MANUEL EDUARDO GONZÁLEZ. PAISAJES Y DESIERTOS DE UNA VENEZUELA COMPLETA
I
Estamos constantemente sumergidos en ellos. Sin embargo, cuestionarse en qué consiste un paisaje es buena pregunta para iniciar una reflexión sobre la obra de Manuel Eduardo González. Saber que no se trata de la naturaleza, ni siquiera del medio físico que nos rodea o sobre el cual nos situamos, será una clave que nos permita entender el mismo como un constructo, “una elaboración mental que los hombres realizamos a través de los fenómenos culturales” (Maderuelo, 2005). Así, al estar ligado a un concepto mutable como lo cultural, el paisaje se vuelve una convención, que obliga a aquellos (quienes pretendan apreciarlo desde esta perspectiva) a realizar un esfuerzo de imaginar cómo es/fue percibido el mundo en otras épocas y en otros medios. No existe, pues, paisaje sin interpretación.
Sedimentaciones: Una extraña iconografía es una muestra que recoge múltiples paisajes interpretados desde esta postura: aquella que va más allá de un mero lugar físico para ser comprendida como conjunto de ideas, sensaciones y sentimientos elaborados a partir de un lugar y sus elementos constituyentes. En el caso de González, el lugar es su país, Venezuela, visto desde un umbral entre lo topográfico y lo topotésico, entendiendo por topografía la descripción de un lugar real, y por topotesia la de un lugar ficticio, a través de imágenes tanto propias como apropiadas de la historia y la iconografía nacional. Por otro lado, la sedimentación será la metáfora y estrategia ubicua que utiliza González para hablarnos de Una Venezuela Completa (1953), idea de Arturo Uslar Pietri que, paradójicamente, cavila sobre los fragmentos civiles de nuestra historia, marginados, perimetrales y por lo general secundarios, en comparación a los eventos marciales considerados protagónicos y definitorios de la narración patria.
Así, Manuel Eduardo reconfigura los paisajes históricos-culturales de una Venezuela más allá de la Independencia, episodio que rige y estructura el relato nacional a partir de los quince años (1810-1825) que dieron origen a la “emancipación” de un pueblo. Guerras, ejércitos y constantes luchas hoy inmortalizadas en las obras maestras que conforman nuestro imaginario de nación basado en algo trágico, desgarrador y trascendente que “nos hizo coronar a todos los héroes con la aureola martirial” (Vilda, 1999). Poco se habla de los tres siglos anteriores (XVI, XVII y XVIII) y poco se entiende del breve siglo veinte que nos antecede, y es aquí, en este lugar de desconocimiento y transformación donde aparece un resto, un sedimento de incomprensión convertido en capa base de nuestra historia de país, y materia prima para las elaboraciones visuales de Manuel Eduardo.
II
Bajo todo paisaje subyace un desierto, afirma Luis Pérez-Oramas (1998) al hablar en torno al paisaje reveroniano, “paisaje de sombras que atenúan los pliegues y las cimas, convirtiéndolo todo en planicie”. En términos geológicos podríamos hablar de un desierto arenoso, aquél creado por la sedimentación eólica: desgaste y remoción. Si continuáramos la metáfora, podríamos afirmar que en este proceso de transformación y separación, el paisaje desértico de Armando Reverón se hace a partir de lo que se desprende para quedarse sólo con lo absoluto, un paisaje “absuelto de figuras, de relatos, de variaciones anecdóticas”, sedimentos ahora errantes. Sin embargo, ningún grano de arena deambula eternamente, y es así como estos elementos se acumulan y reconfiguran en nuevas imágenes, que encuentran un fin aparente en la obra de Manuel Eduardo González.
Al solaparse, superponerse o sumarse, estas imágenes sedimentarias tomadas de libros y publicaciones impresas sobre grandes maestros venezolanos (como Juan Félix Sánchez, Rafael Monasterios, Tovar y Tovar, Bárbaro Rivas o el mismo Armando Reverón), nos hablan de las capas de posibilidades que nos amoldan como nación, a través de relieves y pliegues que superan una intención plástica aparentemente topográfica, para entrar en terrenos de una topotesia con origen amnésico: aquella que nos cuenta sobre el indigenismo, la negritud, la colonia y la provincia, entre otros temas, como prueba de olvido y reconocimiento de una historia que nos es ajena y difícil de identificar pero que aun así nos modela, y que excede –en definitiva- las glorias bélicas que tanto ayer como hoy ocupan un lugar de culto en nuestra cultura heredada.
Más allá de todo paisaje y tras todo paisaje queda el desierto, insiste nuevamente Pérez-Oramas. Absoluto y erosionado para Reverón, cultural y sedimentado para González. Sin embargo, al pensar en el paisaje histórico venezolano, es inevitable reflexionar sobre nuestro propio desierto, aquél que se desprende reiterativamente de decisiones racionales y las acumula en el olvido. Nuestros antepasados dejaron de lado la Venezuela agroexportadora, sus antepasados rechazaron el orden colonial. Promesas y decepciones, continuidades y rupturas.
Finalmente, la modernidad ansiada por muchos pensadores decimonónicos llega abrupta y decidida a oponerse a un pasado, como todo proyecto moderno que reivindica valores universales: anti-locales, anti-vernáculos, anti-anecdóticos. Aunque, no sabía ni esta ni sus precursores, que en Venezuela todo lo anterior a la historia inmediata ha sido siempre un resto, sedimento susceptible a ser llevado por el viento, y que hoy por hoy nos ha arrastrado a un régimen absolutista y despiadado.
III
Volver a la historia es una acción común en momentos de incertidumbre, “cuando no de franca angustia” (Straka, 2015). Así, la sociedad vuelve su mirada a lo sucedido con la esperanza de encontrar claves para entender su presente convulso. Por su parte, Manuel Eduardo González vuelve a ella para especular, armar y desarmar algo más que un documento patrio, a través de imágenes perdidas y pérdidas de imágenes sobre aquellos sedimentos, restos que nos conforman como materia y nación. Episodios, momentos, personajes y arquitecturas que son transformados en capas, que al girarse a ciento ochenta grados se vuelven paisajes y a la vez desiertos, de lo que fuimos y somos sin pretender dictarnos alguna suerte de futuro.
A pesar de los temas, pertenecientes a un imaginario colectivo, afirmábamos anteriormente que no existe paisaje sin interpretación, idea a la que agregamos que no existe interpretación sin subjetividad. Es como encontramos una fotografía en particular que no forma parte de nuestra memoria y se deslinda de toda iconografía reconocible, para hablar de Manuel Eduardo como sujeto, quien muestra –en medio de la historia venezolana- una imagen que habla de otro relato, en este caso íntimo, personal y sensible sobre la tragedia de Vargas.
Dicen que todos los fines de siglo se parecen; para 1899, Cipriano Castro, militar, tomaba el poder de Venezuela. Para 1999 otro soldado lo hacía, coincidente con el conjunto de deslaves e inundaciones ocurridas en las costas caribeñas del país, que dejó un siniestro saldo de hasta 30.000 fallecidos y decenas de miles de damnificados. Agua, tierra, barro, sedimento, en este caso, propio de Manuel pero amplificado en tamaño mural hasta ser mostrado como sedimentación colectiva, “un deslave sin pausa que va soterrando la vida de un país incapaz de avanzar en sus posibilidades de contención” (González, 2019).
A partir de allí, los sedimentos de una tragedia no terminan de desprenderse para crear nuevos paisajes más allá del desgaste y la remoción. El relieve de nuestra historia se sigue conformando desde lo que pierde; a pesar ello, la sedimentación como suma de restos y experiencias puede ser también una forma de construir “Una Venezuela Completa”, posibilidad materializada ya por Manuel Eduardo, en su extraña iconografía.
Sedimentaciones. Una extraña iconografía, es la segunda muestra individual de Manuel Eduardo González (La Guaira, 1988) en la galería Spazio Zero, en Caracas, Venezuela. La exposición, curada por Lorena González Inneco, exhibe el trabajo reciente del artista conformado por obras sobre papel, video y pintura mural. En sala hasta el 17 de noviembre de 2019.
Referencias:
- GONZÁLEZ INNECO, Lorena. Sedimentaciones: Una extraña iconografía. Texto de sala.
- MADERUELO, Javier (2005) El paisaje: Génesis de un concepto. España, Abada Editores.
- PÉREZ ORAMAS, Luis (1998) La cocina de Jurassic Park y otros ensayos visuales. Caracas: Fundación Polar.
- STRAKA, Tomás (2015) La República Fragmentada: Claves para entender a Venezuela. Caracas: Editorial Alfa.
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