
CARLOS VIELMA: MY BATTERY IS LOW AND IT’S GETTING DARK
Report from the Wasteland
Por Juan Pablo Ramos | Curador
¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?
Amado Nervo
Coordenadas: 25° 41’ 45’’ N 101° 45’ 59’’. Una sonda es enviada a inspeccionar la topografía agreste del desierto fronterizo. En la expedición descubre un insólito hallazgo: un monolito de acero. Su presencia invasora rige la composición central de la escena minimalista. Encuentra, además, enterrada en la arena, una placa dorada basada en el diseño de la sonda Pioneer 10 con una enigmática inscripción: un cúmulo de siglas que, haciendo un guiño a la poesía concreta, arroja tantas interrogantes como confusiones sobre la especie humana. Vestigios desconcertantes, edificios derruidos, matorrales, polvo, olvido. Constelación de elementos que vertebran la trama cinematográfica de My battery is low and it’s getting dark, primera exposición individual en la Ciudad de México del artista Carlos Vielma (Saltillo, 1982).
La muestra presupone un giro significativo en la producción y en el lenguaje visual de Vielma, si bien da continuidad a sus preocupaciones temáticas centrales: el paisaje fronterizo, el monumento y la arquitectura. El detonante principal es el video que atestigua el recorrido de la sonda espacial apócrifa en Marte, Coahuila, pueblo fantasma situado en medio de la carretera. La coincidencia de los nombres entre el pueblo y el planeta a 54.6 millones de kilómetros sirve para fabular un relato poético-especulativo (el título homenajea las últimas palabras de una sonda espacial moribunda que, tras quince años de funcionamiento en Marte, pereció tras una tormenta de arena). Inmortalizado desde la pintura, el dibujo y el video, Marte se nos ofrece como un universo en ruinas, desolado, melancólico, vaciado de horizontes. Aun siendo palpables algunos indicios de su antigua ocupación, no quedan ya signos de vida humana.


La posibilidad de descubrir y conquistar Marte (aun cuando se sabe que es un territorio muy dificultoso, de vientos y arenas, que hacen casi imposible su hábitat), han fascinado al hombre contemporáneo, a la par de sus descubrimientos tecnológicos. Se pregunta José Felipe Coria, “¿por qué queremos ir allá? ¿para descubrir si hay o hubo vida alguna vez y entender mejor los orígenes y las perspectivas de nuestro pequeño hogar en el espacio? ¿Aprovecharemos sus fuentes minerales o las de sus lunas? ¿Será lugar alternativo de supervivencia cuando agotemos nuestros recursos naturales o cuando la tierra resulte insuficiente para darnos cabida?” Pero las preguntas de Vielma no son espaciales o cosmológicas; el espectador notará que deliberadamente ha esquivado los tropos asociados al fenómeno alien.
El artista ha reinterpretado el paisaje desértico de su estado natal inspirándose en A Million Year Picnic, último cuento de The Martian Chronicles de Ray Bradbury. Dicho relato nos sumerge en la angustiosa expedición de Timothy, un joven que viaja en un cohete a Marte acompañado de sus dos hermanos menores y sus padres, con la promesa de unas “vacaciones de pesca”. Tim descubre en el trayecto que su padre ha urdido el plan como una vía para escapar del planeta tierra: una guerra aniquiló a la población entera y deben recomenzar como colonos. Si la expectativa era avistar a los marcianos, al asomarse en el agua del río descubren que, de ahora en adelante, serán ellos los marcianos. El planteamiento absurdo del escritor norteamericano establece el tono de la exposición, futurista y sobrecogedor. El cuento instaura un tipo de perspectiva aérea desde la cual se aprecia –en palabras del narrador– “una ciudad muerta”. No es coincidencia que en el video apreciemos un dron sobrevolando el cerro del pueblo fantasma como un territorio ignoto. A la par escuchamos la voz de la sonda parafraseando las reacciones de asombro de la familia conforme la máquina ingresa a un supuesto viaje alucinógeno. Los diálogos vienen directo de Bradbury: daddy had a funny look on his face.



Pero Bradbury no es la única referencia. La exposición es una cámara de ecos donde se mezclan obsesiones y aficiones personales provenientes de la música, el cine y la literatura. En su disco We Will Always Love You (2020), The Avalanches toma como motivo principal imaginarios interestelares, con una aparición protagónica en la portada de Ann Druyan, esposa de Carl Sagan. Como es costumbre en la música del grupo australiano, el disco se sostiene a partir de una extensa variedad de samples, algunos apenas perceptibles y otros más fáciles de reconocer de artistas musicales fallecidos.
De acuerdo con Nicolás Bourriaud en su libro Postproducción, el arte contemporáneo recurre a diversas estrategias provenientes de la música –el remix, el sampleo y el mash-up–, en aras de construir un producto nuevo que cuestione los alcances de la originalidad. Así, en esta instalación inmersiva, se pueden escuchar ecos, voces, sonidos foráneos: la música experimental de Laurie Anderson, las composiciones de piano expandido de Henry Cowell, la épica espacial de 2001: A Space Odyssey (1968) de Kubrick, así como los escenarios rurales y fantasmagóricos de Comala en Pedro Páramo, cuya voz, a su vez, fue sampleada en un tema del Instituto Mexicano del Sonido.
Esta exposición es un viaje en carretera de múltiples rutas, terrenales o espaciales. Aunque difieren en duración los trayectos –algunos son de horas, meses o años luz de viaje– el punto de llegada es esencialmente el mismo.

¿Cómo interactúa el paisaje desértico con un agente invasor? Por la ambivalencia de su significado, el monolito de acero, al igual que en 2001, suscita tensión dramática. Su demarcación territorial, dominante, fálica, induce a sospechas. En todo caso, su presencia se torna más elocuente al ser leída como un enigma. Para el filósofo italiano Mario Perniola, el enigma es un motivo recurrente en la cultura. Predominó en la época del antiguo Egipto y del barroco español, y aún se manifiesta en la era contemporánea. Agrega Perniola que el enigma, que no es lo mismo que el secreto o la adivinanza, “tiene la capacidad de explicarse simultáneamente en múltiples registros de sentido todos igualmente válidos y abre un espacio intermedio suspendido que no está destinado a ser colmado”.
Además del monolito y sus sucesivas reinterpretaciones en formatos bidimensionales –las cuales fungen, sin duda, como stills del filme–, hallamos vestigios arqueológicos descubiertos por el artista en la arena del pueblo, algunos achicharrados por la canícula: una muñeca Barbie, un Jesucristo, una libreta de dibujos, desecho tecnológico. Es el impulso benjaminiano de ir en búsqueda de ruinas y fragmentos para pensar alegorías. El temperamento predominante es melancólico, pero también pesimista, pues es pesimista quien dedica sus horas a especular en torno a un mundo posterior a la catástrofe.

La arquitectura y el sonido modulan la experiencia en conjunto. El acompañamiento de las pinturas y los dibujos conforman un enviroment que nos familiariza con la hostilidad climática del desierto. A su vez, la función del monolito como arpa eólica, diseñado en conjunto con el artista sonoro Adair Vigil, sugiere la extensión auditiva de la muestra, misma que adapta la vastedad del desierto mexicano en el espacio de exhibición.
Hacer del desierto un punto focal surge como una reacción por el desencanto frente a la metrópolis. Vielma retoma un pueblo que, a pesar de no figurar en el imaginario hegemónico, no queda exento de poseer problemáticas históricas, sociales y políticas específicas. Para el artista, Marte, Coahuila, es un lugar con una herida abierta. Lo que alguna vez fue un pueblo de tránsito, hoy es un sitio olvidado. La apuesta final sería, en última instancia, trasladar el lenguaje de la ciencia ficción a contextos periféricos, como una manera de visibilizar regiones que la modernización ha pasado por alto. La estrategia de Vielma es inaudita incluso en relación con el cine de ciencia ficción en México, que tiende a desarrollarse en ámbitos urbanos, mientras que a lo rural se relega la transmisión oral de leyendas y la cultura de los avistamientos.
Invitamos a seguir con la mirada el recorrido desorientador de la máquina artificial. Conforme se acerca al monolito, tratando de rastrear el origen del extraño sonido de fondo, la imagen devuelve un doble e inesperado reflejo: el espectador se confronta a la pantalla –como sucede en el relato de Bradbury– con su propio rostro proyectado. Del reflejo viene la revelación. Si la raza humana pereciera, ¿qué permanecería desde los escombros? Recordatorio de la caducidad, de nuestra transitoriedad, pero también de nuestra supervivencia. Memento mori. Los parajes de Marte evocan el anhelo y la lejanía ante un punto inalcanzable en el espacio exterior. Carlos Vielma documenta la crónica visual maravillosa desde un terreno yermo.
My battery is low and it’s getting dark, de Carlos Vielma, se presenta hasta el 31 de marzo de 2022 en Lanao, Av. Michoacán 75, Col. Hipódromo Condesa, Ciudad de México.
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