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ELISA BALMACEDA Y CRISTIÁN ESPINOZA. LA INVISIBILIDAD DEL MAL

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Ours is indeed an age of extremity. For we live under continual threat of two equally fearful, but seemingly opposed, destinies: unremitting banality and inconceivable terror.

Susan Sontag: The Imagination of Disaster

 

La distribución dominante de lo sensible nos permite percibir una parte importante de las alteraciones introducidas por la acción antrópica en el medio natural que nos rodea. El asedio al que hemos sometido a esta naturaleza que sistematizamos hace algo más de 200 años, se muestra como un espejo en el que podemos ver repetido nuestro rostro humano sobre  el paisaje: campos desiertos sembrados de desechos, islas de plásticos flotando en los océanos, gases dispersos que alteran la temperatura en la que se desarrolla la vida de miles de especies. Mirar el entorno natural es mirar nuestra obra más cercana: el ambiente enrarecido de nuestra existencia. Pero no vemos lo más oscuro, lo que permanece invisibilizado.

Justamente, el trabajo de Elisa Balmaceda y de Cristián Espinoza no recae en la imagen visible. La posibilidad de volver a levantar una bandera ecocrítica no sirve aquí para repetir una consigna. Antes que reiterar lo evidente, la muestra Paisajismo electromagnético, en la Sala Laboratorio del Parque Cultural de Valparaíso, se adentra en el profundo misterio de las estructuras repartidas en el territorio para el avance y asentamiento de una especie que domina el planeta mediante la distribución y flujo de cargas de energía. La radicalidad de la investigación que plantea esta exposición sondea la más íntima base material del sistema sociocultural y económico en el que nos desarrollamos, en la medida que llega a sus fuentes de poder: la distribución eléctrica y la diseminación de redes energéticas que mantienen el funcionamiento de este sistema. Invisible es el más oscuro de los poderes.

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Al entrar a la sala, predomina la oscuridad. La ambientación juega con el recuerdo de las grandes refinerías que brillan en la noche con sus tubos y llamaradas tóxicas. Ciudades góticas y estructuras para mantener encendidos los grandes anuncios de neón en las carreteras interestelares. La forma que toma la distribución energética recorre un sinnúmero de estructuras repartidas entre campos sembrados, montañas y aldeas. Todo el aspecto bucólico del paisaje se transforma ahora en una parrilla electrificada donde se siente el pulso de un sistema de consumo energético inagotable. Lo recuerdan aquí en la exposición todos los materiales presentes: el carbón, el hollín que se reparte entre una serie de ensamblajes donde el agua, la luz de neón, el plástico y el carbón son organizados como restos primigenios de nuestra era antropocénica. O como traducción directa de los costos involucrados en la forma de vida que asumimos los millones y millones de usuarios que dependemos del servicio interconectado. Vivimos el desastre gozoso en la persistencia de esos materiales que explotamos para progresar y que amenazan de muerte a numerosas especies, como preámbulo de nuestra propia derrota. Cerramos los ojos en la sala y el zumbido eléctrico de los tubos nos recuerdan el paso de la luz eléctrica.

Paisajismo electromagnético funciona, en realidad, como un muestrario de 10 piezas donde se han atesorado algunos elementos definitivos producidos por el contraste irreconciliable hasta ahora entre industria y entorno natural. Estos materiales híbridos, residuos y especies amenazadas, se combinan como testimonios de dos sistemas que se contraponen a muerte en el entorno de una “zona de sacrificio” de Valparaíso. La disposición de maquetas de cartón hechas en bandejas para huevos remite a una serie de paisajes en miniatura que reproducen las distintas cotas topográficas de un lugar y sus conexiones electrificadas. Esas bandejas son, en la vida diaria, un material ya reutilizado que se ha vuelto inerte: ni siquiera son aceptadas para su reciclaje. De igual forma, el símil se extiende para las capas de tierra que la industria contaminante del sector parece tornar en un material desnaturalizado, yermo. Tierra muerta. Avanzando un poco por la sala nos sale al paso un gran macetero que concentra un micro ecosistema vegetal de cinco plantas silvestres interdependientes: entre ellas se aseguran la vida mediante una simbiósis benéfica. ¿Cómo entender entonces la máxima tensión que la humanidad supone a la entropía natural? ¿Nos enfrentamos a un desastre lento e inevitable o simplemente alteraremos la vida en el planeta hasta convertirlo en una industria labrada por las imposiciones del mercado en el que todos y todas nos encontramos inmersos?

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Como exploradores de una época tardía, arqueólogos digitales en la era postindustrial, Elisa y Cristián se preocupan de recorrer las rutas que conectan el sistema circulatorio que se extiende por distintos parajes de una misma localidad. De alguna manera, sus investigaciones leen un futuro tan próximo que parece la crónica de un colapso inevitable. En cada lugar se asoman a las evidencias de un abuso energético insostenible que contrasta con los milenios de evolución que han sido necesarios para el desarrollo de sistemas como el bosque esclerófilo, que distribuye las especies arbóreas por las quebradas. Si en el complejo industrial de Ventanas se encuentran con un homenaje negro al desarrollismo industrial contaminante iniciado hace 60 años, en el Parque la Campana vislumbran la amenaza incorregible de una central termoeléctrica en construcción capaz de aniquilar el equilibrio de un sistema bioforestal datado en más de 2.000.000 de años. El contraste entre la admirable evolución de una serie de ecosistemas desarrollados a lo largo de milenios contrasta con su fragilidad a la hora de verse sometidos a la presión de las torres de alta tensión. El maximalismo de este antagonismo dibuja una bomba de tiempo que no sabemos en qué momento explotará, cuanto tiempo demorará: solo sabemos quién está detrás.

Con la debida sutileza, Elisa Balmaceda y Cristián Espinoza reúnen una pequeña colección de especies y materiales para formar un archipiélago de situaciones dentro de la sala. En lugar de recurrir a los datos, las imágenes o las amenazas veladas, solo nos enfrentan con los restos de nuestros ejercicios industriales de subsistencia. La vida en el planeta humano no es posible sin las torres de alta tensión, sin la electricidad que nos rodea, sin una serie de ondas que viajan por el aire. Nuestra condición electromagnética es, por otra parte, la base de nuestros procesos sociales más básicos -desde mantener los alimentos a contar con la corriente para poder leer este artículo alojado en una publicación electrónica. La pregunta planteada por Elisa y Cristián en su trabajo es, entonces, más profunda y radical y llega a las raíces de aquella industria que nos sostiene de manera invisible. El signo de identidad de nuestra especie es la transformación de las conexiones materiales que crean una gran acumulación de mutaciones, paradojas, anomalías y problemas.

Una pieza sin título sobresale en mitad de la sala Laboratorio del Parque Cultural de Valparaíso: una rama con líquenes incrustada como una prótesis natural a un trípode de aluminio. Todo un prototipo de las nuevas formas materiales que proliferan en estos paisajes electromagnéticos.

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Paisajismo Electromagnético, de Elisa Balmaceda y Cristián Espinoza, podrá verse en la Sala Laboratorio del Parque Cultural de Valparaíso (PCdV) (Cárcel 471, Valparaíso, Chile) hasta el 24 de Junio de 2019.

Imagen destacada: Vista de la exposición Paisajismo Electromagnético, de Elisa Balmaceda y Cristián Espinoza, en la Sala Laboratorio del Parque Cultural de Valparaíso (PCdV), Chile, 2019. Cortesía de los artistas

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Pedro Donoso

Nace en Santiago, en 1970. Es editor, traductor y crítico. También colabora como docente en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Alberto Hurtado. Acaba de editar el libro "Gordon Matta-Clark: Experience Becomes de Object". En 2013 estuvo a cargo del proyecto Of Bridges & Borders, en Valparaíso, Chile.

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