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LA POSIBILIDAD DE QUE ALGO SUCEDA O NO SUCEDA. SOBRE “ESCULTURA Y CONTINGENCIA (1959-1973)”, EDITADO POR LUIS MONTES ROJAS

La escultura parece estar tan volcada a la permanencia, incluso a la trascendencia, que pareciera ser incapaz de configurarse como práctica rebosante de contingencia o que incorpore una movilidad de experimentaciones realizadas en función de inclinar la balanza hacia la “posibilidad de que algo suceda o no suceda” (RAE). Esto es, al menos, lo que dice el lugar común instalado desde una compleja trama de factores político-institucionales-disciplinarios que parecen tener vigencia en Chile más que en otros países; lugar común que atribuye a lo pictórico lo fundamental de los desplazamientos desde un paradigma representativo hacia otro, de tipo accionista.

Un libro como Escultura y contingencia (1959-1973), editado por Luis Montes Rojas y publicado el año pasado por las Ediciones del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile (DAV UCHILE), contribuye a desbaratar este mito local, y esta es la primera gran razón por la cual es necesario recorrer sus páginas con atención.

El volumen se compone de la presentación y cuatro capítulos de los integrantes del Núcleo de Escultura y Contemporaneidad de la Universidad de Chile, a saber, Luis Montes Rojas —su coordinador—, Magdalena Guajardo y Verónica Figueroa, Mauricio Bravo y Sergio Rojas, siguiendo el orden de publicación. Ellos manifiestan un común afán por evidenciar cómo existe una escultura que incorpora los desafíos “de su tiempo” en el período políticamente convulso que es el de los años 1960 y que en Chile abre el camino a la Unidad Popular, a cuyo gobierno pone término el Golpe de Estado de 1973.

Al mismo tiempo, sitúan el inicio de ese período en 1959 con la fundación de la Escuela de Arte de la Universidad Católica de Chile. Esto a poco andar tiene un impacto en la renovación de los lenguajes de la escultura y otras disciplinas artísticas en el país, debido a la contratación de profesores extranjeros, o más bien metropolitanos, abocados al experimentalismo.

Pese a este recorte temporal, el volumen no es ni tampoco pretende ser historiográfico; la investigación que lo sustenta no apunta a realizar una reconstrucción exhaustiva o acabada —con los límites que tiene cualquier afán en este sentido— de acontecimientos o procesos del pasado. Más bien, a partir de un evento fortuito, que es el hallazgo en un cajón del libro-catálogo de La imagen del hombre, exposición de 1971 curada por Miguel Rojas Mix, el equipo se asoma hacia producciones artísticas pretéritas, las que interpreta apoyándose en otros materiales de archivo —cuya conservación es siempre precaria en nuestro país—, en entrevistas que realiza a actores del período y en fuentes secundarias que permiten levantar un marco contextual.

Félix Maruenda, S/T Tercer premio de la Bienal de Escultura, MAC, 1967. Gentileza Fundación Félix Maruenda

A lo largo del libro y también en un apartado fotográfico se incluyen numerosas imágenes que permiten formarse una idea del período en cuanto a obras, artistas, eventos, dando sustento a los distintos ensayos interpretativos congregados en la publicación. Esta variedad de aproximaciones que convergen temáticamente, pero exhibiendo matices propios en cada ocasión, es otro aspecto valioso de Escultura y contingencia, al evidenciar las diferentes facetas que puede revestir el asunto y también al insinuar aquellas que ameritarían mayores indagaciones.

Un tercer motivo para detenerse en este libro es su carácter interdisciplinario, ya que el equipo está constituido por dos artistas (Montes y Bravo), dos egresadas de teoría e historia del arte (Guajardo y Figueroa) y un filósofo (Rojas). El mismo énfasis artístico de la aproximación es en sí interesante. El Núcleo es una iniciativa original de escultores y desarrolla un tipo de investigación basada en la práctica artística, pero que no refiere a ni tampoco redunda en creaciones propias, sin dejar de hacerlo potencialmente.

Lo distintivo es que se incluya aquí una mirada de artistas, ahora enriquecida y enriquecedora por el diálogo horizontal mantenido con las disciplinas humanistas, así como por la misma práctica auxiliar de estas por los creadores[1]. Quizás lo clave en este punto sea que artistas impulsen este tipo de trabajo: ¿cómo y cuánto se verá afectado nuestro conocimiento de las artes cuando una mayor cantidad de programas de investigación sean definidos por artistas? Justamente, es constante la reflexión a lo largo del libro acerca de la ausencia de reflexión crítica de parte de los mismos escultores, así como del desinterés por la escultura que han manifestado los teóricos e historiadores del arte nacionales.

El aporte de este libro requiere comprenderse asimismo a la luz de un programa de investigación sostenido, mas no lineal en torno a la contemporaneidad del quehacer escultórico. En efecto, antes de Escultura y contingencia el Núcleo ya había publicado dos volúmenes: Escultura y contemporaneidad en Chile: tradición, pasaje, desborde (2016), a partir del coloquio internacional homónimo realizado en el MAC Parque Forestal; y Cuerpos de la memoria. Sobre los monumentos a Schneider y Allende (2020); ambos editados por Luis Montes Rojas y publicados por Ediciones DAV UCHILE. Además, Verónica Figueroa y Magdalena Guajardo están desarrollando la investigación “Mujer en obra: dimensión femenina de la escultura (1959-1975)” con el patrocinio de Fondart, instancia que también apoyó el primer proyecto del Núcleo. No se aprecia en este conjunto de iniciativas de corta duración la voluntad de instaurar conocimientos irrebatibles, sino más bien de ingresar a un terreno de pesquisa y discusión poco explorado y excavado, semejante a una cantera más que a un pulcro laboratorio. Y, a pesar de ello, gracias a estas iniciativas la escultura chilena poco a poco se visibiliza como un conjunto de propuestas descentradas, desbordadas, impregnadas de contemporaneidad y susceptibles, por ende, de inflamar las prácticas artísticas del presente en dimensiones insospechadas desde otras filiaciones o conexiones disciplinarias.

En cuanto a los contenidos, tres de ellos concitan mi atención. En primer lugar, se establece efectivamente a través de Escultura y contingencia un conjunto de obras, muestras, personas (artistas, curadores, directores) e instituciones que configuran un mapa del campo escultórico del momento, así como de su contexto (la guerra de Vietnam, la Reforma universitaria, el paradigma del hombre nuevo, la norteamericanización, el auge del pop y el arte conceptual, el ascenso de la Unidad Popular, etc.). Este mapa está en movimiento, en mutación.

La imagen del hombre (1971) es considerado el evento cúlmine, pero dentro de una evolución que se inicia con las producciones experimentales de Valentina Cruz, ligadas a la fundación de la Escuela de Arte de la Universidad Católica (1959), que más adelante es relevado por las exposiciones de Félix Maruenda y Víctor Hugo Núñez (1969), gracias a la renovación experimental y política asumida por la hasta entonces tradicionalista Universidad de Chile, y que de manera lateral incluye la producción de Juan Pablo Langlois, arquitecto con formación artística multidisciplinaria en la Universidad Católica de Valparaíso, quien crea sus Cuerpos blandos (1969).

Este mapa —que incluye muchos otros autores y propuestas— es preliminar, tiene la mirada puesta en instituciones y se centra en Santiago, pero se asume como una propuesta levantada desde el presente y resulta muy útil para guiar exploraciones ulteriores. Por cierto, Magdalena Guajardo y Verónica Figueroa demarcan en reversa los hitos de esta cartografía en movimiento, reflexionando, entre otras cosas, sobre las relaciones entre los polos de experimentalismo y politización.

En segundo lugar, hallamos en este libro discusiones concretas sobre las prácticas estéticas involucradas, aunque desde distintos parámetros. Luis Montes Rojas propone una organización en dos grandes etapas internas al período demarcado: una primera en la cual sobresale el uso de materiales precarios y la objetualidad incluso en paralelo o en forma previa a la pintura —paradójicamente, según el testimonio del propio Francisco Brugnoli (quien es reconocido como el pionero de la objetualidad pictórica); y una segunda caracterizada por la ampliación hacia el espacio —incluso urbano, vía Víctor Hugo Núñez— y el espectador. Para Mauricio Bravo, el supuesto es que la escultura carece de un “logos centralizador” que en pintura sería la representación, pues se configura asimismo mediante “sus materialidades, sus volumetrías, sus emplazamientos, sus espacialidades” (69). A partir de ello, anota la pervivencia “desfondada” del latinoamericanismo de Samuel Román, Lily Garafulic y Marta Colvin —y no su sustitución— mediante la incorporación de procedimientos experimentales norteamericanos. Más que a través de la expansión y la espacialidad —conceptos usados por Rosalind Krauss en los Estados Unidos—, la escultura chilena de los años 60 se expresa por medio de materialidades táctiles y montajes caóticos, desastrados que responden a una estética de la diseminación.

Víctor Hugo Núñez, La población Museo de Arte Contemporáneo, 1970. Gentileza del autor

En tercer lugar, Escultura y contingencia nos muestra que la relación entre arte y contingencia es compleja, pudiendo entenderse a lo menos en dos sentidos. El primero y tal vez el más evidente y urgente, desde el punto de vista del quehacer artístico, es el de la acción política, que en sí involucra distintas dimensiones. Para Luis Montes Rojas, esta acción por la escultura chilena del período se efectúa por una doble vía: incorporando la realidad social mediante materiales precarios y objetos para denunciar la opresión de la mujer, la guerra, la pobreza, etc., como sucede en un primer momento; pero también retornando a ella para transformarla a través de happenings, environments y montajes desastrados, como sucede a continuación y de manera abortada por el golpe de Estado.

Muy importante también, para Magdalena Guajardo y Verónica Figueroa, la acción escultórica contingente no sólo se resuelve mediante propaganda orientada a promover la vía chilena al socialismo o defender la Unidad Popular, por ejemplo, sino que también puede involucrar “un flujo entre estética y política a un nivel mucho más amplio y subjetivo” (47), en especial porque así lo pide la conformación del hombre nuevo. Justamente, Mauricio Bravo propone que el requisito contingente de transformar la conciencia pasa por un énfasis estético en la tactilidad alejado del oculocentrismo y la representación: la escultura chilena del período busca “hacer cuerpo con el mundo” (76) para reapropiarse de él mediante el tocar, observa basándose en Jean-Luc Nancy y Jacques Derrida.

En un segundo sentido, la relación entre escultura y contingencia también puede concernir al modo según el cual, a su vez, ciertas prácticas escultóricas pueden suceder o no suceder. Para Magdalena Guajardo y Verónica Figueroa, la contingencia social, económica y política incide directamente en la renovación de la escultura chilena en los años 60. La Reforma Universitaria de 1967 en la Universidad de Chile, notablemente, modifica el volumen y la composición social de una población estudiantil que comienza a exigir cambios hacia la experimentación, aunque no en abstracto, sino que mediante materiales precarios y temas políticos que expresaran la propia realidad de los estudiantes.

Para Sergio Rojas, el asunto es el de cómo la escultura sale de la contingencia para volverse acontecimiento, desde la mirada del presente. Enfocando los Cuerpos blandos de Langlois, que vadea el objetivo del accionar político, anota que lo esencial no radicaba en salir del arte para hacer que fuese posible determinada política. Más bien, se trataba de salir de la tradición heredada para hacerse contemporáneo “desde el arte”, por la vía de asumir “el riesgo de la forma y la materia” (111). Lo interesante es que esta idea de riesgo nos devuelve al cuerpo de un/a artista implicado/a con su realidad, aunque una realidad estética en fuga hacia lo contemporáneo, un escape hacia lo posible que conlleva una acción política —autorreflexiva, consciente— del arte sobre sí mismo.

He esbozado apenas algunos ejes de un volumen que admite estas y otras múltiples entradas a un terreno artístico en vías de desbroce —o una cantera en vías de excavación. Otras reflexiones contenidas en él son muy sugerentes, pero, junto con entregar algunos elementos que permiten situar al libro en su propio ámbito de producción disciplinario e institucional, he querido derivar hacia el asunto de la relación entre escultura y contingencia política. Esta opción responde a lo que esta discusión puede aportar en nuestro contexto epocal, donde la contingencia ha sido la preocupación medular y efectiva de una cantidad creciente de propuestas artísticas, como lo demuestra el papel movilizador que han cumplido desde a lo menos los años 2000.

No sólo este volumen nos permite entrar a lo contingente desde el flanco imprevisto de una disciplina escultórica descentrada, diseminada, sino que también instala problemas que conciernen en general a la relación entre arte y política. De esta manera, puede ampliar nuestras perspectivas sobre la materia —en tanto asunto y también en tanto masa o sustancia— desde un pasado que en ocasiones pareciera querer re/suscitarse, pero con cuántas diferencias respecto de la actualidad.


[1] Fenómeno sin duda propiciado por —aunque no reducido a— el gradual aumento en la obtención de grados de Ph. D. (Philosophical Doctors) por parte de artistas.


Escultura y contingencia: 1959 – 1973 | Luis Montes Rojas (Editor)
Autores: Verónica Figueroa, Magdalena Guajardo, Mauricio Bravo, Sergio Rojas, Luis Montes Rojas.
Ediciones del Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile
Serie Investigaciones (2020)
Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, FONDART 2019
Primera edición: Diciembre de 2020, 1200 ejemplares.
ISBN: Nº 978-956-19-1198-7

Carolina Benavente Morales

Nace en Santiago, en 1971. Es investigadora experimental en arte, literatura y cultura. Es Doctora en Estudios Americanos con mención en Pensamiento y Cultura por la Universidad de Santiago de Chile y Licenciada en Historia y en Ciencia Política por la Universidad Católica de Chile. Es organizadora, con Ana Pizarro, de “África/América: literatura y colonialidad” (Santiago: FCE, 2014), editora de “Coordenadas de la investigación artística: sistema, institución, laboratorio, territorio” (Viña del Mar: Cenaltes, 2020) y autora de “Escena Menor. Prácticas artístico-culturales en Chile, 1990-2015” (Santiago: Cuarto Propio, 2018). Actualmente desarrolla el proyecto Fondart Nacional 549522 año 2020 "Editorialidad en revistas académicas chilenas de artes visuales".

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