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BEATRIZ GONZÁLEZ Y LA BRUMA DE LA MEMORIA

Beatriz González (Bucaramanga, 1932)​ no sólo cree que la memoria es difusa, sino que, a punto de cumplir 90 años, la artista colombiana está perdiendo la vista. Por eso mismo, los bordes de su última exploración visual son tan significativos. El primer borde es el del cuerpo. Del propio cuerpo de las y los visitantes que llegan hasta el Espacio de Arte y Memoria Fragmentos, en Bogotá, y a la vez los cuerpos de las víctimas desconocidas del conflicto armado que son traídas a presencia por González a través del arte. Se podría decir que su obra genera un enfrentamiento entre los que están y los que no. Y es, justamente, en el intersticio que se abre entre ambos que se activa el espacio de la memoria.

Bruma, la recién inaugurada exposición de la maestra, reúne veintisiete obras y se recorre de principio a fin en una especie de peregrinaje. Esto ocurre en el mismo espacio donde la artista Doris Salcedo construyó, en el año 2017, un contramonumento con las 37 toneladas de armas depuestas por los más de 13.049 excombatientes tras los acuerdos de paz. Y ese es el segundo borde: el piso irregular, con sus pliegues y repliegues, hace que el espacio sea frágil y que literalmente nos ubiquemos en un suelo inestable ante la representación de la violencia.

Cinta amarilla con cargueros II, de Beatriz González. Foto: Juan Carlos Barbero
Da, ve y va I, de Beatriz González. Foto: Juan Carlos Barbero
Estudio Cinta Amarilla III, de Beatriz González. Foto de Juan Carlos Barbero

Luego está la pintura como borde. En la primera sala hay pinturas recientes, parte de la serie Funebria, en la que González hace referencia a los campesinos que desentierran los cuerpos de las víctimas del conflicto armado. En los lienzos aparecen siluetas con picas y palas, cavando. Aunque las imágenes son difusas y los gestos de los cuerpos que ahí están representados pueden ser leídos de distintas maneras, evocan la tierra y los trabajos de la muerte: dos aristas claves en la historia reciente de Colombia. El año pasado, González expuso un avance de esta serie en la Galerie Peter Kilchmann, en Zúrich, donde sus pinturas rurales no tenían nada de bucólicas, sino que encerraban la violencia y la contradicción de las prácticas de la agricultura convertidas en parte del relato del conflicto armado.

En el texto que acompaña la exposición se explica que los cargueros ya no transportan alimentos ni los campesinos cavan para cosecharlos: “Ahora los primeros cargan bultos de muertos y los excavadores escarban la tierra para encontrarlos. Sus herramientas, tan antiguas como la agricultura, tienen un nuevo uso: los palos, costales, picas y palas ya no son símbolos del trabajo para la vida, ahora son herramientas que transportan o buscan los cuerpos de los desaparecidos”. Y la artista los ha representado con intensos colores azules, verdes y amarillos. Siempre envueltos en un denso negro. “Me esforcé en buscar unos colores que son más referidos al duelo, porque son oscuros, como el negro sobre los zafiros de los cielos, que voy echando capa sobre capa sobre capa, con veladura. Siempre he usado la veladura, pero ahora más, para que nada tenga contorno, porque así es la memoria traumática, nunca es clara”, explica la artista.

Los cuadernos de Beatriz González. Foto: Sandra Vargas, Museo Nacional de Colombia

Las repetidas muertes inexplicables, conocidas como «falsos positivos», hacen referencia en sus óleos a los civiles secuestrados por los militares y asesinados como supuestos opositores para fingir el éxito en la lucha contra las tropas guerrilleras. Ahí surge un nuevo borde: el de la impresión de ausencia que atraviesa la muestra. El silencio en el trabajo de González conmemora a las personas muertas y desaparecidas que no han sido encontradas hasta la fecha. Otro borde, esta vez nítido y transparente, es el del propio espacio contemporáneo de Fragmentos. Aquí las ruinas de la casona de tipología colonial, que data del siglo XVII, están a la vista y dialogan de manera cómplice con la obra de la artista. Las ruinas de los muros están expuestas y sus aperturas, huecos de puertas y ventanas, escoltan el recorrido de la muestra. Es que además de la arquitectura, la ubicación de este sitio no es menor: Fragmentos está ubicado a dos cuadras al sur del palacio presidencial colombiano y a dos cuadras al norte del conflictivo barrio Las Cruces, por lo que queda emplazado en una clara frontera entre pueblo y poder.

El peregrinaje continúa por un pabellón que lleva a la sala principal; ahí se pueden ver páginas de los cuadernos personales de la artista con dibujos a mano alzada que también exploran el tránsito entre lo nítido y lo difuso. A un costado, los enormes vidrios del espacio de exhibición han sido cubiertos por una superficie opaca que genera una impresión de niebla, en la que el exterior también es una dimensión nebular. Ahí, el título de la muestra se vuelve elocuente: todo está a punto de ser clarificado, pero no. En una entrevista reciente al diario El País, González aclaró que le cuesta trabajo distinguir entre desapariciones forzadas y no: “Lo que yo sí creo, es que hay muchas desapariciones”, dijo.

Instalación de la obra Auras anónimas, intervención de Beatriz González en el Cementerio Central de Bogotá, 2009. Cortesía: Archivo Museo Reina Sofía

Es en esa trayectoria, entre lo distinguible y lo difuso, que la artista propone un acercamiento a la verdad que, en silencio, nos recuerda recordar. “Cada obra es como una metáfora poética del vacío que dejan los desaparecidos”, decía el catálogo de su muestra individual en Zúrich. Y así es también en su reciente muestra en Bogotá. El pabellón termina en una monumental sala en donde se despliega A posteriori (2022), una enorme obra impresa en papel de colgadura que funciona como extensión de una de las obras más icónicas de la artista: Auras Anónimas (2007-2009), la instalación sobre cuatro columbarios del cementerio central de Bogotá, en que González intervino 8.947 lápidas con serigrafía sobre láminas de polipropileno.

Esa vez, la artista trabajó con ocho patrones en blanco y negro de cargueros transportando muertos que fueron realizados a mano y se adecuaban al tamaño, variable, de cada nicho. González ha afirmado que ese trabajo suyo puede ser leído como un monumento para las víctimas anónimas del conflicto armado en Colombia. El proyecto surgió de la idea de hacer de los columbarios un lugar de memoria, aludiendo a las víctimas del conflicto armado y considerando “que en Bogotá no había un lugar para realizar el duelo de las víctimas de la guerra”. Vista así, su obra del 2022 es una extensión del monumento en que vuelve a trabajar con los patrones de los cargueros y su insistencia para construirle un espacio a la memoria.

Se trata de un enorme vacío en torno al cual están desplegadas las mismas siluetas del cementerio en los cuatro muros de la sala, simulando los cuatro antiguos columbarios. Pero esta vez la artista no ha trabajado con siluetas nítidas, sino que las ha borroneado, desdibujando sus bordes y volviéndolos nebulosos. La impresión de repetición propone un último límite, pues pareciera extenderse infinitamente, como si la sala no tuviera comienzo ni fin. “Hay que insistir mucho en Colombia, en ciertas frases, en ciertos pensamientos; es una insistencia en la situación del país, es una insistencia en que no se repita más”, dice un texto de la propia artista que acompaña la muestra. Sin embargo, en esta repetición infinita hay un ancla que genera un reparo: el cuerpo. La extraordinaria iluminación de esta sala hace que a los muros les llegue luz y que la silueta de las y los visitantes quede en la penumbra, sumándonos así, de manera presente, a la secuencia de repeticiones de quienes cargan con el dolor y la muerte.

Beatriz González, A posteriori, 2022, papel de colgadura. Foto de Ariel Richards
Beatriz González, A posteriori (detalle), 2022, papel de colgadura. Foto: Sandra Vargas, Museo Nacional de Colombia

Bruma, de Beatriz González, se presenta hasta mayo de 2023 en Fragmentos. Espacio de Arte y Memoria, ubicado en la Carrera 7, n° 6b-30, Bogotá, Colombia. Curada por María Belén Sáez de Ibarra.

Ariel Florencia Richards

Escritora e investigadora de artes visuales. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) y Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Realizó un Magíster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Trabajó como editora cultural de distintos medios impresos, como revista Viernes, revista ED y Paula. Cursa un Doctorado en Artes en la PUC, donde investiga las relaciones entre performance y género.

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