo hace abarcando un enorme espectro de variables que van de lo serio a lo absurdo, de lo trágico a lo irónico, de lo docto a lo popular. Efectivamente, como hemos visto, este es un libro para reír, para asombrarse, para indignarse y para comprender –sin erudiciones innecesarias– cuán amplia y compleja puede ser la experiencia estética de la nada. Y es que…

6. Felipe es un alma noble con espíritu justiciero.

Con el impulso heroico de un caballero medieval, en La oficina de la nada asume la tarea de reivindidar a sus «poéticas negativas». En la página 38, afirma con arrojo: «No pretendo que estos líderes de opinión dejen de lado sus teorías conspirativas, pero por lo menos quisiera recalcar que este tipo de obras sí tiene un lugar en la historia del arte, que responde a problemáticas de larga tradición. Es más, justamente me interesa indagar por qué siguen siendo tantos los artistas que vuelven una y otra vez a la nada, aunque parezca un gesto ridículo o repetitivo».

Felipe asume una tarea difícil de alcanzar, digna de Santa Rita de Cascia, patrona de los imposibles. Al igual que los autores y artistas que estudia, su empresa también tiene algo de obstinado. Si bien –con gran elocuencia y profusa documentación– logra situar estas obras en distintras tradiciones literarias, artísticas o filosóficas, con sus 339 páginas y 900 notas, el libro no revela por qué la obsesión por la nada ha sido tan recurrente a lo largo de la historia. Tampoco esclarece por qué este interés se reactualiza con tanto vigor en el arte y la literatura de las últimas décadas. Esquivo a una tesis metódica y conclusiva, su libro es el perfecto ejemplo de un esfuerzo desmedido y a la vez lleno de sugerencias e interrogantes que nos invitan a maravillarnos ante las inagotables posibilidades de la nada. Para quienes admiramos los tesoros que esconden las cajas vacías, los libros en blanco y los papeles arrugados –que nos hablan de la ausencia y la inutilidad, pero también de una asombrosa capacidad creativa– La oficina de la nada se ofrece como un refugio deslumbrante y acogedor.

Megumi Andrade Kobayashi

Nace en 1985. Doctora en Estudios Americanos IDEA-USACH. Magíster en Estudios de la Imagen de la Universidad Alberto Hurtado y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Enseña en la Licenciatura en Artes Visuales de la Universidad Finis Terrae y la Licenciatura en Teoría e Historia del Arte de la Universidad Alberto Hurtado. Dirige el Grupo de Publicaciones Artísticas (GPA) de la Facultad de Artes de la Universidad Finis Terrae. Fundó, junto a Felipe Cussen y Marcela Labraña, La oficina de la nada.

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