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CURAR DESDE LO MICRO

Por Dagmara Wyskiel | Directora de la Bienal de Arte Contemporáneo SACO

Desde la periferia geo-demográfica de regiones como Antofagasta, al norte de Chile, se observa cómo curadores, artistas visuales y otros agentes culturales han venido batallando durante las últimas décadas por eliminar las gigantescas brechas entre las urbes que concentran los circuitos artísticos, y los territorios “periféricos” que agonizan –y, sin embargo, renacen- ante la falta de oportunidades.

En Chile, en menos de una quinta parte de su longitud, están acumuladas todas las escuelas universitarias de artes visuales, además de archivos y espacios especializados. El desigual acceso a la educación superior artística y el vacío profesional que se extiende ya por tres generaciones profundiza la brecha de conocimiento, dejando a la mayoría fuera del potencial creativo por falta de recursos y distancia. Entre Arica y Punta Arenas, por ejemplo, hay 5.061 kilómetros de distancia; entre Valdivia y Valparaíso, 958.

En este panorama de ausencia, compartido por el resto de los países vecinos, quien asume el rol de curador(a) debe autoproclamarse y convertirse en un hombre/mujer orquesta: gestión de espacios y fondos, museografía, montaje, difusión, registro, gráfica, redes, entre otros. De lo contrario, el proyecto se frustra, no llega a ser materializado, compartido y digerido por la comunidad local.

Estamos frente a una paradoja: por un lado, sabemos que los necesitamos, pero por el otro, no hacemos nada para que los curadores aparezcan. ¿Qué tiene este oficio que pareciera incompatible con el no-centro? Hay, sin duda, un aura de sofisticación, extendida entre el lenguaje, los viajes por rutas globales del arte, las redes de contactos y los principales espacios de circulación, que convierten el mundo de/la curador/a en una burbuja sublime e intelectual.

En América Latina hay universos que no se cruzan, ni siquiera al interior de sus ciudades. Hoy más que nunca, el curador debe tener calle y conexión con ella. Las escenas herméticas son incompatibles con la sociedad despierta y consciente; frenan, como cualquier otra fuerza conservadora, los cambios indispensables que sí o sí sucederán.

En este contexto surge a finales de 2020, en plena pandemia, el programa Microcuradurías de la Bienal de Arte Contemporáneo SACO, en Antofagasta, en el que a través de un ciclo de ejercicios prácticos y espacios de diálogo se propuso comenzar un proceso simbiótico de traspaso de conocimientos y habilidades relacionados con la curaduría de campo, para potenciar a líderes de pensamiento crítico y creativo en y desde territorios carentes de alternativas de educación formal, o paralelos a estas.

La mencionada ausencia de la academia podría eventualmente aparecer como una ventaja en la búsqueda de cambios de paradigma. Ya se ha dicho que lo más probable es que lo trascendental y lo que forjará el futuro del arte empiece a surgir en el desborde territorial y social, en la marginalidad, tanto geopolíticamente como estructuralmente.

¿Qué es un/a curador/a? ¿Dónde se forma? ¿Qué implica una labor curatorial? ¿Por qué hablar de proceso curatorial? Dentro del programa «Microcuradurías» de SACO, Soledad Novoa abordó la curaduría como “una labor situada”, siguiendo el concepto de “conocimiento situado” elaborado por la teórica Donna Haraway.

Según una investigación que hemos realizado, el proyecto Microcuradurías no contaría con antecedentes, hecho que resulta curioso tomando en cuenta que, acorde con las dinámicas -incluso orales- tradicionales, la educación informal artístico-cultural normalmente suele expandirse de manera horizontal en muchos campos de conocimiento y oficio. Surgen, de nuevo, interrogantes: ¿Por qué las municipalidades o consejos regionales de cultura raramente trabajan en la promoción y desarrollo del ejercicio curatorial como un beneficio para su comunidad? ¿Por qué no existen talleres en las casas de la cultura, ni ciclos en los centros de extensión de las universidades en las provincias?

Basado en experiencias anteriores de curadurías pedagógicas ejecutadas por SACO, Microcuradurías se proyecta como un programa piloto intensivo, con talleres introductorios de corta duración, que tienen como meta identificar el espectro potencial de beneficiarios de Chile, Bolivia, Perú y Argentina.

Para asegurar la continuidad de este proceso formativo informal, hacia el 2022 proyectamos impartir un diplomado de Microcuradurías de cinco meses de duración, de altos estándares metodológicos y pedagógicos, con un contenido situado pero diseñado especialmente para ser aplicable en otros contextos donde prácticamente no existen ni la infraestructura expositiva, ni las propuestas institucionales en el campo, ni los recursos humanos calificados en áreas interconectadas, como periodismo especializado, teoría de arte, mediación, museografía, entre otros.

Las charlas que hasta ahora hemos realizado profundizan en temas tan vitales como la promoción de las artes en las capitales marginalizadas (Lía Colombino [Asunción] y Yana Tamayo [Brasilia]); experiencias y eventos cíclicos de las artes de la visualidad en Latinoamérica (Sandra Ruiz Díaz [Ushuaia], Javier de la Fuente [Buenos Aires] y Enrique Rivera [Santiago]); o la diversificación de las estrategias para la producción y el análisis de la relación entre disciplinas y materiales (Guillermo Anselmo Vezzosi [Cerrito]).

Organizamos un panel focalizado en el Norte de Chile, donde buscamos comprender las experiencias fallidas durante los años de arar en lo árido (Rodolfo Andaur [Iquique – Santiago], Chis Malebran [Arica], y quien escribe [Antofagasta]), y compartimos un relato sobre una mediación diferente, desde la factoría maderera en la Tierra del Fuego (María Luisa Murillo [Santiago – Puerto Yartou]).

Los talleres brindaron ejemplos de soluciones no obvias para la gestión de espacios, o de curadurías fuera del cubo blanco que provocan cambios multidireccionales de lugares, al ser estos intervenidos (Jorge “Coco” González [Santiago]); posibilidades empíricas de transformación de desventajas sociales en oportunidades, con aplicación de técnicas etnográficas creativas para mediar más allá del arte (María Esperanza Rock [Chiguayante]); la relación obra-espacio y sus mutuas influencias y adaptaciones (Ximena Zomosa [Santiago]); estrategias de divulgación de contenidos con el poder de la imagen (Paula Campos [Santiago]); y la mediación en espacios no convencionales (Jorge Wittwer [Antofagasta]).

El ciclo concluyó con un ejercicio práctico. En el proceso de la definición de las intervenciones, tomas de decisiones formales, montajes y presentación, participamos el cuerpo docente (Jorge González, María Esperanza Rock, Jorge Wittwer).

Siempre hay un punto capital; siempre hay un punto periférico, marginal, lateral. Lo importante es saber desde dónde nos miramos. El taller «Bienales y marginalidad», dictado por Sandra Ruiz Díaz, pretende mostrar el trabajo curatorial en espacios aparentemente marginales a las grandes Bienales.

La parte final del programa, que se desarrolló íntegramente en una de las sedes del Instituto AIEP de la Universidad Andrés Bello, en Antofagasta, se abocó a un acompañamiento individualizado con los ocho curadores en ciernes. Cada uno desarrolló su proyecto en el espacio de la Sala Multiuso, aplicando lo aprendido en las seis sesiones, expresando sus ideas de las formas más diversas, usando el espacio concedido prácticamente de extremo a extremo, lo que permitió generar un recorrido natural por cada una de sus presentaciones.

Se presentaron dos proyectos que dialogaban entre sí al plantear cuestionamientos en torno a la apreciación del arte visual, utilizando elementos de choque y disrupción. En otro punto de la sala, apareció una propuesta móvil que se adueñaba de un carrito depositador de libros de la biblioteca, adornado con imágenes de personajes callejeros de Antofagasta.

Dos participantes elaboraron propuestas que tuvieron como eje temático el territorio. Por una parte, se realizó una convocatoria internacional que invitaba a creadores de países “traslocados” por la extracción excesiva de sus materias primas por parte de las transnacionales. Por otra, desde una mirada poética, se presentó una bitácora de viaje que enfrentaba fotografías del norte y sur de Chile, en un collage que ponía en discusión las semejanzas y diferencias de territorios, interpelando los discursos típicos sobre la ausencia de vida en el desierto y la frondosidad de los bosques.

Otro tema trascendental en las presentaciones fue la memoria. Uno de los participantes creó una obra minimalista inspirada en la contraposición de la imagen turística del desierto con su historia trágica y sucesos ocultos. Frente a esta presentación, montada principalmente en un pilar del espacio, se desplegaba sobre un mesón un camino de rosas de unos cuatro metros de largo; una obra introspectiva que funcionaba en la medida que el público interactuaba con ella, convirtiéndola en una hilera de conceptos sobre la memoria colectiva.

Otras dos proposiciones se ubicaron en las murallas opuestas del extenso salón. Una de ellas presentaba una docena de impresiones de las creaciones callejeras de un grafitero que convirtió a su tía fallecida en su musa. Al otro extremo, un trabajo inspirado en libros de medicina y sus descripciones de cirugías intrauterinas proyectadas sobre el desierto de Atacama hacía un parangón entre la esterilidad y el extractivismo desde una postura feminista.

Uno de los desafíos de los programas paralelos a la academia es sin duda la diversificación de base de los participantes, tanto en la praxis como en el ejercicio conceptual, situación que ya se ha evidenciado en programas anteriores de SACO, como Desiertos intervenidos (2016 y 2018) o Entre la forma y el molde (2015). Este diagnóstico indica probablemente la necesidad de establecer en el futuro requisitos mínimos de ingreso, por un lado, y desarrollar una metodología con un fuerte componente de trabajo individualizado, por el otro.

A la vez, el factor de diversidad etaria y cultural permite ofrecer relaciones simbióticas, donde los participantes con más experiencia comparten sus conocimientos con el resto, como fue el caso de Sandra Ruiz Díaz, curadora y gestora de Ushuaia, quien ha sido alumna y charlista a la vez. Estas instancias de flujos reflexivos multidireccionales constituyen hoy un nuevo (o recuperado) sistema de aprender-educar, y el mismo proceso de diseñarlas y ejecutarlas es, para todos los que forman parte de este, un constante camino de aprendizaje.

El taller «Curaduría doméstica», a cargo de Jorge «Coco» González, se detuvo en espacios domésticos para ser utilizados con fines curatoriales, ocupando como referencia el proyecto «Living» del artista, entre otros. Se analizaron las diversas escalas del ejercicio curatorial, lo macro y lo micro, las ventajas y desafíos de ambos contextos.


Participantes: Jordán Plaza Carvajal, Antonieta Clunes, Celeste Núñez Bascuñán, Paulina Martínez, Ángelo Álvarez Bon, Georgina Canifrú, Verónica Figueroa Aránguiz, Rocío Zuleta Díaz, Thomas Gallardo Ledezma, José Agustín Córdova, Bruno Díaz Soto, Pablo Concha Soler, María Victoria Guzmán, María Elena Gallardo, Fernando Huayquiñir Echeverría, Álvaro Hanshing, Sebastián Rojas y Carolina Lazo (Chile); Clara Best Núñez, Luis Albino Reyes y Gihan Tubbeh (Perú); Sandra Ruiz Díaz (Argentina); Priscila Peralta Castillo (Ecuador-Chile) y Claudia León Arango (Colombia-Chile).

Talleristas y expositores: Enrique Rivera (Chile), Javier de la Fuente (Argentina), Lía Colombino (Paraguay), Yana Tamayo (Brasil), Ximena Zomosa (Chile), Jorge Wittwer (Chile), Dagmara Wyskiel (Polonia-Chile), Rodolfo Andaur (Chile), Chris Malebrán (Chile), Jorge “Coco” González (Chile), Guillermo Anselmo Vezzosi (Argentina), Paula Campos (Chile), María Luisa Murillo (Chile), María Esperanza Rock (Chile) y Sandra Ruiz Díaz (Argentina).

Todas las imágenes son cortesía de SACO

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