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BODY ART: LA IMAGEN VIVA DE BUENOS AIRES

Con motivo de la reciente publicación del libro Body Art: la imagen viva de Buenos Aires por la editorial Actividad de Uso, compartimos uno de sus ensayos, Con el arte en el cuerpo, escrito por Daniela Lucena, Gisela Laboureau y Francisco Lemus. El libro también cuenta con textos de Ana Longoni, Valeria Garrote, María Moreno, Martín Caparrós, Jorge Di Paola, Alberto Greco y Roberto Jacoby, y una compilación de testimonios de los participantes del Festival Body Art, un concurso celebrado una noche de 1988 en la discoteca Paladium.


CON EL ARTE EN EL CUERPO

Por Daniela Lucena, Gisela Laboureau y Francisco Lemus

A finales de la década de 1980 las promesas de la democracia en Argentina mostraban sus límites. El gobierno presidido por Raúl Alfonsín afrontaba los embates de las Fuerzas Armadas, la economía se deterioraba a ritmos inusitados y los salarios sufrían una fuerte pérdida de su poder adquisitivo. La emergencia del vih comenzaba a experimentarse de manera crítica y los discursos de la posmodernidad auguraban el fin de la historia. En un escenario caracterizado por la precariedad y la incertidumbre, el arte funcionó como un respiradero, como una pequeña ranura destinada a lo sensible en un contexto que se presentaba hostil.

En las instituciones oficiales, les artistas se apropiaron con avidez de las tendencias influenciadas por el neoexpresionismo, pero también transitaron por otras experiencias, desmarcadas de las tradiciones y los límites disciplinares. Desde los márgenes se creaba de manera irreverente y vertiginosa, al tiempo que se despedían amigos y amantes. El disfrute de la noche resultaba una experiencia intensa y efímera en la que era posible modelarse y romper los atributos de la identidad más allá de las fronteras sexo-genéricas y de las convenciones corporales. Hacer de la apariencia una (micro)política contra la normalidad fue una forma de resistencia a la represión que se instaló en el país con las dictaduras militares y que permaneció activa aún tras el retorno de la democracia. El circuito underground de Buenos Aires funcionó como una trama de experimentación en la que se conjugaron el terror y la fiesta, el humor y la sofisticación intelectual, la extrañeza de la vanguardia y la pintura, el rock y la moda, la frivolidad y la ideología, el estilo personal y la creación colectiva.

El martes 4 de octubre de 1988 tuvo lugar el Festival Body Art, un concurso organizado por Roberto Jacoby junto a un numeroso grupo de colaboradores en Paladium, discoteca emblemática ubicada en el circuito de galerías y bares de moda de Buenos Aires. La consigna era producirse como una obra de arte y obtener así “15 segundos de fama”. Evaluados por un jurado y por el aplauso del público, el ganador obtendría 200 dólares como premio. El evento fue producido en el marco del Museo Bailable, un proyecto curado por el artista y militante trotskista Fernando “Coco” Bedoya que consistía en convocatorias abiertas a artistas, fotógrafos, performers, actores y poetas. La idea era ocupar en el transcurso de la noche una discoteca. En sus cuatro ediciones, los Museos Bailables se desplegaron a partir de características antagónicas a las del museo: la posteridad histórica fue reemplazada por el acontecer nocturno y la circulación controlada se sustituyó por bailes, montajes efímeros y performances irreverentes. El público asiduo a las discotecas se mezcló con las periferias culturales de la ciudad.

En Paladium se hacían recitales, números de transformismo y eventos en los que participaban Las Gambas al Ajillo, el grupo Caviar, Batato Barea, Tino Tinto y Los Peinados Yoli, Willy Lemos, Diky James, entre otros. Al ingresar a sus instalaciones había espejos iluminados y maquilladoras que ofrecían sus servicios. Cada noche circulaban personalidades del espectáculo, rockeros y algunas figuras del jet set local que eran fotografiadas para el diario de la discoteca. Paladium no era parte del underground, pero su staff no dudaba en cobijar a sus figuras más excéntricas. Una vez adentro, podían desenvolverse con pocas restricciones.

Publicidad de la discoteca Paladium, El Porteño, año VI, n° 62, febrero de 1987. Diseño: Oscar Smoje

Un desaprendizaje estético encarnó así en cuerpos performáticos y festivos que expresaron, desde sus diferencias, la inconformidad con la regulación (micro)política que administra placeres, ensueños y fantasías.


Moda sin dictadores

En la noche del Body Art el cuerpo-vestido se convirtió en un lenguaje diferenciador desde el cual componer otros sentidos plagados de revelaciones entre lo singular y lo colectivo. La última dictadura militar buscó uniformar a les jóvenes a través de tonos y prendas que delinearon los límites homogéneos de lo pulcro, lo bello y lo deseable. Pero muchos de los cuerpos que fueron blanco de los dispositivos represivos-productivos del poder actuaron como tope y fuga de los mandatos de un orden social-moral que se expresó también a través del vestido.

Proponiendo una nueva política de la apariencia pública, el Body Art hizo suya la proclama de una moda sin dictadores, dejando atrás las reglas que intentaban aplastar los matices propios de la diferencia. Contra una práctica del vestir que llamaba a reproducir mecánica y repetidamente los códigos del buen gusto, el Body Art se abrió a la posibilidad de imaginar poéticas vestimentarias coloridas y desobedientes, superficiales y satíricas, glamorosas y ridículas. La extravagancia se jactó aquella noche ante la gris textura del disfraz cotidiano, como albergando en sus pliegues alguna señal secreta de futuro.

Instalados desde ese claroscuro donde se tensionan coerción y resistencia, esos cuerpos posaron ante las cámaras evocando en sus gestos las posibilidades revolucionarias de la moda, cuando rehúye del traje rutinizado hacia la fantasía de un atuendo desencajado y afectivo. Cada cual supo dictarse a sí mismo sus propias reglas vestimentarias y hacer del artificio de la pose en escena un estilo personal, a imagen y semejanza del propio deseo de seducción que la moda incita. Un desaprendizaje estético encarnó así en cuerpos performáticos y festivos que expresaron, desde sus diferencias, la inconformidad con la regulación (micro)política que administra placeres, ensueños y fantasías.

Una de las particularidades que compartieron muchos de los trajes que dieron forma a la noche del Body Art estuvo dada por la precariedad con la cual fueron confeccionados. La falta de recursos económicos en ningún momento fue un obstáculo para la creación estética. La decisión de hacer con lo que tenían a mano les permitió transformar la materia utilizando restos y residuos urbanos con los cuales producir la imagen ajena o la propia. De este modo, llevaron adelante una alianza inquietante y excéntrica que tuvo como superficie de encuentro los cuerpos vestidos con esa materialidad descartada. Mirar con otros ojos el mundo que los rodeaba y decidir extraer de allí una potencia de afectación estuvo en consonancia con el principio fundante del evento. Al dictarse sus propias reglas en la autoproducción de sí mismos, dieron lugar a la posibilidad de nuevos modos de vida como potencias de un ready-made permanente en un cuerpo siempre abierto a revisión.

Las imágenes de aquella noche se vuelven hoy una superficie de lectura que nos invita a imaginar ese excedente visual de una atmósfera que se despliega en el tiempo. Se pueblan de sonidos, texturas y olores. Los roces entre esos cuerpos neobarrosos mancillados por el Río de la Plata tomaron posición para transformarse en un engrudo hecho de glamour y desechos que subvertía el orden de las cosas del modo más expansivo. Los cuerpos que se desvestían o que se presentaban desnudos ante el público exhibieron la piel como tela y pliegue de una interioridad que entabló contacto con el afuera a través de la dimensión táctil que esas siluetas encarnaron sin mediaciones. La piel como primera frontera que viste, envuelve y enmascara en la forma de un ser humano apareció esa noche como imagen de una sensualidad que se volvió el lugar de una fabulación colectiva.

«Pina Menichelli» de Pablo Menicucci. Foto: Pompi Gutnisky
“El vals de los quince” de Guillermo Moreno. Foto: Pompi Gutnisky

El evento habilitó una operación doble: la posibilidad de ser una obra de arte y, al mismo tiempo, la posibilidad de ser otro. El arte fue entendido como disfraz y artificio, y la identidad también. Por una noche, el signo irreductible de la diferencia se transformó en la regla.


La imagen viva de Buenos Aires

En su afán de constituirse como la “imagen viva de Buenos Aires”, el Body Art habilitó una experiencia desmarcada de las jerarquías artísticas y culturales, en diálogo con el legado de técnicas y de procedimientos de vanguardia. Desde el inicio, el proyecto fue pensado como un homenaje al artista Alberto Greco. Resulta un guiño interesante que por esos años Roberto Jacoby, referente de la vanguardia radicalizada de los años sesenta, haya elegido la figura de Alberto Greco para dinamizar un campo artístico que en sus formas más institucionales se encontraba adormecido. El 29 de julio de 1962, Greco escribió el primer Manifiesto Dito dell´Arte Vivo y lo imprimió en afiches que fueron pegados en las paredes de Génova. Este texto dio inicio a diferentes acciones realizadas en París, Madrid y Piedralaves: “El arte vivo es contemplación y comunicación directa. Quiere terminar con la premeditación que significa galería y muestra. Debemos meternos en contacto directo con los elementos vivos de nuestra realidad. Movimiento, tiempo, gente, conversaciones, olores, rumores, lugares y situaciones. ARTE VIVO, movimiento DITO”.

En el “arte vivo” el estatuto de la obra de arte, como objeto cerrado, autónomo y perdurable, queda en suspenso gracias a la estrategia efímera del señalamiento de un cuerpo, de un lugar o de una cosa como hecho estético. En ese acto, el artista transforma lo habitual en un acontecimiento extraordinario que vuelve difusos los límites entre el arte y la vida. En el Body Art no solo se trastocó el sentido tradicional de la obra sino también la identidad, garantizada por los rasgos faciales y por los rituales actitudinales que habitan la contradicción entre lo auténtico y la apariencia. La identidad se desajustó ante la posibilidad de transformarse en un animal, un objeto, un hecho o un personaje. El evento habilitó una operación doble: la posibilidad de ser una obra de arte y, al mismo tiempo, la posibilidad de ser otro. El arte fue entendido como disfraz y artificio, y la identidad también. Por una noche, el signo irreductible de la diferencia se transformó en la regla. El Body Art nos coloca en una suerte de grado cero de la cultura al cual solo se puede llegar por la exacerbación y por el desmantelamiento de los elementos que la constituyen.

En otras de las consignas de la noche, resuena una cita a la frase de Andy Warhol pronunciada a finales de los años sesenta: “In the future, everyone will be famous for 15 minutes”. Sin importar la procedencia y la creatividad de los participantes, todos los inscriptos al Body Art obtuvieron su momento estelar. Los laboriosos de la imagen, aquellos a los que la desnudez y la excentricidad les resultaba parte de la vida cotidiana, convivieron en bambalinas con esos otros más tímidos que al ser iluminados tenuemente por la luz de un reflector daban a conocer sus facetas impensadas. Como señala el crítico Benjamin Buchloh, la idea de Warhol proporcionó una imagen del desgaste de las jerarquías que en el pasado dieron lugar a las funciones representativas y técnicas del arte. Desde este análisis se ilumina una genealogía del arte contemporáneo en el que este tipo de prácticas disruptivas adquirieron una función desjerarquizante que se volvió central en la dialéctica entre la cultura del espectáculo y la compulsión colectiva. Si bien en Paladium el tiempo para ser famoso fue mucho más escaso –solo quince segundos–, al final de los años ochenta el Body Art friccionó esos mismos síntomas de fatiga cultural y social que marcaron en Argentina el ritmo de la vida y la cultura en democracia. 

Vanguardia, cultura y espectáculo, hacer colectivo, fugacidad y apariencias pusieron en suspenso la identidad. Body Art traspasó los límites del arte, ofreció una experiencia en la que lo social y lo artístico se tensaron y complementaron para dar cuenta del horizonte de posibilidades que ofrecía una época. Una comunidad efímera delineó, a través del cuerpo-vestido, nuevas formas del hacer en colaborativo. Anticipando modos de acción y estéticas que se amplificaron en los años siguientes, la noche del Body Art se inscribió en los cuerpos con una vitalidad que supo captar el tono de una sensibilidad por venir. En el abismo de los años ochenta, el Body Art fue el preludio de un ejercicio irreverente de la diferencia que irrumpió no solo en las prácticas artísticas, sino también en las formas de pensar la emancipación de los cuerpos y la política de las instituciones.

Cecilia Ximenes, su tía Pichuca y Julia, integrantes de Pichu. Foto: Pompi Gutnisky
“Mujer con habano” de Víctor de Souza. Foto: Pompi Gutnisky

Body Art: La imagen viva de Buenos Aires

Compiladores:  Daniela Lucena, Ana Gisela Laboureau y Francisco Lemus

Ensayos: Ana Longoni, Valeria Garrote, Daniela Lucena, Ana Gisela Laboureau y Francisco Lemus

Textos históricos: Martín Caparrós, María Moreno, Jorge Di Paola, Alberto Greco y Roberto Jacoby.

Testimonios: Daniel Molina, Marcia Schvartz, Fernando Noy, Alejandro Ros, entre otros.

Fotografías: Pompi Gutnisky y Julieta Steimberg

Video: Jorge Caterbona

Diseño: Job Salorio

Tapa: Lady Plástico de Carlos Cassini. Foto: Guido Grosso. Gentileza Fundación El Gran Vidrio, Córdoba, Argentina
Retrato de Roberto Jacoby por Elina Etchesuri. Foto: Guido Grosso. Gentileza Fundación El Gran Vidrio, Córdoba, Argentina

Sobre Actividad de uso

Pablo Accinelli y Leandro Tartaglia

http://actividaddeuso.xyz/

En el 2006, con relación a la falta de difusión y estudios sobre obras o proyectos de artistas contemporáneos argentinos, y como respuesta a la ausencia de concientización institucional de que las obras están hechas para ser usadas, decidimos empezar esta colección. De esta manera cada libro no sólo genera un archivo de imágenes específico sobre un artista y su producción, sino que intenta extraer herramientas, sistemas y observaciones a ser usados en un perímetro mayor. Hasta el momento la colección cuenta con ocho libros publicados, los cuales fueron escritos colectivamente por personas específicamente agrupadas para cada uno de ellos.

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