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CON-VOY. SUEÑO DEL 23 DE NOVIEMBRE DE 2020

Por Beatriz Vignoli
Rosario, Santa Fe, Argentina, 2020

Voy con mi guía invisible caminando por la vereda de una ancha avenida en medio de una gran ciudad, de día. Avanzo a contramano del tráfico. A mi derecha, pasan los autos y más allá se ve la vereda de enfrente. Me parece conocer de mi vida diurna estos lugares. El olor me recuerda a Buenos Aires: más precisamente, a esa zona urbana que configuran los barrios de Palermo, Almagro, Once y Balvanera. A mi izquierda, veo una casa de sepelios. Tiene una energía pesada; mi guía me dice que no tema. Avanzo unos pasos más. Ahora tengo a un lado una persiana baja y al otro, un árbol seco, de pie, que me entristece. Pero detrás de él veo expandirse un árbol inmenso, cargado de verdor. Me parece que es un ficus. Me atrae. Camino hasta que me detengo junto a él. Entonces me llama la atención una puerta vidriada que se encuentra a mi izquierda, justo frente al gran árbol. El estilo del ingreso es moderno de otra época: ángulos rectos racionalistas, detalles de bronce. Mi guía me dice que toque el botón que se encuentra junto a la letra “M”. Así lo hago, y la puerta se abre con un zumbido.

Entro. Camino unos pasos por un amplio hall pintado en cálidos tonos de esos que los pintores de caballete llaman “blancos de color” y que contrastan agradablemente con las superficies oscuras de la fachada. La luz es ámbar, cálida, como incandescente. Mi guía me indica que suba por una escalerita chiquita; sigo sus instrucciones y después giro por una escalera caracol. Subo así dos pisos hasta que llego a uno que es de color rojo. Camino ahí una distancia corta (calculo que dos metros) y luego camino otro tanto hacia la izquierda. Ahí me encuentro rodeada de paredes y veo tres puertas: una a cada costado y otra en el medio.

Elijo la del medio. La abro y entro a un departamento. Allí lo primero que veo son unas pinturas coloridas y después unos cuadritos pequeños y monocromos que cuelgan en las paredes, distribuidos en forma ordenada y prolija. Hay un cuadrito lila; otro, dorado. Me siento como si hubiera encontrado un tesoro en medio del bosque. No quiero despertar hasta no agotar lo que pueda seguir descubriendo en este espacio. Giro a la izquierda y veo una gran abertura, como un portal. Es como una herida vertical en medio del espacio. Los bordes son negros y blandos. Mi guía me dice que la voy a poder atravesar, que no tema. Así lo hago.

Vista de la exposición "Con-Voy", de Galería Fuga (Santa Fe) en Buenos Aires, durante Panorama, 2020. Foto:  Fabián Cañás y F.R.V.
Vista de la exposición «Con-Voy», de Galería Fuga (Santa Fe) en Buenos Aires, durante Panorama, 2020. Foto: Fabián Cañás y F.R.V.

Una vez adentro, miro adelante. El gran árbol que me invitaba a entrar ahora expande el verdor de su copa a lo ancho de toda una ventana luminosa. No sé cómo describir el lugar donde me encuentro: es como el interior de un vientre, pero de un vientre nevado. Lo surcan de arriba abajo filamentos vegetales que configuran un bosque seco. “Es lo que queda del bosque primordial”, susurra mi guía invisible. Oigo una música que nos envuelve en un clima meditativo, en un latido fetal. Tiene el ritmo de un tambor chamánico pero los timbres de los sonidos parecen metálicos. Me siento segura en este lugar extraño. Empiezan a aparecer seres y objetos. Vienen como en convoy, unidos a la distancia, articulando un texto de signos en el espacio que es más que la suma de sus partes. Son los habitantes, o lo que dejaron en su lugar.

A mi izquierda, un pez hueco y blando con bracitos cortos, una condensación entre pez y remera, cuelga de una rama. Es todo moteado menos en la zona ventral, blanca y lisa. Las motas se van haciendo más tupidas en el lomo, que sólo puedo ver si rodeo la rama. Mi guía invisible me cuenta que los hombres de esta tribu se vestían con esta prenda para danzar el espíritu de su pez tutelar, el surubí. Danzaban a la orilla del río; danzaban horas y horas hasta parecer peces y de esa forma los atraían, y así podían pescarlos. La pesca se consideraba como un regalo del dios pez. Los hombres le agradecían al dios pez y pescaban sólo lo necesario.[1]

Nicolás Bassi, Print local, 2020. Foto: Fabián Cañás y F.R.V. Cortesía: Galería Fuga
Cecilia Sosa, La respiración de las piedras Trovants + 72°00′36.00″S,168°34’40.00″E. Foto: Fabián Cañás y F.R.V. Cortesía: Galería Fuga

Veo ante mí una imagen: una visión, con un borde dorado. Es el lugar contándome su historia. Es la memoria del lugar, manifestándose. Veo una imagen leve, gris, como dibujada al grafito. Veo un rostro de mujer asomando entre láminas que parecen el recuerdo fantasmal de unas hojas. Sé que no es un rostro humano. Debe ser el espíritu femenino de la vida vegetal que hubo aquí antes de que el bosque se secara. “Te saludo, ¡oh, sílfide!”, le digo, y la figura se desvanece, como si mi declamación la hubiera ofendido. Quedan como unos restos de mini asteroides en el suelo: dos grupos de ellos, señalizados cada uno por un rectángulo dorado.[2]

Doy unos pasos y casi me tropiezo con tres pequeños meteoritos más. Pero estos no son grises, neblinosos ni evanescentes sino contundentes: parecen rocas, o tal vez sean obras amasadas en barro. Llevan inscriptos unos signos pictográficos que narran en íconos cómo fue que desaparecieron la cultura y la naturaleza del lugar. La fuerza de inscripción ha hendido los trazos de los pictogramas, que en un lenguaje de líneas muestran un organismo unicelular del que emergen cientos de pequeñas coronas; a su lado, en otra roca, la representación de una llama sugiere un incendio. “Les humanes cayeron bajo la peste; el bosque, bajo las llamas”, deduzco. El tercer picto es un Smiley con la boca invertida: el emoji como máscara trágica.[3]

Las rocas parecen haber sido puestas como ofrendas al pie de dos oquedades oblongas y ovaladas, verticales, en el interior de cada una de las cuales arde una vela votiva. Las velas gotean formando estalactitas. Esto indica que la civilización desaparecida no se extinguió hace miles de años sino apenas recién, hace minutos. El tiempo se me ha vuelto desconcertante. El tiempo aquí se retuerce como una cinta de Möebius donde los efectos preceden a las causas.[4]

Florencia Palacios, GEIST, 2020. Foto: Fabián Cañás y F.R.V. Cortesía: Galería Fuga
Federico Roldán Vukonich, Estalactitas, 2020. Foto: Fabián Cañás y F.R.V. Cortesía: Galería Fuga

Detrás del sitio ritual, cerca del piso, danzan unos espíritus acuáticos de colores vivos. Cómo sobreviven en el bosque seco es un misterio que escapa a mi comprensión. Parecen tener su propia atmósfera, que es de un color azul claro y se transforma en un elegante saco gris azulado, donde las figuras de esos seres aparecen bordadas. Lo levanto y me lo pruebo. Me queda bien. Noto que lo que parecía un cordero gris azulado en realidad son finas rayas azules y blancas. El saco sale de una caja donde también hay un pantalón, que hace juego, completando el traje. En la pierna del pantalón leo, bordada, una oración: “¡Ave purísima / agua santa! / Lava mi herida / sacia mi sed. / Ruego tu claro / ¡Ave purísima / agua santa! / Apaga mi fuego / Ahoga mi angustia / Corre mis ruegos / Hazme tu calma / agua santa / ¡Salve! ¡Salve!”. La leo en voz alta y noto que está en un castellano extraño, ajeno al uso corriente de las palabras. “El agua se fue; la invocaban pero no volvió, y entonces vino el fin”, deduzco.[5]

A mi derecha, un animal dorado se extiende trepado a un firme tronco vertical. Las orejas redondas y grises parecen las de un koala, pero si miro en detalle las manos noto que los dedos están unidos por membranas, lo mismo que los de las patas traseras. La piel no tiene pelos. ¿Un koala acuático? Tiene cola, también lisa y dorada, que le debe permitir estabilidad en sus aventuras arborícolas. ¿Un koala anfibio? Está vivo y muy quieto, como si mi presencia lo paralizara. Sus enormes ojos me miran. Camino unos pasos, alejándome del animal y del grueso tronco que le sirve de hábitat, y veo abrirse un portal circular hacia el mundo que habita una gallina blanca que habla. “Hola. Me llamo Curu”, me saluda. Y noto que el ave está compuesta de diversas dimensiones: existe en varios universos distintos al mismo tiempo. Su plumaje espeso, de un albor solar como las plumas de Quetzalcóatl, es tangible y esponjoso: tiene volumen, suavidad y densidad. Pero el huevo que custodia (¿o que está por comerse?) existe sólo en aquel otro mundo de dos dimensiones, circunscripto por un arco iris en anillo, como los que se usan en la práctica del Dzogchen para representar las energías de los cinco elementos. La gallina blanca tridimensional es un alien en ese otro universo bidimensional, donde está amaneciendo en capas planas. Tintes rosados se expanden en bandas. Ella, que ha oído telepáticamente mi pregunta de si va a comerse el huevo, produce la palabra CANÍBAL. No la pronuncia sino que la muestra escrita en otro universo de una sola dimensión: la letra.[6]

“Pero qué buen sueño”, le comento a mi guía. “¿Cuándo llega la hora de despertar?”

“Nunca”, me responde mi guía. “Este es tu mundo ahora. Bienvenida al otro lado”.

Blas Aparecido, Náutica Paraná III, 2020. Foto: Fabián Cañás y F.R.V. Cortesía: Galería Fuga
Belén Romero Gunset, Poma + Curu es caníbal, 2020. Foto: Fabián Cañás y F.R.V. Cortesía: Galería Fuga

[1] Nicolás Bassi: Print local

[2] Cecilia Sosa: La respiración de las piedras Trovants + 72°00′36.00″S,168°34’40.00″E

[3] Florencia Palacios: 2020 GEIST

[4] Federico Roldán Vukonich: Estalactitas

[5] Blas Aparecido: Náutica Paraná III

[6] Belén Romero Gunset: Poma + Curu es caníbal


CON-VOY

Exhibición colectiva de galería Fuga (Santa Fe) en Buenos Aires [Av. Córdoba y Medrano] en el marco de Panorama – Semana de galerías de arte en Argentina.

Del 23 al 30 de noviembre de 2020.

Artistas: Federico Roldán Vukonich (Entre Ríos), Cecilia Sosa (Santa Fe), Blas Aparecido (Corrientes), Florencia Palacios (Santa Fe), Nicolás Bassi (Santa Fe), Belén Romero Gunset (Tucumán).

Instalación de pintura sobre pared, piso y ramas con cascabeles y chapitas por Federico Roldán Vukonich.

Acompañamiento y texto: Beatriz Vignoli (Rosario).

FUGA nace en 2018 dentro de dos locales en la galería comercial Sol Garden de la ciudad de Santa Fe, Argentina. Es una galería de arte contemporáneo dirigida por Cecilia Sosa, Florencia Palacios y Ezequiel Ravazzani.
Actualmente funciona de manera nómade.

Se propone fomentar la producción, exhibición, consumo y circulación de obras, transformándose en una plataforma de visibilidad para artistas, principalmente de Santa Fe y provincias aledañas.

Se apuesta al trabajo horizontal, a los sucesos espontáneos y a la continua mutación ante las diferentes propuestas expositivas. Asimismo, se pretende generar un lugar de formación y reflexión en torno a las artes visuales.

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