ILLIMANI IN SITU
En Bolivia, pocas iniciativas han desafiado a la mirada convencional en torno a un hito cultural como lo ha hecho Illimani in situ, un proyecto curatorial de largo aliento, que concluye actualmente con una exposición colectiva en la ciudad de La Paz. En una dinámica sin precedentes, la mayoría de los 14 artistas incluidos en el proyecto viajaron hasta la montaña andina Illimani –el hito cultural [1]– para realizar obras in situ que se alejan del típico punto de vista urbano, ese que ha domesticado de alguna forma a la montaña desde ventanas y miradores. Esta fue la oportunidad de romper con la representación tradicional –la mirada convencional, repetida hasta el agotamiento–, que persiste en la pintura y en la fotografía locales, entre otros medios y usos recurrentes.
Acerca del proyecto Illimani in situ y su proceso
El proyecto Illimani In situ, propuesto por la historiadora y curadora boliviana Marisabel Villagómez a inicios del 2019 anuncia varias premisas. La primera, la más importante, plantea acercarse físicamente a la montaña andina, definida como distante y romantizada, con la intención de lograr la ruptura ya mencionada; la segunda, propone asumir el enfoque de “paisaje cultural” para referirse al Illimani, retomando sobre todo el recorrido del agua, su uso social y su significado cultural –una característica inherente al cuerpo e historia de la montaña, desde tiempos remotos [2]; y la tercera, una sugerencia más que una premisa en sí: entablar un diálogo con la cultura y cosmovisión aymaras [3]. En este sentido, Villagómez aclara que su proyecto se sitúa “lejos de los esfuerzos publicitarios, o de intenciones de promoción de un país en los mercados de las bienales tradicionales”.
Muchos de los conceptos desarrollados por los artistas invitados dialogan profundamente con dichas premisas. Se dan, por ejemplo, las nociones de ritualidades aymaras reapropiadas (Maximiliano Siñani, Georgina Santos y Adriana Bravo) o de “economía de los cuidados”. Esta última, en contracorriente con el sistema extractivista actual que afecta al Illimani (minería, principalmente), se traduce en experimentos de reforestación (María Fernanda Sandóval); en la escucha profunda del agua y su recorrido (ozZo Ukumari); o bien en ciertos guiños a los recientes incendios de bosques bolivianos (Santiago Contreras Soux).
El proyecto tiene tres momentos principales: la planificación y seguimiento curatorial durante el año 2019; las expediciones puntuales a la montaña: cada una, de un día, tomó unas 10 horas en carro y pocas horas para recorrer el territorio, con herramientas tecnológicas que permitieron documentar performances, esculturas e instalaciones efímeras, imágenes, ritualidad y sonido; y, finalmente, la exposición de las obras de arte resultantes de dicho viaje o su activación, en el plano urbano (La Paz).
Paralelamente, existen diversas temporalidades que surgen a lo largo del proceso curatorial y de producción. Por ejemplo, los diversos diálogos históricos que se generan, tema ciertamente complejo que merecería mayor elaboración; o la misma ocasión de la muestra, que se abrió inmediatamente después de los conflictos socio-políticos más graves que ha visto el país en los últimos 15 años, un contexto difícil de ignorar.
Acerca de la exposición Illimani in situ
Inaugurada el 3 de diciembre de 2019, en la recientemente restaurada ex Estación Central de Ferrocarriles de La Paz (ahora un centro cultural público, CRC, a cargo de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia), la exposición colectiva Illimani in situ se apropia de varias salas que ocupan cuatro niveles y que nos sugieren un recorrido ascendente. El orden progresivo de las obras se define por la altura en la cual cada artista habría realizado o registrado su trabajo en el espacio de la montaña. En este recorrido sugerido, las alturas están marcadas en el piso de la exposición, invitándonos a escalar una montaña imaginada. La primera altura marcada es “2600 msnm” (metros sobre el nivel del mar), y la última “6600 msnm”. Son los extremos entre los cuales existe dicha montaña: su punto más bajo (campo base) y su punto más alto (pico mayor).
Mencionaré aquí solo algunas de las obras que podemos encontrar a lo largo de este escalamiento:
2600 msnm
Nos da la bienvenida un cubo transparente de 7 m2, situado en el 1er nivel, es decir, a la intemperie, delante de la entrada del edificio. Éste contiene dos proyectos en distintos momentos: Bosque invisible, de María Fernanda Sandóval, y el concierto cuadrafónico La memoria del agua, de ozZo Ukumari. El primero consistió en albergar temporalmente a 150 queñuas bebés (árboles oriundos del Illimani y territorios aledaños), antes de plantarlas colectivamente en la Av. del Poeta (La Paz); y, el segundo, en una experiencia inmersiva del camino que toma el agua, en base al registro sonoro realizado alrededor de Cohoni [4].
3300 msnm
Continuamos el recorrido en el segundo piso del centro cultural. Por una de las ventanas se distingue claramente la montaña sagrada. A mano izquierda, nos topamos con una amplia línea del tiempo, realizada por Galo Coca, que incluye las obras de arte emblemáticas (mayormente pinturas) que han representado al Illimani desde fines del s. XVII.
4150 msnm
Avanzamos. La sala que ocupa el artista Santiago Contreras Soux, con la obra Premonición (Troya), contiene el registro audiovisual de una serie de intervenciones efímeras en el paisaje, producidas con humo de colores. Ellas se realizan en el interior de ruinas arquitectónicas, al pie de la montaña (campo base de alpinistas). En sus propias palabras, “es una reflexión sobre la caducidad de la montaña, el paisaje y sus arquitecturas tradicionalistas, y sobre los cambios que se presentan hoy como advertencia y premonición para otros tiempos”.
La proyección tiene al frente una pared con dibujos de formatos pequeños, algunos acompañados de inscripciones. Son gestos recurrentes en el trabajo de Contreras, que buscan acompañar con cierto humor la reflexión en torno al extractivismo, al uso de la materia, a nuestra relación histórica con el paisaje.
4300 msnm
Más adelante, nos encontramos con Soy el sueño de otro, un video performance de Iván Cáceres filmado en el campo base de la montaña. Miramos la pantalla: el artista viste un atuendo poco familiar que parece responder a lógicas de otro mundo; su color y forma dialogan con el paisaje rosado-naranja, una especie de explanada desértica sobre la cual él corre, camina, monta a caballo y extiende/repliega los largos tubos que nacen de la máscara integrada. Miramos la sala compartida: frente a la pantalla, se erige el traje utilizado, vacío, ocupando ampliamente el espacio. Cáceres señala: “Soy una sensación sin la correspondiente persona, una abstracción de autoconsciencia de la montaña manifestada en mis yo”.
5100 msnm
Subimos escaleras para descubrir el 3er nivel. Gastón Ugalde nos propone Illimani profundo, un cuerpo imaginado-onírico de la montaña, con profundidades ficticias. El artista lo representa entero, cual iceberg levitante, desde sus picos más altos hasta una profundidad imposible de 3.000 metros bajo el nivel del mar.
Esta representación inusual y, se podría decir, aumentada de la montaña, aparece en el espacio expositivo tanto en un formato pictórico tradicional, como en un dibujo pseudo-técnico. En el medio de la sala, una instalación de adoquines típicamente paceños, sumergidos en agua, se imponen entre las distintas piezas de la serie, simbolizando cierto contacto entre la ciudad y la montaña.
5600 msnm
Subimos al 4to y último nivel de la exposición. La obra Nos comemos la montaña, la montaña nos come de María Fernanda Sandóval está instalada en la sala del reloj. En torno al longevo aparato, varias pantallas nos muestran un recorrido audiovisual por una gran variedad de canales de agua. Parecen micro-paisajes minerales, orgánicos, regados por el movimiento descendente del elemento líquido.
El recorrido de la exposición inicia y termina con su propuesta artística, imponiendo un estrecho vínculo con la naturaleza desde la ya mencionada “economía de los cuidados”, que parece hacerle frente al edificio de estilo europeo –de hecho, me pregunto si la elección de tal espacio podría contradecir alguna premisa inicial–. En esta sala del reloj, que nos sitúa imaginariamente cerca de la cima, existen dos tiempos descritos por Villagómez: el del inicio de un sistema capitalista en Bolivia –con la llegada de la modernidad desde occidente (en particular, del sistema de transporte ferroviario)–; y el del fin de ese sistema, que hoy es necesariamente cuestionado. Sandóval declara: “La actividad antropogénica y la crisis socioambiental actuales han provocado controversia y angustia sobre el modo de vincularnos con el medio que habitamos: ya no es suficiente observar la destrucción del mundo como un espectáculo”.
Aquí, en la cima de la montaña imaginada que acabamos de escalar, me quedo un rato mirando el paisaje urbano desde un balcón, antes de iniciar el descenso. Pienso en la transición borrosa entre la particular experiencia que pudo tener cada artista y la exposición de obras de arte descontextualizadas. Tengo la fuerte impresión de que la cúspide de semejante travesía no está aquí, sino en otro lado: acaso en los kilómetros recorridos para tocarla finalmente o, tal vez, en el viaje de retorno, con ojos renovados.
La muestra se podrá visitar a partir de la apertura de espacios culturales en la ciudad de La Paz (fecha por definirse). Para adquirir el catálogo de la exposición (formato digital): insitubolivia.com
[1] El Illimani es una de las montañas pertenecientes a la Cordillera de Los Andes (territorio boliviano). Es la más visible (tiene 6.600 m. de altura sobre el nivel del mar) desde la ciudad de La Paz (que está a 3.600 m. de altura sobre el nivel del mar) y encarna un hito que marca la identidad de dicha ciudad. “Más que una formación geológica, este Illimani, el nuestro, el que todos compartimos por su adorable figura icónica vista desde un ángulo específico, a una distancia específica, es una configuración cultural: es expresión de un aparato mediático-ideológico-urbanístico que constituye un elemento central de la subjetividad paceña moderna. El Illimani para el paceño moderno, urbano, es algo como un superego cultural” (Max Hiderer, “El Illimani y la medida de todas las cosas”, catálogo de la exposición, 2020).
[2] El Illimani, uno de los glaciares más importantes de la cadena andina, es fuente y surtidor de agua pura para la región que la constituye en su base y para la que la rodea. Existen sistemas de irrigación que se han desarrollado desde tiempos pre-colombinos y que siguen vigentes.
[3] La cultura aymara, vinculada a un fuerte sincretismo religioso y constante éxodo rural que la define como mestiza, es actualmente mayoritaria en la región andina de Bolivia (La Paz, Oruro, Potosí). En la cosmovisión andino-aymara, el Illimani es considerado un apu (padre protector) y una illa (amuleto de luz, resplandor, energía); es uno de los referentes rituales más importantes en nuestro territorio. También se hallan asentadas muchas comunidades y pueblos aymaras en y alrededor de ella.
[4] Pueblo colonial situado en las faldas del Illimani.
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