
PANDEMENCIA. EXPERIMENTOS EN SALA
Las enseñanzas de la pandemia son diversas; algunas más crueles que otras. Hay quienes han abrigado el terror patógeno y han renunciado al contacto con el mundo. Otros han intentado aislarse en lugares lejanos, a la espera del momento de un retorno que cada día se ve más incierto. Para aguantar el paso de los días, hemos extendido nuestra paciencia hasta convertirla en un sentido inútil. ¿Qué función tiene una paciencia continua ante un fenómeno permanente? Hemos visto en estos largos meses que las privaciones del encierro nos han llevado a reiterar gestos de una existencia que ya no corresponde a lo real. Al igual que los personajes de la dramaturgia de Beckett, bordeamos el absurdo al saber que nuestra espera solo es un gesto vacío, a fin de cuentas. Y aún así, debemos hacer algo.
¿Qué hacemos mientras no podemos hacer nada? Una respuesta posible está siendo ejecutada en el Parque Cultural de Valparaíso. Ante la demora en esta prolongación del fin de la peste, un grupo de artistas vinculados a la galería Isabel Rosas se ha congregado en un experimento concebido para responder a estas agobiantes condiciones. Repartidos en la sala principal del Parque Cultural, Elisa Assler, Walter Bee, Gregorio Fontén y Cristián Velasco, han desplegado una serie de ejercicios de espera hasta el 23 de julio. Si pensamos que todo proyecto es concebido como la espera de alcanzar a alguien, lo que nos resta por hacer cuando el mundo se ha hundido en la duda y el aislamiento es probar, intentar con distintas señales y gestos. Eso es, en parte, Pandemencia: una reunión de experimentos congregados por la urgencia de reaccionar a la negación del espacio social.




“Entiendo la obra como una práctica diaria que va mutando con el tiempo”, afirma Elisa Assler. “Como el aprendizaje, el pensamiento, la experiencia, las relaciones humanas, la naturaleza; me interesa que ocupe el espacio y el cuerpo, pero que sea efímera, ligera, que se borre, que dure poco, que no genere residuo, que no haya qué almacenar ni proteger”. La sutileza de lo que la artista describe como gesto efímero recibe al visitante a la entrada de la gran sala, donde un grupo de hilos cuelga como una especie vegetal invertida, una telaraña imposible de hilos fucsias. Ese es el preámbulo de lo que a continuación se presenta como “una composición de actos de varias materialidades”, según explica el texto de acceso de Walter Bee.
La exposición aborda de principio a fin una tensión entre la compañía y continuidad de distintos trabajos que se disponen como un amplio ejercicio de ocupación espacial desde distintos medios. La obra del propio Bee, 64 m2 de eternidad, se instala en la mitad de ese gran cubículo blanco que forma la sala para dividirla con una pared invisible, una gran pantalla formada por numerosos vidrios recuperados. No es una ventana sino una constelación de transparencias cuyos diferentes espesores plantean una intriga visual. Persisten en ellos la pátina del tiempo, las manchas, los insectos aplastados. Como un expresionismo translúcido, el paso de los días ha dejado su firma puesta en esos vidrios que ahora cuelgan como marionetas esperando otra función.
Eso se ubica en la mitad de la sala y en esa conversación entra también el trabajo del artista sonoro Gregorio Fontén, 1er Despertar del Monstruo de la Ecolocación, una instalación performativa donde el sonido es repartido por la sala por un parlante oscilante que va y viene. “Tal como el Monstruo del Festival de Viña desorienta si es el artista el que escucha a la audiencia o viceversa, esta obra propone un vacilar entre escuchar el espacio o conjugarlo como una vibración que manifiesta lo propio. Invita así a una experiencia sonora de ecolocación en la que los límites entre emitir y recibir sonoridades se difuminan”, cuenta Fontén. Esta instalación acoge también un programa de recitales donde ha sido invitada una sugerente lista de artistas sonoros que cada miércoles y viernes a las 4 de la tarde se citan a poner en circulación el sonido como un aullido eléctrico obtenido de forma pendular.

También aborda el performance el trabajo de Cristián Velasco. Vestido con un traje de aislamiento sanitario, su cuerpo se torna en barrera final de la inmunidad, una momia contemporánea a la espera de un sarcófago numerado. Hastiado ante la indecisión, Velasco insiste en desarmar “la retórica que se ve en los discursos políticos y las múltiples teorías y puntos de vista sobre el coronavirus. Por eso este trabajo reflexiona sobre la inevitable confusión e incertidumbre en que nos vemos situados”.
Su pieza, que hace pensar en una suerte de sanidad amortajada, nos recuerda el velorio de la cordura que está teniendo lugar por estos días de espera. Porque quizás ya nada de esto tenga fin y solo sea cosa de continuar velando. Salas vacías, exposiciones muertas, experiencias negadas. En el horizonte humano nos hemos debido resignar a una esperanza sin tiempo, a una prolongada postergación que no termina de consumarse. “Una vez que el final se ha iniciado, nunca terminará”, ha señalado el teórico Sergio Rojas en su último libro Tiempo sin desenlace (Sangría, 2020).
Cabe preguntarse si será a través del arte como lograremos retornar a lo que nos hace humanos. Y si eso es así, ¿en qué modalidad tendrá que ocurrir? Tan absurda como suena la palabra “presencial”, la pandemia ha sido lo que la ha convertido en una ausencia de los cuerpos que exacerba el deseo inalcanzable. La demencia no es ahora un problema para la sociedad, sino para la soledad. Un demente solitario es, quizás, el último representante de un pensamiento lúcido y extinguido.

PANDEMENCIA
Elisa Assler, Gregorio Fontén, Walter Bee, Cristián Velasco
Parque Cultural de Valparaíso, Calle Cárcel 471, C° Cárcel
Hasta el 23 de julio de 2021
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