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LAS CÁPSULAS DE TIEMPO DE PAULA DITTBORN: SOBRE MADRE PERLA EN GALERÍA XS

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Lo pequeño es irrelevante, lo biográfico prescindible (incluso reprobable para muchos) y cabe todo tipo de cautela cuando un artista hace un cambio drástico en su trayectoria. Estas son tres máximas –entre otras– no declaradas en el mundo del arte contemporáneo y que suelen dominarlo. Da la sensación de que pocos artistas y demás especialistas de las artes visuales las defienden en voz alta. Pero a la hora de hacer arte, de “curarlo” y, en suma, de valorarlo, el gigantismo, lo político-social y una impronta autoral claramente reconocible serían una norma en bienales, ferias, galerías, museos y escuelas de arte.

Justamente, en una galería, la artista chilena Paula Dittborn (1978) desobedece tales reglas con una exhibición de pequeño formato, intimista pero que borronea las huellas propias: lo que ella venía principalmente haciendo, una suerte de cuadros de plasticina. En el escueto espacio de Galería XS (Santiago, Chile), que se aloja en el segundo piso de Galería AMS Marlborough, la artista presenta Madre Perla, su tercera exposición individual, abierta hasta el 10 de junio.

La obra de mayor tamaño no supera los cuarenta centímetros de alto. La muestra es exclusivamente bidimensional, configurada por tres conjuntos que provienen de un rango amplio de tiempo, entre los años 2002 y 2018: ocho incrustaciones de nácar falso, cinco trabajos con plumas, y varios dibujos (que incluyen una fotocopia de un grabado que representa una Venecia del 1500).

Los dibujos son apuntes hechos con grafito, bolígrafo y lápiz a color que incluyen notas escritas de muy distinto tipo. Solo algunos sirvieron para preparar la ejecución del resto de lo exhibido. Están dispuestos como provisoriamente, con imanes, entre ordenados y aglomerados. Otros cuatro “bocetos” o suerte de pinturas sobre papel, se realizaron con scripto, se colgaron enmarcados y representan pedazos de lo que parece ser una ilustración de un libro didáctico y papeles impresos de distinto tipo. Son las obras más antiguas.

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En tanto, el “arte plumario” se montó en el muro de mayor extensión de la galería, también con imanes y sin mediación de vidrios (como en las vitrinas que suelen resguardarlo en los museos), siendo confeccionado con papel vegetal, en el que se pegaron previamente y luego recortaron figuras con plumas, de unos colores estridentemente artificiales. Y los trabajos de nácar, dispuestos en su mayoría sobre un muro rosa malva, se hicieron en rigor con uñetas para tocar guitarra: un plástico iridiscente (celuloide nacarado) que imita a la madreperla. Esta última es una sustancia marina producida por las conchas, en un lento proceso, cuyo nombre –así hemos visto– da título a la exposición, ocupando separados los términos “madre” y “perla”.

Dichas dos palabras, en femenino, una ligada a la maternidad, la otra a una gema, hacen un comentario de género si sopesamos el origen del material referido (el caparazón de los moluscos) y, sobre todo, el hecho de quien expone: una mujer. Tales asociaciones tienen larga data: en la simbología clásica, por ejemplo, con Afrodita y la concha, propagándose visual y especialmente con el afamado cuadro de Botticelli Nascita di Venere (El nacimiento de Venus) (1484). En cualquier caso, nada más lejos de la ostentación erudita y de las pancartas en esta exhibición; su poca pretensión la hace paradójicamente llamativa en el panorama actual de muestras en Santiago, deslumbrado –en este preciso momento– por Inoculación, del mediático Ai Weiwei. Lo de XS es lo opuesto a ese mesianismo vociferante (de “contenido” o “crítica social”, nos han dicho) de tanta producción contemporánea, quizás la corriente artística dominante hoy, que un Ai Weiwei lidera.

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Distintamente, una inclinación juguetona ronda en Madre Perla. Hay, de partida, un cierto glamour, de poca monta tal vez, de brillos y plumas que exacerban lo postizo, con un tornasol de plástico y un colorido de aves inexistentes o exageradamente tropicales. Esta actitud de la expositora, tan lúdica como nostálgica, también posibilita el ingreso de figuras de Walt Disney a las obras (provenientes de alguna sábana que la artista preserva desde niña), de patrones textiles (tomados de un mantel de plástico que ella guardaba), de fachadas de edificaciones (cuyas fotografías halló en un libro de segunda mano de arquitectura modernista en Chile), de un vaso –en perspectiva trunca, como en una pintura cubista o virreinal– de esos de Nescafé (típico en un casino universitario, donde seguramente Paula Dittborn descansa antes o después de dar sus clases), y de un sillón que recuerda al modelo Julio Iglesias (nombre posiblemente asignado por la famosa portada de un disco del cantante español, apoyado sobre un respaldo de mimbre en arco, aunque la artista me aclara que adoptó el mueble de alguna película de los cincuenta).

Los motivos de Paula Dittborn son así, tan antojadizos como estandarizados: antes de manipularlos se encontraban dispersos por ahí, en un cosmos de imágenes, y ella los ha organizado mediante la técnica, la escala y, sobre todo, a través de cierto material, suerte de segunda piel y cuerpo común que adoptan sus figuras dispares, hoy de plumas y celuloide, por decir. Figuras que atesora la artista, fetiches que colecciona, imágenes populares que convierte en amuletos. Cosas que han marcado a no pocas generaciones, como The Sound Of Music, musical de 1965 traducido a La novicia rebelde en Latinoamérica que, una temporada tras otra, fue bizarra y religiosamente transmitido en la televisión chilena durante la dictadura militar (también, creo, en los años inmediatamente posteriores), y que la artista ha citado en sus conocidas construcciones con plasticina, elaboradas al iniciar la década pasada.

Paula Dittborn conserva, imitándolo, aquello que desempolva, como una antigua taza con rostro (en Toby Cup), un santo de una iluminación medieval (en San Cristóbal), una tradicional representación antropomorfa del viento (en Nube); cada una de estas referencias dieron forma a las “obras nacaradas” y las encontró principalmente en libros. La afición hacia ellos, cabe decir, se hace indudable, no solo al considerar la paralela labor docente en historia del arte de la artista o sus anteriores estudios en literatura mientras cursaba una licenciatura en arte, sino sus obras que ha basado en lo secuencial, a falta de otra palabra: ciertos “apuntes” hoy expuestos, sus plasticinas vinculadas a películas y/o alguna animación que ha realizado.

Ante todo, el formato libresco se encarna en La caza en el bosque, un alucinante objeto pop-up que años atrás elaboró Paula Dittborn pacientemente con sus manos, cartón y plumones, desplegando entre sus páginas una escena que citaba el cuadro de 1470 de ese mismo nombre pintado por Paolo Uccello. Ella va hacia atrás, recuperando incluso, aunque a su manera, quehaceres olvidados: la técnica de incrustación con nácar y la plumaria (recientemente ha finalizado nada menos que en una tesis doctoral que analiza este segundo oficio).

Muchas de las obras de Madre Perla son cápsulas de tiempo. Comprimen una dedicación artesanal, reflexiva, una suma de paciencia. O, más bien, tienen algo de joyas, no sólo por su pequeña escala. Las imágenes realizadas con uñetas se dispusieron en un fragüe (pintura acrílica), que se expone entre los fragmentos nacarados y fuera de la figura representada, haciéndolas, junto al cuidadoso corte y disposición del celuloide, particularmente trabajosas. Un fragüe lento que el título de la exposición evoca (una perla demora mínimo tres años en producirse, a través de un líquido viscoso que va solidificándose) y que, en cierto modo, caracteriza también las coloridas representaciones de plasticina de la artista, al punto de que ese material, aún hoy, está sin secar (la grasa de la mayoría de las plasticinas no lo permite). Disponiendo numerosos pequeños “ladrillos” en filas, tales construcciones hacían de cada módulo una notación de tiempo.

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Creo que Madre Perla nos enfrenta a un estado de avance o punto de inicio pues hay algo de boceto, como inconcluso, en todo el conjunto. La exposición está a punto de ser una muestra de taller, un taller abierto, pero sin escenificar mucho las cosas. Y si plantea ciertas inquietudes que no se acomplejan de ser notoriamente personales, sacrifica al mismo tiempo el copyright, el identificable sello personal. Insisto en esto ya que atestiguamos el riesgo de iniciar un nuevo rumbo, opción, eso sí, acompañada de la garantía que ofrece una labor concentrada, las mentadas horas de taller. En XS, la artista nos anuncia qué continuará fraguando en el futuro o la desenvoltura con que ella posiblemente encarará su obra de ahora en adelante.

Frente al estatus que, por decir, conlleva la moda de las “exposiciones de curadores” (por pequeñas que sean las muestras, algunos artistas de corta y mediana trayectoria están cediendo buena parte de su poder de decisión y —al final— de proposición, incluso en sus exhibiciones individuales), Madre Perla da cierto alivio al resistirse al pauteo institucionalizado (esa coerción del llamado “sistema del arte” a la libertad no sólo artística sino interpretativa, del espectador) y a la mera gestión del éxito personal (eso de subordinar a un nombre propio, a una marca, lo más significativo que puede ofrecer un artista, como bien sabemos, su obra). La exposición lleva a pensar también en esa etiqueta de “artista evasivo” que se le cuelga al autor que no explicita con su trabajo la contingencia social o una determinada militancia de izquierda(s) o derecha(s). Pero la reflexión que precisamente surge es que también resulta evasivo desatender la introspección, evitar verse, por así decir.

Paula Dittborn se explora como sujeto en esta muestra aparentemente modesta, que invita al espectador a realizar el mismo ejercicio. Curiosamente, las conchas producen perlas bajo un estímulo externo, cuando un material ajeno se infiltra en ellas, envolviéndolo así en capas sucesivas de nácar. Es lo que ella ha estado haciendo en su taller y cabe considerar si la analogía no aplica a la labor de cualquier artista, aunque hoy pareciera extravagante, hasta cursi, pensar así. Madre Perla podría preguntarnos qué está uno cristalizando, preparando con dedicación para el exterior. Sin mayor apuro.

 


Imagen destacada: Paula Dittborn, Mantel I, políptico de plumas sobre papel diamante, 38 x 35 cm. c/u, 2018. Fotografía: Sebastián Mejía.

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Gerardo Pulido

Nace en Santiago en 1975. Es artista y también profesor de grado y postgrado en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Escribe textos de arte con cierta periodicidad; ha publicado en Letrasenlínea, Cuadernos de Arte UC, Artishock, entre otras publicaciones. Paralelamente, trabaja en Taller BLOC, proyecto de cinco artistas nacido el 2009 en Santiago, del que es miembro y co-fundador.

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