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DIEZ TESIS SOBRE EL LIBRO DE ARTISTA

Un texto que forma parte de un libro no
es necesariamente la parte esencial o
más importante del libro.

Ulises Carrión

I

En El arco y la lira, Octavio Paz afirma que “cuando un poeta adquiere un estilo, una manera, deja de ser poeta y se convierte en constructor de artefactos literarios”, pues adopta los estilos de su época, “pero transmuta todos esos materiales y realiza una obra única”. Un libro de artista puede pensarse como un artefacto que ansía trascender las leyes del arte y de la literatura para formular un mundo que responde solo a los códigos que sí mismo produce.

II

Un libro de artista intenta ser irreproducible; no se fía ni de la imprenta de Gutenberg ni del PDF de Adobe. Un libro de artista pone en sospecha la reproductibilidad técnica e intenta hacer todo de nuevo, como si fuese la primera vez, como si nunca la tinta hubiera tocado antes un papel.

III

Un libro de artista puede o no parecer un libro. No basta con que su artífice lo nombre como tal. Debe haber un pacto secreto, un juego clandestino entre el lector y el artista para que entonces el artefacto se haga libro.

IV

Un libro de artista no está necesariamente pensado para ser leído. Quizá no precisa de lectores, sino de espectadores activos. Aunque pudiese leerse de izquierda a derecha, aunque pudiesen pasarse sus páginas, incita más bien a desafiar las formas convencionales de lectura.

V

Un libro de artista tiene su propia temporalidad. Su tiempo de lectura no lo marca la cantidad de palabras por minutos que seamos capaces de hojear, pues incluso puede llegar a carecer de texto. Un libro de artista puede ser incomprensible en una primera, segunda y tercera lectura; o pueda tal vez nunca ser descifrado del todo. Un libro de artista es la Esfinge sin Edipo.

VI

Un libro de artista se parece más a una cosa que a un objeto. Los objetos tienen un uso definido. Sabemos, o creemos saber, para qué sirve un libro. En cambio, las cosas aparecen, como dice Bill Brown, cuando los objetos dejan de funcionar para aquello para lo que fueron hechos. Un urinario en una galería; un gancho de ropa como antena de televisión, o incluso una manzana que no podemos morder. Un libro de artista no tiene una función concreta. Aunque traiga un instructivo, aunque venga con un tablero de dirección, nos impulsa a inventar nuestra propia forma de hacer algo con él.

VII

Un libro de artista puede fabricarse con oro y plata, con diamantes o rubí, pero también puede armarse a partir de basura, de residuos, de objetos encontrados. Un libro de artista alienta una y otra vez la pregunta sobre su hechura.

VIII

Sin embargo, un libro de artista no empieza ni termina en su propia materialidad; puede expandirse, devenir en otras formas, reensamblarse. Un libro de artista puede tener el tamaño de una caja de fósforo o llegar a ocupar un espacio muy amplio. No hay dimensionalidad fija, no hay patrones, no hay quien nos diga cómo hacerlo.

IX

Un libro que puede envejecer suele terminar canonizándose como clásico. Un libro de artista que envejece termina como pieza de museo.


X

Un libro de artista captura nuestra atención cuando es capaz de desafiar los límites de nuestros sentidos. Imagino un libro de artista como un hermano perdido del canto de sirena.


Este texto fue escrito en el marco del taller de libro de artistas organizado por Naranja Publicaciones.

Alejandro Arturo Martínez

Caracas, 1989. Profesor de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez. Doctor en Spanish and Portuguese con especialidad en estudios latinoamericanos por la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. Investiga sobre artes visuales, cine y literatura del cono sur, especialmente a partir de la década de los sesenta. Su tesis doctoral, titulada "Poesía expandida. Artefactos poéticos, medios y participación en Chile durante la Guerra Fría (1952-1989)" está en proceso de edición para ser publicada como libro. Su próximo proyecto de investigación se centrará en las relaciones entre cine de animación y cine documental en América Latina. Junto con Thomas Matusiak, edita un libro sobre cultura visual y el giro documental en América Latina. Alejandro posee también un magíster en Ética (Universidad Alberto Hurtado, Chile) y una licenciatura en Letras (Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela).

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