
NATALIA SOSA MOLINA: ARRASTRE
¿Es posible construir un modelo de un sistema laboral y de género inclusivo, tomando solo el discurso del contexto político del trabajo masculino? Para pensar en ello, es necesario comprender y articular los mapas que nos propone la ciudad en su cada vez más limitada deriva. Esta creciente estandarización de la experiencia urbana bajo la pandemia ha sido el marco preponderante para que la artista y curadora Natalia Sosa Molina desarrolle sus ejercicios poéticos y sensibles de investigación. En la acción Arrastre tenemos documentación de un recorrido performativo por Barracas, Buenos Aires: fotografías, videos, distintas formas de introspección cruzan este trabajo.
La acción se desarrolló en una serie de dobles movimientos como un diálogo de dos principios desiguales: el pensamiento urbano en sus múltiples encarnaciones y la autocomprensión del cuerpo del artista como mujer y trabajador. El punto de esta acción aquí no es presentar la imagen de la ciudad, sino de la capacidad para generar contenido sobre las fuerzas que dan forma a la realidad urbana en épocas históricas de transición. La artista en esta historia juega un doble papel: es tanto un observador como un personaje que cumple una jornada laboral sin ninguna razón aparente.
En distintas secuencias podemos verla arrastrando un objeto pesado por paisajes masculinos en abandono: fábricas, galpones, estación de trenes, antiguos muelles de desembarco de mercaderías y sitios en desuso. El paisaje busca no tanto encajar el problema en un marco claro, sino organizar la situación de un encuentro de contextos laborales y de identidades dispares. Una mujer con su traje de oficina realizando un recorrido con un objeto difícil de llevar (¿acaso esto no nos remite a nuestra propia identidad?), su esfuerzo físico se construye en cascadas de transformaciones: las huellas de una sociedad que retrocede hacia el pasado en términos sociales, redistribución y estratificación, fragmentación e integración bajo la influencia del capital y el poder.
El cuerpo de la artista y la ciudad son dos redes de contextos diferentes y, desde la perspectiva, se nota que convergen en el ámbito del esfuerzo y el trabajo por algo que se arrastra. Todo se mezcla y se disuelve en este viaje: las reflexiones sobre la propia lejanía del cuerpo femenino -donde ella aparece recostada dentro de la propia estructura que lleva tras de sí-, lo intrincado del arrastre… La experiencia de asistir a este ejercicio se convierte en una señal; el registro de este movimiento con esfuerzo nos sumerge en una atmósfera donde la cámara muchas veces tiembla, pero de alguna forma lo hace todo a nuestro alrededor -hasta el mismo aire. El efecto es estar mirando y midiendo a cada paso las posibilidades del cuerpo político con una escala en la experiencia estética.


Qué preguntas nos haremos hoy: ¿Quién va a cuidar de nuestra tumba de trabajadorxs sin nombre? ¿Cuántas somos las mujeres que arrastramos? ¿Cuántas de nosotras mismas somos la carga? ¿Cuán deficientes o cuán en exceso estamos? ¿Qué tan líquidas, qué tan solventes, qué tan actuales? ¿Cuán prolíficas? ¿Qué tan densas, profundas y raras somos? ¿Cuánto valemos? ¿Cuánto pesamos con el mundo? ¿Qué descuento nos ofrecemos a nosotros mismos? ¿Cuál es nuestro rango, el porcentaje de nuestra ganancia? ¿Qué tan alto está nuestro sitio, cuán profundo es nuestro abismo, cuán superficial nuestra tumba?


El espectador puede elegir la ruta y el método de interpretación de esta acción; su forma y registro señalan la posibilidad de influencia mutua de las prácticas artísticas y los espacios urbanos. Abiertos a las fuerzas de la decadencia y la evolución de estos paisajes que recorre la artista, en el reflujo y el flujo de la configuración, guardan las huellas de un futuro incumplido y un pasado impredecible. Los sistemas crecen, se desvanecen, se desintegran y resurgen; Natalia, en diferentes situaciones, encuentra los medios para capturar, desarrollar e instalarse en nuevos espacios. Ella entiende la propia identidad como devenir, como otro, como periferia: descentrada y multiestratificada, línea de fuga entre capas a menudo contradictorias (género, identidad, opción ideológica, configuración laboral). Esta subjetividad relacional implica una responsabilidad política capaz de desplazarse entre códigos, entre diferencias; es traslación, devenir intransitivo, horizontal y a la vez situado. Y cómo la deriva en la ciudad genérica escapa del discurso patriarcal y hegemónico para asumir la complejidad y generar, desde la traslación y de manera activa y experiencial, espacios de relación y de significado.
Estos ejercicios de la artista hay que pensarlos como ejercicios de una sensibilidad poética, de esa sensibilidad que no se deja capturar en cuanto fórmula ni en cuanto estereotipo, sino en cuanto proceso reiterativo, curativo (ella misma llamó a un ciclo anterior Curaciones en Residencia Pozo), consciente de su propia imposibilidad, de su propia escisión y de su propia falla en un mundo cada vez más etiquetado.
En este video, Natalia carga una y otra vez con su identidad de mujer, así como el caracol carga a sus espaldas su propia casa, o como nosotros cargamos cada día con nuestras propias etiquetas. Este ejercicio de reconocimiento de un lugar que no es ni el del pasado ni el del presente, sino el cruce instantáneo y fulgurante de ambos en el momento mismo de la recuperación, es lo que hace a este trabajo político, y funciona a la vez a modo de ofrenda que se entrega al espacio mismo, abierto ahora a múltiples reescrituras.
Natalia Sosa Molina (Argentina) es artista, curadora y gestora cultural independiente de arte contemporáneo. Se graduó en la Universidad de Buenos Aires en 2011 y desde entonces ha trabajado intensamente en la escena artística emergente de su país contribuyendo a la visibilización y formación de la escena local, así como a su proyección internacional. Fue fundadora de Chien Noir (2016-2018) y Binaria. Es colaboradora en la revista de arte japonesa G.A.D (Global Art Daily) y la española Tramontana.
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