AL DICTADO. ARTE Y CONFLICTO EN CENTROAMÉRICA
El omnipresente objetivo del arte político emprendió un despliegue casi imparable cuando el “arte del compromiso”, como señala Nelly Richard, respondía a la consigna ideológica de que el artista debía poner toda su creatividad y su energía al servicio del pueblo y de la revolución. Para muchos, el arte debe ser el reflejo de la sociedad, idea fundamentada desde una sociología de aspiración marxista que se aproximaba en mayor medida a proponer una valoración del arte donde predomina el mensaje sobre la forma; es decir, el contenido y la representación preceden a la obra como el dato, la anécdota, la noticia o el suceso que deberá revelar.
No obstante, desde que esta manera de concebir las obras de arte se insertaron en el sistema artístico como un dictamen -a veces casi un credo- sobre la función que una obra debería o no debería cumplir, se han iniciado innumerables debates sobre esta subordinación donde el artista debería tener una conciencia crítica, pero principalmente ética, sobre cómo trabajar los fenómenos sociales y, por otro lado, los más escépticos abogan por la necesidad de la independencia del arte y la autonomía del artista en relación con su nacionalidad o su contexto y los sucesos sociales y políticos en el desarrollo de su proceso creativo.
Sin embargo, considerando la compulsiva necesidad del hombre por la conquista del poder a través de la violencia, muchos artistas continúan teniendo la auto exigencia de ahondar en dolorosos acontecimientos que hacen parte de nuestro entorno cotidiano. Violencia psicológica, violencia física, violencia social; violencia contra individuos y naciones son el pan de cada día que alimenta un número importante de creaciones, donde los artistas se preguntan sobre el porqué y en qué momento el hombre se ha convertido en un siniestro que todo lo malogra y lo destruye.
Así, como una manera de romper la indiferencia o como una reacción a las múltiples formas de violencia, la exposición Al dictado. Arte y conflicto en Centroamérica, que se encuentra en la Sala A del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), reúne a 19 artistas procedentes de Costa Rica, Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Colombia que “afrontan la desafiante incógnita de cómo abordar la violencia en sus trabajos, sin caer en la banalización o el simulacro”.
Los curadores Isabella Villanueva y Juan José Santos, quienes se han destacado por desarrollar importantes proyectos desde la curaduría, la investigación y la crítica, han concebido una propuesta expositiva con la calidad de quienes tienen un criterio agudo sobre los procesos artísticos, los modos de trabajo y los discursos para indagar y cuestionar fenómenos tan complejos y delicados.
Asimismo, la selección de las piezas propone un conjunto heterogéneo pero sustancial, donde cada una de éstas funciona a partir de su cualidad formal y reflexiva, aportando un elemento necesario para que la muestra, vista de manera global, abra la posibilidad de generar empatía -como bien proponen sus curadores- y podamos desarrollar nuestra capacidad de comprender a los otros desde una perspectiva abierta pero personal, acercándonos a cada una de las obras que “re-sitúan” las diferentes formas de violencias en el cuerpo físico, psicológico y social como una consecuencia nefasta de los conflictos del Estado.
Hablamos entonces de violencias (en plural) para marcar la diversidad de enfoques donde cada conflicto inscribe unas particularidades que fueron reveladas desde métodos distintos, bien sea desde la fuerza incisiva que aporta la literalidad de la configuración específica del objeto, los gestos o las palabras, con piezas como Suratoque (2013), de Marcos Ávila Forero, Inserción en circuito ideológico #1 (2010), de Edwin Sánchez, o La verdad (2013), de Regina José Galindo; o desde una elaboración metafórica y alegórica como recurso poético, con piezas como Fantasma amigable (2012), de Naufus Ramírez-Figueroa, Antropometría (2012), de Melissa Guevara, y Deshilando el miedo (2012), de Jessica Laguna; o bien, desde la ironía, la parodia y el sarcasmo, como El desaparecido (2002), de Benvenuto Chavajay, Compañeros ¡YO ME ENCARGO! (2016), de Tatyana Zambrano, o Palo enceba’o (2016), de José Castrellón.
Ahora bien, sobre la suspicacia que puede generar el arte con matices políticos, especialmente en estos tiempos de modas discursivas temporales sobre todo cuando se trata de la banalización del contenido y la estetización fácil, trivial y descarada, los curadores escriben al respecto que “el arte ofrece la posibilidad de aproximación a la realidad –violenta o no– de una forma nutritiva: los artistas seleccionados no caen en la estetización, frivolización o panfletización de hechos violentos; más bien, estas obras son el resultado de procedimientos en los que el trauma se elabora formalmente, como un ejercicio de análisis, crítica y cuestionamiento de la violencia.
El acto ineludible de comprensión, reafirmación y superación es compartido por todos, más allá de las fronteras espacio-temporales. En ese sentido, las obras exhibidas reflexionan sobre la violencia pero también sobre los conflictos que rodean a los artistas, quienes a su vez abordan sus temas a través de distintas estrategias: algunos indagan sobre el impacto de los eventos violentos en el cuerpo y la psique del individuo; otros someten su cuerpo a actos brutales para recontextualizar el hecho de violencia y así romper la indiferencia en la que a veces caemos; incluso hay quienes cometen actos ilícitos mientras otros alientan a la audiencia a hacer una pausa para reflexionar sobre las imágenes presentadas con el fin de crear significados propios”.
El despliegue y la distribución de las piezas es justa y acertada. Sin paneles ni otros elementos expositivos, los curadores han sabido demostrar que la experiencia de ambos han convertido esta muestra en una de las mejores que actualmente se encuentra en las instalaciones del museo.
Por otro lado, si hablamos sobre las dos formas de representación y presentación de las obras de arte, es decir, de la subordinación del arte para la sociedad y/o la comunidad, por un lado, y un arte aparentemente autónomo, por otro, cabe señalar que muchas de las piezas trabajan paradójicamente entre estas dos lógicas “estéticas” -si se quiere-, donde los espectadores se mueven entre los límites de un arte referencial y uno que no lo es; así, en clave de Rancière, la muestra marca una tercera vía sobre los modelos tradicionales de producción del arte político, donde el mensaje debía ser directamente enunciado desde su forma material, con la explicitud referencial y la eficacia pedagógica (Nelly Richard) como criterios que le permiten al artista sacudir la conciencia crítica de la sociedad, empujando el arte y la realidad hacia una utopía de cambio social formulado desde la política.
En este sentido, cuando hablamos justamente de la explicitud referencial y, sobre todo, de la “eficacia pedagógica”, ésta aparece confinada a una autonomía estética en las propuestas de aquellos artistas que proponen incidir en regímenes metafóricos y modelos conceptuales, como puede evidenciarse en el trabajo de Adán Vallecillo, quien en uno de los extremos de la sala expone una montaña de detergente azul de aproximadamente dos metros de alto, en cuyo pico se encuentra una pequeña bola de pelusa de ropa, con la cual el artista hace una crítica a la impunidad que hay en su país, Honduras.
Por una parte, hay una autonomía estética (como he mencionado en el párrafo anterior) que complejiza la experiencia frente a las obras de arte, así se originen desde un acercamiento a lo social y a lo político donde el público deberá actuar de manera mucho más activa, dado que la lógica de la separación -subordinación al dato (eficacia pedagógica) e independencia formal (autonomía estética)- aparece confrontada en tanto que no hay un mensaje explícito que implique un tipo de concientización política por una parte (mientras no leamos la ficha de exposición), pero trabaja con signos específicos que relacionados construyen el mensaje interrumpiendo las coordenadas normales de la experiencia sensorial, ligando lo que es propio del arte político a una cierta manera de hacer del artista.
Aquello no sólo ocurre con la obra de Vallecillo, ocurre también con otras piezas como una pila de copias en escala de grises que contienen la fotografía de una hoja de papel con el enunciado “La fotografía de un ser querido”, de Christian Salablanca. Aquí, el artista explora desde la fotografía y la instalación las formas de asimilar la pérdida humana en lo individual y en lo colectivo, según leemos en el texto de la exposición.
Frente a esto, Al dictado. Arte y conflicto en Centroamérica nos exige tanto concentración como abertura y conciencia; nos alerta de que el mundo debe seguir siendo revisado críticamente por los artistas, de que el arte tiene la facultad de explorar posibilidades de comunicación entre los hombres de diferentes lugares, disolviendo las barreras espacio-temporales; nos invita a dejar la indiferencia y reconocer las circunstancias nefastas de los otros cuando se trata de padecer los golpes que sacuden el cuerpo y el alma; y, por último, nos incentiva a reflexionar sobre las formas de producción del arte desde lo político, de indagar en las causas necesarias para la literalidad o bien en la elección de la metáfora, y cómo el público, la academia y la institución responden frente a ello en tanto que, dicho sea de paso, una obra de arte, cualquier obra de arte, siempre será una pregunta epistemológica sobre el arte mismo.
AL DICTADO. ARTE Y CONFLICTO EN CENTROAMÉRICA
Adán Vallecillo (Honduras), Adrián Flores Sancho (Costa Rica), Benvenuto Chavajay (Guatemala), Christian Salablanca (Costa Rica), Crack Rodríguez (El Salvador), Edwin Sánchez (Colombia), Fredman Barahona -Elyla Sinvergüenza- y Gabriel Pérez -Miranda de las Calles- (Nicaragua), Jessica Lagunas (Nicaragua), José Castrellón (Panamá), Leonardo González (Honduras), Marcos Ávila Forero (Colombia), Melissa Guevara (El Salvador), Naufus Ramírez-Figueroa (Guatemala), Regina José Galindo (Guatemala), Tatyana Zambrano (Colombia), The Fire Theory (El Salvador).
Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), Colombia
Del 27 de junio al 9 de septiembre de 2018
Imagen destacada: Vista de la exposición Al Dictado. Arte y conflicto en Centroamérica, en el Museo de Arte Moderno de Medellín, Colombia, 2018. Foto: Úrsula Ochoa
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