JORGE TACLA: CONTROL DE DAÑOS
Por Matías Celedón
Hay una imagen que permanece en la manera que Jorge Tacla pinta paisajes en destrucción. A veces puede estar perfectamente oculta, pero remite en diferentes dimensiones a un momento decisivo de su estadía en el desierto de Atacama en 1989, cuando viajó a Chile promovido por la beca Guggenheim. Abandonado a la soledad de su mundo interior, después de días de caminar y sentarse a observar el lugar más seco del planeta, parecía evidente que nada cambiaba en ese paisaje desolado: no había más que el viento, el espacio y el sol. Salvo sus papeles, que se fueron quemando, se encontraba en una especie de lugar ajeno al tiempo, en apariencia imperturbable, hasta que un día pasó un avión militar, volando sobre su cabeza a toda velocidad; un estruendo a baja altura patrullando la frontera.
“En ese momento, mi idea del espacio cambió porque me di cuenta de que había todas estas cosas que no podía ver. Lo que parecía ser un espacio vacío estaba, de hecho, lleno de líneas y dirección y otra información. Esas son las huellas de la tecnología. No puedes tocar ni ver la dirección de estas líneas”, comenta Tacla en una conversación con Joseph Ruzicka
Los alcances de esa imagen reverberan en las diferentes obras expuestas en Historia natural de la destrucción, en la sala de Il Posto. Las pinturas y el registro que aquí se reúnen muestran el impacto de esa toma de conciencia en la destacada trayectoria del artista. Pertenecientes a sus series icónicas –Señal de abandono, Identidades ocultas, Anatomía de la Dislexia y Escombros–, estos trabajos hacen visible las distintas etapas de una búsqueda incesante en torno a la representación del espacio, pero no de su dimensión física, si no de su sentido de transformación. Cada una, a su manera, guarda implícito un mismo hilo conductor. En uno de sus cuadernos, Elias Canetti apunta: “La credibilidad de la memoria obtenida por aquello que excluimos de ella”. ¿Cómo representar las líneas que convergen en ese espacio, el proceso de relaciones en curso asociadas a esa tragedia?
En Sobre la historia natural de la destrucción, el escritor alemán W. G. Sebald intenta comprender “el modo en que la memoria individual, la colectiva y la cultural se ocupan de experiencias que traspasan los límites de lo soportable”. En la primera de las conferencias de Zúrich sobre “Guerra aérea y literatura” reunidas en el libro que inspira el título de esta muestra, Sebald apunta a un aspecto siniestro de la amnesia con un epígrafe de Stanislaw Lem: “El truco de la eliminación es el reflejo defensivo de cualquier experto”. Conversando con Jorge Tacla para el catálogo de esta muestra, el artista graficaba la tragedia de la aniquilación total con el poder de fuego de los misiles aéreos que atacaron el Líbano en 1996 – y que dieron origen a su serie Escombros (Rubble).
“La ruina es el estado de la memoria. Del único lugar que nos podemos sujetar es la historia. Caminamos sobre las ruinas contemporáneas, de las que hay que dejar ciertos registros y antecedentes”.
La destrucción de estos misiles aéreos, capaces de hacer desaparecer no solo el edificio, sino también sus escombros (“el registro de la ruina”), reivindica una estrategia de dominación histórica a través de la supresión, la negación y el silenciamiento. Esa pulsión extrema, también presente en la violenta imagen de la tabula rasa colonizadora como en las quemas de libros o la desaparición forzada de personas, representa la manifestación más salvaje y devastadora del antagonismo entre memoria y olvido, y hace de nuestra historia “una secuencia de imágenes inverosímiles que deforman una realidad y se superponen a ella, mezclándose y combinándose de las más extrañas maneras”, como señala Arturo Uslar Pietri. Las ruinas con las que convivimos, no solo constituyen los escombros y remanentes materiales del pasado; conforman, sobre todo, el testimonio de las pérdidas asociadas a esa desaparición. Además, nos obligan a lidiar con una serie de rastrojos conflictivos, la herrumbre inmaterial de instituciones políticas en decadencia, estructuras ideológicas vencidas y sesgos arcaicos que siguen en pie, pese a la degradación acelerada del presente.
“Creo que la ambición del poder ha sido tan desquiciante que nos está haciendo ver la destrucción día a día. Y en esa destrucción aparece la biología interna, donde está la actividad humana, aquello que no se ve cuando está la fachada completa”.
Tras el impacto, la estructura se hace permeable y asoma la complejidad de la interioridad. Situado en la perspectiva de un avión-misil, Tacla horada la fachada para evocar los ecos y fantasmas que habitan en los intramuros. Intuimos su presencia en las formas. Tanto en Biomechanism (1996) como en Rubble 19 (2010), se aprecia el polvo en los pigmentos.
En Paso por ti (2006), el artista registra los restos metálicos de las Torres Gemelas, la imagen superviviente de una torre de Babel –que además evoca el monumento de Vladimir Tatlin a la Tercera Internacional, también conocido como Monumento para la Liberación de la Humanidad, lo que parece una ironía de la historia–, como si en sus fundaciones y cimientos fundidos estuviera prefigurado su derrumbe.
“Uno antes veía los tótems, maravillosos, con sus vidrios. Adentro había una biología interna y eso es lo que quedó al final. No ese gran poder que es la fachada de las cosas. Caminamos sobre el lugar donde los humanos tenían sus actividades”.
En las pinturas de Tacla, la mente y la materia se confunden una y otra vez. Los residuos de esas fricciones son una cantera de información a la que acude con el rigor de un arqueólogo forense. “La superficie de la tierra y los productos de la mente pueden desintegrarse y dispersarse en regiones específicas del arte”, sostiene Robert Smithson. Sus reflexiones sobre el paisaje y las ruinas industriales resultan iluminadoras para entender las formas desconcertantes que crean las relaciones entre el espacio y las propiedades de los materiales con que Tacla trabaja minuciosamente cada obra. “Nuestra mente y la tierra están en un constante estado de erosión. Los ríos mentales desgastan las orillas abstractas, las ondas cerebrales socavan riscos del pensamiento, las ideas se descomponen (…) y las cristalizaciones conceptuales se segmentan en depósitos arenosos de razón”, escribe Smithson en Una sedimentación de la mente: proyectos terrenos.
Tacla habla de sitios en Destrucción. No se trata de ruinas monumentales o reliquias evocadoras de una memoria presente aunque petrificada, sino de la transformación perpetua de un momento posterior al estruendo, la imagen que sigue al punto de quiebre que lo origina: “La solución pictórica no tendría ningún sentido si no fuera porque realmente estás buscando algo que tenga alguna profundidad particular”.
La imagen aérea sobre el desierto marca una trayectoria en el espacio que describe una maniobra extrema de evasión. En Horizonte Imaginario, Chandela (1990), el artista alude a un viraje de emergencia dentro de un radio mínimo de giro que permite al avión perseguido quedar en posición de perseguidor. Una maniobra efectiva en su serie Señal de Abandono, donde el gesto frente a lo perdido ya no se enfoca en la destrucción, en los escombros y sus biomecanismos expuestos, sino en preservar y conservar aquello que queda, la intimidad de un espacio latente o la memoria de una ausencia que lentamente se desvanece. “Todo lenguaje antiguo está inmediatamente comprometido, y todo lenguaje deviene antiguo desde el momento en que es repetido”, escribe Roland Barthes, para quien, ya entonces, la única manera de escapar a la alienación de la sociedad era por medio de la fuga hacia adelante.
“No es por la destrucción, es por el abandono que tenemos por ese espacio. Al contrario de lo que hago con las otras cosas, es una manifestación de pasión y de amor frente a esas instituciones y esas bibliotecas como la del Trinity College, en Dublín, que han podido mantener todavía los libros. Si pensamos en la Biblioteca Pública de Nueva York, los mejores libros, los más valiosos, están en los subterráneos, donde no hay acceso. Los tienen cuidados para que no los tome la gente y no se deterioren”.
Uno de los problemas del capitalismo es que destruye las posibilidades humanas que crea. Las personas se pueden desarrollar, pero de modos restringidos y distorsionados. Indagando en la psicología de la destrucción, Tacla también ha enjuiciado una serie de edificios que consolidan la representación arquitectónica del poder. Socavando sus fachadas, exhibiendo sus interioridades, “les quitaba su fuerza física, las debilitaba”. De modo ejemplar, en Identidad ocultad 25, la impronta concreta del territorio se proyecta en la materia del recuerdo. La imagen emblemática de La Moneda bombardeada –la mancha azulada del fuego abrasivo, los contornos de la tela incendiándose–, parece inflamada por una geografía subliminal de paisajes aéreos, bordes costeros, capas translúcidas en donde el territorio parece visto desde el aire en diferentes perspectivas y escalas.
“La naturaleza aérea del sonido, y por extensión de la música, siempre implica algún grado de insustancialidad e incertidumbre, algún potencial para la ilusión o la decepción, cierta ambigüedad entre la presencia y la ausencia, lo lleno y lo vacío, el encantamiento y la transgresión”, escribe David Took. Hay un mundo sonoro en el interior de las cosas mudas. En el desierto, la monotonía se quebró primero con un ruido. Al ver el trabajo de Jorge Tacla, pienso que sus estudios en el Conservatorio de Santiago y su pasado como percusionista son esenciales para comprender los movimientos y oscilaciones que distorsionan la superficie de sus pinturas. Por momentos, es como si las líneas se reflejaran en una capa de agua o registraran la vibración de cuerdas que impiden fijar el paisaje en una perspectiva. De cara al silencio de lo no dicho, parece siempre trabajando en otra intensidad, sintonizando secretamente con otro silencio, el silencio de lo indecible. En las pinturas de Jorge Tacla, siempre hay un ruido de fondo, una cierta longitud de onda que parece afinar con ese temporal ensordecedor, el sonido acelerado de la destrucción.
“Desde el lugar más íntimo a lo más global, la relación entre víctima y agresor es un hilo conductor de mi obra. El cuarto de una casa familiar, donde convive una pareja; ese cuarto también puede ser un lugar de escombros. Los conflictos familiares pueden llegar a ser muy violentos y son testimonio de lo brutal que puede ser la intimidad”.
En la mayoría estos cuadros no hay cuerpos. Si hay formas orgánicas, surgen de trazos abstractos, son evocados por algún contorno indistinguible entre lo que queda. En su ensayo, Sebald intenta entender las razones fundamentales de la incapacidad de toda una generación de escritores alemanes para describir y traer a la memoria la experiencia de una aniquilación sin precedentes. En el video Informe de Lesiones, son las cenizas y el registro de la evidencia quemada –archivos, informes clínicos, cuadernos personales– lo único que se preserva de la historia política del pasado del artista. “Cuando las fisuras entre el cuerpo y la mente se multiplican hasta formar una infinidad de brechas, el taller comienza a desmoronarse y finalmente se desploma como la casa Usher”, observaba Smithson. Todo traspaso deja una huella y sufre una pérdida en el tránsito. Señales de vida donde no hay nadie. Situado en los intersticios de un mundo que desaparece, Tacla consigue plasmar los ecos y los vestigios de humanidad que sobrevivirán.
La exhibición Historia natural de la destrucción, de Jorge Tacla, puede ser visitada en el espacio de arte Il Posto previa inscripción en los siguientes horarios: jueves de 15 a 18 hrs; sábados de 11 a 14 hrs. Espoz 3150 piso -1, Santiago de Chile.
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