
22° BIENAL DE ARTE PAIZ. UN RECORRIDO ENTRE EL SILENCIO Y EL PESO DE LAS PALABRAS
Contra viento, mareas y una anunciada tercera ola de contagio del Covid-19, el pasado 6 de mayo se inauguró en Guatemala la 22° Bienal de Arte Paiz. Creada en 1978, el objetivo fundacional de esta bienal fue celebrar el arte local, premiar las novedades del “genio artístico” y establecer modelos de modernidad en el arte guatemalteco. Con la inauguración del nuevo siglo, con la presión del público y la crítica, inició un proceso de transformaciones en relación a lo que estaba sucediendo en otras escenas y regiones. Una de las figuras que llegó como un torbellino, para problematizar y pensar de manera más crítica el arte, fue la del curador. Desde entonces, las propuestas curatoriales fueron creciendo en distintas medidas de interés y eficacia conceptual. Esta última edición es, a mi parecer, con todas las vicisitudes del caso, una de las propuestas más logradas en la historia de esta bienal.
Guatemala es uno de los tres países que integran el llamado Triángulo Norte. Comparte con El Salvador y Honduras las consecuencias de altos índices de corrupción institucional, ensañamiento contra los derechos humanos, las consecuencias del poder concentrado en camarillas militares, políticas y oligárquicas, el saqueo sistemático de bienes y riquezas naturales. Aquí los discursos de odio e intolerancia persisten. El racismo cotidiano y normalizado es un lastre que se viene arrastrando desde épocas coloniales, invisibilizando las voces que reclaman su lugar en la historia. “Estos fenómenos contradictorios dibujan una compleja realidad en la contemporaneidad, basada en una dificultad tanto para interpretar el pasado como para proyectar nuestro destino”, indican los curadores de la bienal, Alexia Tala y Gabriel Rodríguez. Con este enunciado, abren varias preguntas sin respuestas inmediatas: ¿Cómo abordar los pasados del Sur Global en la actualidad? ¿Dónde identificamos las violencias colonizadoras? ¿Cómo respondemos a ellas? ¿Qué pasado construimos para el futuro?

En mi propio peregrinaje por la bienal, en un intento por responder a estas difíciles cuestiones, no lograba sacarme de la cabeza el libro Los niños perdidos: un ensayo en cuarenta preguntas (2016), de la escritora mexicana Valeria Luiselli. Es este un ensayo y a la vez reportaje basado en las historias del éxodo de infantes que viajan solos y su desconcertante periplo por la burocracia legal norteamericana para conseguir residencias bajo el estatus de refugiados. Desde 2014, el fenómeno, que pasó a ser masivo, registró sus más altos índices de horror en los casos de chicos de hasta dos años y adolescentes que eran enviados por sus familias desde del Triángulo Norte centroamericano. Completamente solos, o en los brazos de coyotes, sortean las amenazas del trayecto entre el territorio mexicano y la frontera de los Estados Unidos.
“Los niños que entrevisto pronuncian palabras reticentes, palabras llenas de desconfianza, palabras fruto del miedo soterrado y la humillación constante”, escribe Luiselli. Esta declaración de Luiselli no sólo resuena en mi cabeza sino que coincide con palabras que rondan esta bienal. Geografías perversas y malditas, violencia, capitalismos, colonialismos vigentes, vida tecnologizada, racismos, voces invisibilizadas, entre otras, están escritas como poderosos imanes. Lo significativo de su enunciación disonante e incómoda, sin embargo, no es para quedarnos en la mirada única del desastre, sino como invitación a desmontar ese maldito menosprecio de corte colonialista que suele verterse sobre el Sur Global.

Por más sensibilidades y temas de importancia que toque una bienal, la sociedad local capitalina y los medios de comunicación suelen recibir sus tesis con un escepticismo lamentable. Decir “bienal de arte” equivale a apretar el dispositivo que, cada dos años, levanta las antenas de los controles morales y estéticos. Las discusiones suelen desbordarse, a veces toman giros crípticos, peregrinos o peligrosamente decimonónicos. En los días de bienal, suelen salir del armario los fantasmas de los viejos y mejores tiempos, exentos de curadores. De antemano sabemos que una bienal no resuelve nada, que pertenece a un sistema elitista, lleno de incoherencias, y tal vez por eso nos atrae tanto hablar de ellas. A riesgo de caer en la necedad, resulta necesario repetir que una bienal, en un país como Guatemala, es por sí misma un acto de resistencia. Paradójicamente, ésta no es una noción que provenga de la misma institución que la provee y gestiona. Yo creo que germina con los esfuerzos que, en determinados momentos, se han librado para hacer valer tesis curatoriales altamente críticas. El uso de palabras como guerra, víctimas, conflicto armado interno, entre otras, suele resultar incómodo. Las figuras acríticas suelen desarrollar paliativos para evadir la realidad, el dolor y el espesor de las palabras que lo expresan, nos dice Byung-Chul Han.
Esto no quiere decir que las ideas que sostienen este proyecto únicamente se pronuncien desde los lastres y el desasosiego. Su título, Perdidos. En medio. Juntos convoca a la poesía y a uno de los principales ejes temáticos del historiador alemán Reinhart Koselleck. Con esta acreditación, los curadores de la 22° Bienal de Arte Paiz proponen escarbar en el pasado para pensar e imaginar posibles futuros. Consideran enfrentarnos a la dureza de las palabras y explorar narrativas de distintas naturalezas, con el único fin de acercarnos a la realidad que las produce, que es la nuestra.



A través de las obras de 40 artistas de 13 países, apostaron a la sincronía que reverbera entre proyectos pensados desde Guatemala, Suiza, Chile, Egipto, México, Colombia o el Congo. Esta polifonía de voces concomitantes da cuenta del efecto que están teniendo sobre todos los rincones del planeta temas como las tecnologías, la discriminación, la xenofobia, las economías ruines o los fundamentalismos. Tal locura colectiva, en nombre de un cuestionable progreso, exige una reflexión responsable, en el silencio y el estado de introspección que nos ha regalado la época.
Digamos que no es casual que en todos los folletos que se entregaban a los visitantes se encontraba la frase “Mapa para perderse”. Sin brújulas, el visitante es invitado a realizar sus propios itinerarios a través de tres planos temáticos. Universos de la materia es el título del primer plano. Este se refiere a la materialidad pero no como algo inerte y fijo sino capaz de aliarse con los procesos de producción de culturas, conocimientos, memorias, sentidos de pertenencia y subjetividades tan infinitas como diversas y arraigadas. En este plano sobresalen obras que incluyen materiales y signos que emergen desde la tierra para resignificar distintas dimensiones del conocimiento. Por ejemplo, obras donde se entrecruzan la arqueología y el arte contemporáneo, como La sombra misma del cielo de Óscar Santillán (Ecuador) y y Elimo Eliseo (Guatemala), que regula un diálogo entre piezas satelitales y piezas arqueológicas, o el video de Pablo Vargas Lugo (México), basado en la exploración que realizó en 2017 en las cuevas de Naj Tunich, situadas en las cercanías de Poptún, Petén. Presentado originalmente en el espacio cultural La Tallera (Cuernavaca), Vargas Lugo invita a reflexionar sobre la destrucción de información, pero, ante todo, las formas de sobrevivencia que el conocimiento ancestral ha elaborado a través de entrecruces, canibalismos y digestiones culturales.



El artista maya tz’utujil Manuel Chavajay recoge desechos vertidos en el emblemático lago de Atitlán para luego cubrirlos con materiales plásticos de color rosa estridente y crear así formas escultóricas de aspecto amenazante. En un país donde el tejido ocupa un lugar central en la vida de los pueblos, artistas como Antonio Pichillá, tz’utujil y originario de San Pedro La Laguna, realiza un juego de patrones y nudos para conformar un telar gigantesco atravesado por simbologías sagradas; Angélica Serech, de San Juan Comalapa, explora la simbiosis entre hilos y pelo humano para crear un tapiz de presencia inaudita; y Hellen Ascoli expone una colección de tejidos elaborados por ella y objetos que se usan tradicionalmente en la elaboración de tejidos donde quedan “atrapados” los movimientos corporales.
Mientras Ascoli se basa en la poética del tejido y sus aspectos femeninos, Edgar Calel (Guatemala) talla y colorea una serie de “topes” con diseños propios de los trajes femeninos indígenas. La utilidad de los topes -que son trozos de madera muy propios de las escenas agrícolas- es colocarlos detrás de las llantas de los vehículos de carga para impedir su deslizamiento. ¿Metáfora de los roles asignados a lo femenino y lo masculino? Tal vez. Complementan esta plataforma las obras de Ayrson Heráclito (Brasil), Detanico & Lain (Brasil), Ana Teresa Barboza y Rafael Freyre (Perú) y Uriel Orlow (Suiza).


Geografía Perversa/Geografías Malditas es la segunda coordenada del proyecto. Desde su inquietante título, esta se centra en los conflictos contemporáneos e históricos que vienen arrastrándose desde épocas coloniales. Oponiéndose a toda idea edulcorada que evoque eternas primaveras o paisajes bucólicos, explora los conflictos que laceran el territorio, que imponen fronteras y que promueven las dinámicas capitalistas –canallas- sobre el uso abusivo de la tierra, el secuestro de los afluentes de agua, etc. Este espacio intenta visibilizar los reclamos y los efectos del poder, la explotación y las biopolíticas ejercidas sobre la diversidad de formas de vida y la naturaleza. Pero también, como un campo de impulsos magnéticos, genera visiones alternativas. Es decir, un lugar que permite explorar formas renovadas de convivencia, no excluyentes y respetuosas con toda forma de vida humana y no humana.
Nada mejor para explicarlo que las obras de Yasmin Hage (Guatemala) y Antonio José Guzmán (Panamá), quienes hacen uso del barro y del añil, respectivamente, con la intención de revisar el peso que estos dos materiales han tenido en la definición de la historia. En una mesa de trabajo, Hage muestra dibujos y planos de todas las etapas del proyecto de investigación que concluye con la construcción de un filtro de agua de proporciones monumentales. Elaborado con arcilla, este rememora la función natural de las montañas y la tierra de oxigenación de las fuentes de agua subterráneas. En su sentido monumental, el filtro emerge como crítica y advertencia hacia la ignorada crisis del agua que enfrentamos en materia medioambiental.



Es curiosa la manera en que la obra de la artista Heba Y. Amin (Egipto) dialoga con la pieza de Hage en la centralidad que juega la crisis del agua. Amin, sin embargo, propone el territorio de la parodia y la ficción para presentar el proyecto denominado Operation Sunken Sea; ficción, por supuesto. Desde un podio escenificado, la artista propone drenar y redireccionar el mar Mediterráneo para que el continente africano y Europa se conviertan en un supercontinente, con el objetivo de exterminar el terrorismo, la crisis migratoria y otros grandes problemas. Como mancuerna perfecta, Forensic Architecture y Forensic Oceanography (Reino Unido) son dos proyectos que unen esfuerzos para dirigir las miradas hacia escenas donde se han producido operaciones marcadas por las injusticias o crímenes de Estado, como el esfuerzo de Italia y la Unión Europea para frenar la migración en el mar Mediterráneo.
En un sentido lúdico y poético, el artista Naufus Ramírez Figueroa (Guatemala), junto al poeta Wingston González (Guatemala), presentan el registro en video de la puesta en escena que han titulado Lugar de consuelo. Concebida como recreación y rescate de la obra de teatro Corazón de Espantapájaros (1962), es un homenaje a Hugo Carrillo, dramaturgo y autor de la obra que fue censurada en tiempos del conflicto armado interno en Guatemala. También está dedicada a los estudiantes y profesionales del arte que sistemáticamente fueron amenazados, reprimidos o desaparecidos durante aquel siniestro periodo. El relato de Naufus, la cuidadosa puesta en escena, el diseño de trajes de los actores, su atrevido manejo del espacio y desprendimiento de toda convención teatral, produce, sin lugar a dudas, una de las obras más extraordinarias de la bienal. Sebastián Calfuqueo (Chile), Jonathas de Andrade (Brasil), Oswaldo Maciá (Colombia) y Fernando Poyón (Guatemala) complementan este recorrido por los meandros y sinuosidades de nuestra época.


Como una compensación al esfuerzo de este periplo, los proyectos que integran el tercer tema denominado Pasados. Eternos. Futuros permiten divagar a través de distintas nociones de temporalidad, escapar de las lecturas lineales y las miradas occidentalizadas. Todo ello conectado con la necesidad humana de sentirse parte de espacios donde se reactivan lo simbólico y lo espiritual, en forma de actos de sanación, ritualidad y “transubstanciación”.[i]
En un momento cuando hasta el sencillo acto cotidiano de reunirse se ve roto, la obra de Emo de Medeiros (Benin, África) es una exploración extraordinaria del movimiento corporal, el baile, el contagio de la música y los mestizajes culturales. Su instalación performativa, proyectada en tres canales de video y titulada Kaleta / Kaleta, muestra una danza donde se mezclan máscaras de Benin, movimientos carnavalescos que recuerdan la samba brasileña y gestos tomados de la celebración norteamericana de Halloween. La obra de Medeiros coincide, además, con la pieza The theory of the Ghost de la artista Maya Saravia (Guatemala) en investigar los trazos de la memoria sobre el cuerpo y así rastrear las rutas de la esclavitud a través de la música y expresiones de baile como el reggaetón y el dance hall. Resiliencia tlacuache, de la artista Naomi Rincón Gallardo (México), nos introduce a un paisaje donde habitan símbolos, nahuales y mitologías. En un video, a manera de fábula, Rincón Gallardo expresa su intento por mitigar la violencia de los proyectos extractivos a través de formas ritualistas que tienden a la sanación del cuerpo y el espíritu.




Las obras de los artistas guatemaltecos Alejandro Paz, Benvenuto Chavajay y Marilyn Boror Bor coinciden en su interés por los problemas de representatividad, la influencia de la mirada colonizadora en la construcción de estereotipos y el complejo dilema que ha desvelado a más de un teórico en Guatemala: la construcción de la mirada ladina en detrimento y oposición a las culturas originarias. Puestas en diálogo, las tres propuestas muestran algo de las complejas redes culturales y de pertenencia que nos conforman como sociedad. El rey Fernando y Botargel, de Alejandro Paz, es un ejercicio que revisa (para resemantizar) los mensajes originales del baile de origen colonial conocido como El Español, que aún se interpreta en municipios de creciente población ladina cercana a la capital guatemalteca. Ladino por decreto, de Chavajay, explora el decreto legislativo que en 1867 se impuso sobre la población indígena de San Pedro, San Marcos, en el occidente del país, para que abandonaran sus conocimientos y costumbres ligadas al mundo indígena. Edicto: cambio de nombre, de Marilyn Boror Bor, es resultado de una valiente investigación que realizó sobre las innumerables y constantes publicaciones que encontró en las páginas del diario oficial de Guatemala: edictos donde se hace pública la resolución de cambios de nombres de origen indígena por nombres de carácter ladino como estrategia para borrar las huellas identitarias y enfrentar los sistemas racistas que prevalecen en la agenda pública de Guatemala. En un sentido performativo, Marilyn cambió sus apellidos Boror Bor por Castillo Novella, en referencia a dos de las familias más acaudaladas de Guatemala. En la exposición, la artista exhibe una serie de mensajes intimidatorios y evidentemente racistas que recibió durante su exploración y presentación final del proyecto.
La obra de Jessica Kairé (Guatemala), titulada Monumentos plegables, consiste en una réplica en tela del monumento fúnebre dedicado a Jacobo Árbenz, ex presidente y prócer de Guatemala que protagonizó los últimos años del periodo democrático conocido como la Revolución de Octubre o Primavera Democrática (1944-1954) y que fue acusado de ser comunista y poner en riesgo los intereses norteamericanos, de las oligarquías y camarillas de poder guatemaltecas. El monumento de Kairé permanece plegado en el suelo y el público puede elevarlo con una serie de poleas y amarres, transformándolo en apenas un recuerdo del objeto, donde se opone el peso de la historia y su diluida percepción actual.
En el hilo de la historia de Guatemala, Oscar Perén (Comalapa, Guatemala) presenta tres pinturas con títulos como La cárcel, Secuestros, incendios y asesinatos en Comalapa y La noche del zafarrancho, donde recoge imágenes y recuerdos de la cotidianidad conflictiva y violenta que el mismo artista experimentó durante los años del conflicto interno. Andrea Monroy (Guatemala), Nelson Makengo (Congo) y Vanderlei Lopes (Brasil) también son incluidos en esta sección.


La bienal se complementa con dos exposiciones antológicas: La grandeza del margen, una extensa muestra de la obra de la fotógrafa chilena Paz Errázuriz que aborda temas relacionadas con la inmigración en Latinoamérica, la marginalidad, el abandono y el espacio público en los entornos urbanos, desde la mirada de sus protagonistas y sus espacios íntimos. Y A-1 53167: Lugares sitiados, la exposición que se le debía a uno de los artistas más prolíficos de Guatemala, Aníbal López (1964-2014). Su obra, atrapada por demasiado tiempo en una espiral de litigios y disputas de representación, logró reunirse por primera vez en el recinto del Centro de Formación en Antigua Guatemala para recordarnos y confirmar su agudeza, lo que motivaba su constante cuestionamiento de las manidas jerarquías y sistemas del arte, las estructuras de poder que dominan economías y formas políticas, así como las preconcepciones culturales, estereotipos y exotismos heredados desde la mirada occidental y la aplanadora colonialista. En un extenso recorrido de obras emblemáticas, registros conceptuales y testimonios de personas que le conocieron de cerca, resultaba interesante comprobar que muchas memorias sobre el artista han dado lugar a mitologías y narrativas basadas en su imagen de artista maldito. Palabras más, palabras menos, pero esta exposición nos acerca al personaje que se introdujo tanto en la creación de su obra que llegó a perder la vida. Ante todo, explica la influencia que tuvo López sobre la generación de artistas surgida a finales de los 90 en Guatemala, que, como parte aguas, impulsó uno de los mayores cambios en el panorama del arte contemporáneo local.
Al llegar al final del recorrido, puedo decir que la bienal –en específico esa edición- nos abre una serie de capítulos imposibles de comprender. La reflexión de sus preceptos es un compromiso continuo, tal vez una tarea tortuosa, pero que, en esta aridez de país, merece el esfuerzo.
[i] Transubstanciación o transustanciación se refiere a los procesos donde, según las enseñanzas de la Iglesia Católica, toda sustancia material se transforma en un ente sagrado. A través de sus rituales eucarísticos, el pan se transforma en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre.
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