VICTORIA JOLLY MUJICA: MARGA, CAVAR ADENTRO
Dieciséis gajos de hormigón forman una cáscara semiesférica, un iglú plomizo. Cada una de estas piezas fue diseñada y construida a partir de moldajes en textil que recibieron la mezcla húmeda y pastosa antes de solidificarse. Tras unos días, en la superficie de cada gajo quedó transcrita la textura de las telas como un braille insistente. Este proceso de construcción permitió que lo blando retuviera y diera forma a lo duro, para luego armar las piezas de una arquitectura modular, una yurta rígida.
Tras dos años de investigación, la instalación está ahora colocada en el espacio abierto del Parque Cultural de Valparaíso. Con cuidado, las junturas entre los gajos que forman la cúpula fueron unidos con cera de abejas. Para acceder a este refugio, Victoria Jolly Mujica y su equipo excavaron una larga rampa en medio del pasto que sigue el declive progresivo hacia el interior de la tierra. Dentro de la instalación, una pieza sonora completa la propuesta de Marga, cavar adentro.
Tres textos acompañan la pieza, además de un relato elaborado por la propia artista. Allí encontramos pistas para aproximarnos a esta estructura, de partida, el nombre que -como describe la artista- marca el origen para abordar la instalación. “¿Cuáles podrían ser entonces los nombres de una piedra?”, escribe Jolly Mujica intrigada por designar este experimento que se arma a partir de un material de construcción ampliamente utilizado hoy, y cuya historia se remonta a una larga convivencia con las piedras.
Marga, nos dice, “al igual que el hormigón es el nombre de una roca sedimentaria que se utiliza como fertilizante”. La vinculación con la roca retoma una alianza antigua que en esta pieza de concreto pasa a construir una suerte de observatorio invertido; un espacio de aislamiento subterráneo que, en lugar de mirar a lo alto, opta por enterrarse en el suelo bajo nuestros pies.
Victoria Jolly Mujica, heredera de las búsquedas e inquietudes planteadas por la Ciudad Abierta en Ritoque –lugar donde nació, creció y sigue aun creciendo–, concibe entonces esta estructura habitable como la combinación de un “lugar mitad tierra, mitad piedra, que no impone al visitante un uso específico, sino que actúa como una invitación a salir y entrar sin el fin de atravesarla, a quedarnos allí en un punto, para escuchar adentro”.
El curador, Pedro Donoso, recuerda en su texto la relación de lejana familiaridad con las rocas de aquellas cuevas que sirvieron de primeros refugios a la humanidad antes de ser humana. En esas grutas donde grabamos los primeros bisontes y animales, se anticipa lo que terminaríamos siendo: una especie reproductora de la dureza de la piedra con la invención del hormigón. Gracias a la solidez mítica de la roca y su condición de refugio prehistórico, “podíamos sentir el manto protector que nos ofrecía la montaña para cubrirnos de la lucha con los elementos”, dice Jolly Mujica. “Así nacimos como especie y sobrevivimos durante el período más largo desde la aparición de los primeros especímenes que nos antecedieron, hace 2,85 millones de años. El Paleolítico es, de lejos, el período más largo en el que se crió la humanidad”. Esta larga convivencia con la solidez lítica, ¿no convierte a estas piedras en materia cercana, íntima, familiar?
El teórico Jens Andermann también se interesa por saber cómo nos relacionamos con la materia rocosa. En su texto escrito para la exposición, La educación por las piedras, describe: “La lección de las piedras nos impone la presencia, extraña y familiar al mismo tiempo, de un movimiento, un compás, que es ajeno al nuestro y al de las cosas vivas, no por lento, por cierto, como demuestran con elocuencia los terremotos y las erupciones volcánicas, sino por su dimensión cósmica; dimensión que nos comprende sin que la comprendamos del todo. Y, no obstante, no podemos dejar de reconocernos en ese ritmo, esa partitura silenciosa que despliegan ante nosotros las rocas: «es de ella que hemos salido»”
El aprendizaje de esta lenta convivencia con los materiales minerales se entiende al entrar en la instalación: al descender por la rampa comienzan a aparecer estratos subterráneos revelados por la excavación. De pronto, todo lo que se acumula oculto bajo nuestros pies sale a la luz como una masa de raíces, desechos, piedras, tierras de distintos colores. Ese espeso manto de capas superpuestas es una medida de todo lo que el tiempo ha amontonado, más aún en un recinto carcelario como el del Parque Cultural.
En otro texto que acompaña a la muestra, la académica Teresa Johansson repasa la sutil ambivalencia del gesto que excava en el antiguo sitio de una cárcel, un lugar de densas memorias personales. “Marga penetra lo terrestre en la acción de cavar, ambiciona un refugio, una guarida, toda vez que cavar en la cárcel es también un acto de escape, de fuga”. La fuga, sin embargo, se invierte en el caso de Marga. Ya no se trata del prisionero sometido al régimen carcelario que desea retornar al mundo a través del túnel que cava, sino del visitante que vive en sociedad quien se adentra en la instalación excavada para huir hacia la recuperación de un momento personal de aislamiento.
Dentro de Marga resuena el sonido que nos arrulla de forma extraña e íntima. Bajo la piel de la tierra se nota que la temperatura disminuye. Un escalofrío nos recorre en la idea del lecho mortuorio. Teresa Johansson lo recuerda citando a la escritora María Luisa Bombal: “Porque todo duerme en la tierra y todo despierta de la tierra”. La evocación retumba y la vida se recupera nuevamente en ese lapso vivido en el interior de un huevo protector. Volvemos de la profunda superficie de la tierra. Visitamos vivos nuestra primera y última morada.
Marga, cavar adentro, de Victoria Jolly Mujica, curada por Pedro Donoso, se presenta en el Parque Cultural de Valparaíso, Cárcel 471, Valparaíso, Chile.
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