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Un Acercamiento a las Ideas y las Obras de Javier Toro Blum

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El año pasado, el artista Javier Toro Blum (Chile, 1983) hizo dos intervenciones a gran escala en espacios al aire libre de Santiago. En la terraza del edificio Alonso, de Grupo Patio, a gran altura, instaló la obra Fase Lunar como parte del programa de arte público de la última edición de la feria Ch.ACO. Este trabajo, realizado en conjunto con el arquitecto Pedro Serrano y la iluminadora Catalina Harasic, recreaba –mediante el uso de focos de alta potencia- cuatro fases lunares, proyectadas en un globo de PVC de ocho metros de diámetro.

Otro proyecto, esta vez a nivel del suelo, consistió en un trazado geométrico de 2000 metros cuadrados sobre la explanada del Centro de Arte Contemporáneo de Cerrillos, titulado Dibujar en la tierra. La idea de esta extensa obra de Land Art era deconstruir el lugar, hacerlo no solo soporte o base para el emplazamiento de la obra, sino convertir al lugar mismo en obra, a través de su intervención. De esa manera, “lo quitado se vuelve un espacio de integración, un amalgamiento entre obra y espacio, entre el gesto y paisaje”, según explica Toro Blum sobre este proyecto, desarrollado en colaboración con la plataforma expositiva One Moment Art.

Tras embarcarse en estos monumentales proyectos de arte público, Toro Blum retomó una escala y temática íntimas en su reciente exposición en la Galería Patricia Ready de Santiago, compuesta por esculturas y fotografías que consideran aspectos existenciales y relevantes no sólo para el artista, sino de carácter universal: amor, vida y muerte.

Bajo el título de Triada, la muestra -que permaneció abierta hasta el pasado 25 de enero- exploró la nación de historia, en particular la historia personal del artista, para a partir de allí reflexionar de qué manera la experiencia subjetiva es capaz de expresar problemas colectivos. En la Sala Gráfica de la galería, Toro Blum presentó una serie de piezas en una escala personal, para tomarse con las manos, con la misma intimidad que la página de un libro: tres escritos de su autoría que orbitan tallados sobre objetos ovoides de bronce; tres fotografías en blanco y negro impresas en papel metalizado que aluden, cada una, a los conceptos de amor, vida y muerte; y tres piezas de bronce pendidas en la pared con formas que remiten a papeles plegados, cuya superficie pulida como espejo refleja al observador y su entorno.

“Siempre es constante en mi trabajo esta idea del objeto que refleja en términos formales, pero también psicológicos. Citando a Lacan, en el estadio del espejo uno se mira y se constituye como persona; el reflejarse tiene que ver con entender la propia subjetividad, porque uno no solo proyecta imágenes sino también relaciones inconscientes a través de los reflejos”, cuenta el artista.

Las esculturas ovoides con textos inscritos retoman la inclinación siempre latente de Toro Blum por la palabra escrita. A los 15 años comenzó a escribir poesía y a interesarse por la filosofía y la literatura, para luego estudiar psicología por tres años y, después, ahondar en el minimalismo norteamericano. Es el discurso teórico de este movimiento el que lo llevó a relacionarse con el mundo de aquellas ideas que se pueden materializar, así como su fuerte conexión con la lingüística.

Tomando como ejemplo el trabajo de Richard Serra, quien estudio literatura antes de iniciar su práctica escultórica, “hay un gesto intelectual en decidir tomar una plancha de acero de diez centímetros de espesor, plegarla y ponerla en el espacio. Una decisión clara e intelectual –lingüística si se quiere-  que se vuelve formal y fenomenológica. Ese cruce entre lo no verbal y verbal me pareció alucinante, y ahí decidí dedicarme al arte. Sentí que podía lograr un impacto en el cuerpo físico y también transmitir ideas”, cuenta sobre sus inicios como artista.

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Luego de egresar de la carrera de arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Toro Blum decidió emprender un viaje revelador bajo el programa de intercambio de egresados de la institución que lo llevó a la Universidad de Nueva York (NYU). “Me fui en una especie de fieldtrip a tomar un par de cursos a la NYU, pero básicamente terminé por revisar todos estos referentes, que son fenomenológicos; mis interpretaciones de los libros de historia o teoría eran especulativas. Entonces, la idea era ir a ver en persona las obras icónicas del minimalismo y entender qué pasaba realmente con el cuerpo, y si mis hipótesis tenían asidero. Fue un viaje muy concreto y experiencial”, recuerda.

Esta experiencia le sirvió para comprender cómo la fenomenología se relacionaba con la triada espacio-obra-espectador. “Me importa mucho la posición del cuerpo, de la persona en el espacio, y la respuesta de la obra en ese espacio. Finalmente, es el cuerpo del trabajo y el cuerpo de uno instalado en un espacio; al final son dos volúmenes en un vacío que se van a interrelacionar inevitablemente”. Luego, su producción de obra comenzó a tener patrones más precisos, priorizando los procesos creativos por sobre el resultado. Distanciándose del valor concreto estético de las obras, alcanzó así una visión integral e interdisciplinar de su objeto de estudio.

“Soy un artista proyectual, que es como se trabaja por ejemplo en la arquitectura o en el diseño. Proyectos que uno arma en el papel y haciendo planos. Esta capacidad o técnica está en cómo uno proyecta ciertos comportamientos de los materiales o la luz: primero hay una hipótesis de cómo pudiese funcionar, y luego empieza una investigación de materiales y cálculos; vas avanzando entre ideas y suposiciones, pero también está la parte técnica de ir dibujando y testeando materiales y sistemas. En el fondo, es ir construyendo obra desde un lugar intelectual y racional, pero que siempre está en función de conectar con la experiencia y el espacio, que son físicos y sensoriales”, cuenta.

Antes de emprender viaje a su especialización de escultura en el Royal College of Arts de Londres, Toro Blum hizo su primera exposición a gran escala, Ingmar, en Matucana 100, con la curaduría de Camila Marambio y la ayuda financiera de un Fondart. La intervención consistía en una escultura de acero, aluminio y neón, instalada dentro de una membrana que recubrió la galería para oscurecerla totalmente, diseñada en colaboración de los arquitectos Diego Grass y Claudio Baladrón.

“Entrando al espacio uno apenas podía ver, pero al poco tiempo el ojo comenzaba a ajustarse y un monumental rectángulo negro comenzaba a aparecer. En ese momento se podía ver la sala, pero la pantalla permanecía a oscuras para el ojo. Lo que se veía en la pantalla era el propio sistema perceptivo, el propio cuerpo convirtiéndose en el proyector de una propia película ciega, para luego recorrer la pieza y descubrir el mensaje: ‘No tengo nada que revelar’, frase tomada del Séptimo Sello (1957) de Ingmar Bergman, un diálogo de la Muerte jugando ajedrez. En la espalda de la obra no se revela nada, es el propio espectador frente a sí mismo parado en el espacio”, describe Toro Blum.

La luz y la oscuridad frente al propio cuerpo se volvieron objeto de estudio para el artista, acompañados de su vínculo con la escritura y sus estudios de psicología, que a su vez se retroalimentan de la arquitectura y el diseño como fuente de solución plástica a través de toda su obra.

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Belén Rojas: ¿Por qué la oscuridad y la luz? En otra de tus exposiciones en Galería Patricia Ready, titulada Fotometrías, hablabas de la luz y la oscuridad como un tipo de alucinación.

Javier Toro Blum: Tiene que ver con la eficiencia de la luz; es una cosa que te llama, que viene desde el fuego hasta mirar el cielo, las estrellas, mirar el sol. La luz y la oscuridad tienen que ver mucho con la psicología y con la percepción; por ejemplo, ver un arcoíris tiene que ver con el punto de vista donde uno está, es una refracción visual según cierto ángulo. En ese mismo sentido, los reflejos y colores en mis trabajos lumínicos dependen de desde donde se les mire. Es la subjetivación de los trabajos lo que me interesa, fenómenos que son concretos, pero que finalmente se vuelven efímeros y subjetivos. Este contrapunto me parece interesante. Uno puede creer que lo que ve es algo, pero es otra cosa; en vez de darte una certeza, se vuelve ambiguo. Esto te hace responsable como espectador en qué es lo que ves dentro de la obra. 

BR: ¿Siempre buscas ese diálogo, esa reacción en el espectador?

JTB: Siempre está en consideración con la escala; la relación con la persona que va a enfrentar el trabajo, a qué distancia, desde qué punto de vista. Al ir recorriendo las obras, el espectador las va percibiendo de cierta manera. La escala va determinando la relación con su cuerpo y el espacio.

BR: Cuéntanos sobre la relación del espectador, y la tuya como creador, con estas piezas a gran escala, públicas, como Fase Lunar y Dibujar en la Tierra, versus las piezas más bien íntimas de la exposición Triada 

JTB: La idea de trabajar en el jardín de Cerrillos tiene que ver con la eficiencia de usar la tierra para producir una obra, porque en el fondo al producir este trabajo de 2000 metros cuadrados que pudiese impactar todo ese parque había que pensar en cómo utilizar el espacio. La escala ahí tiene que ver nuevamente con triangular el lugar de la exhibición, con el cuerpo del espectador, mediado por una obra que se vuelve parte del paisajismo.

En Fase Lunar el diseño estaba en función de tener coherencia con el edificio, de tener presencia a escala urbana. La obra era para verse desde la calle. Era necesario que se volviera parte de la epidermis de la ciudad, de ser un fenómeno específico pero en diálogo con los edificios y la calle, de convertirse en un elemento urbano más pero con la fuerza y particularidad de su propia expresión estética.

Siempre está en ese sentido el lugar del espectador, su escala y punto de vista, su cuerpo conversando con la obra. En Dibujar en la Tierra uno estaba dentro de la obra, en Fase Lunar se volvía parte del paisaje urbano, y Triada estaba pensada como una exhibición para verse uno a uno, donde era necesario incluso acercarse a las obras. Un pase de una macro a una mini escala

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BR: Vemos un lineamiento de carácter astronómico en tus obras: la órbita en las esculturas de Triada, las fases lunares, y tu obra de Cerillos que bien podría remitir a las líneas de Nazca.

JTB: Para Cerrillos, por ejemplo, el mejor punto de vista era desde un dron, un lugar donde uno nunca va a estar. Me pasa algo, que los trabajos, de alguna manera, siempre miran hacia el cielo. Hay una conexión astronómica que empieza a aparecer de manera recurrente. Creo que tiene que ver con el interés que tengo por la ciencia e investigaciones filosóficas que terminan pasando por la física cuántica, por la matemática; siento que hay un lenguaje que está operando y moviendo los hilos de todo. Siempre está la mirada de la astronomía, de estos ciclos que van y vienen, y obviamente me pregunto por la circularidad de esta constante en el tiempo, que se repite y se repite.

BR: ¿Cómo surge tu interés por trabajar en el cruce de disciplinas?

JTB: Tiene que ver con esta metodología de trabajo, lo proyectual que finalmente se conecta con disciplinas que trabajan de esa manera, con la sensibilidad por los materiales, con el comportamiento del espacio. Trabajar en cruce con otras disciplinas aporta mucho a complejizar técnica y conceptualmente las obras, y el arte además, con su capacidad de generar capital subjetivo, se conecta con la cultura, con el mundo de las ideas.

BR: ¿Es necesario para un artista trabajar de forma interdisciplinar?

JTB: Cada uno trabaja desde su propia metodología; obviamente, es necesario que todos sepamos de todo un poco, pero no necesariamente convertirlo en obra. Hay que nutrirse lo más posible para complejizar de mayor manera el trabajo que uno hace. Trabajo con muchos proveedores externos, con gente que construye piezas, y así el trabajo artístico empieza a darse como un esfuerzo colectivo. El trabajo de Fase Lunar también lo fue: la gente que manufacturaba, las especificaciones de los focos, cómo se comportaría en el exterior, diseñar los trípodes porque no existían compatibles en el mercado… Todo proyecto de alguna u otro forma junta varios oficios y disciplinas, en su desarrollo y elaboración técnica, lo que siempre termina enriqueciendo las obras.

BR: ¿En qué estás trabajando ahora?

JTB: Actualmente tengo un proyecto paralelo que se llama MOB Projects, junto con Eduardo Corales y Piedad Aguilar. Es una incubadora y productora internacional de mobiliario diseñado por artistas y arquitectos, con sedes en Lisboa y Santiago. Tenemos una curaduría de artistas y oficinas de arquitectura las cuales hacen un diseño que nosotros construimos y gestionamos. Es un trabajo curatorial y al mismo tiempo una empresa de mobiliario de autor. Ahí también participo como diseñador, lo que es muy estimulante también. Lo lanzaremos oficialmente este 25 de abril, en Showroom Acero (ex Sala Vitra, Narciso Goycolea 3955, Vitacura, Santiago) y en una exhibición en el Centro Cultural Carpintarias de Sao Lazaro, parte de la Trienal de Arquitectura de Lisboa, a fines de este año.

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Imagen destacada: Javier Toro Blum, Fase Lunar, 2018, balón de PCV (8 m), focos LED estructuras de acero y sistema de luces, Santiago, Chile. Cortesía del artista

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Belén Rojas

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