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Maruja Rolando.la Luna Que Desciende Sobre el Cuerpo

Por Rigel García

Las preguntas de la imagen sobre la existencia y el caos a menudo traen consigo una trémula conciencia de unidad. De la fractura perpetrada por las circunstancias externas a la experiencia interior de los abismos (y las luces), parece siempre haber sido importante dirigir la mirada al suelo –o mirarse como suelo, depende–, en ese punto en el que se permite a lo imaginario hablar desde sus más hondas habitaciones y con sus voces más infrecuentes: los caprichos de la luna sobre el cuerpo, el murmullo subterráneo de la vida hermanándose con la muerte o la agónica tarea del pensamiento sobre sí mismo. Hacer contacto con lo que se transfigura, con lo que hay de cierto en la forma desatada de la forma, con la veracidad de lo irreconocible o lo precioso de la ruina. Tener, al mismo tiempo, la capacidad de conectar con aquello que sostiene y da estructura al deseo perenne de la vida por ser.

Estas inquietudes parecen haber guiado el proyecto de Maruja Rolando (1923-1970), una creadora que decía no tener técnica[1] y para quien lo fundamental fue hallar un modo exacto para la expresión, sin responder necesariamente a etiquetas académicas. Fiel a ello, dejó una trayectoria que, más allá de parecer hoy breve o inconclusa, encierra una coherencia y una determinación genuinas que la llevaron más allá de filiaciones grupales o estéticas dominantes. Repasar un archivo sobre Maruja Rolando implica, necesariamente, reconocer su personalísima –contenida, reflexiva– contribución a una etapa efervescente y profundamente transformadora para las artes plásticas venezolanas. Un momento clave de conciencia sobre lo roto y sobre la vertiginosa potencialidad de los procesos interiores.

La exposición Archivo Abierto: Maruja Rolando propone un acercamiento al universo visual de esta creadora a través de un conjunto de piezas pertenecientes a diferentes momentos de su carrera, en un período aproximado de una década entre finales de los años 50 y finales de los años 60. El recorrido incluye desde sus primeras realizaciones pictóricas en el ámbito de la abstracción geométrica y la abstracción sensible, pasando por obras informalistas en las que predomina la materialidad, la textura y el gesto, hasta llegar a sus últimas exploraciones sobre el color y la evocación de paisajes oníricos. La muestra no deja de lado la aproximación de Rolando al grabado, un medio al que supo trasladar sus preocupaciones en torno a la textura y el orden, lo vegetal y lo racional, la intensidad de la experiencia anímica o la potencia expresiva del signo.

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

“Para mí no hay material insignificante”[2], decía; premisa razonable para quien transitó por el informalismo, esa crisis de la mirada que sacudió la plástica nacional en la década del 60, no sólo cuestionando el predominio de la abstracción geométrica sino abogando por una postura crítica en sintonía con el fracaso de los sistemas políticos[3]. A través de expresiones matéricas, gestuales y monocromáticas, el arte informal apostó por expresar lo otro[4]: ese que antecede cualquier relato de origen o que persiste –en tanto fragmento– como residuo de la devastación. Maruja Rolando formó parte de la ruptura que supuso la exposición colectiva Espacios vivientes, llevada a cabo en el Palacio Municipal de Maracaibo, en 1960, reeditada ese mismo año como Salón experimental en la Fundación Eugenio Mendoza de Caracas, y que marcaría el inicio de la corriente informalista en Venezuela. Había comenzado a explorar la abstracción gestual a finales de 1959, luego de un período inicial dedicado a la figuración geométrica, seguido por obras que apuntaban a una geometría sensible. Su presencia en el movimiento fue significativa: desde su trabajo en el taller con José María Cruxent (1951-1962) hasta su inclusión en la representación venezolana para la VI Bienal de São Paulo (1961) junto a Teresa Casanova, José María Cruxent, Daniel González y Fernando Irazábal; sin contar su participación en exhibiciones colectivas inscritas en este nuevo lenguaje.

La heterogeneidad del informalismo hizo lugar a cualquier manifestación de la vida o de la muerte, del canto y del llanto, de lo colectivo o de lo íntimo. El grito informal asumió también la contundencia del deshecho como continuidad a la tradición occidental de las postrimerías. Desde aquí, la palabra dicha, escrita, posible, también fue vehículo para examinar una subjetividad desconocida y avasallante. La propuesta de Maruja Rolando dentro de esta tendencia se dirigió precisamente hacia ese ámbito más personal, conectado con el lenguaje y la poesía, las cosmogonías ancestrales y las implicaciones psicológicas de sus procesos vitales. Los títulos de sus piezas a menudo evocan fragmentos de poemas o nombres provenientes de las etnias indígenas venezolanas, culturas con las que entró en contacto en las expediciones que realizara junto a su esposo, el científico Marcel Roche y el arqueólogo José María Cruxent.

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

La búsqueda de la expresión fue, sin duda, una necesidad constante en su proceso creativo, algo que se remonta quizás a sus años de formación en Estados Unidos con algunos de los representantes del expresionismo de Boston, como Karl Zerbe y David Aronson. Su interés en abordar el ámbito del inconsciente se traduce en tierra, noche y vegetación; evocaciones y no tanto formas que materializan ese “reencuentro en el dominio de los nervios”[5]. Rolando, no obstante, pareciera querer encontrar un cierto orden en la materia. Su interés en el problema espacial y en las relaciones[6] –en especial a partir de 1963–, así como la presencia recurrente de líneas o tramas podrían situarla como una creadora estructurada dentro de una tendencia caracterizada por la indefinición. En ese sentido, los postulados del informalismo se ajustaron a las búsquedas de Maruja Rolando en torno a su propia sensibilidad, y no al contrario: ella tomó otras rutas cuando lo consideró pertinente, dejando claro que su reflexión en torno a la forma trascendía el objetivo de cualquier iniciativa grupal. Habiendo asumido el hacer como un medio (auto) reflexivo, la búsqueda y el cambio resultaron una necesidad natural (“espero mañana no pintar como hoy”[7]), lo que llevó su propuesta a través de una serie de modulaciones que, sin embargo, no parecieron contradecir su argumento de fondo.

En línea con su singular perseverancia, destaca en Maruja Rolando el haber formado parte de una generación de mujeres creadoras que se abrió paso (y lo mantuvo) en la tumultuosa escena creativa de los años 60. Su energía contribuyó a consolidar la presencia femenina en las artes visuales venezolanas no sólo desde el potente abordaje del terreno pictórico, sino también desde el hacer primigenio y artesano de la gráfica. Al afirmar que para las mujeres la pintura no debía considerarse como un hobby[8], dejaba claro no sólo el valor de la formación y del oficio, sino la dedicación y el compromiso exigidos por toda investigación plástica. Rolando organizó su primera muestra personal de pinturas en el Museo de Bellas Artes de Caracas en septiembre de 1960 y para ese momento sólo cerca de una veintena de mujeres había exhibido allí su trabajo de manera individual, de las cuales únicamente seis eran venezolanas[9].

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

Maruja Rolando en Archivo Abierto, proyecto de Abra, Caracas, 2020. Foto cortesía de la galería

No menos relevantes fueron sus aportes en la consolidación de las artes gráficas durante el mismo período. Maruja Rolando se contó entre los artistas que comenzaron a trabajar el grabado de modo consistente y que contribuyeron a dar una presencia significativa al medio como forma creativa autónoma en el país. Estudió con Luisa Palacios en diferentes momentos y trabajó con Elisa Elvira Zuloaga, y aunque su naturaleza la llevó a realizar su investigación gráfica de manera independiente, sus aportes y pertenencia a este renovador movimiento son innegables. Sin abandonar del todo su vínculo con la textura, en sus grabados surgieron las raíces y las selvas, las escrituras y los glifos, la trama y el tejido. El deseo de estructura se hizo presente con la serenidad de la línea blanda, una conjunción de opuestos que resume de manera sugerente las búsquedas de toda su carrera, patentes no sólo en su producción gráfica sino en las pinturas de su última etapa. Del antiguo horizonte informal, Maruja Rolando hizo emerger su vocación constructiva, cuestionando –o hermanando, de algún modo– la radical oposición lirismo-geometría.

Puesto que no hay abismo sin cumbres –y viceversa–, queda claro que la producción de Maruja Rolando recogió la radical diversidad de la naturaleza humana. Habiéndose sumergido en la aspereza de la materia y en la hondura de la sombra, su última etapa avanzó en busca del color y de la luz, evocando en códigos definidos y entrañables las memorias de viajes, pensamientos o sueños. Como odisea que se completa y luna que vuelve a emerger, su obra presume de haber dicho lo que necesitaba decir, asumiendo la vanguardia desde un lugar decididamente propio. En ese sentido, su búsqueda se ilumina hoy con la autenticidad de quien se ha adentrado en una profundidad inexplorada: la de la (propia) forma por ser –y no la de la forma conocida. Desde la promesa del informalismo hasta la consolidación de un lenguaje personal, Rolando se arriesgó para nombrar (en) un mundo sin rostro y articuló, desde sí misma, el vocabulario contradictorio y legítimo de sus voces más íntimas.


[1] “La pintora responde dos preguntas”. En La Esfera. Caracas, 20 de septiembre de 1960.

[2] Ídem

[3] Considerado uno de los movimientos de postguerra, el informalismo en Europa expresó la devastación del mundo (interior y exterior) así como la decepción ante los horrores cometidos durante el conflicto.

[4] Tahía Rivero. “The Informalist Avant-Garde in Venezuela” en Contesting Modernity. Informalism in Venezuela 1955-1975. The Museum of Fine Arts, Houston – Yale University Press, New Haven & Londres, 2018.

[5] Juan Calzadilla. “Pintura para provocar el suicidio de los buenos modales” en Maruja Rolando – J.M. Cruxent. Maracaibo, Centro de Bellas Artes y Letras, 1961, s.p.

[6] “Óleos y grabados de Maruja Rolando el domingo en la Mendoza”. En El Nacional, Caracas, 22 de septiembre 1968.

[7] “La pintora responde dos preguntas”. En La Esfera. Caracas, 20 de septiembre de 1960.

[8] “La pintura no debe ser un «hobby» para las mujeres”. En El Nacional, Caracas, 10 de septiembre de 1960.

[9] Se trata de Mary Brandt, quien expuso a dúo con su padre Federico (1950), Magda Andrade (1951 y 1954), Fina Gómez (1956), María Tallian (1956), Luisa Richter (1959) y Tecla Tofano (1959).

Maruja Rolando. Cortesía: Abra, Caracas


ARCHIVO ABIERTO | MARUJA ROLANDO

Texto: Rigel García
Curaduría y museografía: Luis Romero
Investigación: Luis Romero
Asistencia de investigación: Tabata Romero
Investigación hemerográfica: Thamara Domínguez
Montaje: Leonardo Nieves y Braulio Indriago
Agradecimientos: Familia Roche Rolando, GAN – CINAP

ABRA, Centro de Arte Los Galpones, Av. Ávila con 8va transversal, Los Chorros, Caracas

Del 14 de diciembre de 2019 al 23 de febrero de 2020

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