
NÉSTOR GARCÍA. SOBRE CIERTA PERFORMATIVIDAD DE LA IMAGEN
Por Juan Carlos Rodríguez
La morfología de la fábrica y el mundo de la tecnología que habían fascinado a los artistas de las vanguardias aparecen a fines del siglo como el lastre de una revolución remota cuyo eco nos habla de fuerza y dramatismo humano de otros tiempos. El tardocapitalismo ha condenado ese paisaje ensimismado a renovarse o a morir y, melancólicamente asistimos a la metamorfosis del monumento en ruina.
Joan Fontcuberta
Las imágenes de Néstor García (Estado Táchira, Venezuela, 1981) como monumentos en ruinas resultan de procesos de encarnación de “cuerpos” trastocados, arrugados y plegados, en un repentino golpe revelador; extremo en su potencial evocador de mundos y realidades que, a pesar del paso del tiempo, parecen empeñarse en alcanzarnos para interrogar sobre nuestro presente. Simultáneamente, García desafía las convenciones de recepción de lo que conocemos como obra pictórica, conduciéndonos en una secuencia representacional que se mueve como gestos performativos visuales que despiertan dramas humanos antiguos, aspiraciones históricas e interrogantes sobre nuestra actual condición en los avatares de una visualidad exponencial.
Hasta acá, el problema de la imagen, la representación y la reproducción pictórica en García es en sí mismo un acto provocador y fecundo, deconstructivo en cualquier caso; pero si además a todo este proceso de revelado, encarnación y desentrañamiento desplegado sobre una tela, le añadimos la acción de introducir una de ellas en un hueco planificadamente cortado en el espacio arquitectónico de una sala destinada al arte −la introducción en la médula de un espacio legitimador de una pintura que alude a una intervención ejecutada por Gordon Matta Clark en un edificio neoyorquino− es ya, sobre todas las cosas, un acto voluntario de terquedad sin límite, un posicionamiento radical de lo humano sobre la cosa; en síntesis, una representación de la intervención que se nos devuelve en un nivel poético más paradójico.



Si tomamos en cuenta los referentes que elige para llevar a cabo su operación visual y la corporeidad de sus obras, estos son, Mata Clark como ya lo dijimos con antelación, Walter Gropius y los esposos Becher, no queda duda que estamos frente a un artista que procesa, revela y opera sus imágenes-cuerpos como el advenimiento de un diálogo intradisciplinario y transhistórico (dado a las revisiones que hace hacia lo interno del campo del arte), donde el acto de revelar, evocar, encarnar, presentar, y cuestionar son componentes de un solo hecho de realidad, reflexivo y materializador.
García maniobra y construye su propia condición humana en pequeñas y constantes operaciones emancipadoras que encuentra en el despliegue de aspectos de apariencia puramente formal, alternativas al vaciamiento tecnológico que en la actualidad reduce nuestra experiencia a una exterioridad enajenante, a funciones dependientes de la prótesis digital y, por lo tanto, contribuye a generar una condición de alerta permanente del pensamiento y los sentidos.
Tal vez por eso recurre permanentemente a traslados de un medio a otro, como apunta Félix Suazo al señalar que García se desplaza “de la televisión y la fotografía a la pintura, de la pintura al video” y, ahora, del video y la pintura al hueco y cortaduras físicas de la estructura de una sala de arte para ahondar de manera evidente en la paradoja.
Parafraseando la conclusión de Suazo sobre la obra de García, diríamos que es una «realidad» que no está en lo representado y tampoco en la pintura como objeto sustitutivo, sino en las acciones que la desencadenan, en los aditamentos que la componen y en los artilugios que la sostienen”*


*Felix Suazo, en Imágenes Impresentables, El Anexo, Caracas, febrero de 2017.
**Desde el 12 de marzo de 2020 en Galería 12:00, Bogotá.
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